¿Cómo serán los ancianos del siglo XXI?

Uno de los principales papeles y retos de cualquier estado moderno es prever cómo será la situación social en los próximos años en aras de realizar una planificación de los recursos en base a las nuevas necesidades de la población.

Es un hecho que la ancianidad, entendida como el último periodo de vida (habitualmente en situación laboral de jubilación o inactividad), está cambiando. Las diferencias más evidentes son en cuanto a número; es indudable que el auge de la Medicina y los avances sociales de los últimos años (acceso a alimentos, educación, medidas higiénicas, etc.) han aumentado la esperanza de vida de forma notable (situándola por encima de los 80 años en la mayoría de países desarrollados), lo que implica que cada vez hay más personas que sobreviven hasta la ancianidad y, además, que este periodo de la vida se ha alargado. Todos los países europeos, igual que todos los estados desarrollados, están observando cambios drásticos en sus pirámides poblacionales. Al aumento de la esperanza de vida tenemos que sumar el control de la natalidad que, si bien ha conseguido cambios sociables impensables hace años (planificación familiar, inclusión de la mujer en el mundo laboral, etc.), ha transformado las pirámides poblacionales clásicas. Así, el número de nacimientos por mujer disminuye mientras que aumenta el número de personas mayores y la edad a la que fallecen se alarga.

Este enlace http://www.ine.es/prensa/np870.pdf lleva a un documento del INE del año 2014 donde realiza una previsión para la población española en el año 2064, la pirámide poblacional que muestra es muy reveladora:

Pirámide poblacional proyectada por el INE para la población española en 2064
Pirámide poblacional proyectada por el INE para la población española en 2064

Es una obviedad resaltar la necesidad de estudiar esta situación con gran esmero y minuciosidad, ya que el coste sanitario y social se está disparando, sin asegurarnos un relevo generacional que haga frente económicamente en un futuro cercano a esta previsible situación de un mayor número de personas inactivas que activas (situación que además se ve agudizada por el efecto de la crisis, en las que un número nada desdeñable de jóvenes no ven posible independizarse y formar una familia). Pero más allá de las implicaciones económicas o políticas, me gustaría que recapacitásemos sobre cómo van a ser estos mayores del siglo XXI. Van a ser muchos, como hemos dicho, pero también muy diferentes al perfil actual del mayor. A los hijos del “baby boom” les queda poco para el retiro (y entrar así oficialmente en este grupo poblacional). Esta generación es cualitativamente diferente a la de sus padres (los actuales ancianos): vivieron la incorporación de la mujer al mundo laboral (lo que implica que veremos ancianas con pensiones contributivas, no viviendo de la “caridad” que suponen las actuales prestaciones no contributivas, difícilmente compatibles con la subsistencia digna); una generación con menos hijos (es decir, una red familiar de soporte menor) o un mayor acceso a la educación reglada (lo que implica mayor conocimiento sobre la articulación social, así como un aumento de hábitos saludables) son algunos de los aspectos que los diferencian. Esta generación está acostumbrada a ser ciudadana; es decir, a ser sujetos con derechos y deberes. ¿Se conformarán con las migajas que actualmente destinamos a los mayores?, ¿se resignarán a espacios no adaptados, a una organización social que les excluye?, ¿estarán de acuerdo con vivir como si no fuesen actores sociales de gran importancia? (quién dude de esto último que piense cuántas parejas pueden tener hijos gracias al soporte de los abuelos), ¿se mostrarán pasivos ante la sociedad en la que viven pero les ignora?

Cualquier opinión al respecto no es más que un futurible, una posibilidad, más que una afirmación o una predicción. Pero, ya en la actualidad, tenemos pistas de los cambios que se avecinan. Y, sino, pensemos en los yayoflautas.

