Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez

En una fecha como la de hoy no podemos dejar pasar la oportunidad de volver a tocar un tema tan delicado, espinoso e incluso desconocido como el maltrato a las personas mayores.

Uno de los principales problemas que nos encontramos para abordar este serio problema es el silencio. El silencio de las víctimas, ya que muchas veces la agresión viene por parte de alguien de su entorno, y el silencio de los profesionales que puedan atender de diversa forma al anciano y que en muchos casos no están formados ni cuentan con las herramientas necesarias para dar respuesta a estas situaciones.

Es difícil dar una definición precisa del qué es el maltrato a personas mayores; podemos decir que son aspectos que se engloban en tres apartados: a) el abandono, desamparado, exclusión social o aislamiento; b) la violación de los derechos legales fundamentales y de la salud; c) la privación de la toma de decisiones, gestión económica y respeto a su autonomía como adultos.

En el primer apartado, en muchos casos entran conductas realizadas desde la negligencia, pero sin un ánimo real de dañar al mayor, más bien desde el pasotismo. En el segundo apartado sí que entrarían figuras dolosas como la agresión física o psicológica, la agresión sexual, etc. Y en el último, posiblemente los dos más comunes (y digo posiblemente porque no contamos con muchos estudios de prevalencia e incidencia del maltrato, con lo que es compliejo realizar afirmaciones categóricas): el paternalismo y el abuso económico. Este último se observa cuando familiares o cuidadores del anciano deciden por él en qué invertir su dinero, sin tener en cuenta su voluntad. En algunos casos, directamente es una apropiación de los bienes del mayor. El paternalismo es algo común, incluso entre los profesionales que nos dedicamos a la geriatría o gerontología en cualquiera de sus ramas, ya que es habitual ver como se infantiliza a adultos mayores, tratándolos como incapaces aunque su estado mental sea óptimo. Decidimos por ellos qué tratamiento deben tomar sin tener en cuenta su opinión, decidimos por ellos a qué centro de día deben acudir (incluso cuando no deseen acudir a ninguno), decidimos por ellos qué estilo de vida deben llevar… Este tipo de maltrato es muy sibilino, difícil de detectar, pues a menudo nace de la mejor de las intenciones. Por ello, todos debemos reflexionar sobre cómo es nuestro trato con los mayores que nos rodean.

Paternalismo y ancianidad

En esta sección ya hemos abordado  el tema de la discriminación, abuso y maltrato a ancianos. Estas conductas, aunque todavía no cuentan con toda la visibilidad que merecen, son reprobadas socialmente, por ser percibidas como lesivas para la persona (tanto a nivel físico como psicológico). Sin embargo, está extendida la costumbre de tratar con paternalismo a las personas mayores, sin apreciarse el menoscabo a la autoestima del anciano que resulta de esta actitud. En muchas ocasiones, esta conducta nace comparando a las personas mayores con niños; algo totalmente falso y perverso. Los ancianos no son como niños; mientras que estos últimos están empezando a desarrollarse, no han conseguido alcanzar hitos evolutivos y todavía ensayan lo que será su futura personalidad, inteligencia y conducta adulta, las personas mayores se encuentran en el punto más alto del desarrollo y la diferenciación. Las personas mayores muestran una mayor inteligencia verbal que los adultos jóvenes, mayor capacidad para imaginar hipotéticos y resolver verdades encontradas, una mayor capacidad para resolver dilemas sociales, etc.

Cuando comparamos a un anciano con un niño negamos su capacidad de decisión, su libertad, negamos que sea adulto y que pueda tomar sus propias decisiones. En estos casos, solemos adoptar posturas paternalistas, en las que tomamos decisiones por las personas ancianas como si ellas no fueran capaces de hacerlo, no supieran o, incluso, no debieran.

Este paternalismo puede afectar a muchos ámbitos de la vida. Es frecuente observar como personas mayores sufren abusos económicos por parte de su propia familia; por ejemplo, no dejándoles disponer libremente de sus bienes y dinero, presionándoles para beneficio de terceros, muchas veces en contra de sus deseos. En estos casos, la familia decide por la persona mayor sobre la venta de pisos, vivir en una residencia o en el domicilio, cómo se invierten ahorros, etc.

Este trato paternalista nace de asumir, explícita o tácitamente, que la vejez está asociada inamoviblemente a un deterior cognitivo severo; asumir que todas las personas mayores, por el mero hecho de tener una edad, son menos capaces intelectualmente y que, por ello, necesitan una especie de tutelaje. Por tanto, esta conducta resulta sibilinamente maliciosa, ya que en la mayoría de las ocasiones, las personas que las muestran piensan que “están haciendo lo mejor”, velando por los intereses del anciano, aunque no concuerde con sus deseos. El obvio problema es que la mayoría de las personas mayores no están incapacitadas intelectualmente ni tan siquiera sufren deterioro. Habrá quién precise ayuda en aspectos concretos (como puede ser el uso de nuevas tecnologías) pero al igual que otros colectivos. El hecho de dar por supuesto que por tener una determinada edad una persona necesita un tutelaje absoluto, que no puede disponer de sus bienes y tiempo a su antojo, que no saben qué les conviene, es un menoscabo a su libertad, es mostrar ideas preconcebidas y erróneas sobre la vejez y las personas mayores y supone un grave menoscabo de la integridad psicológica del otro; al fin y al cabo, se infantiliza a todo un colectivo.

Las personas mayores no son como niños. Deben decidir por sí mismos qué es lo que quieren hacer con su dinero, su tiempo, sus relaciones sociales y sexuales (el sexo en la tercera edad, un gran tabú), como cualquier otro adulto. Por supuesto, podrán equivocarse, eligiendo algo que no les conviene o errando en sus actuaciones, al igual que nos pasa al resto de adultos, pero no por cometer errores deberán ser privados de su libertad para organizar su vida como les plazca.