Cómo hablar con los niños de la demencia

En el artículo de hoy se aborda cómo hablar con niños pequeños sobre los problemas cognitivos que puedan sufrir miembros de la familia, normalmente los abuelos. Es una cuestión que debemos tratar siempre que se presente una situación de demencia y haya un menor en la familia, ya que el niño puede no entender muy bien qué está ocurriendo, frustrarse, tener miedo, etc. y esto va a repercutir negativamente en la persona que está sufriendo la enfermedad.

Creo que es importante que nos pongamos en la piel del niño por un momento para tratar de comprender qué dudas o qué situaciones le pueden resultar extrañas. Por ejemplo, cuando los niños son pequeños y les estamos enseñando a comer adecuadamente, solemos insistir en que no se puede hablar con la boca llena o coger la comida con las manos. Sin embargo, puede ocurrir que la persona afectada de demencia comience a necesitar comer con las manos (como modo de mantener su autonomía) o no recuerde algunas de las normas básicas en la mesa. Para el niño puede resultar difícil entender por qué el no puede llevar a cabo estas conductas mientras que el adulto sí. Además, puede que la persona aquejada de demencia comience a mostrar comportamientos extraños o desorganizados (desde vestirse de forma incorrecta a alucinar o delirar, hablar solo, verbalizar cosas extrañas, etc.) lo que puede asustar al niño y hacer que termine sintiendo miedo de esa persona al no entender lo que sucede.

También deberíamos ponernos en la piel del paciente de demencia para entender por qué en algunas ocasiones comienzan a sentirse inquietos o molestos en la presencia de niños, aun cuando antes tuvieran una relación magnífica con ellos. Los niños, dada su naturaliza, suelen ser más ruidosos y movidos que los adultos, lo que puede molestar y alterar mucho a un paciente de demencia. Además, pueden repetir insistentemente preguntas para las que el paciente no tiene respuesta o incluso hacer correcciones de un modo brusco que pueda enfurecer o entristecer al enfermo.

Teniendo estas dos consideraciones presentes, se hace más obvia la necesidad de abordar este problema con los niños para que puedan entender lo que ocurre e, incluso, ayudar al mayor a que su día a día resulte más agradable.

Para abordar este tema con el niño, en primer lugar, deberemos tener en cuenta el nivel de comprensión que presenta. No es lo mismo un niño de 5 años que uno de 12. La información debe de ser dada de un modo que sea comprensible y asequible para el menor, pero sin dar por supuesto que es demasiado compleja para que la llegue a entender o creer que le protegemos si no le decimos la verdad. Por otro lado, es mejor explicar la situación poniendo ejemplos que de modo abstracto. En lugar de decirle al niño que el abuelo comienza a tener fallos de memoria es mejor ponerle ejemplos “¿te das cuenta de que el abuelo a veces no se acuerda muy bien de nuestros nombres?”, así la situación es más fácil de asimilar para el menor. Es importante que le demos alternativas a su conducta; es decir, si queremos que el niño deje de hacer preguntas insistentemente al anciano, es mejor que le digamos que él le cuente cosas “explícale a la abuela qué has hecho hoy en el cole”.  Es importante que le expliquemos al menor por qué no debe realizar preguntas al paciente cuando no sabe responder y por qué no debe quejarse si el anciano repite mucho ciertas historias. Resulta muy positivo encontrar actividades que tanto el anciano como el niño puedan desarrollar conjuntamente (como manualidades, lectura, tareas sencillas del hogar, etc.). Esto ayudará a fortalecer el vínculo entre ambos y que el tiempo que pasen juntos sea de carácter más lúdico.

Obviamente, no existe una fórmula universal e infalible para abordar esta problemática, pero es importante hacerlo cuando el problema surge para evitar que tanto el paciente como el menor pasen malos ratos.

El tratamiento de los profesionales a las personas mayores

Hoy me gustaría ahondar en un tema que ya fue abordado (se puede leer pulsando aquí), aunque desde otra perspectiva, sobre el modo correcto de emplear las fórmulas de cortesía con los mayores; especialmente por parte de los profesionales que damos servicios a este grupo de edad. Una consideración importante que debemos tener presente es el trato que les ofrecemos. Aunque nuestra función sea prestar diversos servicios (fisioterapia, podología, servicios médicos, servicios psicológicos, cuidadores profesionales, etc.), no debemos olvidar nunca que el trato con el que los llevamos a cabo repercute en la calidad de los mismos, así como en otros aspectos como la autoestima de las personas que los reciben. En este caso, me gustaría centrarme en el lenguaje más apropiado para nuestra comunicación con este colectivo.