Alzheimer: los mitos más comunes

Alzheimer: los mitos más comunes

La OMS define la demencia como un síndrome que implica el deterioro de la memoria, el intelecto, el comportamiento y la capacidad para realizar las actividades de la vida diaria. Este síndrome tiene un impacto físico, psicológico, social y económico en la vida del enfermo, de su familia y cuidadores. La más común de todas es la enfermedad de alzheimer, siendo diagnosticada entre un 60-70% de las ocasiones. Sin embargo, en la actualidad se acepta que hay más de setenta causas y enfermedades diversas que pueden hacer que una persona curse con demencia.

Debido al aumento de la esperanza de vida, la demencia, en concreto el alzheimer, comienza a ser una enfermedad tristemente común, especialmente en los países más desarrollados, pues son también los más envejecidos. Pese a estar ya relativamente acostumbrados a convivir con esta patología, siguen perdurando una serie de mitos y falsas creencias que no ayudan a la comprensión de la enfermedad ni de la persona que la padece. A continuación vamos a realizar un repaso sobre los principales mitos entorno al alzheimer para intentar clarificarlos.

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Mito 1: el alzheimer es el producto natural o normal del proceso de envejecimiento.

Si bien la mayoría de las personas que sufren demencia son mayores, no todas las personas mayores están aquejadas de esta enfermedad. Muchas personas mayores están perfectamente sanas y no padecen esta patología. El alzheimer, además, va mucho más allá de los cambios normales esperables por el paso del tiempo (como enlentecimiento o pequeños cambios en la memoria), afectando a todas las esferas de la vida del enfermo y de su familia. Por otro lado, hay personas de mediana edad (entre 45 y 60 años) que son diagnosticadas de esta patología, con lo cual, si bien es más común durante la ancianidad, no es exclusiva de esta etapa de la vida.

Mito 2: el alzheimer es una enfermedad de origen vírico.

En un primer momento, se postuló que el alzheimer podría tener su origen en diferentes procesos infecciosos de origen vírico. Esta hipótesis quedó desechada hace años, si bien recientemente se ha señalado que el virus del herpes común podría estar relacionado; aunque aún es preciso realizar investigaciones para poder vincular ambas patologías, así como descubrir los mecanismos implicados.

Mito 3: los enfermos de alzheimer pueden controlar su comportamiento, pero muchas veces no lo hacen para fastidiar.

No es raro escuchar este tipo de afirmaciones por parte de familiares o cuidadores de enfermos de alzheimer; piensan que a veces el enfermo pretende llamar la atención con cierto comportamiento, ya que en otras ocasiones es capaz de controlarse. En estos casos, lo que ocurre es que no se dispone de información sobre el modo de cursar de esta demencia. Es algo lento, gradual, con un comienzo insidioso que hace muy difícil realizar una diagnosis temprana. Una vez que la enfermedad se ha hecho patente, el paciente no permanece en una situación estable, es un proceso en el que, gradualmente, se van perdiendo diversas facultades. Sin embargo, en ciertas ocasiones los pacientes parecen recobrar parte de sus capacidades mentales; aunque de forma temporal. Estos altibajos son normales en el proceso, por lo que no es un capricho del enfermo el comportarse de un modo u otro.

Mito 4: Cualquier cambio en la memoria a partir de los 65 años es signo inequívoco de alzheimer.

Muchas personas, especialmente cuando pasan de los 60 años, suelen preocuparse cuando tienen despistes u olvidos. Con la edad es normal que aparezcan pequeños cambios de memoria (o en la capacidad de atención y concentración). Si bien los problemas de memoria pueden ser un primer indicador de la aparición de la enfermedad, esto suele ir ligado a otros síntomas, como cambios de personalidad, disminución de la fluencia lingüística (a la persona se le quedan muchas palabras en la punta de la lengua), disminución de la capacidad de concentración, problemas con la orientación, cambios bruscos de carácter, etc. Aun así, si una persona está preocupada por el estado de su memoria (pues cree tener muchos olvidos y despistes), tenga la edad que tenga, puede consultarlo con su médico de cabecera.

Mito 5: una vez que aparece la enfermedad, no hay nada que hacer.

Es cierto que a día de hoy no contamos un tratamiento curativo para esta patología, pero sí existen tratamientos e intervenciones que ralentizan el curso de la enfermedad, aumentando así el tiempo en que la persona es funcional y su calidad de vida.

