Ayudas a la marcha

Como hemos señalado en otras ocasiones, el envejecimiento tiene un impacto sobre la movilidad de las personas (podéis encontrar más información aquí, aquí, aquí o aquí). En general, se señala que los cambios en el equilibrio, la agilidad, la capacidad de corregir movimientos y el enlentecimiento pueden estar detrás de muchos tropezones y caídas que sufren las personas mayores.

Es importante señalar que no todos los mayores sufren estos cambios con la edad, ya que el envejecimiento se manifiesta de forma diferente en cada persona. Aun con todo, es común que alguno de los cambios mencionados haga su presencia conforme avanza la edad. Es importante consultar siempre al médico quien podrá decirnos si estamos ante cambios benignos (es decir, esperables y que no implican ninguna enfermedad) o bien si estos cambios parecen indicar la aparición de una patología (por ejemplo, de tipo parkinsoniano). Es el médico quien podrá pautar medicación en caso de que estemos ante una enfermedad.

Ahora bien, aun cuando este enlentecimiento, cambios en el equilibrio, falta de agilidad, etc. vienen por un envejecimiento normal, no hay que pensar que la situación es irremediable. Siempre se puede trabajar para mejorar la marcha (es decir, para mejorar la capacidad de andar). Cada vez más centros (tanto públicos como de iniciativa privada) ofrecen cursos de gimnasia para mayores. Lógicamente el realizar ejercicio físico es recomendable a cualquier edad, y en el caso que nos ocupa puede ayudar a mejorar la situación previniendo así los posibles accidentes.

Además, otras medidas como los instrumentos que se emplean para ayudar a la marcha (bastones, muletas, andadores, etc.) pueden ser adecuados en ciertas ocasiones (siempre que los recomiende un especialista). Estos sistemas ayudarán a que la personas tenga un mayor equilibrio y estabilidad, ayudándole a caminar con mayor seguridad y con menor riesgo de caída. El principal problema que solemos encontrar con estas medidas es el rechazo que muestras muchas personas a usarlas. En muchos casos es porque les hace sentir mayores y evidencian el problema que tienen, lo que les lleva a sentirse mal. Es lógico que aparezcan estas emociones pero hay que tener en cuenta que peor es una caída que implique un golpetazo (con todo lo que puede conllevar a ciertas edades). Para trampear un poco la situación algunos mayores usan lo que a su entender son soluciones de compromiso: paraguas, varas, etc. Esto es totalmente desaconsejable por varios motivos. En primer lugar, estos utensilios no tienen como función ayudar a la marcha, lo que implica que su forma, su empuñadura y la zona de apoyo no están preparados para este fin. Un paraguas está pensado para resguardarnos de la lluvia no para que apoyemos todo nuestro peso en él al subir una cuesta, por ejemplo. La forma del mango no es ergonómica, su longitud no está adecuada a la altura de la persona y la zona donde apoya en el suelo no se realiza en un material antideslizante. Emplear este tipo de utensilios en lugar de unos específicos a tal fin es comprar boletos para una caída.

Por todo esto, es absolutamente imprescindible emplear material apropiado, resistente, ergonómico, que se ajuste a las medidas y necesidades de la persona que lo va a usar.

Curiosamente en otros países, como Holanda, es muy habitual ver a personas mayores que mantienen un muy buen estado físico ayudándose de andadores con cestillo y banco (muy útiles ya que permiten guardar objetos como le bolso o la compra en el cesto y al contar con un asiento la persona siempre podrá descansar aun cuando no haya bancos en la calle), muletas, bastones, etc. Se entienden como medidas que ayudan a la vida diaria (como unas gafas o un audífono). Es hora de que poco a poco vayamos incorporando estas medidas de ayuda en la vida de nuestros mayores ya que les ayudará a ganar independencia y seguridad.

