Sistema nervioso y envejecimiento: enlentecimiento

En esta serie de artículos hemos ido desgranando los cambios más llamativos que acontecen en el sistema nervioso y cómo estos cambios tienen repercusión directa en la conducta y la vida de las personas. Desde la pérdida de visión a la falta de sensación de sed, pasando por problemas de audición, existe un amplio abanico de cambios físicos que ocurren por el simple hecho de envejecer.

Uno de los cambios más fácilmente observables con el paso del tiempo, especialmente en población muy anciana, es el enlentecimiento. Entendemos por enlentecimiento motor al aumento del tiempo que precisa una persona para realizar una acción. Algunas circunstancias reversibles (como ciertas medicaciones, algunas drogas, la somnolencia, etc.) aumentan el tiempo que precisamos para realizar una tarea determinada (por ejemplo, vestirse). Sin embargo, el enlentecimiento que ocurre por el paso del tiempo es irreversible y, a medida que envejecemos, más pronunciado.

Este aumento del tiempo necesario para hacer las cosas viene dado por diversos motivos. Por un lado, aumenta el tiempo de reacción, que es el tiempo transcurrido entre que un estímulo sea captado por nuestro organismo hasta que se da la respuesta (por ejemplo, el tiempo que transcurre desde que oímos el timbre de la puerta hasta que nos levantamos para abrir). Además del aumento del tiempo de reacción, se produce un aumento del tiempo de procesamiento; esto es, cuando percibimos un estímulo (en el ejemplo anterior el sonido del timbre) nuestro cerebro tiene que procesarlo hasta saber que se trata del sonido del timbre de la puerta y que debemos levantarnos para ir a abrir. Este proceso automático tarda más cuanto mayores nos hacemos. Otros factores como el estado global de salud, problemas de equilibrio o movilidad, ciertas patologías o medicaciones no hacen más que agravar el hecho en sí.

El enlentecimiento global que se observa en las personas mayores tiene efectos muy marcados y notorios en su día a día; así tareas cotidianas que son básicas en el autocuidado (como lavarse o preparar la comida) llevan más tiempo. Es importante que las personas mayores cuenten con el tiempo que necesitan para poder desarrollar estas tareas de forma autónoma. En algunos casos, las personas cercanas a los ancianos (como familia o cuidadores) realizan estas acciones en su lugar, aun cuando la persona mayor podría hacerlo sin problema, simplemente empleando más tiempo. Muchas veces sucede por deferencia, por tratar de que la persona mayor no se fatigue o trabaje más de lo debido. Es bueno tener consideración con nuestros mayores y no pedirles más esfuerzos de los necesarios. Sin embargo, también es bueno que las personas mayores hagan por ellos mismos actividades, especialmente las que se refieren al autocuidado, con la mayor autonomía posible. Hay que entender que facilitar o supervisar cuando sea necesario alguna de estas actividades no es lo mismo que no dejar margen de actuación. Algunas actividades, como el vestido, pueden tardar bastante más tiempo en completarse por parte de personas mayores, incluso perfectamente autónomas, por diversos motivos (por ejemplo, la aparición de enfermedades reumatológicas que mermen la movilidad). En estos casos, es mucho más positivo darle a la persona mayor el tiempo que necesita o buscar la forma más sencilla para que lo haga por él mismo que tratar de hacer nosotros la actividad en su lugar.

El aspecto en el que el enlentecimiento producido por el envejecimiento puede resultar más problemático es en la calle. La mayoría de las ciudades no están adaptadas a las necesidades de todos sus habitantes, imposibilitando que diversos colectivos puedan transitar por ellas de forma autónoma y segura. Las personas mayores pueden encontrar múltiples obstáculos físicos a la hora de abordar determinadas zonas de casi todas las ciudades, pero es raro que nos demos cuenta en la barrera que supone el tiempo. Los semáforos, por ejemplo, suelen dar un tiempo bastante limitado en el paso a peatones, haciendo que las personas mayores tengan más dificultad en emplearlos. Las acciones cotidianas, como coger un autobús o pagar en el supermercado, muchas veces transcurren en un entorno en el que la presión de tiempo es obvia. Esto hace que los mayores se sientan incómodos en muchas ocasiones en una sociedad que se caracteriza por la rapidez y en la que precisar unos segundos extras parece un pecado capital.

Fórmulas de cortesía en el trato con ancianos

Quizá el título de esta entrada sea un poco extraño, pero hoy me gustaría centrarme en un aspecto sutil del trato que damos desde la sociedad a las personas mayores, en este caso, las formas de cortesía. Esta entrada está pensada para aquellos que tratan en su vida profesional con la tercera edad (desde los médicos geriatras a los gerocultores) aunque espero que sea de interés general.

Algo que siempre me ha llamado la atención es que se empleen términos como «abuelo» referidos a personas que no son de nuestra familia. No, ese señor anciano, por el mero hecho de tener cierta edad no tiene por qué ser abuelo y, desde luego, de serlo lo es de sus nietos, no del primero que pase. Emplear ese término no deja de ser similiar a emplear «tío» o «tía» para referirnos a otra persona ajena a nuestra familia. O sea, una falta de respeto y de educación.