Se hace necesaria una reflexión: no podemos perder de vista que la generación de nonagenarios, octogenarios e incluso septuagenarios actuales trataron de usted a miembros de su familia, como padres, abuelos, tíos, etc. Y no por ello la relación era fría o distante, ni carente de afecto. Simplemente era una forma de mostrar respeto. Por tanto, a las personas que hoy conforman ese grupo de edad el usted no les resulta tan ajeno como a las generaciones más jóvenes; todo lo contrario, les suele resultar extraño que un desconocido o alguien mucho más joven les tutee si no hay una relación previa o si ellos explícitamente no han solicitado ese trato. Es un error, bastante grave, tutear a un anciano con el que no tenemos confianza si explícitamente no nos lo ha pedido. Es muy fácil que lo vea como una falta de respeto o un exceso de confianza por nuestra parte. Ya he observado varias veces como alguien joven, normalmente con su mejor intención, tutea a un anciano y este le responde de usted riguroso, quizá como una forma sutil pero contundente de mostrar su desacuerdo con la fórmula empleada. Aunque la persona mayor nos tutee, no debemos hacerlo recíprocamente si no nos ha invitado a ello. No por emplear el usted estamos siendo fríos o distantes, todo lo contrario. Estamos siendo respetuosos.

Por supuesto, apelativos como abuelo, chaval, campeón, guapetona, etc. están absolutamente fuera de lugar si no existe un gran vínculo con esa persona y hemos llegado a un nivel de confianza tal que nos permita jugar con un lenguaje coloquial y amistoso. De lo contrario, está más cercano a la burla que al cariño y es una falta de respeto impropia de alguien que quiera ser considerado un profesional del sector.

No resulta en absoluto aconsejable decir palabrotas delante de personas mayores. La mayoría de ellos no las usa o lo hace rara vez. Y aunque el mayor lo haga, los trabajadores deberían mantener una línea comunicativa profesional, empleando un lenguaje lo más cuidado posible. No es cuestión de ser remilgado, es que en lugar de decir “esto es una mierda” perfectamente podemos decir “esto está fatal”. Además, un lenguaje brusco puede intimidar a determinadas personas, especialmente si están alterados anímicamente o presentan un cuadro degenerativo.

Resulta recomendable evitar el argot, palabras que son comunes en una generación, pero no en otras. Mola, full, a tope, tío, etc. si bien no son palabrotas son palabras que pueden resultar poco profesionales e incluso complicar la comunicación con personas que no comparten ese vocabulario (lo que para la generación más joven mola, para la más mayor era canelita en rama).

Espero que estos consejos os ayuden en vuestro trato diario con las personas mayores.

La importancia de las gafas y los audífonos

Como hemos señalado en otras ocasiones (podéis acceder aquí y aquí), el proceso de envejecimiento afecta a nuestros órganos de los sentidos. Eso se traduce en que con la edad es normal que las personas presenten presbiacusia (disminución de la audición) y presbicia (disminución de la vista). Estos cambios son benignos, es decir, acontecen por el mero hecho de envejecer y, en un principio, no son síntomas de la aparición de algún problema de salud.
A día de hoy contamos con métodos que pueden reducir el impacto de estos dos fenómenos en la vida de las personas. Por un lado, algo tan sencillo como unas gafas permiten corregir esa presbicia de la que se hablaba permitiendo a la persona gozar de una mejor capacidad de ver. Por otro lado, los audífonos son instrumentos útiles para reducir el impacto de la audición deficiente en la vida de las personas.
De todos modos, no es extraño que las personas mayores rechacen estos sistemas compensatorios; las razones son variadas. En algunas ocasiones es el precio (muy elevado) de estas medidas lo que impide que la persona pueda emplearlos. Hay que tener presente que unos audífonos cuestan varios miles de euros y no todas las personas pueden hacer frente a ese gasto por muy necesario para salud que sea. En otras ocasiones, las personas mayores rechazan tanto las gafas como los audífonos por «presumir» ya que sienten que les avejentan, les «echan años encima» o visualizan y hacen patente su problema. En otros casos, se trata de falta de información o interés, una postura que se puede resumir en «total, para lo que hay que ver/oír».

