Manual de menores en situación de dependencia

Portada del manual

Aquí os dejo un enlace al  “Manual de pautas do coidado e estimulación no fogar de menores en situación de dependencia”.

Manual de pautas do coidado e estimulación no fogar de menores en situación de dependencia

La edición de este manual ha sido encargada por la Consellería de Política Social de la Xunta de Galicia, a través de la Dirección Xeral de Maiores e Persoas con Discapacidade.

Su elaboración se ha llevado a cabo mediante la colaboración de un equipo multidisciplinar formado por:

  • Pilar Ónega, Filóloga, Consultora Educativa de educación especial, Personas WIP.
  • Andrea Alonso Cadavid, terapeuta ocupacional.
  • Ángela Monelos Ferreira, Terapeuta ocupacional.
  • Begoña Sánchez Roura, Trabajadora social.
  • Carmen Moreno Moreno, Psicopedagoga, Educadora Social.
  • Celtia Méndez Castro, Psicopedagoga, Educadora Social.
  • Lucía Fernández Blanco, Psicopedagoga, Educadora Social.
  • Teresa Lastra, traductora.
  • Pilar Ullod Rivera, ilustradora.

Mi aportación a este proyecto ha sido el apartado del cuidado del cuidador, un aspecto tan fundamental como olvidado cuando se aborda el tema del cuidado de personas en situación de dependencia (tanto de menores como de personas ancianas).

Esperamos que este proyecto sea de ayuda a las familias que se encuentran en esta situación. Ha sido un trabajo arduo y complejo, al tener que coordinar el trabajo de tantos profesionales diferentes, pero que nace del más profundo respeto y con mucha ilusión por nuestra parte.

Enlentecimiento en personas mayores

Hace unos días fui testigo de una escena corriente y no por ello menos triste. Una mujer mayor, con ligeras dificultades para caminar, pertrechada con un bastón se disponía a cruzar un paso de cebra. La mujer esperó pacientemente a que ningún coche estuviese cerca y, cuando no había moros en la costa, se dispuso a cruzar. Es una calle bastante ancha, con cuatro carriles y alta densidad de tráfico, por lo que no tardó en aparecer un coche, mientras la señora estaba todavía a un tercio de camino. Al cabo de unos segundos, el conductor, supongo que impaciente y disgustado por la tardanza de la mujer, comenzó a tocar el claxon y hacer gestos apremiantes. Pocas veces he deseado tanto que multen a alguien por el uso indebido de los sistemas de alarma.

Esta escena se puede ver en diversos escenarios: las caras de los clientes de supermercado cuando una persona mayor tarda un rato en meter su compra en la bolsa, dar el dinero y dejar libre el espacio; los comentarios impacientes cuando personas mayores suben o bajan de medios de transporte; las caras de apremio de los vecinos que esperan con la puerta abierta, etc. En esta sociedad de lo inmediato, tardar medio minuto más es un pecado imperdonable. Aunque uno tenga 80 años, problemas de equilibrio, movilidad reducida o necesite andador.

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Si a esto le sumamos la pérdida de ciertas formas de cortesía (sujetar una puerta, ceder el paso o el asiento, esperar a un vecino para coger el ascensor, etc.) tenemos como resultado que, diariamente, los mayores ven como el espacio social en el que se mueven está poco adaptado y les excluye. No sólo a nivel de barreras arquitectónicas (ese es otro tema del que merece la pena hablar largo y tendido), también existe una especie de barrera temporal. No nos adaptamos a los tiempos de los mayores y pretendemos un imposible: que ellos se adapten al nuestro. Y es un imposible porque, por mucho que queramos, la biología es la que es. Uno de los cambios más notorios que podemos apreciar durante el proceso de envejecimiento es el enlentecimiento. Así, según vamos cumpliendo años, vamos volviéndonos más lentos, y no sólo a nivel físico. Simplemente necesitamos un poco más de tiempo para hacer las cosas, lo que no implica que las hagamos mal (habitualmente, ciertas habilidades se han ido mejorando a lo largo de la vida, por lo que, aunque tardemos más, puede que el resultado sea incluso mejor).

