Cómo hablar con los niños de la demencia

En el artículo de hoy se aborda cómo hablar con niños pequeños sobre los problemas cognitivos que puedan sufrir miembros de la familia, normalmente los abuelos. Es una cuestión que debemos tratar siempre que se presente una situación de demencia y haya un menor en la familia, ya que el niño puede no entender muy bien qué está ocurriendo, frustrarse, tener miedo, etc. y esto va a repercutir negativamente en la persona que está sufriendo la enfermedad.

Creo que es importante que nos pongamos en la piel del niño por un momento para tratar de comprender qué dudas o qué situaciones le pueden resultar extrañas. Por ejemplo, cuando los niños son pequeños y les estamos enseñando a comer adecuadamente, solemos insistir en que no se puede hablar con la boca llena o coger la comida con las manos. Sin embargo, puede ocurrir que la persona afectada de demencia comience a necesitar comer con las manos (como modo de mantener su autonomía) o no recuerde algunas de las normas básicas en la mesa. Para el niño puede resultar difícil entender por qué el no puede llevar a cabo estas conductas mientras que el adulto sí. Además, puede que la persona aquejada de demencia comience a mostrar comportamientos extraños o desorganizados (desde vestirse de forma incorrecta a alucinar o delirar, hablar solo, verbalizar cosas extrañas, etc.) lo que puede asustar al niño y hacer que termine sintiendo miedo de esa persona al no entender lo que sucede.

También deberíamos ponernos en la piel del paciente de demencia para entender por qué en algunas ocasiones comienzan a sentirse inquietos o molestos en la presencia de niños, aun cuando antes tuvieran una relación magnífica con ellos. Los niños, dada su naturaliza, suelen ser más ruidosos y movidos que los adultos, lo que puede molestar y alterar mucho a un paciente de demencia. Además, pueden repetir insistentemente preguntas para las que el paciente no tiene respuesta o incluso hacer correcciones de un modo brusco que pueda enfurecer o entristecer al enfermo.

Teniendo estas dos consideraciones presentes, se hace más obvia la necesidad de abordar este problema con los niños para que puedan entender lo que ocurre e, incluso, ayudar al mayor a que su día a día resulte más agradable.

Para abordar este tema con el niño, en primer lugar, deberemos tener en cuenta el nivel de comprensión que presenta. No es lo mismo un niño de 5 años que uno de 12. La información debe de ser dada de un modo que sea comprensible y asequible para el menor, pero sin dar por supuesto que es demasiado compleja para que la llegue a entender o creer que le protegemos si no le decimos la verdad. Por otro lado, es mejor explicar la situación poniendo ejemplos que de modo abstracto. En lugar de decirle al niño que el abuelo comienza a tener fallos de memoria es mejor ponerle ejemplos “¿te das cuenta de que el abuelo a veces no se acuerda muy bien de nuestros nombres?”, así la situación es más fácil de asimilar para el menor. Es importante que le demos alternativas a su conducta; es decir, si queremos que el niño deje de hacer preguntas insistentemente al anciano, es mejor que le digamos que él le cuente cosas “explícale a la abuela qué has hecho hoy en el cole”.  Es importante que le expliquemos al menor por qué no debe realizar preguntas al paciente cuando no sabe responder y por qué no debe quejarse si el anciano repite mucho ciertas historias. Resulta muy positivo encontrar actividades que tanto el anciano como el niño puedan desarrollar conjuntamente (como manualidades, lectura, tareas sencillas del hogar, etc.). Esto ayudará a fortalecer el vínculo entre ambos y que el tiempo que pasen juntos sea de carácter más lúdico.

Obviamente, no existe una fórmula universal e infalible para abordar esta problemática, pero es importante hacerlo cuando el problema surge para evitar que tanto el paciente como el menor pasen malos ratos.