La muerte, el duelo y las personas mayores

Llamamos duelo al proceso de adaptación psicológica que se produce tras una pérdida, real o figurada. Este estado de adaptación puede ocurrir tras la pérdida de un familiar por su fallecimiento, por la pérdida de un empleo, por la ruptura de una relación de amistad, etc. Aunque generalmente, cuando hablamos del periodo del duelo lo hacemos para referirnos al periodo que transcurre tras la pérdida de un ser querido, normalmente tras su muerte. Aunque durante los periodos de duelo se suele prestar una especial atención al estado emocional o psicológico de la persona afectada, otros ámbitos de su vida, como la salud física, las relaciones sociales, la personalidad, etc. también se ven afectadas.

Tras una pérdida, especialmente cuando se trata de alguien relevante para nosotros, la mente necesita un tiempo para asumir la nueva realidad, en la que ya no está la persona que queríamos, y adaptarse a la nueva vida en su ausencia. Generalmente, hablamos de la elaboración del duelo para referirnos a la secuencia de pasos por las que todas las personas pasan ante esta situación. Son cinco etapas que no tienen por qué presentarse en este orden, no tienen por qué tener una duración similar entre ellas (ni de una persona a otra), ni tan siquiera tienen por qué aparecer todas ellas durante el proceso de duelo y, una vez que se ha pasado por una de ellas, se puede volver a revivirla. Las cinco etapas que se suelen distinguir en el duelo son: La negación o aislamiento (durante esta fase, la persona no puede aceptar que realmente esa pérdida haya ocurrido), la ira (aparece un sentimiento de rabia y enfado por la situación, que a veces puede ir dirigido incluso hacia la persona fallecida, por el hecho de que nos haya dejado), la negociación (en esta fase, la persona trata de manejar su frustración y dolor tratando de buscar alguna forma de revertir la situación), la tristeza (esta fase es la que más identificamos con el duelo propiamente; en ella, la persona acepta que ha sufrido una pérdida, que la situación anterior no volverá y siente una profunda tristeza y vacío) y, por último, la aceptación (en esta fase, poco a poco, la persona que elabora el duelo asume la nueva situación en la que se encuentra y acepta el cambio, modificando su vida conforme a la circunstancia).

Todas estas fases son normales, necesarias e incluso saludables para asumir la pérdida de un ser querido. Generalmente, se estima que el tiempo que necesitamos para elaborar un duelo es entorno a seis meses o un año. Más allá de este tiempo, resulta recomendable buscar consejo de una profesional de la salud mental, por si no se está elaborando el duelo como debiera, estando la persona atascada en alguna fase sin pasar a la siguiente.

Imagen del cementerio de Maastricht, Holanda.
Imagen del cementerio de Maastricht, Holanda.

En las personas mayores, el duelo sigue las mismas pautas aunque con ciertos matices. Para empezar, en muchas ocasiones manifiestan una mayor cantidad de síntomas de malestar físico en lugar de malestar psicológico. Además, a veces gestionar sentimientos como la ira les resulta más complicado (sintiéndose culpables por tenerlos). Otra variable a tener en cuenta es que las personas mayores suelen tener más pérdidas que los jóvenes, ya que fallecen un mayor número de amigos o familiares cercanos (como hermanos) a edades avanzadas que durante la adultez joven. Por tanto, puede ocurrir que mientras están elaborando un duelo vuelvan a tener una pérdida. Es importante estar pendientes de la resolución de estas etapas de adaptación ya que pueden cronificarse, quedando sin resolver alguna etapa, pudiendo aparecer trastornos mayores como la depresión o estados relacionados con la ansiedad, que tienen repercusión, como es obvio, en la salud mental y en la física.

