Sistema nervioso y envejecimiento: el fenómeno de la punta de la lengua

¿Cuántas veces hemos intentado decir el nombre de un objeto o de una persona y no hemos sido capaces? En esos momentos es muy posible que podamos dar una descripción precisa de lo que queremos nombrar, sabemos que conocemos ese nombre, incluso podemos tener la “intuición” de que empieza por un determinado sonido. Sin embargo, nos quedamos con la mente en blanco y la palabra que deseamos nombrar parece quedar atrapada en la punta de la lengua.

Curiosamente, este fenómeno recibe precisamente ese nombre (fenómeno de la punta de la lengua), y es algo que ocurre a todas las edades. Sin embargo, se hace más notorio a medida que aumenta la edad. Además, cuanto mayor es la persona que lo sufre normalmente más preocupación suele causarle ya que solemos asociarlo con un problema de memoria. Sin embargo, este fenómeno es común entre las personas mayores de 60 años.

Hay que tener en cuenta que las personas adultas disponemos de muchas palabras en nuestro vocabulario. Existen diversos estudios que tratan de cifrar el número de palabras que conocemos (distinto al número de palabras que usamos con cierta cotidianeidad), sin perder de vista diferentes variables como el nivel cultural, la profesión, los años de escolarización, etc. En general, se puede decir que una persona adulta con una educación media conoce más de diez mil palabras. Teniendo presente ese gran número de palabras almacenadas en nuestra cabeza, lo que parece más extraño es que seamos capaces de encontrar la palabra que buscamos en cada situación de forma rápida y exacta. Además, hay que pensar que el vocabulario que poseemos suele aumentar conforme nos vamos haciendo mayores, puesto que más habremos leído, escuchado, escrito y, en definitiva, usado el lenguaje.

Como decíamos al principio, el fenómeno de la punta de la lengua puede observarse a cualquier edad, aunque se da con mayor frecuencia entre las personas mayores, puesto que el envejecimiento del sistema nervioso hace más común que se presente. Conforme nos hacemos ancianos en más ocasiones nos quedamos con la palabra a medias. Se ha vinculado un aumento del efecto punta de la lengua con atrofia de la sustancia gris en la ínsula izquierda (un área que está vinculada a la producción fonológica). No hay que confundir el fenómeno de la punta de la lengua (algo común entre toda la población, aunque se pueda observar más en las personas mayores) con otros problemas del lenguaje como la anomia o las afasias (que pueden ser fruto de diversas patologías, como ictus).

Para evitar que este proceso del envejecimiento tenga un impacto mayor en nuestra ancianidad es bueno tratar de prevenirlo. Igual que hacemos ejercicio o comemos sano con el ánimo de que nuestro cuerpo también lo esté, es importante cuidar nuestra mente para que envejezca de una forma saludable. Así, trabajar desde edades tempranas (como es la mediana edad) para mantener nuestro lenguaje y memoria en un buen nivel de desempeño es algo recomendable. Hay múltiples actividades relacionadas con el lenguaje que son positivas: leer (no solo en voz baja, también en voz alta) y escribir (tanto empleando un ordenador como a mano) serían dos buenos ejemplo, ya que la lectura y la escritura mantienen nuestro vocabulario activo (además de podernos ayudar a adquirir nuevo). También es recomendable evitar muletillas, frases hechas y palabras “comodín” (eso, ella, aquel, cosa, etc.) cuando hablamos. Frases como “pásame la cosa esa” no ayudan a que nuestro lenguaje se mantenga en forma. Por eso, es bueno tratar de ser precisos y usar las palabras exactas, para evitar acostumbrarnos al uso limitado del lenguaje (sino cuando queramos encontrar una palabra concreta lo tendremos más difícil).

Otras  actividades como las sopa de letras, los crucigramas, las definiciones o adivinanzas ayudarán a mantener nuestro lenguaje activo. Además, cada vez se ofertan más cursos y clases de estimulación cognitiva (muchas veces conocidos como “clases de memoria”) que pueden ayudar a prevenir este problema o, en caso de que sea muy habitual y resulte molesto, a tratar de disminuir el impacto que causa en el día a día.