Sin embargo, es fundamental hacer un uso adecuado de estos sistemas. La falta de visión y audición pueden acelerar la aparición de problemas cognitivos (como la demencia) ya que la persona está aislada del mundo, interactua menos con él, no realiza actividades que sean estimulantes para su mente. Además, este aislamiento también se traduce en efectos negativos en el ámbito social especialmente cuando el oído presenta deficiencias. Es común ver como personas mayores con presbiacusia dejan de participar en conversaciones familiares porque tienen muchos problemas para seguirlas; les cuesta entender cuando varias personas hablan a la vez, es difícil entender lo que otros dicen, incluso son objeto de burla por los errores derivados de esta falta de audición.

Por todo ello, es fundamental que cualquier persona, a cualquier edad, cuide su visión y su audición como modo de mantener su mente en contacto con el mundo, mantener activo su cerebro, conservar sus relaciones sociales y autodesarrollarse de un modo satisfactorio.

Ayudas a la marcha

Como hemos señalado en otras ocasiones, el envejecimiento tiene un impacto sobre la movilidad de las personas (podéis encontrar más información aquí, aquí, aquí o aquí). En general, se señala que los cambios en el equilibrio, la agilidad, la capacidad de corregir movimientos y el enlentecimiento pueden estar detrás de muchos tropezones y caídas que sufren las personas mayores.

Es importante señalar que no todos los mayores sufren estos cambios con la edad, ya que el envejecimiento se manifiesta de forma diferente en cada persona. Aun con todo, es común que alguno de los cambios mencionados haga su presencia conforme avanza la edad. Es importante consultar siempre al médico quien podrá decirnos si estamos ante cambios benignos (es decir, esperables y que no implican ninguna enfermedad) o bien si estos cambios parecen indicar la aparición de una patología (por ejemplo, de tipo parkinsoniano). Es el médico quien podrá pautar medicación en caso de que estemos ante una enfermedad.

Ahora bien, aun cuando este enlentecimiento, cambios en el equilibrio, falta de agilidad, etc. vienen por un envejecimiento normal, no hay que pensar que la situación es irremediable. Siempre se puede trabajar para mejorar la marcha (es decir, para mejorar la capacidad de andar). Cada vez más centros (tanto públicos como de iniciativa privada) ofrecen cursos de gimnasia para mayores. Lógicamente el realizar ejercicio físico es recomendable a cualquier edad, y en el caso que nos ocupa puede ayudar a mejorar la situación previniendo así los posibles accidentes.

Además, otras medidas como los instrumentos que se emplean para ayudar a la marcha (bastones, muletas, andadores, etc.) pueden ser adecuados en ciertas ocasiones (siempre que los recomiende un especialista). Estos sistemas ayudarán a que la personas tenga un mayor equilibrio y estabilidad, ayudándole a caminar con mayor seguridad y con menor riesgo de caída. El principal problema que solemos encontrar con estas medidas es el rechazo que muestras muchas personas a usarlas. En muchos casos es porque les hace sentir mayores y evidencian el problema que tienen, lo que les lleva a sentirse mal. Es lógico que aparezcan estas emociones pero hay que tener en cuenta que peor es una caída que implique un golpetazo (con todo lo que puede conllevar a ciertas edades). Para trampear un poco la situación algunos mayores usan lo que a su entender son soluciones de compromiso: paraguas, varas, etc. Esto es totalmente desaconsejable por varios motivos. En primer lugar, estos utensilios no tienen como función ayudar a la marcha, lo que implica que su forma, su empuñadura y la zona de apoyo no están preparados para este fin. Un paraguas está pensado para resguardarnos de la lluvia no para que apoyemos todo nuestro peso en él al subir una cuesta, por ejemplo. La forma del mango no es ergonómica, su longitud no está adecuada a la altura de la persona y la zona donde apoya en el suelo no se realiza en un material antideslizante. Emplear este tipo de utensilios en lugar de unos específicos a tal fin es comprar boletos para una caída.

Por todo esto, es absolutamente imprescindible emplear material apropiado, resistente, ergonómico, que se ajuste a las medidas y necesidades de la persona que lo va a usar.

