Sistema nervioso y envejecimiento: el fenómeno de la punta de la lengua

¿Cuántas veces hemos intentado decir el nombre de un objeto o de una persona y no hemos sido capaces? En esos momentos es muy posible que podamos dar una descripción precisa de lo que queremos nombrar, sabemos que conocemos ese nombre, incluso podemos tener la “intuición” de que empieza por un determinado sonido. Sin embargo, nos quedamos con la mente en blanco y la palabra que deseamos nombrar parece quedar atrapada en la punta de la lengua.

Curiosamente, este fenómeno recibe precisamente ese nombre (fenómeno de la punta de la lengua), y es algo que ocurre a todas las edades. Sin embargo, se hace más notorio a medida que aumenta la edad. Además, cuanto mayor es la persona que lo sufre normalmente más preocupación suele causarle ya que solemos asociarlo con un problema de memoria. Sin embargo, este fenómeno es común entre las personas mayores de 60 años.

Hay que tener en cuenta que las personas adultas disponemos de muchas palabras en nuestro vocabulario. Existen diversos estudios que tratan de cifrar el número de palabras que conocemos (distinto al número de palabras que usamos con cierta cotidianeidad), sin perder de vista diferentes variables como el nivel cultural, la profesión, los años de escolarización, etc. En general, se puede decir que una persona adulta con una educación media conoce más de diez mil palabras. Teniendo presente ese gran número de palabras almacenadas en nuestra cabeza, lo que parece más extraño es que seamos capaces de encontrar la palabra que buscamos en cada situación de forma rápida y exacta. Además, hay que pensar que el vocabulario que poseemos suele aumentar conforme nos vamos haciendo mayores, puesto que más habremos leído, escuchado, escrito y, en definitiva, usado el lenguaje.

Como decíamos al principio, el fenómeno de la punta de la lengua puede observarse a cualquier edad, aunque se da con mayor frecuencia entre las personas mayores, puesto que el envejecimiento del sistema nervioso hace más común que se presente. Conforme nos hacemos ancianos en más ocasiones nos quedamos con la palabra a medias. Se ha vinculado un aumento del efecto punta de la lengua con atrofia de la sustancia gris en la ínsula izquierda (un área que está vinculada a la producción fonológica). No hay que confundir el fenómeno de la punta de la lengua (algo común entre toda la población, aunque se pueda observar más en las personas mayores) con otros problemas del lenguaje como la anomia o las afasias (que pueden ser fruto de diversas patologías, como ictus).

Para evitar que este proceso del envejecimiento tenga un impacto mayor en nuestra ancianidad es bueno tratar de prevenirlo. Igual que hacemos ejercicio o comemos sano con el ánimo de que nuestro cuerpo también lo esté, es importante cuidar nuestra mente para que envejezca de una forma saludable. Así, trabajar desde edades tempranas (como es la mediana edad) para mantener nuestro lenguaje y memoria en un buen nivel de desempeño es algo recomendable. Hay múltiples actividades relacionadas con el lenguaje que son positivas: leer (no solo en voz baja, también en voz alta) y escribir (tanto empleando un ordenador como a mano) serían dos buenos ejemplo, ya que la lectura y la escritura mantienen nuestro vocabulario activo (además de podernos ayudar a adquirir nuevo). También es recomendable evitar muletillas, frases hechas y palabras “comodín” (eso, ella, aquel, cosa, etc.) cuando hablamos. Frases como “pásame la cosa esa” no ayudan a que nuestro lenguaje se mantenga en forma. Por eso, es bueno tratar de ser precisos y usar las palabras exactas, para evitar acostumbrarnos al uso limitado del lenguaje (sino cuando queramos encontrar una palabra concreta lo tendremos más difícil).

Otras  actividades como las sopa de letras, los crucigramas, las definiciones o adivinanzas ayudarán a mantener nuestro lenguaje activo. Además, cada vez se ofertan más cursos y clases de estimulación cognitiva (muchas veces conocidos como “clases de memoria”) que pueden ayudar a prevenir este problema o, en caso de que sea muy habitual y resulte molesto, a tratar de disminuir el impacto que causa en el día a día.

Es aconsejable que si la persona nota un impacto muy molesto sobre su vida o nota que de un tiempo a esta parte le ocurre con mucha asiduidad consulte con el médico; en ocasiones hay factores concomitantes (como problemas de sueño, estados de ánimo alterados, ciertas patologías o medicaciones) que puede agravar el hecho. Por otro lado, el facultativo podrá examinar al paciente y descartar problemas mayores.