Es aconsejable que si la persona nota un impacto muy molesto sobre su vida o nota que de un tiempo a esta parte le ocurre con mucha asiduidad consulte con el médico; en ocasiones hay factores concomitantes (como problemas de sueño, estados de ánimo alterados, ciertas patologías o medicaciones) que puede agravar el hecho. Por otro lado, el facultativo podrá examinar al paciente y descartar problemas mayores.

En cualquier caso, es recomendable que desde antes de llegar a una edad avanzada, nos preparemos para poder disfrutar de una ancianidad lo más sana, activa e independiente posible. Esto incluye trabajar todo lo posible para que nuestra mente se mantenga en plena forma.

Sistema nervioso y envejecimiento: el hambre

En artículos anteriores se ha abordado el tema de cómo el sistema nervioso se va modificando con el paso del tiempo y cómo estos cambios suponen modificaciones en los hábitos y comportamientos de las personas. Así, hechos como contar con un menor oído o no percibir correctamente las señales de sed, son ejemplos de una amplia serie de cambios que debemos conocer con el objetivo de minimizar el impacto que tienen sobre nuestro día a día, adaptarnos lo mejor posible a ellos (incluso compensarlos mediante ayudas externas) y comprender mejor cómo es el universo de las personas mayores.

Ya hablamos en un artículo anterior de cómo el envejecimiento del sentido del gusto y del olfato tiene consecuencias directas en la vida de las personas, especialmente en el caso de la comida. En este artículo se pretende profundizar un poco más en este aspecto, observando qué ocurre con la sensación de hambre y de saciación (la sensación de estar llenos, de haber ingerido suficiente comida y no querer comer más) en función del envejecimiento.

En general, conforme las personas envejecen, especialmente en aquellas que consideramos muy ancianas, se produce un estado de anorexia, esto es, falta de apetito (no confundir con anorexia nerviosa, considerada una enfermedad psiquiátrica). Es decir, conforme las personas se hacen más mayores tienden a mostrar un menor apetito. Este hecho se debe a múltiples motivos, siendo de especial importancia algunos aspectos metabólicos y fisiológicos, como es el envejecimiento de las áreas cerebrales que controlan la sensación de hambre y de saciedad. Estas áreas cerebrales son las encargadas de procesar las señales que les llegan de otras partes del cuerpo (como el sistema digestivo) para hacer sentir a la persona que tiene hambre y debe comer o que ya ha comido suficiente y no debe comer más. Si estas áreas sufren algún tipo de lesión, se encuentran afectadas por alguna patología o medicación, o se modifican por el paso del tiempo, se observarán cambios en las conductas alimentarias de las personas.

En muchas ocasiones, se observa que las personas muy ancianas tienden a disminuir su peso, así como la cantidad de tejido graso en su cuerpo. Aunque esto no siempre ocurre, ya que aunque la persona ingiera poca comida, puede mantener el peso a causa de no hacer ejercicio. Además, si a este proceso de falta de apetito se unen otros factores (de los que ya hemos hablado) como problemas de olfato o de gusto, el resultado es que cada vez comen menos. Es importante tratar de que las personas mayores coman de una forma equilibrada (comer bien no significa comer mucho; sino comer todo aquello que el cuerpo necesita en las cantidades apropiadas para estar sano), siguiendo todas las recomendaciones que les pauten los profesionales sanitarios.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que, en nuestra cultura,  el acto de comer es un acto social; disfrutamos más compartiendo la comida con otros. En personas ancianas que viven solas, puede ocurrir que disminuyan la frecuencia con la que cocinan por diversos motivos (el hecho de comer solo, lo desmotivante de cocinar para uno, etc.). Así, no es extraño que se sustituyan las comidas principales (comida y cena) por alimentos como leche con galletas, pan con algo de embutido, etc. Este tipo de conductas resultan peligrosas ya que la persona, pese a mantener un peso estable, puede estar ingiriendo menos nutrientes de los que precisa (o ingiriéndolos de manera descompensada) fomentando así problemas de salud de diversa gravedad, como puede ser la anemia o la diabetes. Es importante que las personas mayores cuenten con un buen soporte a la hora de conocer qué alimentos deben comer con más frecuencia y qué preparaciones son más adecuadas para ellos. Algunas ideas que pueden ayudar cuando hay poca hambre es tratar de comer alimentos más energéticos (como son las legumbres) en lugar de otros que aportan menos energía y nutrientes (como caldos limpios de verdura). Además, se pueden enriquecer las comidas mezclando alimentos (por ejemplo, echándole un poco de yogur a la fruta). En cualquier caso, es importante asesorarse con profesionales de la salud que puedan estudiar cada caso de forma individualizada y proponer la dieta más recomendable para cada persona.