Es una lástima, además de un imposible, que pretendamos esa adaptación de los mayores al ritmo que lleva la sociedad. Es triste que tengamos tanta prisa en todo. Es triste que no podamos esperar medio minuto en la cola del supermercado o medio minuto antes de pulsar el botón del ascensor. No sólo por la falta de educación; es triste por lo que refleja de nosotros, la urgencia de tiempo con la que vivimos.

Cuando se habla de adaptación de entornos y espacios no deberíamos pensar sólo en las barreras arquitectónicas, deberíamos tener presentes las necesidades de los diversos grupos que emplean ese espacio para así poderlo hacer accesible a todos, más allá de si se puede acceder al mismo o no. Esto incluye el tiempo que necesita una persona para realizar una acción, por ejemplo.

De las personas mayores podemos aprender mucho; por ejemplo a tomarnos el tiempo que necesitemos para hacer las cosas, sin estar tan pendientes de cuánto rato empleamos en la tarea en sí. Mi abuela siempre me decía “vísteme despacio que tengo prisa”, me gustaría añadir “vísteme despacio, que tengo prisa y no me gusta andar a la carrera”.

Demencia y comunicación

Uno de los grandes retos del entorno (familiares y cuidadores) de los pacientes con demencia es la comunicación. En los primeros estadios de la patología el lenguaje no se verá alterado o solo ligeramente, pero conforme avance la enfermedad, se tornará más complicado comunicarse con el afectado. Por un lado, el paciente suele mostrar una baja fluencia lingüística (cada vez se le quedan más palabras en la punta de la lengua y le cuesta más encontrar la palabra que busca, haciéndose difícil entender lo que quiere expresar), por otro, su comprensión irá disminuyendo, por lo que las frases largas, los dobles sentidos, la ironía, etc. pueden no entenderse bien.

Además, poco a poco irá disminuyendo el abanico de temas que el paciente aborda, circusncribiéndose cada vez más a aspectos que le rodean. La capacidad de abstracción irá desapareciendo, para solo poder hablar de lo concreto que está delante.

Para tratar de mejorar la comunicación con personas aquejadas de demencia es bueno seguir una serie de pautas:

  • Hablar vocalizando bien y de forma clara, asegurándonos de que la persona nos oye, pero sin gritar (porque podemos asustarles). Debemos situarnos cara a cara y manteniendo el contacto visual. Si la persona es cercana a nosotros, pequeños contactos físicos (coger de la mano, acariciar el hombro, etc.) pueden ayudar a centrar su atención y relajarlo. Hay que tener cuidado con el contacto físico y retirarlo si vemos que a la persona le incomoda.
  • Tanto si la persona no tiene problemas auditivos como si lleva audífono es bueno bajar un poquito el tono de voz (intentar que nuestra voz suene más grave). Las personas mayores escuchan mejor las voces graves y mucho peor las agudas. Si hablamos muy alto, la persona puede pensar que estamos enfadados. Además, debemos hablar siempre de forma tranquila.
  • Es reomcomendable hacer gestos con las manos para resaltar lo que se dice (por ejemplo, señalar el objeto del que habla, señalar a la persona a la que se refiere, hacer gestos imitando las acciones de las que se habla, etc.). Hay que tener cuidado en que los gestos no resulten amenazantes ni que le den miedo.
  • Resulta fundamental eliminar los ruídos innecesarios que distraigan la atención de la persona. Es importante apagar la tv y la radio (esto ayudará a que la persona centre su atención en nosotros) o no tratar de obtener respuesta si hay más conversaciones en curso a nuestro alrededor.
  • Debemos utilizar frases cortas (no más de cuatro o cinco palabras) y las palabras deben de ser sencillas. Cada frase debe contener una idea; por ejemplo «¿te apetece que vayamos al parque para ver si están tus amigos y tomamos un mosto con ellos?» es un ejemplo de mala comuniación. Lo correcto sería «¿quieres ir al parque?». El resto, se lo propondremos al ver a sus amigos.
  • Es positivo utilizar el nombre del paciente al hablar con él, cuando se habla de uno mismo señálarse con la mano y no emplear pronombres (él, ella, eso) sino nombres (Juan, Rosa, pan). No diremos «pásame eso» o «ella vendrá después» sino «pásame el pan» o «Rosa vendrá después».
  • Las preguntas deben formularse de una en una. Cuando la enfermedad avanza, las preguntas no deben ser abiertas a muchas posibles respuestas (por ejemplo, no debemos preguntarle qué quiere comer, sino que le propondremos dos opciones para escoger, restringiendo así el número de posibles respuestas). Esto facilita al paciente la tarea de escoger. Tampoco debemos incluir diferentes actividades en la misma pregunta; no diremos «¿quieres ir al parque o a casa de Juan?», le preguntaremos una cosa y después la otra. Si hace falta repetir una pregunta, procuraremos emplear las mismas palabras.
  • Hay que hablar lentamente, pronunciando con claridad y esperar a que la persona conteste. Lo que puede parecer un silencio largo puede ser el tiempo que la persona necesita para comprender la pregunta y pensar la respuesta. Si en dos o tres minutos la persona no nos ha contestado, podemos repetir la pregunta (sin urgir la respuesta ni con reproches por tener que hacerlo) asegurándonos de que nos escucha bien .
  • Nunca hay que dar por sentado que la persona no nos entiende; con la demencia, las capacidades fluctúan y pueden tener breves periodos en los que parece recuperar una pequeña parte de sus capacidades.
  • Nunca debemos hablar de la persona como si no estuviera deltante, como si fuera tonta o estuviera loca. El enfermo puede darse cuenta de que hablan de él aunque no entienda qué se está diciendo. Esto puede hacer que se sienta triste, agresivo o que piense que le quieren hacer daño.