En cualquier caso, es recomendable que desde antes de llegar a una edad avanzada, nos preparemos para poder disfrutar de una ancianidad lo más sana, activa e independiente posible. Esto incluye trabajar todo lo posible para que nuestra mente se mantenga en plena forma.

Trajes que simulan la ancianidad

“Ponte en sus zapatos”

Esa frase la dice mucho mi padre cuando quiere proponer  un ejercicio de empatía. Piensa cómo se sentirá esa persona, cómo podrá reaccionar, qué capacidad de cambio tiene…

Este tipo de ejercicios de empatía no solemos hacerlos a no ser que nos veamos un poquito forzados a ello. Así que hoy os propongo que nos pongamos en los zapatos de una persona octogenaria. Desde este blog hemos repetido muchas veces que no se pueden hacer generalizaciones sobre las personas mayores, puesto que cada una es un mundo y todas tienen sus propias circunstancias y realidades. Aun así, hay ciertos factores que podríamos entender como comunes: problemas sensoriales (peor visión, audición y equilibrio), limitaciones de movilidad (que pueden ir desde un simple enlentecimiento motor a ser usuario de silla de ruedas, limitaciones articulares, etc.), cambios en la forma corporal (aumento de la curvatura de la espalda, menor elasticidad, menor fuerza, peor equilibrio, entre otros), entre otros. Aun sabiendo que existen muchos matices y excepciones, podemos hacernos una idea general de cómo es un anciano promedio.

Esta semana conocíamos la noticia de que el hospital de Getafe ha adquirido 2 trajes simuladores de la vejez. Existen diferentes modelos de estos trajes, todos ellos tienen en común el tratar de simular las condiciones psicofísicas de las personas ancianas. Por ejemplo, en todos ellos la visión se altera mediante el uso de lentes (que imitan los problemas de visión más comunes en este grupo poblacional), la movilidad se reduce, se aumenta el peso, se limita la elasticidad articular, etc.

Este tipo de trajes tienen dos utilidades fundamentales. Por una parte, sirven para probar si distintos productos o localizaciones son adecuados para este grupo poblacional (si un producto es fácil de asir y manipular, si pesa en exceso; si el lugar permite un tránsito fácil, etc.). Por otro lado, sirven para forzarnos a ponernos en la piel de una persona anciana. Para entender que si tarda más en subir al bus no es por gusto, es que posiblemente su cuerpo no pueda moverse con la misma agilidad que la de un adulto de mediana edad. O que si tardan en pagar en la cola del supermercado puede deberse a que es difícil diferenciar las monedas y cogerlas adecuadamente y no por ánimo de fastidiar al que va detrás.

Este es un video de un traje simulador desarrollado en Hong Kong dentro de un programa que busca la sensibilización de la población general con los problemas de los mayores:

 

Sería maravilloso que, al menos durante un día, todos llevásemos ese traje. Estoy segura de que nuestra actitud hacia los mayores cambiaría drásticamente.

Recomendación febrero

Acabando el mes de febrero os traigo un par de recomendaciones.

En primer lugar me gustaría recomendaros los libros de Anna Puig llamados “Ejercicios para mejorar la memoria”. Se trata de una serie de libros  en las que se plantean ejercicios para mantener la mente activa, trabajando la memoria pero también otras capacidades cognitivas. Los libros tienen la característica de no estar pensados para personas que ya muestren un deterioro de las habilidades mentales, teniendo una dificultad un poquito mayor de la que se suele encontrar en manuales de estimulación centrados en personas con deterioro. Por tanto, estos libros resultan apropiados para personas sin declive cognitivo que quieren mantener su mente activa.

Por otro lado, me gustaría recomendaros la película “Pequeña Miss Sunshine”. Esta cinta, del año 2006, nos muestra el retrato de una familia un tanto peculiar que une sus esfuerzos para conseguir que la pequeña Olive compita en un concurso de belleza infantil. Con esa historia como telón de fondo, las relaciones intergeneracionales, la búsqueda de nuestro propio lugar en el mundo, la influencia de los abuelos en la crianza de los nietos son algunos de los muchos temas que se  plantean en clave de humor y con mucha ternura. Alan Arkin, en el papel del abuelo Edwin Hoover realiza una magnífica actuación que sirve para recordarnos que no hay una sola forma de ser ancianos, que cada persona llega a esa etapa con su propio bagaje, su propia forma de entender el mundo y relacionarse con él. Su papel, aunque secundario, me pareció de lo mejor de la película, así como la preciosa relación que mantiene con su nieta. Quizá deberíamos ir abandonando el estereotipo de anciano que solemos manejar y este tipo de ejemplos nos pueden ayudar. Este es el trailer:

Espero que disfrutéis de ambas.