Aunque eso sea común no significa que ocurra siempre. Hay personas mayores que muestran más apetito e incluso ganan peso. Eso puede deberse a múltiples factores (por ejemplo, tener más tiempo para comer tras la jubilación; estar más tranquilos, sin «nudos en el estómago»; llevar una dieta más calórica por elegir otros alimentos, etc.). Además, el envejecimiento de las áreas cerebrales responsables de la sensación de saciedad puede dar como resultado que la persona nunca se sienta llena o saciada, teniendo siempre apetito.

Otro colectivo que merece especial atención es el de las personas mayores que padecen deterioro cognitivo o demencia. En estas circunstancias, algunas personas también presentan problemas de falta de apetito, mientras que otras muestran justo lo contrario, un aumento sustancial de las ganas de comer. Esto puede deberse a múltiples motivos, siendo remarcables el hecho de que la persona muestre una menor sensación de saciedad (no procese correctamente las señales de que ya ha comido bastante) así como el hecho de que no recuerde haber comido. En este tipo de pacientes no es raro escuchar quejas sobre que no les dan de comer, ver como esconden comida o como se pasan todo el día picando. En estas situaciones hay que tener cuidado con que la persona no ingiera demasiada comida (especialmente alimentos muy dulces o salados), siendo el cuidador el resposable de velar por que la dieta sea apropiada.

 

 

Sistema nervioso y envejecimiento: enlentecimiento

En esta serie de artículos hemos ido desgranando los cambios más llamativos que acontecen en el sistema nervioso y cómo estos cambios tienen repercusión directa en la conducta y la vida de las personas. Desde la pérdida de visión a la falta de sensación de sed, pasando por problemas de audición, existe un amplio abanico de cambios físicos que ocurren por el simple hecho de envejecer.

Uno de los cambios más fácilmente observables con el paso del tiempo, especialmente en población muy anciana, es el enlentecimiento. Entendemos por enlentecimiento motor al aumento del tiempo que precisa una persona para realizar una acción. Algunas circunstancias reversibles (como ciertas medicaciones, algunas drogas, la somnolencia, etc.) aumentan el tiempo que precisamos para realizar una tarea determinada (por ejemplo, vestirse). Sin embargo, el enlentecimiento que ocurre por el paso del tiempo es irreversible y, a medida que envejecemos, más pronunciado.

Este aumento del tiempo necesario para hacer las cosas viene dado por diversos motivos. Por un lado, aumenta el tiempo de reacción, que es el tiempo transcurrido entre que un estímulo sea captado por nuestro organismo hasta que se da la respuesta (por ejemplo, el tiempo que transcurre desde que oímos el timbre de la puerta hasta que nos levantamos para abrir). Además del aumento del tiempo de reacción, se produce un aumento del tiempo de procesamiento; esto es, cuando percibimos un estímulo (en el ejemplo anterior el sonido del timbre) nuestro cerebro tiene que procesarlo hasta saber que se trata del sonido del timbre de la puerta y que debemos levantarnos para ir a abrir. Este proceso automático tarda más cuanto mayores nos hacemos. Otros factores como el estado global de salud, problemas de equilibrio o movilidad, ciertas patologías o medicaciones no hacen más que agravar el hecho en sí.

El enlentecimiento global que se observa en las personas mayores tiene efectos muy marcados y notorios en su día a día; así tareas cotidianas que son básicas en el autocuidado (como lavarse o preparar la comida) llevan más tiempo. Es importante que las personas mayores cuenten con el tiempo que necesitan para poder desarrollar estas tareas de forma autónoma. En algunos casos, las personas cercanas a los ancianos (como familia o cuidadores) realizan estas acciones en su lugar, aun cuando la persona mayor podría hacerlo sin problema, simplemente empleando más tiempo. Muchas veces sucede por deferencia, por tratar de que la persona mayor no se fatigue o trabaje más de lo debido. Es bueno tener consideración con nuestros mayores y no pedirles más esfuerzos de los necesarios. Sin embargo, también es bueno que las personas mayores hagan por ellos mismos actividades, especialmente las que se refieren al autocuidado, con la mayor autonomía posible. Hay que entender que facilitar o supervisar cuando sea necesario alguna de estas actividades no es lo mismo que no dejar margen de actuación. Algunas actividades, como el vestido, pueden tardar bastante más tiempo en completarse por parte de personas mayores, incluso perfectamente autónomas, por diversos motivos (por ejemplo, la aparición de enfermedades reumatológicas que mermen la movilidad). En estos casos, es mucho más positivo darle a la persona mayor el tiempo que necesita o buscar la forma más sencilla para que lo haga por él mismo que tratar de hacer nosotros la actividad en su lugar.