Curiosamente en otros países, como Holanda, es muy habitual ver a personas mayores que mantienen un muy buen estado físico ayudándose de andadores con cestillo y banco (muy útiles ya que permiten guardar objetos como le bolso o la compra en el cesto y al contar con un asiento la persona siempre podrá descansar aun cuando no haya bancos en la calle), muletas, bastones, etc. Se entienden como medidas que ayudan a la vida diaria (como unas gafas o un audífono). Es hora de que poco a poco vayamos incorporando estas medidas de ayuda en la vida de nuestros mayores ya que les ayudará a ganar independencia y seguridad.

La importancia de los controles médicos

La medicina moderna ya no sólo se basa en curar las enfermedades que podemos desarrollar. Actualmente, se destinan muchos medios a la prevención y al diagnóstico precoz. La prevención parece inspirarse en ese viejo dicho “más vale prevenir que curar” y su objetivo es procurar que los ciudadanos cuenten con buenos hábitos que eviten el desarrollo de patologías relacionadas. Por ejemplo, si la gente no fuma reduce significativamente la posibilidad de desarrollar cáncer de pulmón (por desgracia, nunca se podrá prevenir al 100%).

No siempre es viable la prevención de la aparición de diferentes patologías ya que, en muchas de ellas si bien influyen nuestros hábitos, también hay que tener en cuenta el peso de la genética. Por ello, se habla del diagnóstico precoz. Este término hace referencia a procurar detectar enfermedades que ya tenemos incluso antes de que presenten síntomas, disminuyendo de esta forma la posibilidad de que sean mortales o altamente incapacitantes.

Uno de los hábitos que debemos incluir en nuestra rutina para cuidar nuestra salud son los controles médicos periódicos (esta periodicidad nos la indicará nuestro médico). La idea es que cada X tiempo nos hagan un chequeo para comprobar que no tenemos ningún problema de salud.

No es raro que se acuse a las personas mayores de ser muy asiduas al médico, de gustarles mucho ir a que los miren. Sin embargo, esa apreciación es errónea. Sí que podemos encontrar una gran afluencia de público mayor en las consultas médicas, pero no hay que olvidar que la ancianidad es una edad frágil en la que ciertas patologías tienen mayor incidencia. Además, al haber sufrido las pirámides poblacionales cambios (habiendo más gente anciana) el resultado es el que observamos. Sin embargo, no es raro encontrar ancianos que nunca han acudido al médico. Y nunca es nunca. Desde mujeres mayores que dieron a luz en sus casas y que nunca han realizado consulta a alguna, a señores que han tenido una salud de hierro y, por tanto, no sintieron la necesidad de acudir al médico ni tan siquiera a realizarse una revisión. Y al no tener ese hábito ahora les cuesta adquirirlo. Lo mismo ocurre con aquellas personas que han gozado de una gran salud y que en la ancianidad precisan algún tipo de medicación, no es raro observar reticencias en su toma, protestas por ello, etc.  Es importante que todos los profesionales sanitarios tratemos de inculcar buenos hábitos en la sociedad y los que trabajamos con mayores tenemos una mayor responsabilidad ya que estamos tratando de cambios relativamente recientes y que ellos no conocieron en su juventud (es más, la sanidad no era ni gratuita ni universal en su juventud).

Explicarles a las personas mayores el por qué es necesario hacer esos reconocimientos y explicar cómo pueden ayudar a su salud, suele ser la mejor manera de convencerlos para que los realicen, igual que explicar pormenorizadamente, pero empleando un lenguaje sencillo, para qué sirven las medicinas que tienen prescritas, así como qué ocurriría si no las tomaran, ayuda a aumentar a adherencia al tratamiento.

Dado que la ancianidad es un periodo frágil de la vida, el realizar los controles y las visitas médicas pautadas se torna de especial importancia. Con ello podremos conseguir prevenir ciertos problemas así como aumentar las posibilidades de éxito terapéutico si ya están presentes determinadas enfermedades.

Amas de casa y jubilación

Como todos sabemos, las amas de casa no cotizan por la labor (ardua, cansina, ingrata y nunca pagada) que realizan por la familia. Este hecho implica que, al llegar a la edad de jubilación (los 67 en nuestro país), no tengan derecho al cobro de una pensión contributiva por las labores desarrolladas. En todo caso, optan a la prestación no contributiva. Más allá de los problemas de dependencia económica y de baja renta (que no son moco de pavo) hoy me gustaría centrarme en otro aspecto: el cese real del trabajo realizado.