Además, como el número de fallecimiento es más elevado, las personas mayores comienzan a sentirse “supervivientes”, sintiendo que ya no les quedan amigos o familia con la que compartir sus recuerdos. Hagamos un ejercicio de empatía: un anciano mayor, pongamos 90, ha enterrado a padres, tíos, abuelos, muchas veces cónyuge, hermanos, cuñados, vecinos, conocidos, amigos del alma, incluso puede que hasta descendientes. No es cuestión de que esté solo, porque muchas veces tienen familia que le cuida. Es que les falta con quién rememorar su vida, con quién volver a reírse de esas anécdotas y hazañas del pasado. Y eso no te lo dan los hijos o los nietos, por más que nos esforcemos. Porque no es lo mismo estar entre amigos o personas con las que se ha realizado parte del viaje de la vida compartiendo recuerdos, que contárselo a alguien con quien puedes tener una relación estupenda, pero no deja de ser otro tipo de relación. Por eso es importante fomentar que las personas mayores hagan todo tipo de actividades, ya que eso les permitirá conocer gente nueva, evitando que se aislen y se sientan solas. Además, es importante fomentar las relaciones intergeneracionales dentro de la familia; porque si bien no es lo mismo, sí ayuda a disminuir la sensación de vacío y soledad.

La toma de medicamentos

Muchas personas mayores conviven con afecciones crónicas que precisan de tratamiento farmacológico. Algunas de las patologías más comunes entre la población anciana son la hipertensión, diferentes problemas cardiovasculares, diabetes, niveles altos de colesterol o problemas óseos.

Cuando se trata de la toma de medicamentos hay que tener en cuenta que la forma en que los consumimos es de fundamental importancia a la hora de que sean efectivos. Por eso, hay una serie de recomendaciones que son válidas para cualquier edad. La primera de ellas es no automedicarse. Es importante que los tratamientos que se consuman sean recetados por el médico, además de seguir las pautas que nos marque (es decir, tomar el tratamiento el tiempo indicado y de la forma prescrita). Esto implica que no se debería alargar su toma o cesar el consumo sin consultar al facultativo, ya que se puede poner en riesgo la salud.

Por tanto, no se deben tomar tratamientos por recomendación de personas que no sean médicos. No deben tomarse medicamentos caducados o almacenados de una forma contraria a la que indique el fabricante. Además, las medicaciones caducadas o las sobrantes deben ser llevadas a los puntos SIGRE donde pueden ser tratadas de forma adecuada para el medio ambiente (en prácticamente todas las farmacias se puede encontrar un punto SIGRE para el desechado de medicamentos).

Algunas personas mayores se encuentran polimedicadas, es decir, están consumiendo varios tratamientos a la vez. En ocasiones este consumo responde al tratamiento de enfermedades crónicas y pueden añadirse fármacos de forma puntual para problemas concretos. En estos casos, es fundamental seguir un sistema para evitar que la medicación se desorganice y no se tome como es debido.  Un listado claro, que incluya el nombre de la medicación y el principio activo, así como su dosis y número de tomas, ayudará a la hora de planificar los tratamientos. Hay que recordar que las tomas suelen indicarse en las recetas mediante tres dígitos, siendo 1 toma y 0 no toma (uno cada ocho horas o indicando las comidas principales), separados por un guion. Por ejemplo, si en la receta aparece 0-1-0 se indicaría que la persona debe tomar una dosis del tratamiento al mediodía.

La importancia de seguir un orden

En caso de ser varios tratamientos diferentes o precisar diferentes tomas, se aconseja el empleo de dispositivos como pastilleros, que permiten organizar la medicación (resultan especialmente útiles aquellos que no solo permiten organizar las pastillas por días de la semana, también por momentos a lo largo del día, por ejemplo, mañana, mediodía, tarde y noche). Esto evitará confusiones sobre si ya se ha tomado o no un tratamiento, evitando que no se tome o se tome dos veces el mismo por error. Cuando se organizan los pastilleros es fundamental prestar mucha atención, siguiendo algún sistema para evitar duplicidades. Evidentemente, en caso de que la persona mayor tenga cualquier problema que le incapacite para realizar esta tarea, deberá ser supervisada o llevada a cabo por otra persona para evitar que se cometan errores en la disposición.