El tuteo tampoco es aconsejable, a no ser que la persona mayor explícitamente nos haya dicho que esa va a ser la fórmula de trato. Hay que tener presente que muchas de las personas que hoy son octogenarias, por ejemplo, trataron a sus propios padres de usted. Y no era porque no les quisieran o porque tuvieran una mala relación, sino porque era el modismo adecuado en sus tiempos. Por tanto, parece un poco extraño que inicialmente se escoja el tuteo para dirigirse a miembros de estas generaciones. Además, emplear el usted no está reñido con mostrar cariño, cercanía, familiaridad, etc. Simplemente es un signo del respeto que deberíamos mostrar a nuestros mayores.

Debemos tener presente que las generaciones que hoy son ancianas fueron educadas de otra manera. En general, dan mucho valor a las formas cotidianas de respeto (ceder el paso en una puerta, ceder el asiento, emplear el gracias y por favor, etc.) En nuestro trato con ellos deberíamos ser especialmente cuidadosos con estos aspectos ya que les hace sentir que son tratados con respeto. No es cuestión de mostrarse servil, sino de ser servicial (algo especialmente importante si estamos en el contexto laboral).

El hecho de que una persona presente un cuadro de demencia, por ejemplo, no implica que podamos o debamos tutearlo o mostrarle menos respeto. La persona sigue siendo anciana, sigue mereciendo un trato respetuoso y agradable. Es importante que adaptemos nuestra forma de comunicarnos con ellos (como ya señalamos en esta entrada), pero manteniendo siempre las formas. Si llamamos abuelo a una persona diagnosticada de alzheimer, por ejemplo, le estamos haciendo un flaco favor ya que podemos llegar a confundirla.

Pese a que lo dicho aquí son casi perogrulladas, creo que todos hemos sido testigos en un momento u otro de un trato excesivamente familiar a algún anciano. Sirvan estas líneas para que reflexionemos sobre ello y para tratar de corregirlo.

Paternalismo y ancianidad

En esta sección ya hemos abordado  el tema de la discriminación, abuso y maltrato a ancianos. Estas conductas, aunque todavía no cuentan con toda la visibilidad que merecen, son reprobadas socialmente, por ser percibidas como lesivas para la persona (tanto a nivel físico como psicológico). Sin embargo, está extendida la costumbre de tratar con paternalismo a las personas mayores, sin apreciarse el menoscabo a la autoestima del anciano que resulta de esta actitud. En muchas ocasiones, esta conducta nace comparando a las personas mayores con niños; algo totalmente falso y perverso. Los ancianos no son como niños; mientras que estos últimos están empezando a desarrollarse, no han conseguido alcanzar hitos evolutivos y todavía ensayan lo que será su futura personalidad, inteligencia y conducta adulta, las personas mayores se encuentran en el punto más alto del desarrollo y la diferenciación. Las personas mayores muestran una mayor inteligencia verbal que los adultos jóvenes, mayor capacidad para imaginar hipotéticos y resolver verdades encontradas, una mayor capacidad para resolver dilemas sociales, etc.

Cuando comparamos a un anciano con un niño negamos su capacidad de decisión, su libertad, negamos que sea adulto y que pueda tomar sus propias decisiones. En estos casos, solemos adoptar posturas paternalistas, en las que tomamos decisiones por las personas ancianas como si ellas no fueran capaces de hacerlo, no supieran o, incluso, no debieran.

Este paternalismo puede afectar a muchos ámbitos de la vida. Es frecuente observar como personas mayores sufren abusos económicos por parte de su propia familia; por ejemplo, no dejándoles disponer libremente de sus bienes y dinero, presionándoles para beneficio de terceros, muchas veces en contra de sus deseos. En estos casos, la familia decide por la persona mayor sobre la venta de pisos, vivir en una residencia o en el domicilio, cómo se invierten ahorros, etc.

Este trato paternalista nace de asumir, explícita o tácitamente, que la vejez está asociada inamoviblemente a un deterior cognitivo severo; asumir que todas las personas mayores, por el mero hecho de tener una edad, son menos capaces intelectualmente y que, por ello, necesitan una especie de tutelaje. Por tanto, esta conducta resulta sibilinamente maliciosa, ya que en la mayoría de las ocasiones, las personas que las muestran piensan que “están haciendo lo mejor”, velando por los intereses del anciano, aunque no concuerde con sus deseos. El obvio problema es que la mayoría de las personas mayores no están incapacitadas intelectualmente ni tan siquiera sufren deterioro. Habrá quién precise ayuda en aspectos concretos (como puede ser el uso de nuevas tecnologías) pero al igual que otros colectivos. El hecho de dar por supuesto que por tener una determinada edad una persona necesita un tutelaje absoluto, que no puede disponer de sus bienes y tiempo a su antojo, que no saben qué les conviene, es un menoscabo a su libertad, es mostrar ideas preconcebidas y erróneas sobre la vejez y las personas mayores y supone un grave menoscabo de la integridad psicológica del otro; al fin y al cabo, se infantiliza a todo un colectivo.