A nadie se le ocurriría pedirle a un carpintero de 90 años que siga trabajando. Nadie vería lógico que un cirujano opere pasados los 80. Trataríamos de cruel, tirano a quien dijese que hay que seguir trabajando hasta el día de la muerte. Sin embargo, aceptamos de bastante buen grado que una mujer mayor continúe al frente de la casa inlcuso en la ancianidad avanzada. Y, ojo, no confundamos el autocuidado, el estar activo, el realizar pequeñas tareas que nos mantienen ocupados, distraídos y a pleno rendimiento con limpiar los azulejos de la cocina o continuar cuidando de otros que presenten una dependencia (aun en situaciones en los que la mujer claramente comienza a necesitar ayuda); en definitiva, cargar con todo el peso de las tareas domésticas y del cuidado del núcleo familiar. Que una cosa es hacer una comida especial para toda la familia en una fecha señalada y otra dar de comer a diario a toda la familia (con el trabajo que ello conlleva de avituallamiento, limpieza, preparación, etc.).

Aceptamos de un modo bastante sibilino que las mujeres mayores sigan a pleno rendimiento. Aun cuando es a costa de su salud y cuando realmente no las hace felices ni las satisface. Hay mujeres que disfrutan mucho de ello, que seguir al frente de su casa aun en la edad mayor les demuestra lo estupendas que están y en esos casos, poco hay que decir, salvo desear que continúe por muchos años. El problema está en aquellas mujeres que están hartas. Que llevan más años de los que pueden contar realizando labores que realmente no les agradan solo porque se presuponía que eran ellas quienes debían hacerlas. Criadas para ser las asistentas domésticas de la familia, para anteponer las necesidades de todos a las suyas, para sacrificarse por los demás. Porque ellas importaban en tanto en cuanto eran la fuerza de trabajo dentro del hogar. Y algunas llegan a la ancianidad y están muy hartas, muy aburridas. Les cuesta decirlo tal cual, pero en consulta, después de indagar un poco, es fácil ver cómo realizar las tareas domésticas les quita tiempo (porque con la edad, además, cada vez cuesta más tiempo realizar la misma tarea) para otras cosas que sí las hace felices (desde pasear con las amigas a apuntarse a actividades que las complacen).

Dado el cambio social que hemos vivido en los últimos 50 años, esta situación debería ir revirtiendo ya que las mujeres se incorporaron al mercado laboral, cotizaron y tienen derecho a su pensión. ¿Cuál es el problema? Que la mujer empezó a trabajar el doble, dentro y fuera del hogar. Está asumido que, aunque una mujer que hoy tenga 70 años trabajase fuera de su casa, el grueso de las tareas domésticas seguía recayendo en ella. Y una vez se jubila, ¿por qué iba eso a cambiar?

En resumen, me gustaría lanzar una pregunta final, ¿cuándo se jubilan las amas de casa?.

Las personas mayores y las vacaciones

En esta entrada me gustaría lanzar un par de reflexiones sobre el verano, que parece que por fin hace acto de presencia, y las personas mayores.

En primer lugar, hay que pensar que, aunque las personas mayores están jubiladas, muchas acuden a actividades durante todo el año (talleres de memoria, gimnasia, pintura, clases en la universidad, etc.). Con la llegada del verano la mayoría de estas actividades cesan temporalmente, con lo que los mayores tienen más tiempo libre que pueden aprovechar para descansar y recobrar energías. El descanso es básico para tener un buen estado de salud general; sin embargo, la inactividad no es recomendable. Por tanto, si bien las personas mayores activas durante la época invernal sacan provecho de reducir el ritmo una temporada, no es recomendable que durante esos meses vacacionales no hagan nada. El mejor consejo es que hablen con los responsables de las diferentes clases para que les indiquen qué cosas pueden realizar por su cuenta para mantener lo que han desarrollado durante el curso (por ejemplo, realizar pequeñas caminatas o completar determinados pasatiempos). Esto ayudará a que la persona descanse, pero a la vez no disminuya su nivel de rendimiento de una forma notoria.