Algunas recomendaciones a la hora de preparar el pastillero son las siguientes:

-Evitar que haya ruidos que nos distraigan, ya que es una actividad a la que debemos prestar toda nuestra atención.

-Seguir un listado de los fármacos que se van a preparar e ir por orden.

-Si una medicación se toma a diario, es mejor sacar las pastillas necesarias de la caja y luego distribuirlas que hacerlo de una en una, puesto que da lugar a más equívocos.

-Revisar que las pastillas se han repartido correctamente.

pastillero

En algunas ocasiones, las personas mayores que consumen mucha medicación se quejan de ello. En parte, es fácil comprender que resulta pesado, siendo un aspecto al que hay que prestar mucha atención (por ejemplo, si se hace un viaje o una comida fuera de casa). Además, puede ocurrir que el hecho de tomar un tratamiento haga que la persona se sienta enferma o tome conciencia de su enfermedad en ese momento. En casos extremos, las personas se niegan a tomar la medicación, aun cuando son conscientes de la necesidad de la misma. Aunque es comprensible que sea un aspecto pesado, hay que tener claro que los medicamentos y su correcto uso nos permiten gozar de una mayor salud y una mejor calidad de vida. Por eso, es importante saber para qué sirve cada una de las medicaciones que tomamos y qué ocurriría si no lo hiciésemos correctamente.

En personas mayores que presentan algún tipo de patología, especialmente cuando esta afecta a la cognición (como son las demencias) la toma de medicación recae en los cuidadores. Es fundamental que el cuidador preste una gran atención no solo a los tratamientos, también a los posibles efectos indeseados que puedan aparecer, ya que será con toda probabilidad quien deba manifestárselos al médico. En caso de que una persona afectada de demencia no quiera tomar la medicación, se puede preguntar al médico o al farmacéutico sistemas que se puedan emplear (por ejemplo, si determinado medicamento puede ser mezclado con zumo) para facilitar su ingesta.

El envejecimiento activo

En la actualidad se habla mucho de la necesidad de instaurar y desarrollar programas de envejecimiento activo; pero ¿en qué consiste este concepto? El envejecimiento activo es el proceso de aprovechar al máximo las oportunidades y fomentar actividades para tener un bienestar físico, psíquico y social durante todo el ciclo vital. El objetivo es extender la calidad, productividad y esperanza de vida hasta en edades avanzadas.

En este contexto, el concepto actividad no sólo se aplica a trabajos físicos o a la movilidad, ya que se reconoce la importancia de mantenerse activos mentalmente o en la vida social, llevando a cabo actividades lúdicas, voluntariados, actividades culturales, retomando los estudios, ayudando a la red familiar o a la comunidad, viajando, etc.

Hasta hace poco, se hablaba mucho del envejecimiento saludable, aquel en el que se adoptaban patrones de conducta y hábitos orientados a mantener un buen estado de salud general en la persona anciana. Con el paso de los años, nos dimos cuenta de que estar sano no es lo mismo que ser feliz, que estar integrado, que ser un miembro participativo de la sociedad. Por tanto, el concepto saludable se quedó “pequeño” para la idea que se quería transmitir: no sólo hay que tener salud, también hay que tener oportunidades para disfrutarla. Una de las máximas de la gerontología es que no sólo hay que echar años a la vida, sino también vida a los años.

La importancia de desarrollar estos programas de envejecimiento activo (y de inculcar ciertos valores a la población en general) radica en los aspectos altamente positivos que se consiguen con el mismo, no sólo para la persona en sí, también para la sociedad en general. Así, una persona que intente llevar a cabo un envejecimiento activo será un individuo con buenos hábitos socio-sanitarios, con una buena red social soporte, colaborativa con la comunidad en la que se encuentre. Por tanto, además de promover el bienestar psicológico de las personas mayores, supone una mejora de inclusión social y una reducción del gasto sanitario.