Uno de los aspectos que más suele agobiar al entorno cercano es la reiteración de preguntas y frases. Los afectados de demencia comúnmente repiten una y otra vez las mismas frases y preguntas muchas veces por lo mismo. Sobre esto, os invito a ver este sensacional corto que resume magistralmente la regla de oro: paciencia y respeto.

Maltrato y tercera edad

El maltrato es una forma de agresión en el contexto de una relación entre dos o más personas. Maltrato y abuso son dos conceptos que van de la mano, puesto que cuando se maltrata a una persona se abusa de ella en una o varias facetas de su vida, causándole problemas tanto físicos como psicológicos. Todos podemos ser víctimas de una situación de abuso o maltrato y esta situación tendrá sus particularidades en función de quién es la víctima, aunque guarde parecido de un colectivo a otro.

Cuando hablamos de maltrato o abuso, el primero que nos viene a la mente es el físico (por ser el más obvio y fácil de identificar); en este caso, se trataría de la violencia ejercida sobre una persona a través de golpes, pellizcos, tirones de pelo, etc. Aunque sea la forma más obvia de dañar a otros, no debemos olvidar que existen otras formas de maltrato: el psicológico (aquel que se basa en la destrucción de la autoestima de la otra persona, mediante insultos, vejaciones, humillaciones, etc.), el económico (en el que una persona abusa de las posibilidades económicas de otra, por ejemplo, robándole la pensión sistemáticamente), la negligencia en el cuidado (cuando no se satisfacen necesidades básicas de una persona que depende de otra) y el sexual.

Como decía, cualquier persona puede sufrir maltrato; sin embargo, existen colectivos que, debido a su vulnerabilidad, tienen más posibilidades de verse en esta situación. Tradicionalmente, se ha prestado mucha atención en el maltrato a la infancia y, en la actualidad, las sociedades más desarrolladas han comenzado a reparar en el que sufren otros grupos, como es el caso del maltrato a la mujer. Sin embargo, existen pocos estudios acerca de esta problemática en la tercera edad; de tal modo que no se encuentran datos precisos sobre la incidencia de este fenómeno en nuestro país, aunque los expertos afirman que es más habitual de lo que se puede creer. Al igual que ocurre (y, sobre todo, ocurría) con el maltrato a mujeres, no es que la situación sea nueva, sino que hasta hace poco no se reconocía como problemática e, incluso, era negada o justificada por las víctimas y el entorno. Muchas personas ancianas que son maltratadas de diversa forma no reconocen estar en esta situación bien por vergüenza, miedo a las represalias o por negar una situación que les resulta muy dolorosa; en el peor de los casos, se encuentran en una situación de dependencia que no les permite denunciar lo ocurrido. No olvidemos que, en estos casos, en muchas ocasiones, el maltrato se sufre dentro del seno familiar y las víctimas son personas ancianas, por lo general, en estado de dependencia hacia su maltratador.