Sistema nervioso y envejecimiento: el hambre

En artículos anteriores se ha abordado el tema de cómo el sistema nervioso se va modificando con el paso del tiempo y cómo estos cambios suponen modificaciones en los hábitos y comportamientos de las personas. Así, hechos como contar con un menor oído o no percibir correctamente las señales de sed, son ejemplos de una amplia serie de cambios que debemos conocer con el objetivo de minimizar el impacto que tienen sobre nuestro día a día, adaptarnos lo mejor posible a ellos (incluso compensarlos mediante ayudas externas) y comprender mejor cómo es el universo de las personas mayores.

Ya hablamos en un artículo anterior de cómo el envejecimiento del sentido del gusto y del olfato tiene consecuencias directas en la vida de las personas, especialmente en el caso de la comida. En este artículo se pretende profundizar un poco más en este aspecto, observando qué ocurre con la sensación de hambre y de saciación (la sensación de estar llenos, de haber ingerido suficiente comida y no querer comer más) en función del envejecimiento.

En general, conforme las personas envejecen, especialmente en aquellas que consideramos muy ancianas, se produce un estado de anorexia, esto es, falta de apetito (no confundir con anorexia nerviosa, considerada una enfermedad psiquiátrica). Es decir, conforme las personas se hacen más mayores tienden a mostrar un menor apetito. Este hecho se debe a múltiples motivos, siendo de especial importancia algunos aspectos metabólicos y fisiológicos, como es el envejecimiento de las áreas cerebrales que controlan la sensación de hambre y de saciedad. Estas áreas cerebrales son las encargadas de procesar las señales que les llegan de otras partes del cuerpo (como el sistema digestivo) para hacer sentir a la persona que tiene hambre y debe comer o que ya ha comido suficiente y no debe comer más. Si estas áreas sufren algún tipo de lesión, se encuentran afectadas por alguna patología o medicación, o se modifican por el paso del tiempo, se observarán cambios en las conductas alimentarias de las personas.

En muchas ocasiones, se observa que las personas muy ancianas tienden a disminuir su peso, así como la cantidad de tejido graso en su cuerpo. Aunque esto no siempre ocurre, ya que aunque la persona ingiera poca comida, puede mantener el peso a causa de no hacer ejercicio. Además, si a este proceso de falta de apetito se unen otros factores (de los que ya hemos hablado) como problemas de olfato o de gusto, el resultado es que cada vez comen menos. Es importante tratar de que las personas mayores coman de una forma equilibrada (comer bien no significa comer mucho; sino comer todo aquello que el cuerpo necesita en las cantidades apropiadas para estar sano), siguiendo todas las recomendaciones que les pauten los profesionales sanitarios.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que, en nuestra cultura,  el acto de comer es un acto social; disfrutamos más compartiendo la comida con otros. En personas ancianas que viven solas, puede ocurrir que disminuyan la frecuencia con la que cocinan por diversos motivos (el hecho de comer solo, lo desmotivante de cocinar para uno, etc.). Así, no es extraño que se sustituyan las comidas principales (comida y cena) por alimentos como leche con galletas, pan con algo de embutido, etc. Este tipo de conductas resultan peligrosas ya que la persona, pese a mantener un peso estable, puede estar ingiriendo menos nutrientes de los que precisa (o ingiriéndolos de manera descompensada) fomentando así problemas de salud de diversa gravedad, como puede ser la anemia o la diabetes. Es importante que las personas mayores cuenten con un buen soporte a la hora de conocer qué alimentos deben comer con más frecuencia y qué preparaciones son más adecuadas para ellos. Algunas ideas que pueden ayudar cuando hay poca hambre es tratar de comer alimentos más energéticos (como son las legumbres) en lugar de otros que aportan menos energía y nutrientes (como caldos limpios de verdura). Además, se pueden enriquecer las comidas mezclando alimentos (por ejemplo, echándole un poco de yogur a la fruta). En cualquier caso, es importante asesorarse con profesionales de la salud que puedan estudiar cada caso de forma individualizada y proponer la dieta más recomendable para cada persona.