El aspecto en el que el enlentecimiento producido por el envejecimiento puede resultar más problemático es en la calle. La mayoría de las ciudades no están adaptadas a las necesidades de todos sus habitantes, imposibilitando que diversos colectivos puedan transitar por ellas de forma autónoma y segura. Las personas mayores pueden encontrar múltiples obstáculos físicos a la hora de abordar determinadas zonas de casi todas las ciudades, pero es raro que nos demos cuenta en la barrera que supone el tiempo. Los semáforos, por ejemplo, suelen dar un tiempo bastante limitado en el paso a peatones, haciendo que las personas mayores tengan más dificultad en emplearlos. Las acciones cotidianas, como coger un autobús o pagar en el supermercado, muchas veces transcurren en un entorno en el que la presión de tiempo es obvia. Esto hace que los mayores se sientan incómodos en muchas ocasiones en una sociedad que se caracteriza por la rapidez y en la que precisar unos segundos extras parece un pecado capital.

Sistema nervioso y envejecimiento: la sed

Este es el cuarto artículo de la serie que pretende explicar los cambios que ocurren por el mero hecho de envejecer en el sistema nervioso. Hasta ahora hemos hablado del envejecimiento de los sentidos que más cambios sufren con el paso del tiempo (el oído, el equilibrio, la vista, el gusto y el olfato) y de cómo estos cambios pueden influir en el día a día de las personas mayores (y no tan mayores), pero no solo los sentidos se trasforman a causa del paso del tiempo. El propio cerebro sufre cambios que conllevan que algunos aspectos cotidianos se vean modificados. Obviamente, no todos los cambios se producen igual en todas las personas. Como siempre se repite en este blog, es muy importante tener en cuenta que cada ser humano envejece de una forma diferente. Aun con todo, sí se pueden observar ciertos patrones comunes. En este artículo vamos a abordar un problema extendido en las personas mayores como es la falta de sensación de sed y los problemas de deshidratación. Muchas personas mayores, así como los profesionales que tratan con ellos y cuidadores familiares, expresan su preocupación debido al hecho de que, en general, los ancianos no tienen sed y no quieren beber.

vaso

Algunas patologías que pueden estar presentes en la edad mayor (como la diabetes) o ciertas medicaciones hacen que sea especialmente importante vigilar algo que parece tan sencillo como beber la cantidad de agua necesaria; además, no se puede olvidar que personas mayores, debido al propio envejecimiento del sistema nervioso central, tienen atenuada la sensación de sed. Eso significa que, aunque su cuerpo precise agua, no se van a procesar correctamente las señales y, por tanto, la persona no sentirá la necesidad de beber. En temporadas de mucho calor, como es el verano, es común escuchar recomendaciones sobre la correcta hidratación de las personas mayores. Es importante que todos los ancianos (especialmente aquellos que no precisan de una supervisión ni apoyo) tomen conciencia de la cantidad de líquidos que se precisan al día y que, aunque no sientan especial gana de beber, traten de ingerir las dosis adecuadas.

Es importante tener en cuenta que algo que parece tan superfluo como mantener un buen nivel de hidratación es realmente importante para el correcto funcionamiento de nuestro cuerpo, siendo de crucial importancia en aspectos tan diversos como el buen funcionamiento de la memoria o mantener a raya el estreñimiento, por ejemplo. El agua forma parte de nosotros y conseguir mantener un buen equilibro entre la que se expulsa y la que se ingiere es crucial para que todo nuestro cuerpo funcione correctamente. Generalmente, pensamos que solo mediante la orina y el sudor eliminamos agua, sin embargo, otras acciones (como respirar, salivar, sangrar, lagrimar, etc.) conllevan una disminución del nivel de agua disponible en el cuerpo.