Algunos de los factores de riesgo o vulnerabilidad para sufrir maltrato en la ancianidad son tener edad avanzada, estado de salud menguado, dependencia física, deterioro cognitivo, aislamiento social, entre otros. En relación al maltratador, aunque no se ha establecido un perfil, existen una serie de factores que podrían desencadenar esta conducta, como son la sobrecarga física o emocional, padecer trastornos psiquiátricos, abuso de alcohol u otras sustancias, etc.

Como ocurría con el maltrato o abuso a mujeres, hasta hace muy poco, socialmente se justificaba de alguna forma o se minusvaloraba la importancia y el impacto de este sobre la víctima. ¿Cuántas veces no vemos en la televisión el estereotipo del anciano incapaz, del que todo el mundo se ríe, aunque lo hagan de una forma “benévola”?. ¿Cuántas veces hemos oído a alguien decir “tú cállate, abuelo, que de esto no sabes”?; es más, ¿cuántos veces se presiona a personas mayores para que tomen decisiones sobre sus propias financias con el objetivo de beneficiar a terceros?. ¿Cuántos mayores se encuentran en una situación de negligencia, recibiendo menos cuidados de los que necesitan o siendo estos cuidados de escasa calidad?

Algunas formas de maltrato son más sibilinas y difíciles de detectar que otras. Así, una bofetada nos hace evidente el abuso, pero sin embargo, actos como minusvalorar, tratar de forma paternalista, no tener en cuenta la opinión, parecen más difíciles de identificar con la palabra maltrato. Estos últimos (los abusos psicológicos y económicos) son probablemente los que más sufren el colectivo de mayores.

Solo espero que cuando el primer estudio sobre la incidencia de este problema aparezca estemos preparados para lo que nos cuente. Algo me dice que, como sociedad que se cree avanzada, los números nos van a sorprender y sonrojar por partes iguales.

Más mitos sobre el alzheimer

Hace unos días comentábamos algunos de los mitos más comunes que giran en torno a la enfermedad de alzheimer. Hablamos de la falsa creencia de verlo como un proceso derivado inequívocamente del envejecimiento, de que personas jóvenes pueden padecerla, de los altibajos y cambios de comportamiento que pueden observarse y sobre los síntomas más comunes en un inicio. Vamos a seguir con otros mitos ampliamente extendidos sobre esta enfermedad.

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Mito 5: Los enfermos de alzheimer no entienden nada. En las fases iniciales de la enfermedad, los pacientes pueden comprender y expresarse de un modo prácticamente normal. Poco a poco, su lenguaje se tornará más simple, con menos vocabulario y aparecerán problemas para entender el lenguaje complejo (ironía, dobles sentidos, oraciones subordinadas, etc.). Puede llegar un punto, cuando la enfermedad se encuentra en estadios muy avanzados, en que la persona pierda por completo la capacidad de expresarse y de comprender el lenguaje; sin embargo, la persona aquejada puede seguir interpretando el lenguaje no verbal. Notará cuando la voz que le habla lo hace con enfado o con tranquilidad, sentirá los besos, las caricias y los abrazos y le resultarán agradables como nos resultan agradables al resto. De todas formas, aun cuando parece que la persona no comprende nada de lo que se dice, no es aconsejable en modo alguno hablar de la persona como si no estuviera delante, dando por sentado que no puede entendernos.

