Sistema nervioso y envejecimiento: el hambre

En artículos anteriores se ha abordado el tema de cómo el sistema nervioso se va modificando con el paso del tiempo y cómo estos cambios suponen modificaciones en los hábitos y comportamientos de las personas. Así, hechos como contar con un menor oído o no percibir correctamente las señales de sed, son ejemplos de una amplia serie de cambios que debemos conocer con el objetivo de minimizar el impacto que tienen sobre nuestro día a día, adaptarnos lo mejor posible a ellos (incluso compensarlos mediante ayudas externas) y comprender mejor cómo es el universo de las personas mayores.

Ya hablamos en un artículo anterior de cómo el envejecimiento del sentido del gusto y del olfato tiene consecuencias directas en la vida de las personas, especialmente en el caso de la comida. En este artículo se pretende profundizar un poco más en este aspecto, observando qué ocurre con la sensación de hambre y de saciación (la sensación de estar llenos, de haber ingerido suficiente comida y no querer comer más) en función del envejecimiento.

En general, conforme las personas envejecen, especialmente en aquellas que consideramos muy ancianas, se produce un estado de anorexia, esto es, falta de apetito (no confundir con anorexia nerviosa, considerada una enfermedad psiquiátrica). Es decir, conforme las personas se hacen más mayores tienden a mostrar un menor apetito. Este hecho se debe a múltiples motivos, siendo de especial importancia algunos aspectos metabólicos y fisiológicos, como es el envejecimiento de las áreas cerebrales que controlan la sensación de hambre y de saciedad. Estas áreas cerebrales son las encargadas de procesar las señales que les llegan de otras partes del cuerpo (como el sistema digestivo) para hacer sentir a la persona que tiene hambre y debe comer o que ya ha comido suficiente y no debe comer más. Si estas áreas sufren algún tipo de lesión, se encuentran afectadas por alguna patología o medicación, o se modifican por el paso del tiempo, se observarán cambios en las conductas alimentarias de las personas.

En muchas ocasiones, se observa que las personas muy ancianas tienden a disminuir su peso, así como la cantidad de tejido graso en su cuerpo. Aunque esto no siempre ocurre, ya que aunque la persona ingiera poca comida, puede mantener el peso a causa de no hacer ejercicio. Además, si a este proceso de falta de apetito se unen otros factores (de los que ya hemos hablado) como problemas de olfato o de gusto, el resultado es que cada vez comen menos. Es importante tratar de que las personas mayores coman de una forma equilibrada (comer bien no significa comer mucho; sino comer todo aquello que el cuerpo necesita en las cantidades apropiadas para estar sano), siguiendo todas las recomendaciones que les pauten los profesionales sanitarios.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que, en nuestra cultura,  el acto de comer es un acto social; disfrutamos más compartiendo la comida con otros. En personas ancianas que viven solas, puede ocurrir que disminuyan la frecuencia con la que cocinan por diversos motivos (el hecho de comer solo, lo desmotivante de cocinar para uno, etc.). Así, no es extraño que se sustituyan las comidas principales (comida y cena) por alimentos como leche con galletas, pan con algo de embutido, etc. Este tipo de conductas resultan peligrosas ya que la persona, pese a mantener un peso estable, puede estar ingiriendo menos nutrientes de los que precisa (o ingiriéndolos de manera descompensada) fomentando así problemas de salud de diversa gravedad, como puede ser la anemia o la diabetes. Es importante que las personas mayores cuenten con un buen soporte a la hora de conocer qué alimentos deben comer con más frecuencia y qué preparaciones son más adecuadas para ellos. Algunas ideas que pueden ayudar cuando hay poca hambre es tratar de comer alimentos más energéticos (como son las legumbres) en lugar de otros que aportan menos energía y nutrientes (como caldos limpios de verdura). Además, se pueden enriquecer las comidas mezclando alimentos (por ejemplo, echándole un poco de yogur a la fruta). En cualquier caso, es importante asesorarse con profesionales de la salud que puedan estudiar cada caso de forma individualizada y proponer la dieta más recomendable para cada persona.

Aunque eso sea común no significa que ocurra siempre. Hay personas mayores que muestran más apetito e incluso ganan peso. Eso puede deberse a múltiples factores (por ejemplo, tener más tiempo para comer tras la jubilación; estar más tranquilos, sin «nudos en el estómago»; llevar una dieta más calórica por elegir otros alimentos, etc.). Además, el envejecimiento de las áreas cerebrales responsables de la sensación de saciedad puede dar como resultado que la persona nunca se sienta llena o saciada, teniendo siempre apetito.

Otro colectivo que merece especial atención es el de las personas mayores que padecen deterioro cognitivo o demencia. En estas circunstancias, algunas personas también presentan problemas de falta de apetito, mientras que otras muestran justo lo contrario, un aumento sustancial de las ganas de comer. Esto puede deberse a múltiples motivos, siendo remarcables el hecho de que la persona muestre una menor sensación de saciedad (no procese correctamente las señales de que ya ha comido bastante) así como el hecho de que no recuerde haber comido. En este tipo de pacientes no es raro escuchar quejas sobre que no les dan de comer, ver como esconden comida o como se pasan todo el día picando. En estas situaciones hay que tener cuidado con que la persona no ingiera demasiada comida (especialmente alimentos muy dulces o salados), siendo el cuidador el resposable de velar por que la dieta sea apropiada.