Vejez y pobreza

Hoy os traigo una colaboración de Carmen Albores Maceiras que ha escrito una magnífica reflexión acerca de la anciandad en la sociedad actual. Carmen es una mujer de 67 años, con una enorme maestría escribiendo (como podréis comprobar a continuación) y las ideas muy claras. Estoy segura de que este texto os invitará a la reflexión:

La juventud,  (divino tesoro) en general,  es “riqueza”, vigor,  belleza física, salud, ilusión, alegría, entusiasmo, perspectiva de futuro, fuerza moral,  plena capacidad cognitiva y de aprendizaje, todos los bienes, en suma,  que son de una gran riqueza para los humanos.

En cambio la vejez es  decrepitud, “pobreza”, falta de fuerzas, deterioro sensorial y físico, falta de vigor , de ilusión, poca perspectiva de futuro, y a veces también deterioro intelectual,  depresión, falta de memoria, confusión en las ideas etc.

Todo esto lleva a que la gente mayor tenga  que sufrir determinadas humillaciones, así, si se olvidan las cosas, ello supone un descrédito social, “repíteselo porque seguro que no se acuerda”, o lo que es peor, “no se entera”, “no confíes que total no se va a acordar”, o cuando le ponen de manifiesto: “tu seguro que no te acuerdas, pero el otro día”… Si se está tratando de una cuestión novedosa, como  los nuevos comportamientos sociales,  modas  o tecnologías recientes, ya dan por sentado de que no lo vamos a entender o comprender… y que ello en todo caso nos va a ocasionar un rechazo, una repulsa y una crítica destructiva por nuestra parte.

Si el deterioro, es físico, ello conlleva, a que ya por sistema te griten suponiendo que estás medio sordo,  y en el caso de estarlo, ello provoca un aislamiento social y personal  y obliga  a retraerse sobre uno mismo en una escapada hacia la introspección. También es frecuente  que hablen por ti los más rápidos, o que los impacientes por tu lentitud  te digan “déjalo, ya voy yo, o “ya lo hago yo”, un acto que te convierte en inválido.

También por sistema estas condicionado a  que te proporcionen una dieta más blanda, (controlada en grasas y calorías),  suponiendo que ya no tienes una dentadura “apropiada”.  La lentitud propia de la edad es algo que exaspera  a muchos, así cuando subes al autobús, el conductor impaciente consigues que te vocee: ¡“a ver  señoraaaa, suuuba¡” (cosa que no dicen a los hombres…) ¡ Y para que hablar si vas de viaje con un grupo de gente mayor ,  la mayoría de los organizadores o guías, suelen “infantilizar” a la gente mayor,  tratarla de un modo paternalista, diciendo por ejemplo: “que ninguno se pierda, cuidado con los coches,  cuidado con las escaleras,  agárrate a la barandilla, allí están los lavabos”… y si se trata de una visita cultural suelen contarte simplezas, anécdotas o chascarrillos dando por supuesto que al fin y al cabo, somos como niños todavía con escasos conocimientos.

Y si ya llegamos a una situación de dependencia, la cosa se agrava, “ponte aquí, no te muevas, mastica con cuidado, bebe despacio, todo son infinitas órdenes a cumplir.  La discapacidad y dependencia se ve agravada por la pobreza, pues al no contar con recursos propios, se está a merced de la “buena voluntad” de los demás.  En cambio los que poseen un nivel económico alto,  eso  les permite  “contratar “servicios, que en  definitiva,  al depender económicamente de uno, siempre se doblegan a las necesidades y apetencias del contratante.

Algunas veces, en cambio, la riqueza favorece el expolio económico del anciano, ya sea por parte de familiares, instituciones, cuidadores y amigos,  fruto de la decadencia cognitiva y la falta de control sobre la riqueza que poseen. Hay  además empresas que parece que estén especializadas a captar el dinero de los ancianos, sobretodo de los que tienen el nivel  cultural más bajo, me refiero por ejemplo a los que le ofrecen excursiones casi regaladas y luego les hacen “demostraciones”, (así  las llaman), que no son otra cosa que ventas con una gran carga de coacción tanto por  la exaltación exagerada del producto como en el chantaje emocional.