Mito 6: Si contamos con antecedentes familiares padeceremos inevitablemente alzheimer. Pese a que se han encontrado factores genéticos ligados a la manifestación de la enfermedad y que el hecho de tener antecedentes familiares aumenta la posibilidad de aparición, no se trata de una herencia que pase de padres a hijos en todos los casos de forma inexorable. Por tanto, contar con historia familiar de dicha patología aumentaría la probabilidad, pero no nos depararía la enfermedad sí o sí.

Mito 7: la depresión causa alzheimer. Una creencia comúnmente extendida es que la depresión a ciertas edades puede causar esta patología. Este mito nace debido a que en algunas personas los primeros signos de la enfermedad que se muestran son similares a una depresión, siendo muchas veces diagnosticada esta enfermedad; sin embargo, el cuadro que causa la apatía, fallos de memoria, cambios de humor, etc. es la demencia. Ahora bien, hemos dicho que la depresión no causa demencia, pero si puede aumentar la probabilidad de su aparición. Una persona que muestre un cuadro depresivo durante muchos años, sin mostrar mejorías notables, que lo lleve a aislarse socialmente, reduciendo sus actividades de ocio, estando de baja laboral, etc. tiene más posibilidades de padecer alzheimer debido a la inactividad (en unos días abordaremos la importancia de crear reserva cognitiva).

Mito 8: el alzheimer se puede prevenir y curar. Por desgracia, a día de hoy no se ha descubierto ningún tratamiento que cure dicha patología, si bien es cierto que existen fármacos y terapias psicológicas que ayudan a mejorar la calidad de vida del paciente y a ralentizar el avance del mismo. Lo mismo ocurre con la prevención. A día de hoy no se cuenta con ningún tratamiento que prevenga la aparición de la enfermedad, pero como ya hemos comentado en otras ocasiones, mantener un estilo de vida activo, realizar actividades que impliquen trabajo cognitivo y mantener una buena red de relaciones sociales sirven para reducir el riesgo de aparición y que, en caso de aparecer la enfermedad, seamos capaces de lidiar mejor con ella.

Mito 9: la memoria es lo único que se afecta. El alzheimer implica una pérdida gradual y global del intelecto. Esto significa que aunque las primeras manifestaciones puedan observarse en la memoria o en el lenguaje, poco a poco otras áreas como la orientación personal y temporo-espacial, la gnosia, la praxia, el razonamiento abstracto, las funciones ejecutivas, la atención, etc. van a ir comprometiéndose. Pese a que se asocie el alzheimer con problemas de memoria, no debemos perder de vista que son todas las capacidades intelectuales las que se deterioran.

Mito 10: El primer signo siempre de aparición de la enfermedad son cambios en la memoria. Si bien es cierto que la memoria es una de las funciones que primero se ve afectada por la patología, no siempre es la función en la que aparecen los primeros signos notorios o que primero perciben los afectados. Algunos pacientes refieren problemas con la fluidez del lenguaje (sienten que las palabras se les quedan en la punta de la lengua con mucha frecuencia), en la capacidad de orientación o en la capacidad de concentración y de razonamiento.

Podcast Convivir en Igualdade 2 de Junio de 2016: Profesionales socio-sanitarios

Semanalmente, Pilar Ónega, representante de Personas WIP, participa en el programa de Radio Galega «Convivir en Igualdade». Este verano me invitaron a colaraborar en uno de los programas hablando sobre productos que se emplean en la estimulación cognitiva, aquí os dejo el podcast:

 


 

 

 

El proceso de diferenciación

En contra de lo que se puede pensar, en el momento en que nacemos es en el que más nos parecemos unos a otros. Todos los bebés realizan las mismas actividades, aunque ya se puedan observar pequeñas diferencias entre ellos. Algunos son mejores comedores, otros lloran más, algunos duermen del tirón, pero en general, el abanico de conductas que presentan son escasas, limitadas y similares: comer, dormir, llorar y poco más.