Por otro lado, hay que pensar que muchas personas mayores se hacen cargo de sus nietos durante el verano, ya que al estar libres los niños, pero ocupados lo padres, se recurre a ellos como cuidadores. Si bien la relación entre abuelos y nietos es beneficiosa para ambos, hay que tener siempre presente el estado del mayor. No es lo mismo una persona de 70 años con un buen estado físico y psicológico que un nonagenario por estupendo que esté. No se debe sobrecargar a los mayores con actividades que les pueden estresar, ya que eso irá en detrimento de su estado de salud general.

Nos decía Fernando Fernán Gómez que las bicicletas son para el verano, ya que es en este tiempo donde podemos centrarnos en hacer lo que nos gusta, en relajarnos, en jugar (porque por suerte los adultos seguimos jugando a nuestra manera); siempre identificamos el verano con esa época de mayor libertad (porque el tiempo es libertad). Pues tratemos de entender que las personas ancianas, aunque estén jubiladas, también precisan tiempo para ellos. Y que ese tiempo lo pueden emplear en cosas que además de ser divertidas redunden favorablemente en su salud.

Los cambios cognitivos en la ancianidad

Uno de los motivos más habituales de consulta en geriatría (y en otros servicios, como neurología) es el deterioro cognitivo que además es uno de los aspectos que más preocupa en cuestiones de salud tanto a las personas mayores como a sus allegados. Se denomina deterioro cognitivo a la pérdida de eficacia de las habilidades mentales (lenguaje, velocidad de procesamiento, memoria, atención, etc.) que muestran un rendimiento peor. Este deterioro puede ser de diverso grado, desde muy leve a muy notorio.

Como se ha comentado otras veces en este blog, a medida que cumplimos años, las habilidades mentales cambian y modifican su funcionamiento. Algunas, como la capacidad de concentración, se ven limitadas (constando más realizar las mismas tareas); otras, por el contrario, aumentan en su rendimiento (como ocurre con la inteligencia cristalizada, que podría equipararse a la sabiduría, pues esta no deja de crecer durante toda nuestra vida). Estos cambios en el rendimiento de las capacidades mentales suelen ser percibidos por la persona como mermas, sintiendo en ocasiones que “mi cabeza ya no es lo que era”. Estos cambios pueden provocar que el anciano (y no tan anciano, no son raras las consultas en personas jóvenes, de 50 ó 60 años que se preocupan por este tema) consulte al médico por miedo a encontrarse en las fases iniciales de una demencia.

Es importante señalar que la mayoría de personas mayores no sufren demencia, aunque puedan presentar un deterioro cognitivo de baja intensidad que se considera normal o benigno (para diferenciarlo del patológico). Este deterioro normal es que el ocurre por el mero hecho de envejecer, siendo el enlentecimiento uno de los aspectos más llamativos y comunes. Al igual que otros órganos (como el corazón o los ojos) se vuelven menos eficientes con la edad, el cerebro también nota el devenir del tiempo, modificando su funcionamiento cotidiano. Sin embargo, la presencia de este deterioro no es signo de que la persona vaya a desarrollar una demencia o a “perder la cabeza”. Es muy importante tener esto presente a fin de disminuir la ansiedad que pueda sentir la persona.

Aun con todo, es aconsejable consultar al médico siempre que la persona note cambios en su cognición, especialmente para descartar problemas graves y así quedarse tranquila. Si bien se suele asociar la aparición de demencia con pérdidas de memoria, esta no solo se presenta así. En algunas ocasiones, lo primero que muestra la persona es una marcada dificultad para encontrar las palabras y mantener una conversación fluida aunque hay que tener presente que por encima de los 50 años, la mayoría de las personas dicen notar este fenómeno (el fenómeno de la punta de la lengua), por lo que aunque alguien pueda sentir esta dificultad no implica necesariamente que exista una enfermedad detrás. En otras ocasiones, más que el propio mayor es el entorno quien nota cambios en la personalidad del anciano (por ejemplo, alguien que era muy tranquilo muestra reacciones beligerantes o inquietud). Nuevamente hay que tener presente que hay muchos factores que pueden provocar estos cambios y no todos pasan por enfermedades. La falta de motivación y ganas de hacer cosas que antes disfrutaba realizando también pueden ser una señal de que algo está cambiando, aunque igual que en los ejemplos anteriores, esto no indica de por sí que haya una demencia.