Algunas instituciones eclesiásticas también suelen beneficiarse de los bienes de los ancianos aprovechando sus creencias religiosas, los animan a dejar sus bienes y bastante dinero en oficios religiosos confiando en que el anciano por su mentalidad, crea que gracias a ello, sea más efectiva la promesa de alcanzar una mayor gloria ante Dios después de su muerte. Por otra  parte los familiares se afanan también en  presionar, ya sea directamente o con más o menos sutileza a los ancianos para que digan a quien le van a dejar sus bienes cuando mueran, (cosa que les somete muchas veces a un estrés innecesario y tal vez demasiado prematuro), o también traten de camelarlos y ganárselos con falsas muestras de afecto , o bien desprestigiando a los competidores, a fin de hacerse con el botín económico y patrimonial del anciano,  cosa que también es habitual por parte de algunas residencias de ancianos.

Otro aspecto a tener en cuenta es el lenguaje empleado con los mayores, así como hacia los niños suele ser ya por norma utilizar un tono cariñoso, simpático, amable, a los viejos a menudo se les falta al respeto, llamándoles “carcamales”, diciendo que están “chochos”, “gagás”, y muchos  se refieren a ellos como unos “vejestorios”, “abueletes”, etc. .Pero  así como la sociedad tomó conciencia de la necesidad de eliminar los lenguajes sexistas, machistas, racistas, xenófobos, no ocurre así con los mayores, se tolera el lenguaje “viejista”, e incluso se utiliza en sentido jocoso como para hacer “gracia”, abundan en este sentido los chistes como: “van dos ancianos y… y casi siempre son para ridiculizar y mofarse de alguna actitud relacionada con la ancianidad.

Al anciano se le niega casi  toda capacidad de disfrute, no está bien visto que un anciano se enamore de otro, (eso siempre fue  tradicionalmente motivo de burla y escarnio), o también por parte de los familiares, que  temiendo que el anciano se implique emocionalmente y económicamente con una pareja reciente, suelen ejercer gran presión sobre él para que no se fíe, o bien abandone esa nueva pareja, a la que consideran una competidora emocional y posible vía de escape en sus recursos económicos sobretodo, cosa que en algunos casos si se cumple sobre todo por los que andan a la caza de fortunas y herencias de la gente mayor.  Otra cuestión es el sexo en el anciano,  es un tema tabú, al anciano se le niega la apetencia y la capacidad sexual, y si tiene algún asomo en este sentido, pronto es despreciado y tratado de “viejo Verde”, (en esta cuestión salen peor parados los hombres, pues en la mujer ya ni tan siquiera cabe esta posibilidad).

Otro de los aspectos a ridiculizar en el anciano es su interés por arreglarse e ir bien  vestido, se censura si no va vestido conforme a lo que tradicionalmente se espera de su aspecto físico, si va vestido ” juvenil” se le critica con dureza extrema, así si un joven se pone una ropa demasiado discreta enseguida se le dice: “pareces una vieja”, dando por sentado que el anciano tiene que pasar desapercibido por su discreción en el vestir, si acude a bailes también son motivo de risas, si se arregla mucho, enseguida viene el comentario: “ fíjate, a su edad y aún quiere presumir”… también se da por sentado en muchos que el anciano huele mal, no se asocia nunca un olor muy agradable y fresco con el anciano.

Pero toda esta catastrófica situación tenemos la obligación como seres humanos de revertirla, una sociedad tan avanzada en las cuestiones sociales  como la nuestra, no puede permitirse esta situación de ignominia que sufren muchos de nuestros mayores, sobretodo porque en definitiva es a ellos a quienes  debemos casi todo lo que somos.