Según vamos creciendo, vamos desarrollando nuestra propia identidad, nuestra propia forma de ser, nuestra personalidad. Todo lo que aprendemos, vemos, experimentamos, en definitiva, todo lo que vivimos nos moldea y cambia. Nos hace diferentes unos de otros. A este proceso, que se da durante todo el ciclo vital, desde el momento del nacimiento hasta la muerte, se le conoce como el proceso de diferenciación. Cuánto más vivimos y cuántas más experiencias distintas tenemos, más nos diferenciamos unos de otros. Y al llegar a la ancianidad es cuando este proceso de diferenciación se hace más evidente. Cuando llevamos 70, 80 o 90 años practicando a ser nosotros mismos es cuando menos nos parecemos unos a otros, cuando nuestra forma de ser, nuestro modo de pensar, de entender el mundo, es más único.

Sin embargo, desde la sociedad se da un curioso proceso de homogeneización de los ancianos. Damos por sentado que por el hecho de tener una determinada edad todos van a comportarse de un mismo modo, tener los mismos gustos y expectativas, la misma ideología, las mismas rutinas y costumbres, etc. Denominamos cohorte a los miembros de una misma generación. Parece bastante lógico pensar que las personas de una determinada cohorte tendrán más en común entre sí que con otras, puesto que han vivido fenómenos históricos comunes, estilos educacionales similares, experiencias vitales parecidas, etc. Y esto es cierto. Pero solo en parte. No se nos ocurriría pensar que todas las personas de 50 años sean idénticas unas a otras, pese a que todas vivieron el final de la dictadura y la transición, por ejemplo. Es probable que tengan referencias culturales parejas, pero no por ello van a tener un comportamiento, gustos o expectativas idénticas.

Sin embargo, asumimos que las personas mayores, por el simple hecho de serlo, se parecen mucho unas a otras, tienen las mismas aficiones, los mismos proyectos vitales, etc. Y, como ya hemos señalado en diferentes ocasiones en este blog, eso no deja de ser un prejuicio, ya que reduce a todos los ancianos a una caricatura en base al mero hecho de tener una determinada edad.

Las personas mayores dicen que es común escuchar sugerencias, nacidas desde la mejor de las intenciones, como “¿por qué no vas a tal sitio? Hay mucha gente de tu edad”, pero que suelen caer en saco roto. No todas las personas mayores quieren hacer gimnasia, tocar la pandereta, aprender bolillos, bailar, pertenecer a una coral o ir a clases de memoria. No todas las personas mayores tienen el mismo bagaje cultural, las mismas expectativas, las mismas experiencias. Y, si bien pueden compartir experiencias vitales o referentes culturales, eso no hace que su proyecto de vida actual deba ser el mismo. Porque aunque muchos parecen olvidarse, los mayores también tienen su propio plan de vida en marcha, sus propios proyectos y su propia visión de cómo será su futuro. Es habitual que ante la idea de “ve allí, hay mucha gente de tu edad”, la respuesta es “no quiero, eso está lleno de viejos”. Normalmente, es una forma de decir que la actividad que le proponemos no le interesa, ya que es probable que muchas de las amistades del anciano sean de su misma edad.

Es necesario que  las personas mayores se mantengan activas dentro de la comunidad y es aconsejable que realicen actividades que les resulten placenteras y estimulantes. Y también es aconsejable que su entorno cercano (principalmente las familias) traten de animarlos a desarrollar esas actividades, pero siempre teniendo presente cómo es la persona que tenemos delante. Si nunca ha ido a bailar, puede que sea porque no le gusta y a los 80 años no le apetezca aprender bailes de salón pero sí le interese un curso de tratamiento de imágenes con ordenador.

Para poder apoyar y entender a los ancianos lo más importante es dejar de ver un grupo homogéneo y empezar a fijarnos en cada persona que tenemos delante, con sus particularidades y complejidades.

 

Una jubilación realista

Uno de los aspectos más relevantes de la tercera edad es la jubilación. Es más, este hito tiene tanta importancia que en muchas ocasiones asimilamos la entrada en la tercera edad con el hecho de cesar el trabajo remunerado: el hecho de pasar de trabajador en activo a jubilado es el marco que tomamos para marcar la edad en la que consideramos que una persona ha alcanzado la vejez.