Las personas mayores no son como niños. Deben decidir por sí mismos qué es lo que quieren hacer con su dinero, su tiempo, sus relaciones sociales y sexuales (el sexo en la tercera edad, un gran tabú), como cualquier otro adulto. Por supuesto, podrán equivocarse, eligiendo algo que no les conviene o errando en sus actuaciones, al igual que nos pasa al resto de adultos, pero no por cometer errores deberán ser privados de su libertad para organizar su vida como les plazca.

Sistema nervioso y envejecimiento: la sed

Este es el cuarto artículo de la serie que pretende explicar los cambios que ocurren por el mero hecho de envejecer en el sistema nervioso. Hasta ahora hemos hablado del envejecimiento de los sentidos que más cambios sufren con el paso del tiempo (el oído, el equilibrio, la vista, el gusto y el olfato) y de cómo estos cambios pueden influir en el día a día de las personas mayores (y no tan mayores), pero no solo los sentidos se trasforman a causa del paso del tiempo. El propio cerebro sufre cambios que conllevan que algunos aspectos cotidianos se vean modificados. Obviamente, no todos los cambios se producen igual en todas las personas. Como siempre se repite en este blog, es muy importante tener en cuenta que cada ser humano envejece de una forma diferente. Aun con todo, sí se pueden observar ciertos patrones comunes. En este artículo vamos a abordar un problema extendido en las personas mayores como es la falta de sensación de sed y los problemas de deshidratación. Muchas personas mayores, así como los profesionales que tratan con ellos y cuidadores familiares, expresan su preocupación debido al hecho de que, en general, los ancianos no tienen sed y no quieren beber.

vaso

Algunas patologías que pueden estar presentes en la edad mayor (como la diabetes) o ciertas medicaciones hacen que sea especialmente importante vigilar algo que parece tan sencillo como beber la cantidad de agua necesaria; además, no se puede olvidar que personas mayores, debido al propio envejecimiento del sistema nervioso central, tienen atenuada la sensación de sed. Eso significa que, aunque su cuerpo precise agua, no se van a procesar correctamente las señales y, por tanto, la persona no sentirá la necesidad de beber. En temporadas de mucho calor, como es el verano, es común escuchar recomendaciones sobre la correcta hidratación de las personas mayores. Es importante que todos los ancianos (especialmente aquellos que no precisan de una supervisión ni apoyo) tomen conciencia de la cantidad de líquidos que se precisan al día y que, aunque no sientan especial gana de beber, traten de ingerir las dosis adecuadas.

Es importante tener en cuenta que algo que parece tan superfluo como mantener un buen nivel de hidratación es realmente importante para el correcto funcionamiento de nuestro cuerpo, siendo de crucial importancia en aspectos tan diversos como el buen funcionamiento de la memoria o mantener a raya el estreñimiento, por ejemplo. El agua forma parte de nosotros y conseguir mantener un buen equilibro entre la que se expulsa y la que se ingiere es crucial para que todo nuestro cuerpo funcione correctamente. Generalmente, pensamos que solo mediante la orina y el sudor eliminamos agua, sin embargo, otras acciones (como respirar, salivar, sangrar, lagrimar, etc.) conllevan una disminución del nivel de agua disponible en el cuerpo.

Debemos tener presente que hay muchas formas de ingerir el agua necesaria para mantener la homeostasis. Los caldos (siempre que no contengan altos niveles de sal), zumos naturales, leche, frutas, etc. también contienen agua que contribuye a hidratarnos; además es importante saber que las bebidas azucaradas no solo no calman la sed, sino que aumentan la necesidad de agua en nuestro organismo.

No solo es importante tomar líquidos con frecuencia, también lo es hacerlo antes de tener sed. En muchas personas mayores, cuando aparece esta sensación, ya está presente un cuadro de deshidratación leve. Por eso conviene tener una rutina en que la ingesta de agua se haga de forma regular, y hacerlo no solo durante las comidas, también entre horas.

Es especialmente importante prestar atención a aquellas personas mayores que padecen algún tipo de demencia. En muchas ocasiones, la sensación de sed está incluso más mermada que en el resto de población mayor pudiendo ocurrir que, al preguntarle si quiere beber, conteste no, sin ser realmente cierto (puede que no entienda la pregunta, que no sepa expresar la respuesta, etc.). En estos casos, es importante buscar la forma de satisfacer las necesidades de la persona sin esperar a que lo manifieste, ofreciéndole bebida en lugar de preguntarle si quiere beber, ayudándonos de frutas jugosas (como el melón o la sandía) o, en casos en que la ingesta de líquidos se vea muy dificultada por la reticencia del mayor, ayudándonos de gelatinas con sabor.

Aunque estas recomendaciones se hacen sobre todo en verano cuando hace mucho calor, durante todo el año se deberían seguir pautas adecuadas para mantener una correcta hidratación que ayude a nuestro cuerpo a mantener el equilibrio que necesita.