Una forma de reducir el miedo a padecer una demencia es consultar al médico de cabecera, puesto que conoce nuestro historial y perfil. Además, si lo considera oportuno, realizará pruebas diagnósticas que podrán dirimir si estos cambios percibidos son fruto del simple paso del tiempo o detrás podemos encontrar alguna patología (no hay que olvidar que una simple anemia o infección de orina pueden tener un fuerte impacto sobre la capacidad mental de las personas que, una vez superado el episodio vuelve a su estado inicial).

En conclusión, con la edad nuestras capacidades mentales van a sufrir modificaciones. En algunos casos, estas modificaciones pueden percibirse como pérdidas de eficiencia. Sin embargo, no debemos equiparar estos cambios con enfermedades, puesto que son cosas diferentes. En caso de duda, siempre es bueno solicitar ayuda al médico, así como realizar una evaluación cognitiva que nos ayude a saber el origen de los cambios que percibimos en nuestra mente.

Adaptación del entorno I

En la actualidad se habla cada vez más de adaptar los espacios, especialmente los públicos y comunes, para que sean accesibles para todas las personas, sobre todo a aquellas con diversidad funcional. El envejecimiento, en muchas ocasiones, trae aparejado una modificación de los comportamientos y capacidades en las personas. Así, la disminución en la agudeza de los sentidos, disminución del equilibrio o el enlentecimiento, que no se consideran aspectos patológicos si no simple consecuencia del mero paso del tiempo, condicionan la movilidad de muchos ancianos. Estos cambios que ocurren en la ancianidad modifican la forma en que las personas mayores interactúan con el entorno, lo que implica que este no siempre es adecuado para ellos. Algunas barreras, como escaleras, bordillos altos o letreros con la letra pequeña, impiden que las personas mayores puedan moverse por los distintos entornos sin dificultad.

Sin embargo, esto no ocurre solo en los espacios públicos, en algunas ocasiones, el propio domicilio presenta barreras arquitectónicas que impiden que la persona mayor pueda moverse con comodidad y facilidad. Siempre se ha dicho que los accidentes tienen más probabilidades de ocurrir en el propio hogar y esto es especialmente cierto en el caso de los ancianos. En nuestra casa solemos confiarnos y no tener especial cuidado, lo que puede propiciar que nos llevemos un susto.

Por todo esto, resulta apropiado que el hogar se vaya adaptando a nuestras necesidades a medida que cumplimos años. En la actualidad, la mayoría de viviendas de nueva construcción ya salvan muchas de estas barreras (eliminando escaleras en las zonas de acceso como el portal, teniendo ascensores que permiten la entrada de sillas de ruedas,  contando con duchas a ras de suelo en los baños, etc.) pero esto no ocurre en viviendas antiguas que, en muchas ocasiones, presentan graves impedimentos a todas aquellas personas que presenten diversidad funcional, no solo derivadas de la edad.

Algunas de las medidas que se deben tomar para adaptar el hogar implican realizar obras (como puede ser modificar el baño para cambiar la bañera por una ducha o cambiar las puertas para que pueda caber una silla de ruedas). Pero en otros casos, son pequeñas modificaciones que no implican una obra y que pueden ayudar a que el día a día de las personas ancianas sea más sencillo y, sobre todo, más seguro. Estas adaptaciones siempre dependerán de las necesidades de la persona y su estado general de salud. Por ejemplo, aquellas personas que tengan problemas de movilidad (problemas de equilibro, problemas en la marcha, etc.) deberían retirar de su casa alfombras o felpudos, pues es fácil tropezar con ellos y caerse. También resulta importante eliminar objetos decorativos en zonas de paso, a fin de que estas resulten amplias y cómodas. Además, deberán poner especial cuidado en zonas donde el firme pueda ser resbaladizo (como en el baño) poniendo si es necesario, pegatinas antideslizantes.

El mobiliario también deberá modificarse en algunos casos. Por ejemplo, aquellas personas que presenten mayores dificultades para levantarse de asientos o de la cama, pueden emplear calzas en las patas para aumentar la altura de la cama, sillones o sillas (se venden en ortopedias y tiendas especializadas). Además, se comercializan unas especiales que se ajustan a las tazas del urinario para facilitar tanto el sentarse como el levantarse.

En los sucesivos artículos abordaremos otras pequeñas adaptaciones que se pueden realizar en el hogar de forma sencilla.