Existen muchos mitos a cerca de este acontecimiento y, en general, se podría decir que la mayoría de las personas la aborda de una forma poco realista. Para empezar, suele existir la falsa idea de que trabajar a cambio de un salario es la única forma de ser activo y productivo. Realmente, mucha gente en su día a día permanece activa y resulta productiva a nivel social sin recibir un salario por ello. Pensemos por un momento en la labor de los voluntarios, por ejemplo. Gracias a su actividad muchos proyectos de gran calado social salen a delante y, sin embargo, lo hacen de forma altruista, sin recibir nada a cambio. O las amas de casa, que realizan un gran trabajo diario sin que sea reconocida su labor como tal. Así pues, confundir actividad y productividad con trabajo remunerado parece un grave error.

Por otro lado, la jubilación muchas veces se equipara a inactividad, incapacidad, malestar, etc. Es cierto que la jubilación supone un cambio drástico en la vida de las personas, pero este cambio no tiene por qué ser negativo. Es más, la jubilación puede ser un periodo de gran satisfacción si las personas la abordan de una forma realista, positiva y activa. Es una etapa que puede servir para el autodesarrollo, para retomar proyectos que se abandonaron por falta de tiempo.

Es importante anticipar lo que será esta etapa de nuestra vida en muchos aspectos y, al igual que nos preocupamos de cómo serán nuestras finanzas, deberíamos preocuparnos de cómo va a cambiar el resto de aspectos de nuestra vida.

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Para empezar, es importante pensar, de una forma realista, en qué se va a emplear todo el tiempo libre. Mucha gente hace grandes planes para esta época que, finalmente no lleva a cabo. Otras, cogen “unas vacaciones” antes de comenzar con todo lo que tenían pensado, que terminan por alargarse indefinidamente pero sin proporcionarles una satisfacción acorde. Si bien la jubilación está pensada para descansar, pasarse todo el día mano sobre mano no resulta estimulante. Y para una persona acostumbrada a una dinámica laboral puede resultar realmente desmotivador y aburrido. Por eso puede resultar muy provechoso pensar en qué cosas se han ido posponiendo por falta de tiempo (aprender a manejar internet, volver a estudiar, aprender a pintar, hacer gimnasia, ir a nadar, salir más con los amigos, etc.) y hacer un plan para llevarlas a cabo. No es necesario hacerlas todas a la vez ni sobrecargarnos de actividades. Simplemente se trata de ir marcando una serie de actividades que se realicen de forma cotidiana para terminar teniendo una rutina de actividades que nos beneficie.

Es muy importante tener presente que en muchas ocasiones el trabajo es fuente de autoestima y reconocimiento. Cualquier persona que disfrute de su trabajo, que tenga una buena relación con sus compañeros, que sienta que hace algo que le satisface va a notar un cambio al jubilarse. En estos casos es importante que se afronte el cambio buscando fuentes de satisfacción alternativas. Existen muchas formas de sentirse satisfecho y cada persona deberá buscar la suya, pero actividades como el voluntariado, volver a estudiar o retomar antiguas aficiones son señaladas como fuente de alta satisfacción por las personas que las llevan a cabo, siendo la primera la que más se valora. Las personas que dedican un tiempo semanal al voluntariado suelen señalar que esta actividad les aporta más a ellos que al contrario, dándole importancia a aspectos como sentirse bien con uno mismo o sentir que se ayuda a otros. Por tanto, esto ayudaría a mantener una autoestima sana.

Además, la jubilación es una época en la que se puede aumentar las relaciones intergeneracionales dentro de la familia (aumentar el contacto con hijos, nietos, sobrinos, etc.) así como estrechar las relaciones sociales con nuestro círculo social; incluso crear círculos nuevos.

Un envejecimiento saludable pasa por un envejecimiento activo. Puesto que la jubilación está libre de las cargas laborales es el momento ideal para volver a pensar en qué nos gusta y a qué queremos dedicar nuestro tiempo. Pero siempre de una forma realista y serena.