Sistema nervioso y envejecimiento: enlentecimiento

En esta serie de artículos hemos ido desgranando los cambios más llamativos que acontecen en el sistema nervioso y cómo estos cambios tienen repercusión directa en la conducta y la vida de las personas. Desde la pérdida de visión a la falta de sensación de sed, pasando por problemas de audición, existe un amplio abanico de cambios físicos que ocurren por el simple hecho de envejecer.

Uno de los cambios más fácilmente observables con el paso del tiempo, especialmente en población muy anciana, es el enlentecimiento. Entendemos por enlentecimiento motor al aumento del tiempo que precisa una persona para realizar una acción. Algunas circunstancias reversibles (como ciertas medicaciones, algunas drogas, la somnolencia, etc.) aumentan el tiempo que precisamos para realizar una tarea determinada (por ejemplo, vestirse). Sin embargo, el enlentecimiento que ocurre por el paso del tiempo es irreversible y, a medida que envejecemos, más pronunciado.

Este aumento del tiempo necesario para hacer las cosas viene dado por diversos motivos. Por un lado, aumenta el tiempo de reacción, que es el tiempo transcurrido entre que un estímulo sea captado por nuestro organismo hasta que se da la respuesta (por ejemplo, el tiempo que transcurre desde que oímos el timbre de la puerta hasta que nos levantamos para abrir). Además del aumento del tiempo de reacción, se produce un aumento del tiempo de procesamiento; esto es, cuando percibimos un estímulo (en el ejemplo anterior el sonido del timbre) nuestro cerebro tiene que procesarlo hasta saber que se trata del sonido del timbre de la puerta y que debemos levantarnos para ir a abrir. Este proceso automático tarda más cuanto mayores nos hacemos. Otros factores como el estado global de salud, problemas de equilibrio o movilidad, ciertas patologías o medicaciones no hacen más que agravar el hecho en sí.

El enlentecimiento global que se observa en las personas mayores tiene efectos muy marcados y notorios en su día a día; así tareas cotidianas que son básicas en el autocuidado (como lavarse o preparar la comida) llevan más tiempo. Es importante que las personas mayores cuenten con el tiempo que necesitan para poder desarrollar estas tareas de forma autónoma. En algunos casos, las personas cercanas a los ancianos (como familia o cuidadores) realizan estas acciones en su lugar, aun cuando la persona mayor podría hacerlo sin problema, simplemente empleando más tiempo. Muchas veces sucede por deferencia, por tratar de que la persona mayor no se fatigue o trabaje más de lo debido. Es bueno tener consideración con nuestros mayores y no pedirles más esfuerzos de los necesarios. Sin embargo, también es bueno que las personas mayores hagan por ellos mismos actividades, especialmente las que se refieren al autocuidado, con la mayor autonomía posible. Hay que entender que facilitar o supervisar cuando sea necesario alguna de estas actividades no es lo mismo que no dejar margen de actuación. Algunas actividades, como el vestido, pueden tardar bastante más tiempo en completarse por parte de personas mayores, incluso perfectamente autónomas, por diversos motivos (por ejemplo, la aparición de enfermedades reumatológicas que mermen la movilidad). En estos casos, es mucho más positivo darle a la persona mayor el tiempo que necesita o buscar la forma más sencilla para que lo haga por él mismo que tratar de hacer nosotros la actividad en su lugar.

El aspecto en el que el enlentecimiento producido por el envejecimiento puede resultar más problemático es en la calle. La mayoría de las ciudades no están adaptadas a las necesidades de todos sus habitantes, imposibilitando que diversos colectivos puedan transitar por ellas de forma autónoma y segura. Las personas mayores pueden encontrar múltiples obstáculos físicos a la hora de abordar determinadas zonas de casi todas las ciudades, pero es raro que nos demos cuenta en la barrera que supone el tiempo. Los semáforos, por ejemplo, suelen dar un tiempo bastante limitado en el paso a peatones, haciendo que las personas mayores tengan más dificultad en emplearlos. Las acciones cotidianas, como coger un autobús o pagar en el supermercado, muchas veces transcurren en un entorno en el que la presión de tiempo es obvia. Esto hace que los mayores se sientan incómodos en muchas ocasiones en una sociedad que se caracteriza por la rapidez y en la que precisar unos segundos extras parece un pecado capital.