Aunque eso sea común no significa que ocurra siempre. Hay personas mayores que muestran más apetito e incluso ganan peso. Eso puede deberse a múltiples factores (por ejemplo, tener más tiempo para comer tras la jubilación; estar más tranquilos, sin «nudos en el estómago»; llevar una dieta más calórica por elegir otros alimentos, etc.). Además, el envejecimiento de las áreas cerebrales responsables de la sensación de saciedad puede dar como resultado que la persona nunca se sienta llena o saciada, teniendo siempre apetito.

Otro colectivo que merece especial atención es el de las personas mayores que padecen deterioro cognitivo o demencia. En estas circunstancias, algunas personas también presentan problemas de falta de apetito, mientras que otras muestran justo lo contrario, un aumento sustancial de las ganas de comer. Esto puede deberse a múltiples motivos, siendo remarcables el hecho de que la persona muestre una menor sensación de saciedad (no procese correctamente las señales de que ya ha comido bastante) así como el hecho de que no recuerde haber comido. En este tipo de pacientes no es raro escuchar quejas sobre que no les dan de comer, ver como esconden comida o como se pasan todo el día picando. En estas situaciones hay que tener cuidado con que la persona no ingiera demasiada comida (especialmente alimentos muy dulces o salados), siendo el cuidador el resposable de velar por que la dieta sea apropiada.

 

 

El mal tiempo y las personas mayores

Ahora que parece que por fin el temporal que nos ha acompañado las últimas dos semanas amaina, me gustaría que reflexionásemos un poco sobre cómo afecta la climatología, en este caso invernal y adversa, a los mayores.

Es sabido que el tiempo afecta a nuestro estado de ánimo, así como condiciona en gran medida las actividades que realizamos. Días como estos pasados, salir de casa para cualquier actividad es casi una aventura de riesgo. Si a la población general el clima le afecta, hay que pensar que este factor es aún más condicionante en ancianos.

Para empezar, salir de casa para realizar ejercicio físico (por ejemplo, caminar) se antoja prácticamente imposible; incluso, peligroso. Estos días, entre las fuertes lluvias y, sobre todo, las rachas de viento, algunas personas mayores (especialmente aquellas con movilidad reducida o con problemas de equilibrio) no pudieron salir de sus hogares o lo hacían “jugándose el tipo”. Esto supone un problema, puesto que el ejercicio físico es necesario para una buena salud (física y mental) a cualquier edad. En días como estos, se aconseja a los mayores que traten de realizar ejercicios en casa; si bien suele resultar más desmotivante que salir a la calle. Aprovecho aquí para hacer un pequeño inciso, en nuestro país, el uso de andadores no está muy extendido; sin embargo, son mucho más aconsejables que el bastón. En próximos post abordaremos esta cuestión en profundidad.

La baja luminosidad, por otro lado, también afecta a nuestro estado de ánimo. Cuando nos encontramos con un clima como el gallego, en que muchos días la nubosidad nos deja un ambiente oscuro, el estado de ánimo suele verse alterado, mostrándonos más apáticos, algo melancólicos y faltos de energía. Es cierto que hay personas más sensibles que otras (así, algunas prácticamente no notan la diferencia mientras que otros llegan a padecer cuadros de depresión estacional, por ejemplo), pero en general, todos nos vemos afectados. Las personas mayores no son una excepción.

El frío es otra importante limitación a la hora de realizar actividades fuera de casa. Por miedo a constiparnos o coger la temida gripe, muchas veces aplazamos recados, visitas o salidas, esperando que cese el frío y que la temperatura se vuelva más cálida. Además, el frío y la humedad suelen acrecentar las molestias derivadas de patologías óseas, lo que aumenta la limitación que algunos mayores pueden sentir. No perdamos de vista que los mayores suelen sentir más frío de forma general, además.

Foto cortersía de Dudi López que nos muestra lo bonitas que están algunas calles de Santiago los días de fuertes lluvias.

Con esta fotografía es fácil darse cuenta de que el clima gallego no es el mejor para las personas mayores. ¿Qué pueden hacer para tratar de contrarrestarlo? Pues quizá hay que hacer nuestro el dicho de que al mal tiempo, buena cara. Para empezar, si es viable hay que tratar de hacer ejercicio en casa los días que salir fuera es una odisea. Caminar por el pasillo, hacer bicicleta estática o sencillos ejercicios como los que nos proponen desde Cruz Roja pueden ayudar a mantenernos en forma.