Una sociedad que protege a los niños, a los desvalidos, a los discriminados (por alguna razón seguramente que injusta), a los animales, al medio ambiente, tiene que poner más esmero en cuidar y proteger a este colectivo, no solo en su dependencia, sino también en la prevención de situaciones como las antes descritas.

En nuestras sociedades avanzadas curiosamente es donde los ancianos son más discriminados, se entiende que “avanzar” supone novedad, romper con lo viejo o caduco, y ese concepto a veces se aplica indirectamente al ser humano, pero en sociedades más tradicionales, los ancianos por el contrario, son el activo más importante, son los más venerados y respetados socialmente, porque representan la memoria viva de la experiencia, constituyéndose en los referentes y garantes de la cultura, la ética y la sabiduría colectiva.

No se puede consentir, aunque sea por interés propio, que los ancianos se sientan “apartados” y que a menudo su sabiduría languidezca aparcada en una vía muerta y sin salida de la estación, quizá otros trenes avancen más rápidos, pero en los vagones aparcados, quizá tecnológicamente ya en desuso, y siguiendo con el símil , los ancianos tengan mucho que aportar en valores morales, en filosofía de la vida, en experiencia, y con ello puedan ayudar por una parte  a que el anciano se sienta valorado y por otra contribuya a  rectificar el rumbo de una sociedad que “descarrila” en algunos aspectos cruciales. Urgiría por tanto, darles como colectivo una mayor presencia en todas las instituciones sociales.

Harían falta filósofos, antropólogos, sociólogos, educadores, políticos etc. que diseñasen un plan para poner en valor al anciano, proponiendo  estrategias para incluirlos  en una sociedad más justa e igualitaria, ello sería beneficioso para todos y también para los jóvenes de hoy que a algún día serán ancianos como nosotros.

Esta franja de pre-jubilados y jubilados es lo suficiente amplia (unos 30 años) como para que no tenga una presencia mucho más activa en la sociedad, se le relegue a los centros socioculturales, a actividades solo para cubrir el ocio, algunos voluntariados  y poco más, y encima se hable de “envejecimiento activo” (aunque  se identifique solo vida activa con estar en posesión de una nómina laboral). Los mayores también debieran de ser ellos mismos los que decidan, y tengan opciones de dedicarse a ser verdaderamente una parte activa de la sociedad, y no que los aparquen y que sean otros los que decidan por ellos que actividades les son más convenientes.

 

Incontinencia urinaria

En algún momento de nuestra vida todos hemos pasado por situaciones incómodas: que se nos vea la ropa interior, estornudar con tan mala suerte de expulsar mucosidad, eructar sin pretenderlo, etc. No es necesario ahondar mucho porque, como digo, todos tenemos al menos un momento incómodo que podríamos contar.

Los estudios varían, pero señalan que entre el 30 y el 50% de la población  mayor de 65 años presenta un problema de incontinencia urinaria (siendo coincidentes en señalar que este problema afecta más a mujeres que a hombres). Las causas son variadas, desde problemas fisiológicos a efectos secundarios de diversas medicaciones. En todos los casos es importante abordar el problema con el médico, quién podrá establecer qué patrón terapéutico es más apropiado (existen diferentes intervenciones para este problema).

Además de ser un problema médico, es un tema espinoso del que apenas se habla y que causa un gran malestar entre las personas que lo padecen, llegando a ocasiones problemas psicológicos como retraimiento social, aislamiento, ansiedad, etc. Por ello es importante que los profesionales sanitarios conciencien y sensibilicen sobre el problema a la población general. Como decíamos antes, existen múltiples tratamientos, además de sistemas que pueden ayudar a manejar el problema (como ropa adaptada que absorve las pérdidas y cuyo aspecto es discreto y cómodo). Pero mientras se produce la mejoría, la situación es muy violenta para quién la padece. Uno de los principales motivos por los que las personas mayores acortan o reducen el número de salidas al exterior del domicilio es el miedo a sufrir una pérdida de orina. Esto les limita a la hora de realizar sus actividades cotidianas y en el desarrollo normal de las relaciones sociales. Para una persona adulta, que hace años que domina su cuerpo, sufrir una situación así puede resultar vergonzoso, humillante, agobiante, frustrante…