Las personas mayores y los animales de compañía

Es sabido que las mascotas pueden proporcionar múltiples beneficios en la vida de una persona. Desde compañía y amor incondicional a tener una responsabilidad diaria, son muchos los motivos que nos pueden llevar a decidir compartir nuestra vida con un animal. Existen múltiples estudios que constatan los beneficios de gozar de su compañía, encontrando resultados que apuntan a lo positivo que puede resultar tanto para la salud física como para la salud mental.

En el caso de las personas mayores, este hecho se vuelve especialmente cierto si nos centramos en aspectos como la compañía, la obligación de realizar ciertas actividades a diario o el ejercicio físico, por ejemplo. Muchas personas mayores se sienten solas, incluso aunque convivan con familiares (hay que tener presente que la ancianidad es una época de muchas pérdidas reales y simbólicas). El hecho de disfrutar de la compañía de una mascota puede aliviar esa sensación de soledad, proporcionándole además sentimientos positivos como son compañía, el amor incondicional, diversión, etc. Además, el hecho de tener que ocuparse a diario de un animal (preparar la comida, cambiar el agua, sacarlo de paseo, limpiar el arenero o el terrario, etc.) puede tener una importancia especial en ciertas situaciones, creando una rutina positiva para el anciano. La certeza de tener una ocupación o responsabilidad es algo positivo psicológicamente para muchos mayores (por ejemplo, aquellas personas que tras la jubilación sienten que no tienen “nada importante que hacer hoy”). Por último, no hay que desdeñar la importancia de una mascota en la salud física: programar paseos con el perro tres veces al día (aunque estos paseos no sean muy largos) resultará muy positivo para la salud del propietario del can, por ejemplo.

Sin embargo, es necesario hacer una serie de consideraciones al respecto. Es importante que, además del beneficio para el mayor, se piense en el bienestar del animal. No se puede condenar a un perro a estar atado o sin salir jamás de casa para que haga compañía a una persona. En casos en los que el mayor no pueda atender a todas las necesidades (por ejemplo, no pueda darle largos paseos o llevarlo cuando lo precise al veterinario) es importante que haya una persona con compromiso firme y que pueda hacerlo en su lugar. En algunas ocasiones, las personas cercanas al mayor (especialmente familiares) no tienen un compromiso real en este aspecto, llegando incluso a conductas tan poco éticas como abandonar al animal si el mayor fallece o no se puede hacer cargo. Es fundamental que no solo el anciano esté comprometido con el cuidado del animal, también otras personas que puedan suplir sus cuidados temporal o permanentemente.

Para elegir la mascota adecuada es importante tener en cuenta diversos aspectos: las preferencias de la persona, la capacidad que tiene de cuidar a un animal, las necesidades concretas de cada especie (no es lo mismo tener un perro que un gato, por ejemplo), el espacio disponible, situaciones como viajes frecuentes o cambios de domicilio por parte del mayor, etc. En estos casos, hablar con un veterinario puede servir para aclarar las posibles dudas que nos surjan sobre los cuidados necesarios, así como de las necesidades específicas de cada animal, lo que puede facilitar que se tome una decisión más realista. Por ejemplo, no parece muy lógico que una persona que apenas puede caminar adopte un perro que precisa de mucho ejercicio diario, si además no cuenta con nadie que pueda dar paseos con el animal. Sin embargo, en ese caso, un gato puede resultar una opción más acertada.

Además de todos estos beneficios (comunes no solo a las personas mayores sino a todo aquel que disfrute de la compañía de una mascota) un animal, en concreto los perros, puede incluso superarlos. En los últimos años ha aumentado el número de perros de asistencia, que son aquellos perros entrenados específicamente para ayudar a una persona en situaciones especiales; por ejemplo, los perros que usan las personas con afectación de la visión, los conocidos como perros lazarillos, entrarían dentro de esta categoría. Hoy en día, no solo se entrenan perros para las personas con déficits de visión, también para personas con movilidad reducida, problemas de salud concretos (como diabetes, siendo el perro capaz de detectar los cambios en los niveles de insulina), problemas de agorafobia, etc.

Por último, a día de hoy, las protectoras y refugios de animales de este país se encuentran totalmente saturadas y desbordadas. Antes de comprar un animal, siempre es bueno plantearse la adopción; porque a los amigos no hace falta comprarlos.

Os dejo aquí un enlace a un vídeo de antena 3 muy emotivo, en el que podemos ver la reacción de un paciente de alzheimer al interaccionar con su perro.