 

Aunque parezca una obviedad, vestir de forma adecuada es fundamental para hacer frente a las inclemencias meteorológicas. Un buen calzado, que no deje pasar el agua y no resbale sobre superficies mojadas, es un gran aliado. Además, si usamos chubasquero o capa de agua en lugar de paraguas evitaremos el efecto del viento sobre el mismo (que puede llegar a hacernos tropezar) y nos dejará las manos libres. Abrigarse correctamente (además del cuerpo, todo aquello que pueda quedar al aire como la cabeza, las orejas, el cuello o las manos) ayudará a disminuir la sensación de frío. Si la persona mayor emplea un bastón, es bueno colocar un apoyo extra en la base para que aumente la sujeción al suelo, disminuyendo el riesgo de resbalones.

Por último, el climas como el nuestro, donde cada año nos enfrentamos con borrascas, ciclogénesis y, en general, un tiempo duro, es importante buscar ocio que se pueda realizar en el interior. Desde apuntarse a un gimnasio (que permitiría realizar ejercicio a cubierto y calentito), a clase de manualidades, actividades de la Universidad o canto y pandereta. Sabemos que tenemos un invierno largo y duro, pues debemos acostumbrarnos a él y adaptarnos para seguir realizando actividades.

Recomendación de enero

Hoy inauguramos una nueva categoría de este blog: recomendaciones. Cada mes me gustaría recomendaros diferentes elementos relacionados con el envejecimiento y la Psicología que nos acerquen, de una manera u otra, al mundo de la ancianidad; la idea es buscar series, artículos, guías, etc., vinculados con el tema que puedan servir como recurso de trabajo o como forma de cambiar nuestra percepción sobre esta etapa de la vida.

En este mes inaugural, las dos recomendaciones que os traigo son:

-“Activando a memoria desde o Museo do Pobo Galego”: El Museo do Pobo Galego ha elaborado una guía de estimulación cognitiva para personas mayores basada en los rasgos propios de nuestra cultura. Se trata de materiales adaptados a los usos y costumbres que permiten realizar una labor de estimulación mucho más afín a un gran porcentaje de población de nuestra comunidad. Es una gran guía, muy útil no sólo para los profesionales del sector, también para familias que quieran aprovechar este recurso. La guía, además de ejercicios, incluye una pequeña explicación de cada capacidad cognitiva, así como una explicación de la utilidad de cada ejercicio. En la página del Museo do Pobo Galego la podéis encontrar y descargar, pues es gratuita.

-“El cuarteto”: El debut como director de Dustin Hoffman es esta maravillosa película que trata sobre una residencia de ancianos en la que conviven grandes músicos retirados. Esta película nos muestra de un modo inteligente y mordaz asuntos anodinos de un centro de mayores, abordando en segundo plano aspectos cruciales como la autoestima en el envejecimiento, el apoyo del grupo de iguales en situaciones comprometidas (como el inicio de una enfermedad degenerativa), las ansias de reconocimiento que durante toda la vida muestra el ser humano, etc. Huyendo del sentimentalismo, el derrotismo o el cinismo, esta película  nos muestra de un modo dulce y agradable otra visión sobre la ancianidad.

Espero que disfrutéis de ambas recomendaciones.

Sistema nervioso y envejecimiento: enlentecimiento

En esta serie de artículos hemos ido desgranando los cambios más llamativos que acontecen en el sistema nervioso y cómo estos cambios tienen repercusión directa en la conducta y la vida de las personas. Desde la pérdida de visión a la falta de sensación de sed, pasando por problemas de audición, existe un amplio abanico de cambios físicos que ocurren por el simple hecho de envejecer.

Uno de los cambios más fácilmente observables con el paso del tiempo, especialmente en población muy anciana, es el enlentecimiento. Entendemos por enlentecimiento motor al aumento del tiempo que precisa una persona para realizar una acción. Algunas circunstancias reversibles (como ciertas medicaciones, algunas drogas, la somnolencia, etc.) aumentan el tiempo que precisamos para realizar una tarea determinada (por ejemplo, vestirse). Sin embargo, el enlentecimiento que ocurre por el paso del tiempo es irreversible y, a medida que envejecemos, más pronunciado.

Este aumento del tiempo necesario para hacer las cosas viene dado por diversos motivos. Por un lado, aumenta el tiempo de reacción, que es el tiempo transcurrido entre que un estímulo sea captado por nuestro organismo hasta que se da la respuesta (por ejemplo, el tiempo que transcurre desde que oímos el timbre de la puerta hasta que nos levantamos para abrir). Además del aumento del tiempo de reacción, se produce un aumento del tiempo de procesamiento; esto es, cuando percibimos un estímulo (en el ejemplo anterior el sonido del timbre) nuestro cerebro tiene que procesarlo hasta saber que se trata del sonido del timbre de la puerta y que debemos levantarnos para ir a abrir. Este proceso automático tarda más cuanto mayores nos hacemos. Otros factores como el estado global de salud, problemas de equilibrio o movilidad, ciertas patologías o medicaciones no hacen más que agravar el hecho en sí.