Debemos tener presente que hay muchas formas de ingerir el agua necesaria para mantener la homeostasis. Los caldos (siempre que no contengan altos niveles de sal), zumos naturales, leche, frutas, etc. también contienen agua que contribuye a hidratarnos; además es importante saber que las bebidas azucaradas no solo no calman la sed, sino que aumentan la necesidad de agua en nuestro organismo.

No solo es importante tomar líquidos con frecuencia, también lo es hacerlo antes de tener sed. En muchas personas mayores, cuando aparece esta sensación, ya está presente un cuadro de deshidratación leve. Por eso conviene tener una rutina en que la ingesta de agua se haga de forma regular, y hacerlo no solo durante las comidas, también entre horas.

Es especialmente importante prestar atención a aquellas personas mayores que padecen algún tipo de demencia. En muchas ocasiones, la sensación de sed está incluso más mermada que en el resto de población mayor pudiendo ocurrir que, al preguntarle si quiere beber, conteste no, sin ser realmente cierto (puede que no entienda la pregunta, que no sepa expresar la respuesta, etc.). En estos casos, es importante buscar la forma de satisfacer las necesidades de la persona sin esperar a que lo manifieste, ofreciéndole bebida en lugar de preguntarle si quiere beber, ayudándonos de frutas jugosas (como el melón o la sandía) o, en casos en que la ingesta de líquidos se vea muy dificultada por la reticencia del mayor, ayudándonos de gelatinas con sabor.

Aunque estas recomendaciones se hacen sobre todo en verano cuando hace mucho calor, durante todo el año se deberían seguir pautas adecuadas para mantener una correcta hidratación que ayude a nuestro cuerpo a mantener el equilibrio que necesita.

El sistema nervioso y el envejecimiento: Gusto y olfato

En esta serie de artículos se está abordando cómo los cambios en el sistema nervioso afectan a la vida de las personas a medida que envejecen. Estos cambios pueden observarse en todas las esferas de la vida, a nivel físico, psicológico y social. Hasta ahora, hemos hablado del envejecimiento del sentido del oído y del equilibrio y de la vista.

En este artículo vamos a abordar el envejecimiento de dos sentidos que, si bien son realmente importantes, no tenemos tan presentes como debiéramos. Se trata del sentido del olfato y del gusto. Aunque son sentidos independientes se encuentran fuertemente asociados, algo que se puede apreciar muy bien si pensamos en la comida. Nuestra boca está preparada para captar los sabores dulce, ácido, amargo y salado. Sin embargo, cuando comemos podemos percibir muchos más matices en los alimentos. Esto se debe al olfato (de ahí que cuando estamos constipados o con la nariz taponada no percibamos los sabores de la comida con normalidad y todo nos parezca insulso). El olfato y el gusto son de crucial importancia para poder disfrutar de la comida e incluso para poder alimentarnos correctamente. El acto de comer no se realiza solo para cubrir una necesidad biológica, también es un acto social en toda regla (por eso, la mayoría de las celebraciones en nuestra cultura se hacen alrededor de la mesa). Cuando las personas dejan de disfrutar con la comida (porque “no les sabe a nada”) en muchas ocasiones comen menos (disminuyendo la variedad de alimentos) y pueden dejar de participar en actos que se hagan en torno a la mesa, aislándose socialmente. Muchas personas mayores se quejan de que la comida ya no les sabe y terminan optando por alimentos muy dulces o salados ya que si bien no perciben los matices que el aroma proporciona, sí perciben estas diferencias.

lengua

Por otro lado, el no poder percibir bien el olor y sabor de la comida puede llegar a ser peligroso, puesto que podemos ingerir alimentos en mal estado sin darnos cuenta. Centrándonos en el olfato, el no poder percibir bien los olores puede exponernos a peligros como no detectar una fuga de gas.

Hay que dejar bien claro que, aunque el envejecimiento lleva aparejado una reducción de la capacidad de estos sentidos para percibir los estímulos, ciertos hábitos de vida contribuyen a acentuar esta disminución. Así, fumar, estar expuesto a ciertas partículas dañinas, ingerir alimentos a muy altas temperaturas, algunos tratamientos farmacológicos o determinadas enfermedades pueden aumentar el grado en el que nuestros sentidos envejecen, entre otros.