Existen una serie de pautas que pueden ayudar a manejar este problema fuera del domicilio. Por ejemplo, acordarse siempre de ir al baño antes de salir de casa (que algo tan básico, a veces con las prisas, puede no realizarse), llevar ropa que facilite el desvestirse rápido (no llevar botones pequeños, ni cierres de difícil manejo, sustituir los pantis por medias, usar cintura elástica en lugar de cinturón, etc.), cuando se vaya a un lugar nuevo localizar los lavabos antes de necesitarlos o llevar una muda en el bolso son cosas que ayudan a ganar tiempo y a hacer frente al problema fuera del hogar.

Otro peligro asociado a la incontinencia urinaria es que la persona afectada decida beber menos cantidad de líquido, a fin de no tener ganas de orinar. Esto puede resultar peligroso ya que, en muchas ocasiones, las personas mayores tienen la sensación de sed atenuada, lo que les lleva a beber menos. Si a esto añadimos que conscientemente se prive de beber, se puede dar como resultado la deshidratación.

Por último, es importante que desde la sociedad nos mostremos respetuosos y comprensivos con esta situación (que no sólo afecta a personas mayores). Los chistes, las miradas reprobatorias, las recriminaciones no solo no ayudan a mejorar la situación; todo lo contrario, la empeoran. Hay que acordarse de que situaciones incómodas las hemos vivido y las viviremos todos y un poco de empatía nunca está de más.

Fórmulas de cortesía en el trato con ancianos

Quizá el título de esta entrada sea un poco extraño, pero hoy me gustaría centrarme en un aspecto sutil del trato que damos desde la sociedad a las personas mayores, en este caso, las formas de cortesía. Esta entrada está pensada para aquellos que tratan en su vida profesional con la tercera edad (desde los médicos geriatras a los gerocultores) aunque espero que sea de interés general.

Algo que siempre me ha llamado la atención es que se empleen términos como «abuelo» referidos a personas que no son de nuestra familia. No, ese señor anciano, por el mero hecho de tener cierta edad no tiene por qué ser abuelo y, desde luego, de serlo lo es de sus nietos, no del primero que pase. Emplear ese término no deja de ser similiar a emplear «tío» o «tía» para referirnos a otra persona ajena a nuestra familia. O sea, una falta de respeto y de educación.

El tuteo tampoco es aconsejable, a no ser que la persona mayor explícitamente nos haya dicho que esa va a ser la fórmula de trato. Hay que tener presente que muchas de las personas que hoy son octogenarias, por ejemplo, trataron a sus propios padres de usted. Y no era porque no les quisieran o porque tuvieran una mala relación, sino porque era el modismo adecuado en sus tiempos. Por tanto, parece un poco extraño que inicialmente se escoja el tuteo para dirigirse a miembros de estas generaciones. Además, emplear el usted no está reñido con mostrar cariño, cercanía, familiaridad, etc. Simplemente es un signo del respeto que deberíamos mostrar a nuestros mayores.

Debemos tener presente que las generaciones que hoy son ancianas fueron educadas de otra manera. En general, dan mucho valor a las formas cotidianas de respeto (ceder el paso en una puerta, ceder el asiento, emplear el gracias y por favor, etc.) En nuestro trato con ellos deberíamos ser especialmente cuidadosos con estos aspectos ya que les hace sentir que son tratados con respeto. No es cuestión de mostrarse servil, sino de ser servicial (algo especialmente importante si estamos en el contexto laboral).

El hecho de que una persona presente un cuadro de demencia, por ejemplo, no implica que podamos o debamos tutearlo o mostrarle menos respeto. La persona sigue siendo anciana, sigue mereciendo un trato respetuoso y agradable. Es importante que adaptemos nuestra forma de comunicarnos con ellos (como ya señalamos en esta entrada), pero manteniendo siempre las formas. Si llamamos abuelo a una persona diagnosticada de alzheimer, por ejemplo, le estamos haciendo un flaco favor ya que podemos llegar a confundirla.