El enlentecimiento global que se observa en las personas mayores tiene efectos muy marcados y notorios en su día a día; así tareas cotidianas que son básicas en el autocuidado (como lavarse o preparar la comida) llevan más tiempo. Es importante que las personas mayores cuenten con el tiempo que necesitan para poder desarrollar estas tareas de forma autónoma. En algunos casos, las personas cercanas a los ancianos (como familia o cuidadores) realizan estas acciones en su lugar, aun cuando la persona mayor podría hacerlo sin problema, simplemente empleando más tiempo. Muchas veces sucede por deferencia, por tratar de que la persona mayor no se fatigue o trabaje más de lo debido. Es bueno tener consideración con nuestros mayores y no pedirles más esfuerzos de los necesarios. Sin embargo, también es bueno que las personas mayores hagan por ellos mismos actividades, especialmente las que se refieren al autocuidado, con la mayor autonomía posible. Hay que entender que facilitar o supervisar cuando sea necesario alguna de estas actividades no es lo mismo que no dejar margen de actuación. Algunas actividades, como el vestido, pueden tardar bastante más tiempo en completarse por parte de personas mayores, incluso perfectamente autónomas, por diversos motivos (por ejemplo, la aparición de enfermedades reumatológicas que mermen la movilidad). En estos casos, es mucho más positivo darle a la persona mayor el tiempo que necesita o buscar la forma más sencilla para que lo haga por él mismo que tratar de hacer nosotros la actividad en su lugar.

El aspecto en el que el enlentecimiento producido por el envejecimiento puede resultar más problemático es en la calle. La mayoría de las ciudades no están adaptadas a las necesidades de todos sus habitantes, imposibilitando que diversos colectivos puedan transitar por ellas de forma autónoma y segura. Las personas mayores pueden encontrar múltiples obstáculos físicos a la hora de abordar determinadas zonas de casi todas las ciudades, pero es raro que nos demos cuenta en la barrera que supone el tiempo. Los semáforos, por ejemplo, suelen dar un tiempo bastante limitado en el paso a peatones, haciendo que las personas mayores tengan más dificultad en emplearlos. Las acciones cotidianas, como coger un autobús o pagar en el supermercado, muchas veces transcurren en un entorno en el que la presión de tiempo es obvia. Esto hace que los mayores se sientan incómodos en muchas ocasiones en una sociedad que se caracteriza por la rapidez y en la que precisar unos segundos extras parece un pecado capital.

Fórmulas de cortesía en el trato con ancianos

Quizá el título de esta entrada sea un poco extraño, pero hoy me gustaría centrarme en un aspecto sutil del trato que damos desde la sociedad a las personas mayores, en este caso, las formas de cortesía. Esta entrada está pensada para aquellos que tratan en su vida profesional con la tercera edad (desde los médicos geriatras a los gerocultores) aunque espero que sea de interés general.

Algo que siempre me ha llamado la atención es que se empleen términos como «abuelo» referidos a personas que no son de nuestra familia. No, ese señor anciano, por el mero hecho de tener cierta edad no tiene por qué ser abuelo y, desde luego, de serlo lo es de sus nietos, no del primero que pase. Emplear ese término no deja de ser similiar a emplear «tío» o «tía» para referirnos a otra persona ajena a nuestra familia. O sea, una falta de respeto y de educación.

El tuteo tampoco es aconsejable, a no ser que la persona mayor explícitamente nos haya dicho que esa va a ser la fórmula de trato. Hay que tener presente que muchas de las personas que hoy son octogenarias, por ejemplo, trataron a sus propios padres de usted. Y no era porque no les quisieran o porque tuvieran una mala relación, sino porque era el modismo adecuado en sus tiempos. Por tanto, parece un poco extraño que inicialmente se escoja el tuteo para dirigirse a miembros de estas generaciones. Además, emplear el usted no está reñido con mostrar cariño, cercanía, familiaridad, etc. Simplemente es un signo del respeto que deberíamos mostrar a nuestros mayores.

Debemos tener presente que las generaciones que hoy son ancianas fueron educadas de otra manera. En general, dan mucho valor a las formas cotidianas de respeto (ceder el paso en una puerta, ceder el asiento, emplear el gracias y por favor, etc.) En nuestro trato con ellos deberíamos ser especialmente cuidadosos con estos aspectos ya que les hace sentir que son tratados con respeto. No es cuestión de mostrarse servil, sino de ser servicial (algo especialmente importante si estamos en el contexto laboral).