Con el envejecimiento, el número de papilas gustativas (que son los receptores del sabor alojados en la lengua) disminuyen, por lo que resulta más complicado poder saborear los alimentos. Además, no solo disminuyen en número, también en funcionalidad. Las papilas que quedan sufren una atrofia, siendo menos eficientes a la hora de captar el sabor de los alimentos.  A todo esto debemos sumar el hecho de que la boca segrega menos saliva, lo que impide que la comida se humedezca correctamente, dificultando tanto la capacidad de saborear alimentos como la propia digestión.  En el caso del olfato, también debido al envejecimiento, el número de receptores olfativos tiende a disminuir con el paso de los años, además de disminuir la concentración de mucosidad (los mocos sirven para que los olores perduren en nuestros receptores, siendo así captados mejor, además de contribuir también a la “limpieza” de dichos receptores olfativos).

Cuando las personas mayores se quejan de que la comida ya no sabe igual, de que no les apetece comer porque nada sabe rico, etc. resulta interesante realizar una consulta al médico para que pueda discernir si se trata de un cambio normal debido al envejecimiento o hay otros factores (como enfermedades o medicamentos) que puedan estar afectando.

Aun con todo, hay una serie de pautas que se pueden llevar a cabo para aumentar el interés por la comida y tratar de paliar los efectos del envejecimiento de estos sentidos:

  • Presentar la comida de un modo atractivo para que nos “entre por los ojos”) ayuda a que resulte más apetitosa. Todos preferimos comer de un plato bien presentado que comer algo de color y forma indeterminado. Es especialmente tener esto en cuenta cuando las personas se alimentan especialmente con comida blanda tipo purés. Tratar de que tengan colores diferentes jugando con los ingredientes que se emplean, servirlos en diferentes recipientes (platos hondos, cuencos, tazas anchas, etc.) ayuda a que no resulte monótono.
  • Otro buen hábito es dejar que las personas huelan la comida antes de empezar a comer. En nuestra cultura, olisquear los alimentos no se considera un acto de buena educación, sin embargo, es algo que facilita la salivación y aumenta el apetito.
  • El empleo de ciertas especias o condimentos también ayuda a que la comida resulte más sabrosa. También puede resultar útil jugar con texturas (añadiendo cosas crujientes, por ejemplo).
  • Conseguir que la comida siga siendo un acto familiar y social, en el que nos relacionamos, hace que el hecho de comer resulte más agradable.

Por otro lado, hay que procurar que la persona anciana continúe manteniendo una dieta saludable, equilibrada, siguiendo las pautas marcadas por los médicos.

Sistema nervioso y envejecimiento: vista

En un artículo anterior empezamos a abordar los diferentes cambios que se producen en nuestro sistema nervioso a causa del envejecimiento y qué impacto tienen estos cambios no solo a nivel físico, también a nivel psicológico y social en la vida de las personas mayores. En el artículo anterior hablábamos del envejecimiento sensorial y, en concreto, de cómo los cambios en el oído tienen repercusiones tanto en la audición como en el equilibrio de las personas mayores.

ojo

En este artículo abordaremos el envejecimiento de otro de nuestros sentidos: la vista. Es importante tener en cuenta que algunos de los primeros signos de envejecimiento de este sentido se pueden observar a partir de los 50 años. Y es lógico pensar que dependiendo de ciertos hábitos (como leer, usar monitores electrónicos a corta distancia, etc.) se acelera este proceso. Algunos de estos cambios son comunes en personas de determinada edad, además de ser fruto del mero hecho de envejecer, por lo que no se los considera patológicos.

Gozar de una buena salud visual es de suma importancia para poder interactuar de una forma enriquecedora con el medio que nos rodea. Las personas mayores con problemas de visión que no han sido corregidos (bien porque no se pueden corregir, bien por falta de acceso a los tratamientos o prótesis) suelen dejar de hacer actividades de las que disfrutan (como leer, hacer manualidades, cocinar, por poner algunos ejemplos comunes) e incluso tienen problemas en su vida diaria, ya que tareas como leer una carta del ayuntamiento o una receta médica pueden llegar a ser imposibles. Si la persona anciana termina perdiendo buena parte de su agudeza visual pasa a encontrarse en una situación de elevada dependencia, puesto que mientras no se acostumbre a la nueva situación, no podrá realizar actividades sencillas y cotidianas por sí misma (por ejemplo, hacer la comida o elegir la ropa para vestirse por las mañanas).