Pese a que lo dicho aquí son casi perogrulladas, creo que todos hemos sido testigos en un momento u otro de un trato excesivamente familiar a algún anciano. Sirvan estas líneas para que reflexionemos sobre ello y para tratar de corregirlo.

Enlentecimiento en personas mayores

Hace unos días fui testigo de una escena corriente y no por ello menos triste. Una mujer mayor, con ligeras dificultades para caminar, pertrechada con un bastón se disponía a cruzar un paso de cebra. La mujer esperó pacientemente a que ningún coche estuviese cerca y, cuando no había moros en la costa, se dispuso a cruzar. Es una calle bastante ancha, con cuatro carriles y alta densidad de tráfico, por lo que no tardó en aparecer un coche, mientras la señora estaba todavía a un tercio de camino. Al cabo de unos segundos, el conductor, supongo que impaciente y disgustado por la tardanza de la mujer, comenzó a tocar el claxon y hacer gestos apremiantes. Pocas veces he deseado tanto que multen a alguien por el uso indebido de los sistemas de alarma.

Esta escena se puede ver en diversos escenarios: las caras de los clientes de supermercado cuando una persona mayor tarda un rato en meter su compra en la bolsa, dar el dinero y dejar libre el espacio; los comentarios impacientes cuando personas mayores suben o bajan de medios de transporte; las caras de apremio de los vecinos que esperan con la puerta abierta, etc. En esta sociedad de lo inmediato, tardar medio minuto más es un pecado imperdonable. Aunque uno tenga 80 años, problemas de equilibrio, movilidad reducida o necesite andador.

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Si a esto le sumamos la pérdida de ciertas formas de cortesía (sujetar una puerta, ceder el paso o el asiento, esperar a un vecino para coger el ascensor, etc.) tenemos como resultado que, diariamente, los mayores ven como el espacio social en el que se mueven está poco adaptado y les excluye. No sólo a nivel de barreras arquitectónicas (ese es otro tema del que merece la pena hablar largo y tendido), también existe una especie de barrera temporal. No nos adaptamos a los tiempos de los mayores y pretendemos un imposible: que ellos se adapten al nuestro. Y es un imposible porque, por mucho que queramos, la biología es la que es. Uno de los cambios más notorios que podemos apreciar durante el proceso de envejecimiento es el enlentecimiento. Así, según vamos cumpliendo años, vamos volviéndonos más lentos, y no sólo a nivel físico. Simplemente necesitamos un poco más de tiempo para hacer las cosas, lo que no implica que las hagamos mal (habitualmente, ciertas habilidades se han ido mejorando a lo largo de la vida, por lo que, aunque tardemos más, puede que el resultado sea incluso mejor).

Es una lástima, además de un imposible, que pretendamos esa adaptación de los mayores al ritmo que lleva la sociedad. Es triste que tengamos tanta prisa en todo. Es triste que no podamos esperar medio minuto en la cola del supermercado o medio minuto antes de pulsar el botón del ascensor. No sólo por la falta de educación; es triste por lo que refleja de nosotros, la urgencia de tiempo con la que vivimos.

Cuando se habla de adaptación de entornos y espacios no deberíamos pensar sólo en las barreras arquitectónicas, deberíamos tener presentes las necesidades de los diversos grupos que emplean ese espacio para así poderlo hacer accesible a todos, más allá de si se puede acceder al mismo o no. Esto incluye el tiempo que necesita una persona para realizar una acción, por ejemplo.

De las personas mayores podemos aprender mucho; por ejemplo a tomarnos el tiempo que necesitemos para hacer las cosas, sin estar tan pendientes de cuánto rato empleamos en la tarea en sí. Mi abuela siempre me decía “vísteme despacio que tengo prisa”, me gustaría añadir “vísteme despacio, que tengo prisa y no me gusta andar a la carrera”.