El hecho de que una persona presente un cuadro de demencia, por ejemplo, no implica que podamos o debamos tutearlo o mostrarle menos respeto. La persona sigue siendo anciana, sigue mereciendo un trato respetuoso y agradable. Es importante que adaptemos nuestra forma de comunicarnos con ellos (como ya señalamos en esta entrada), pero manteniendo siempre las formas. Si llamamos abuelo a una persona diagnosticada de alzheimer, por ejemplo, le estamos haciendo un flaco favor ya que podemos llegar a confundirla.

Pese a que lo dicho aquí son casi perogrulladas, creo que todos hemos sido testigos en un momento u otro de un trato excesivamente familiar a algún anciano. Sirvan estas líneas para que reflexionemos sobre ello y para tratar de corregirlo.

Paternalismo y ancianidad

En esta sección ya hemos abordado  el tema de la discriminación, abuso y maltrato a ancianos. Estas conductas, aunque todavía no cuentan con toda la visibilidad que merecen, son reprobadas socialmente, por ser percibidas como lesivas para la persona (tanto a nivel físico como psicológico). Sin embargo, está extendida la costumbre de tratar con paternalismo a las personas mayores, sin apreciarse el menoscabo a la autoestima del anciano que resulta de esta actitud. En muchas ocasiones, esta conducta nace comparando a las personas mayores con niños; algo totalmente falso y perverso. Los ancianos no son como niños; mientras que estos últimos están empezando a desarrollarse, no han conseguido alcanzar hitos evolutivos y todavía ensayan lo que será su futura personalidad, inteligencia y conducta adulta, las personas mayores se encuentran en el punto más alto del desarrollo y la diferenciación. Las personas mayores muestran una mayor inteligencia verbal que los adultos jóvenes, mayor capacidad para imaginar hipotéticos y resolver verdades encontradas, una mayor capacidad para resolver dilemas sociales, etc.

Cuando comparamos a un anciano con un niño negamos su capacidad de decisión, su libertad, negamos que sea adulto y que pueda tomar sus propias decisiones. En estos casos, solemos adoptar posturas paternalistas, en las que tomamos decisiones por las personas ancianas como si ellas no fueran capaces de hacerlo, no supieran o, incluso, no debieran.

Este paternalismo puede afectar a muchos ámbitos de la vida. Es frecuente observar como personas mayores sufren abusos económicos por parte de su propia familia; por ejemplo, no dejándoles disponer libremente de sus bienes y dinero, presionándoles para beneficio de terceros, muchas veces en contra de sus deseos. En estos casos, la familia decide por la persona mayor sobre la venta de pisos, vivir en una residencia o en el domicilio, cómo se invierten ahorros, etc.

Este trato paternalista nace de asumir, explícita o tácitamente, que la vejez está asociada inamoviblemente a un deterior cognitivo severo; asumir que todas las personas mayores, por el mero hecho de tener una edad, son menos capaces intelectualmente y que, por ello, necesitan una especie de tutelaje. Por tanto, esta conducta resulta sibilinamente maliciosa, ya que en la mayoría de las ocasiones, las personas que las muestran piensan que “están haciendo lo mejor”, velando por los intereses del anciano, aunque no concuerde con sus deseos. El obvio problema es que la mayoría de las personas mayores no están incapacitadas intelectualmente ni tan siquiera sufren deterioro. Habrá quién precise ayuda en aspectos concretos (como puede ser el uso de nuevas tecnologías) pero al igual que otros colectivos. El hecho de dar por supuesto que por tener una determinada edad una persona necesita un tutelaje absoluto, que no puede disponer de sus bienes y tiempo a su antojo, que no saben qué les conviene, es un menoscabo a su libertad, es mostrar ideas preconcebidas y erróneas sobre la vejez y las personas mayores y supone un grave menoscabo de la integridad psicológica del otro; al fin y al cabo, se infantiliza a todo un colectivo.

Las personas mayores no son como niños. Deben decidir por sí mismos qué es lo que quieren hacer con su dinero, su tiempo, sus relaciones sociales y sexuales (el sexo en la tercera edad, un gran tabú), como cualquier otro adulto. Por supuesto, podrán equivocarse, eligiendo algo que no les conviene o errando en sus actuaciones, al igual que nos pasa al resto de adultos, pero no por cometer errores deberán ser privados de su libertad para organizar su vida como les plazca.