Es importante realizar los exámenes de visión necesarios, además de adoptar las medidas que nos indiquen los profesionales, a fin de evitar todos los problemas derivados de no poder emplear el sentido más importante del ser humano. En los casos menos graves, los problemas derivados de una mala visión pueden ser desde dolores de cabeza (muy habituales cuando no vemos bien) hasta el aislamiento de la persona (el cual tiene repercusiones muy graves en el estado de salud general).

A medida que envejecemos, la agudeza visual (la nitidez con la que vemos los objetos) tiende a disminuir poco a poco, causando problemas para ver con claridad algo cercano (como leer letras pequeñas). Esta disminución de la agudeza visual ligada a la edad se denomina presbicia. Aunque este problema se corrige con gafas, en personas que nunca las han necesitado pueden aparecer reticencias a empezar a usarlas; sin embargo, es recomendable hacerlo lo antes posible, a fin de evitar problemas derivados como dolores de cabeza, dificultades en la lectura o en la conducción, etc.

Además de problemas para enfocar objetos que están a una distancia cercana, con la edad, nuestra capacidad para ver con nitidez los objetos que se encuentran en la periferia del campo visual también disminuye. Esto se traduce, por ejemplo, en que tendremos mayores problemas para ver con claridad a alguien que se siente a nuestro lado, en comparación con la persona que se sienta enfrente. Esto es más notorio en personas muy ancianas. Por eso, es importante que cuando queramos hablar con una persona mayor con problemas de audición y/o visión nos situemos siempre cara a cara, evitando ponernos a los laterales.

La edad tiene aparejada otros problemas comunes como la menor tolerancia a luces brillantes y tardar más tiempo en adaptarse a los cambios bruscos de iluminación (por ejemplo, si entramos a una habitación oscura desde un lugar soleado). Este problema se muestra especialmente molesto (e incluso en ocasiones peligroso) en personas de edad elevada que se deslumbran con facilidad y conducen de noche, siendo aconsejable en estos casos evitar este tipo de desplazamientos, por su propia seguridad y la del resto de conductores. Además, la percepción de los colores también se va alterando, llegando un punto en que distinguir colores similares (anaranjado y rojo, por ejemplo) se vuelve dificultoso.

Las personas mayores, además, precisan de una mayor cantidad de iluminación para poder percibir adecuadamente. Y el contraste entre la figura y el fondo debe de ser mayor para poder percibirlo correctamente.

Hasta ahora analizamos algunos de los cambios que, si bien no se dan en todas las personas ni con la misma intensidad, son comunes y se asocian a los cambios esperables producidos por el envejecimiento. En muchos casos, las repercusiones que tienen estos cambios se pueden mitigar de diferentes formas (por ejemplo, usando gafas).

Sin embargo, existen patologías que, si bien se pueden observar más entre la gente mayor, no se consideran fruto del envejecimiento sano. Las cataratas, la degeneración macular, el glaucoma o diversas retinopatías son patologías que muestran mayor incidencia en las personas mayores, aunque no solamente las personas ancianas las padecen. Debemos pensar que, aunque algunas cuentan con tratamiento (o con intervenciones paliativas) cualquier problema que afecte a la calidad de la visión, causando daños más o menos permanentes, debe ser tratada lo antes posible. Perder el sentido de la vista, el más importante para el ser humano, a una edad avanzada es un grave problema. La pérdida de este sentido, sumado al envejecimiento del resto de los sentidos, hace que la persona tenga muchos más problemas a la hora de adaptarse, quedando aislada del medio en una situación de indefensión; lo que puede ser devastador tanto a nivel físico como psicológico y social.

Sistema nervioso y envejecimiento: oído

En esta serie de entradas abordaremos como el envejecimiento del sistema nervioso produce modificaciones no solo a nivel físico, también a nivel psicológico y social. Desde los cambios en los sentidos, a los relacionados con la ingesta de alimentos o la termorregulación, la capacidad de inhibición de respuesta o la atención, existen una serie de cambios debido al envejecimiento de los órganos que componen el sistema nervioso que tienen un fuerte impacto a nivel psicológico y social.