Cuando una persona, independientemente de la edad que tenga, tiene a mano herramientas que le permitan mantenerse sana, estar integrada socialmente, desarrollar facetas de su vida que le resulten placenteras, etc. podrá desarrollarse plenamente a nivel psico-social, lo que obviamente incide en su estado de salud general. La vejez, pese a tener mala prensa, es una etapa de la vida en la que mucha gente, al sentirse liberada de otras cargas, aprovecha para desarrollar aspectos de su vida que tuvieron que dejar aparcados debido al cuidado de la familia, el mundo laboral, etc. Así, al llegar a la edad de jubilación retoman sus estudios; realizan actividades lúdicas como clases de música, pintura, gimnasia, etc.; viajan y conocen lugares a los que siempre quisieron ir; dedican más tiempo a sus amistades y a la familia; se ofrecen como voluntarios en proyectos comunitarios, etc.

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Por tanto, el envejecimiento activo es de crucial importancia a nivel individual y a nivel colectivo. A nivel individual porque permite que los individuos, independientemente de su edad, puedan gozar de un buen estado de salud, integración social, equilibrio emocional, reconocimiento, etc. Por otro lado, a nivel colectivo suponer beneficiarse de la experiencia acumulada durante tantos años por personas que hoy en día tienen tiempo para compartirla con los demás.

Cualquier momento es bueno para ser activo, para intentar desarrollarnos en todas las facetas de nuestra vida, para cuidarnos y cuidar lo que nos rodea. Una de las ventajas de la edad adulta avanzada es que, en muchas ocasiones, las personas están libres de otras obligaciones (cuidado familiar, vida laboral, etc.) y pueden dedicar su tiempo a aquellas cosas que siempre quisieron, pero nunca pudieron hacer por falta de tiempo.

Ancianidad y quejas de salud

Una de las preguntas que suelen plantearse cuando se habla de la comunicación con personas mayores es por qué se dan tantas quejas sobre la salud en este grupo de edad. Si juntamos a cinco ancianos parece que compiten por ver quién tiene peor la cadera, el corazón, quién sufre más del reuma o cuántas veces han tenido que ir al médico en el último mes. Esto mismo suele ocurrir cuando una persona anciana se ve rodeada de gente más joven, emplea la queja como vínculo comunicativo ¿Se vuelven más hipocondríacos?, ¿tienen mucho tiempo libre que emplean en auto-observarse?, ¿es por el miedo a la muerte? Pues la realidad es que ese tipo de comunicación se emplea porque resulta la forma más efectiva de captar la atención de los interlocutores.

 

conversacion

Las personas mayores sufren una discriminación real y fácilmente observable debido a su edad (aunque no existe un término oficial se suele usar etaismo o edaismo); consideramos que no saben, pueden o deben realizar muchas actividades por motivo de los años cumplidos. Además, prestamos entre poca y nula atención a toda comunicación que provenga de un anciano. Salvo una excepción: cuando esta comunicación se presenta en forma de queja sobre su salud. Si una persona mayor habla de su historia de vida, de sus recuerdos y experiencias, si nos da su opinión sobre temas actuales, etc. solemos ignorarlos. Ahora bien, si nos dice que le duele algo, que no se siente bien, logra captar nuestra atención e iniciar una conversación. Este hecho, por mero condicionamiento, fomenta que la comunicación se centre en quejas sobre la salud, ya que es el único modo (o al menos, el más efectivo) que tienen nuestros mayores para poder comunicarse.

Los seres humanos, como seres sociales que somos, necesitamos de los demás para un correcto desarrollo durante toda nuestra vida. Necesitamos comunicarnos y expresarnos, aunque sea a base de quejas. Es fácil concluir que una gran parte del problema nace de la discriminación de este grupo de edad.

Está en nuestra mano el cambiar parte de este problema. Gestos tan sencillos como prestar atención a la conversación cuando no se basa en quejas, iniciar nosotros la interacción comunicativa en base a temas que no estén relacionados o reconducir la conversación a temas desvinculados con la queja nos ayudarán a que la conversación con nuestros mayores no gire en torno a la salud y sus problemas, abriéndonos un abanico de nuevos temas sobre los que hablar. Lógicamente, cambiar hábitos nos cuestra a todos, tengamos la edad que tengamos. Eso implica que si una persona anciana está acostumbrada a comunicarse empleando la queja, se va a necesitar un tiempo para modificar este patrón. Es importante ser constantes y perseverar para alcanzar el objetivo.