Sistema nervioso y envejecimiento: la sed

Este es el cuarto artículo de la serie que pretende explicar los cambios que ocurren por el mero hecho de envejecer en el sistema nervioso. Hasta ahora hemos hablado del envejecimiento de los sentidos que más cambios sufren con el paso del tiempo (el oído, el equilibrio, la vista, el gusto y el olfato) y de cómo estos cambios pueden influir en el día a día de las personas mayores (y no tan mayores), pero no solo los sentidos se trasforman a causa del paso del tiempo. El propio cerebro sufre cambios que conllevan que algunos aspectos cotidianos se vean modificados. Obviamente, no todos los cambios se producen igual en todas las personas. Como siempre se repite en este blog, es muy importante tener en cuenta que cada ser humano envejece de una forma diferente. Aun con todo, sí se pueden observar ciertos patrones comunes. En este artículo vamos a abordar un problema extendido en las personas mayores como es la falta de sensación de sed y los problemas de deshidratación. Muchas personas mayores, así como los profesionales que tratan con ellos y cuidadores familiares, expresan su preocupación debido al hecho de que, en general, los ancianos no tienen sed y no quieren beber.

vaso

Algunas patologías que pueden estar presentes en la edad mayor (como la diabetes) o ciertas medicaciones hacen que sea especialmente importante vigilar algo que parece tan sencillo como beber la cantidad de agua necesaria; además, no se puede olvidar que personas mayores, debido al propio envejecimiento del sistema nervioso central, tienen atenuada la sensación de sed. Eso significa que, aunque su cuerpo precise agua, no se van a procesar correctamente las señales y, por tanto, la persona no sentirá la necesidad de beber. En temporadas de mucho calor, como es el verano, es común escuchar recomendaciones sobre la correcta hidratación de las personas mayores. Es importante que todos los ancianos (especialmente aquellos que no precisan de una supervisión ni apoyo) tomen conciencia de la cantidad de líquidos que se precisan al día y que, aunque no sientan especial gana de beber, traten de ingerir las dosis adecuadas.

Es importante tener en cuenta que algo que parece tan superfluo como mantener un buen nivel de hidratación es realmente importante para el correcto funcionamiento de nuestro cuerpo, siendo de crucial importancia en aspectos tan diversos como el buen funcionamiento de la memoria o mantener a raya el estreñimiento, por ejemplo. El agua forma parte de nosotros y conseguir mantener un buen equilibro entre la que se expulsa y la que se ingiere es crucial para que todo nuestro cuerpo funcione correctamente. Generalmente, pensamos que solo mediante la orina y el sudor eliminamos agua, sin embargo, otras acciones (como respirar, salivar, sangrar, lagrimar, etc.) conllevan una disminución del nivel de agua disponible en el cuerpo.

Debemos tener presente que hay muchas formas de ingerir el agua necesaria para mantener la homeostasis. Los caldos (siempre que no contengan altos niveles de sal), zumos naturales, leche, frutas, etc. también contienen agua que contribuye a hidratarnos; además es importante saber que las bebidas azucaradas no solo no calman la sed, sino que aumentan la necesidad de agua en nuestro organismo.

No solo es importante tomar líquidos con frecuencia, también lo es hacerlo antes de tener sed. En muchas personas mayores, cuando aparece esta sensación, ya está presente un cuadro de deshidratación leve. Por eso conviene tener una rutina en que la ingesta de agua se haga de forma regular, y hacerlo no solo durante las comidas, también entre horas.

Es especialmente importante prestar atención a aquellas personas mayores que padecen algún tipo de demencia. En muchas ocasiones, la sensación de sed está incluso más mermada que en el resto de población mayor pudiendo ocurrir que, al preguntarle si quiere beber, conteste no, sin ser realmente cierto (puede que no entienda la pregunta, que no sepa expresar la respuesta, etc.). En estos casos, es importante buscar la forma de satisfacer las necesidades de la persona sin esperar a que lo manifieste, ofreciéndole bebida en lugar de preguntarle si quiere beber, ayudándonos de frutas jugosas (como el melón o la sandía) o, en casos en que la ingesta de líquidos se vea muy dificultada por la reticencia del mayor, ayudándonos de gelatinas con sabor.

Aunque estas recomendaciones se hacen sobre todo en verano cuando hace mucho calor, durante todo el año se deberían seguir pautas adecuadas para mantener una correcta hidratación que ayude a nuestro cuerpo a mantener el equilibrio que necesita.