El tratamiento de los profesionales a las personas mayores

Hoy me gustaría ahondar en un tema que ya fue abordado (se puede leer pulsando aquí), aunque desde otra perspectiva, sobre el modo correcto de emplear las fórmulas de cortesía con los mayores; especialmente por parte de los profesionales que damos servicios a este grupo de edad. Una consideración importante que debemos tener presente es el trato que les ofrecemos. Aunque nuestra función sea prestar diversos servicios (fisioterapia, podología, servicios médicos, servicios psicológicos, cuidadores profesionales, etc.), no debemos olvidar nunca que el trato con el que los llevamos a cabo repercute en la calidad de los mismos, así como en otros aspectos como la autoestima de las personas que los reciben. En este caso, me gustaría centrarme en el lenguaje más apropiado para nuestra comunicación con este colectivo.

Se hace necesaria una reflexión: no podemos perder de vista que la generación de nonagenarios, octogenarios e incluso septuagenarios actuales trataron de usted a miembros de su familia, como padres, abuelos, tíos, etc. Y no por ello la relación era fría o distante, ni carente de afecto. Simplemente era una forma de mostrar respeto. Por tanto, a las personas que hoy conforman ese grupo de edad el usted no les resulta tan ajeno como a las generaciones más jóvenes; todo lo contrario, les suele resultar extraño que un desconocido o alguien mucho más joven les tutee si no hay una relación previa o si ellos explícitamente no han solicitado ese trato. Es un error, bastante grave, tutear a un anciano con el que no tenemos confianza si explícitamente no nos lo ha pedido. Es muy fácil que lo vea como una falta de respeto o un exceso de confianza por nuestra parte. Ya he observado varias veces como alguien joven, normalmente con su mejor intención, tutea a un anciano y este le responde de usted riguroso, quizá como una forma sutil pero contundente de mostrar su desacuerdo con la fórmula empleada. Aunque la persona mayor nos tutee, no debemos hacerlo recíprocamente si no nos ha invitado a ello. No por emplear el usted estamos siendo fríos o distantes, todo lo contrario. Estamos siendo respetuosos.

Por supuesto, apelativos como abuelo, chaval, campeón, guapetona, etc. están absolutamente fuera de lugar si no existe un gran vínculo con esa persona y hemos llegado a un nivel de confianza tal que nos permita jugar con un lenguaje coloquial y amistoso. De lo contrario, está más cercano a la burla que al cariño y es una falta de respeto impropia de alguien que quiera ser considerado un profesional del sector.

No resulta en absoluto aconsejable decir palabrotas delante de personas mayores. La mayoría de ellos no las usa o lo hace rara vez. Y aunque el mayor lo haga, los trabajadores deberían mantener una línea comunicativa profesional, empleando un lenguaje lo más cuidado posible. No es cuestión de ser remilgado, es que en lugar de decir “esto es una mierda” perfectamente podemos decir “esto está fatal”. Además, un lenguaje brusco puede intimidar a determinadas personas, especialmente si están alterados anímicamente o presentan un cuadro degenerativo.

Resulta recomendable evitar el argot, palabras que son comunes en una generación, pero no en otras. Mola, full, a tope, tío, etc. si bien no son palabrotas son palabras que pueden resultar poco profesionales e incluso complicar la comunicación con personas que no comparten ese vocabulario (lo que para la generación más joven mola, para la más mayor era canelita en rama).

Espero que estos consejos os ayuden en vuestro trato diario con las personas mayores.

La importancia de las gafas y los audífonos

Como hemos señalado en otras ocasiones (podéis acceder aquí y aquí), el proceso de envejecimiento afecta a nuestros órganos de los sentidos. Eso se traduce en que con la edad es normal que las personas presenten presbiacusia (disminución de la audición) y presbicia (disminución de la vista). Estos cambios son benignos, es decir, acontecen por el mero hecho de envejecer y, en un principio, no son síntomas de la aparición de algún problema de salud.
A día de hoy contamos con métodos que pueden reducir el impacto de estos dos fenómenos en la vida de las personas. Por un lado, algo tan sencillo como unas gafas permiten corregir esa presbicia de la que se hablaba permitiendo a la persona gozar de una mejor capacidad de ver. Por otro lado, los audífonos son instrumentos útiles para reducir el impacto de la audición deficiente en la vida de las personas.
De todos modos, no es extraño que las personas mayores rechacen estos sistemas compensatorios; las razones son variadas. En algunas ocasiones es el precio (muy elevado) de estas medidas lo que impide que la persona pueda emplearlos. Hay que tener presente que unos audífonos cuestan varios miles de euros y no todas las personas pueden hacer frente a ese gasto por muy necesario para salud que sea. En otras ocasiones, las personas mayores rechazan tanto las gafas como los audífonos por «presumir» ya que sienten que les avejentan, les «echan años encima» o visualizan y hacen patente su problema. En otros casos, se trata de falta de información o interés, una postura que se puede resumir en «total, para lo que hay que ver/oír».