La soledad y el aislamiento son dos de los principales, y más dolorosos, problemas a los que se enfrentan nuestros mayores. Muchas veces se sienten solos aunque estén bien acompañados, sienten que lo que tienen que contar no le interesa a nadie, que son ridiculizados cuando expresan sus emociones o pensamientos. De ahí que a veces la comunicación se reduzca a un ámbito que todos nos tomamos bastante en serio como es la salud.

Reivindicando la vejez

El mundo que nos rodea es muy complejo. Si nuestro cerebro tuviese que procesar toda la información que percibe, se vería colapsado. Pensemos que mientras leemos este texto, nuestro cerebro realiza muchas operaciones a la vez: por un lado, procesar lo que está leyendo de forma consciente, además, somos capaces de escuchar qué sucede a nuestro alrededor, procesar ideas que cruzan nuestra mente (y que no tienen por qué estar relacionadas); por otro lado, de forma automática, mantiene la postura corporal, la temperatura, la respiración, el latido del corazón, libera hormonas y neurotransmisores y hasta es capaz de avisarnos de que en breve tendremos mucha hambre, entre otras muchas cosas. Por ello, desarrollamos “trucos” o “atajos” mentales que nos sirven para simplificar la realidad que nos rodea y poder procesar la información de una forma más efectiva. Uno de estos atajos son los estereotipos. Los estereotipos son simplificaciones que hacemos en relación a los individuos. Los categorizamos, juzgamos y etiquetamos en función de unas pocas características (su raza, credo, orientación política, país de procedencia, etc.); atribuyéndoles rasgos que creemos comunes a ese grupo. Todos, en mayor o menor medida, empleamos estereotipos (aunque es cierto que podemos intentar ser críticos e procurar ser más justos con las personas que tenemos delante).

Los estereotipos sobre las personas mayores son curiosos. Me gusta simplificarlos en “o son dependientes o juegan al golf”. Sobre la ancianidad existen muchísimos mitos y prejuicios, pero quizá los más extendidos se puedan agrupar bajo estos dos. Vemos a las personas mayores como dependientes, enfermas, inválidas e incapaces de tomar decisiones por sí mismas o personas despreocupadas, sin ningún tipo de atadura o problema, que pasa lo que son los años dorados de su vida en largas partidas de golf. Basta pasarse por la puerta de un colegio para ver que estos estereotipos no parecen adaptar a los cientos de abuelos (casi se merecen el título de superabuelos) que siguen dando el callo por su familia; ayudando a sus hijos con la crianza de la siguiente generación o siendo el sustento económico familiar en estos momentos de dura crisis. Si algo tengo claro de mi trabajo con mayores es que no existen dos personas iguales. Cuando se ha estado toda su vida practicando cómo ser uno mismo es difícil parecernos a otro. Por todo esto, estaría bien que empezásemos a abrir un poco la mente sobre nuestra visión de las personas mayores, la ancianidad y el proceso de envejecimiento. Quizá la diversidad que encontramos nos asombre. Quizá empecemos a entender y aprehender que llegar a anciano significa no morir antes de tiempo, ser testigo de primera mano de todos los cambios que un ser humano puede experimentar; que la edad nos da sabiduría, perspectiva y, sobre todo, la capacidad de relativizar. El día que entendamos y asumamos estas ideas básicas empezaremos a tratar con más respeto a nuestros mayores y a ver la ancianidad como otra etapa más de la vida, una etapa que merece la pena conocer.

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Por eso, este blog pretende ser una pequeña ventana para que todos podamos asomarnos al mundo de la ancianidad, desde los profesionales que cada día trabajamos en el sector a los familiares, pasando por supuesto por los propios protagonistas: los mayores.