Algunos de los cambios en nuestro cuerpo son obvios, como las canas o  las arrugas. Otros, sin embargo, son menos superficiales y más difíciles de identificar. Al igual que envejece nuestra piel, el resto de órganos que conforman nuestro cuerpo también se modifican. Naturalmente, no todas las personas mayores sufren los mismos cambios ni se tienen que presentar con la misma intensidad. Además, estos cambios son paulatinos, se inician antes de lo que se creen (se sitúa los 30 años como el inicio del envejecimiento del sistema nervioso) y se ven mediados por los hábitos de vida. Sin embargo, una serie de ellos se consideran comunes y habituales siendo relativamente universales.

En primer lugar hablaremos de los cambios en los sentidos y de cómo este proceso tiene fuertes repercusiones para el individuo. Tradicionalmente, se ha hablado de los cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Actualmente, se habla a mayores de, al menos, nocicepción (el sentido del dolor), propiocepción (sentido de nuestro propio cuerpo y de la situación de las diferentes partes del mismo) y del sentido del equilibrio. Los sentidos reciben información del ambiente que traducen en una señal que llega a nuestro cerebro. Esa señal, dependiendo de su naturaleza, será traducida como olor a vainilla, suavidad, frío, salado o color verde, por ejemplo. Para que esta señal ambiental llegue a traducirse en una nerviosa, necesita presentar cierta intensidad, a fin de poder ser percibida por los sentidos. Esa intensidad mínima se denomina umbral. El envejecimiento aumenta el umbral en el que percibimos las cosas (eso significa que la señal deberá ser de mayor intensidad para ser captada).

En relación al oído, con la edad es relativamente común que aparezcan deficiencias auditivas y problemas en el equilibrio (el equilibrio está controlado por el oído interno).

audifono

La presbiacusia es la pérdida de audición asociada a la edad, disminuyendo la audición por ambos oídos, especialmente a las frecuencias más altas. Esto se traduce en la dificultad para diferenciar sonidos o escuchar con nitidez conversaciones cuando hay ruido de fondo. Cuando aparece esta disminución en la capacidad de audición es conveniente consultar al médico, a fin de realizar un examen y evaluar la necesidad de emplear audífonos. En muchas ocasiones, la gente resta importancia a esta disminución en la capacidad de audición. Sin embargo, puede dar lugar a situaciones molestas e incluso peligrosas. Además, el hecho de no escuchar bien lo que nos rodea, nos aísla del medio, lo cual nunca es beneficioso para las personas y puede tener un fuerte impacto negativo en la vida social y en el estado emocional de quien lo sufre. En personas que ya usan audífonos, es importante realizar las revisiones con la asiduidad que marquen los profesionales.

Otro sentido importante que se ve afectado por el envejecimiento del oído es el del equilibrio. Con la edad, las personas ven mermado su equilibrio, así como la capacidad para notar la vibración en los miembros inferiores. Además, se dan una serie de cambios en la postura y la coordinación que pueden aumentar el efecto de la pérdida de este sentido, pudiendo tener graves consecuencias, como son las caídas. Debido a la aparición de otras patologías (como la osteoporosis) las caídas cobran una gran relevancia en la tercera edad. Cuando una persona mayor tiene problemas de estabilidad y equilibrio es necesario tener una serie de pautas en cuenta. La primera, es acudir al médico para que realice una evaluación. Además, se pueden llevar a cabo otras intervenciones como la adaptación de la vivienda. Dependiendo del estado de la persona afectada podrá bastar con pequeños cambios (retirando alfombras, objetos que obstaculicen el paso, etc.) o se necesitará un mayor cambio en la vivienda (como la instalación duchas adaptadas, pasamanos en los pasillos, etc.). La afectación de la marcha y del equilibrio puede llevar a que la persona apenas camine (con la consecuente repercusión en su salud física), no salga de casa, necesite ayuda para actividades como el aseo, etc. Realizar ejercicio físico, especialmente aquel ideado pensando en la ancianidad, puede ayudar a que las personas mayores mantengan mejor el equilibrio, estén más ágiles y así eviten caídas.

En cualquier caso, es importante aceptar estos cambios como parte del proceso natural de envejecimiento. Por otro lado, es importante saber que ciertos hábitos (como no estar expuesto a ruido intenso de forma prolongada, una buena higiene, alimentación equilibrada o ejercicio regular, entre otros) pueden ayudar a conservar mejor nuestro sentido del oído y el equilibrio. En próximas entradas seguiremos hablando del envejecimiento de los sentidos y del sistema nervioso.