Sin embargo, es fundamental hacer un uso adecuado de estos sistemas. La falta de visión y audición pueden acelerar la aparición de problemas cognitivos (como la demencia) ya que la persona está aislada del mundo, interactua menos con él, no realiza actividades que sean estimulantes para su mente. Además, este aislamiento también se traduce en efectos negativos en el ámbito social especialmente cuando el oído presenta deficiencias. Es común ver como personas mayores con presbiacusia dejan de participar en conversaciones familiares porque tienen muchos problemas para seguirlas; les cuesta entender cuando varias personas hablan a la vez, es difícil entender lo que otros dicen, incluso son objeto de burla por los errores derivados de esta falta de audición.

Por todo ello, es fundamental que cualquier persona, a cualquier edad, cuide su visión y su audición como modo de mantener su mente en contacto con el mundo, mantener activo su cerebro, conservar sus relaciones sociales y autodesarrollarse de un modo satisfactorio.

Recomendación octubre 2018

Como se termina este mes de octubre os traigo la recomendación pertinente. Se trata de una serie de fotografías de Ricardo Ramos que documentan el proyecto de acercamiento a personas mayores que viven aisladas en la zona de Trás os Montes, en Portugal.

Aquí podéis ver las fotografías que muestran la dureza de las condiciones de vida, así como la soledad a la que se enfrentan estos mayores que, en ocasiones, son los únicos habitantes de su pueblo.

Este tipo de poyectos, tanto en su vertiende social como artística, deberían ayudarnos a relfexionar acerca de qué sociedad queremos para el futuro (donde cada vez más adultos mayores vivirán solos) y qué queremos para nuestros mayores en la actualidad. Una sociedad que desatiende a su población más frágil no puede considerarse una sociedad avanzada y sana.

Espero que disfrutéis de las fotos y que os ayuden a reflexionar sobre estas cuestiones.

Vejez y pobreza

Hoy os traigo una colaboración de Carmen Albores Maceiras que ha escrito una magnífica reflexión acerca de la anciandad en la sociedad actual. Carmen es una mujer de 67 años, con una enorme maestría escribiendo (como podréis comprobar a continuación) y las ideas muy claras. Estoy segura de que este texto os invitará a la reflexión:

La juventud,  (divino tesoro) en general,  es “riqueza”, vigor,  belleza física, salud, ilusión, alegría, entusiasmo, perspectiva de futuro, fuerza moral,  plena capacidad cognitiva y de aprendizaje, todos los bienes, en suma,  que son de una gran riqueza para los humanos.

En cambio la vejez es  decrepitud, “pobreza”, falta de fuerzas, deterioro sensorial y físico, falta de vigor , de ilusión, poca perspectiva de futuro, y a veces también deterioro intelectual,  depresión, falta de memoria, confusión en las ideas etc.

Todo esto lleva a que la gente mayor tenga  que sufrir determinadas humillaciones, así, si se olvidan las cosas, ello supone un descrédito social, “repíteselo porque seguro que no se acuerda”, o lo que es peor, “no se entera”, “no confíes que total no se va a acordar”, o cuando le ponen de manifiesto: “tu seguro que no te acuerdas, pero el otro día”… Si se está tratando de una cuestión novedosa, como  los nuevos comportamientos sociales,  modas  o tecnologías recientes, ya dan por sentado de que no lo vamos a entender o comprender… y que ello en todo caso nos va a ocasionar un rechazo, una repulsa y una crítica destructiva por nuestra parte.