Enlentecimiento en personas mayores

Hace unos días fui testigo de una escena corriente y no por ello menos triste. Una mujer mayor, con ligeras dificultades para caminar, pertrechada con un bastón se disponía a cruzar un paso de cebra. La mujer esperó pacientemente a que ningún coche estuviese cerca y, cuando no había moros en la costa, se dispuso a cruzar. Es una calle bastante ancha, con cuatro carriles y alta densidad de tráfico, por lo que no tardó en aparecer un coche, mientras la señora estaba todavía a un tercio de camino. Al cabo de unos segundos, el conductor, supongo que impaciente y disgustado por la tardanza de la mujer, comenzó a tocar el claxon y hacer gestos apremiantes. Pocas veces he deseado tanto que multen a alguien por el uso indebido de los sistemas de alarma.

Esta escena se puede ver en diversos escenarios: las caras de los clientes de supermercado cuando una persona mayor tarda un rato en meter su compra en la bolsa, dar el dinero y dejar libre el espacio; los comentarios impacientes cuando personas mayores suben o bajan de medios de transporte; las caras de apremio de los vecinos que esperan con la puerta abierta, etc. En esta sociedad de lo inmediato, tardar medio minuto más es un pecado imperdonable. Aunque uno tenga 80 años, problemas de equilibrio, movilidad reducida o necesite andador.

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Si a esto le sumamos la pérdida de ciertas formas de cortesía (sujetar una puerta, ceder el paso o el asiento, esperar a un vecino para coger el ascensor, etc.) tenemos como resultado que, diariamente, los mayores ven como el espacio social en el que se mueven está poco adaptado y les excluye. No sólo a nivel de barreras arquitectónicas (ese es otro tema del que merece la pena hablar largo y tendido), también existe una especie de barrera temporal. No nos adaptamos a los tiempos de los mayores y pretendemos un imposible: que ellos se adapten al nuestro. Y es un imposible porque, por mucho que queramos, la biología es la que es. Uno de los cambios más notorios que podemos apreciar durante el proceso de envejecimiento es el enlentecimiento. Así, según vamos cumpliendo años, vamos volviéndonos más lentos, y no sólo a nivel físico. Simplemente necesitamos un poco más de tiempo para hacer las cosas, lo que no implica que las hagamos mal (habitualmente, ciertas habilidades se han ido mejorando a lo largo de la vida, por lo que, aunque tardemos más, puede que el resultado sea incluso mejor).

Es una lástima, además de un imposible, que pretendamos esa adaptación de los mayores al ritmo que lleva la sociedad. Es triste que tengamos tanta prisa en todo. Es triste que no podamos esperar medio minuto en la cola del supermercado o medio minuto antes de pulsar el botón del ascensor. No sólo por la falta de educación; es triste por lo que refleja de nosotros, la urgencia de tiempo con la que vivimos.

Cuando se habla de adaptación de entornos y espacios no deberíamos pensar sólo en las barreras arquitectónicas, deberíamos tener presentes las necesidades de los diversos grupos que emplean ese espacio para así poderlo hacer accesible a todos, más allá de si se puede acceder al mismo o no. Esto incluye el tiempo que necesita una persona para realizar una acción, por ejemplo.

De las personas mayores podemos aprender mucho; por ejemplo a tomarnos el tiempo que necesitemos para hacer las cosas, sin estar tan pendientes de cuánto rato empleamos en la tarea en sí. Mi abuela siempre me decía “vísteme despacio que tengo prisa”, me gustaría añadir “vísteme despacio, que tengo prisa y no me gusta andar a la carrera”.