Si el deterioro, es físico, ello conlleva, a que ya por sistema te griten suponiendo que estás medio sordo,  y en el caso de estarlo, ello provoca un aislamiento social y personal  y obliga  a retraerse sobre uno mismo en una escapada hacia la introspección. También es frecuente  que hablen por ti los más rápidos, o que los impacientes por tu lentitud  te digan “déjalo, ya voy yo, o “ya lo hago yo”, un acto que te convierte en inválido.

También por sistema estas condicionado a  que te proporcionen una dieta más blanda, (controlada en grasas y calorías),  suponiendo que ya no tienes una dentadura “apropiada”.  La lentitud propia de la edad es algo que exaspera  a muchos, así cuando subes al autobús, el conductor impaciente consigues que te vocee: ¡“a ver  señoraaaa, suuuba¡” (cosa que no dicen a los hombres…) ¡ Y para que hablar si vas de viaje con un grupo de gente mayor ,  la mayoría de los organizadores o guías, suelen “infantilizar” a la gente mayor,  tratarla de un modo paternalista, diciendo por ejemplo: “que ninguno se pierda, cuidado con los coches,  cuidado con las escaleras,  agárrate a la barandilla, allí están los lavabos”… y si se trata de una visita cultural suelen contarte simplezas, anécdotas o chascarrillos dando por supuesto que al fin y al cabo, somos como niños todavía con escasos conocimientos.

Y si ya llegamos a una situación de dependencia, la cosa se agrava, “ponte aquí, no te muevas, mastica con cuidado, bebe despacio, todo son infinitas órdenes a cumplir.  La discapacidad y dependencia se ve agravada por la pobreza, pues al no contar con recursos propios, se está a merced de la “buena voluntad” de los demás.  En cambio los que poseen un nivel económico alto,  eso  les permite  “contratar “servicios, que en  definitiva,  al depender económicamente de uno, siempre se doblegan a las necesidades y apetencias del contratante.

Algunas veces, en cambio, la riqueza favorece el expolio económico del anciano, ya sea por parte de familiares, instituciones, cuidadores y amigos,  fruto de la decadencia cognitiva y la falta de control sobre la riqueza que poseen. Hay  además empresas que parece que estén especializadas a captar el dinero de los ancianos, sobretodo de los que tienen el nivel  cultural más bajo, me refiero por ejemplo a los que le ofrecen excursiones casi regaladas y luego les hacen “demostraciones”, (así  las llaman), que no son otra cosa que ventas con una gran carga de coacción tanto por  la exaltación exagerada del producto como en el chantaje emocional.

Algunas instituciones eclesiásticas también suelen beneficiarse de los bienes de los ancianos aprovechando sus creencias religiosas, los animan a dejar sus bienes y bastante dinero en oficios religiosos confiando en que el anciano por su mentalidad, crea que gracias a ello, sea más efectiva la promesa de alcanzar una mayor gloria ante Dios después de su muerte. Por otra  parte los familiares se afanan también en  presionar, ya sea directamente o con más o menos sutileza a los ancianos para que digan a quien le van a dejar sus bienes cuando mueran, (cosa que les somete muchas veces a un estrés innecesario y tal vez demasiado prematuro), o también traten de camelarlos y ganárselos con falsas muestras de afecto , o bien desprestigiando a los competidores, a fin de hacerse con el botín económico y patrimonial del anciano,  cosa que también es habitual por parte de algunas residencias de ancianos.

Otro aspecto a tener en cuenta es el lenguaje empleado con los mayores, así como hacia los niños suele ser ya por norma utilizar un tono cariñoso, simpático, amable, a los viejos a menudo se les falta al respeto, llamándoles “carcamales”, diciendo que están “chochos”, “gagás”, y muchos  se refieren a ellos como unos “vejestorios”, “abueletes”, etc. .Pero  así como la sociedad tomó conciencia de la necesidad de eliminar los lenguajes sexistas, machistas, racistas, xenófobos, no ocurre así con los mayores, se tolera el lenguaje “viejista”, e incluso se utiliza en sentido jocoso como para hacer “gracia”, abundan en este sentido los chistes como: “van dos ancianos y… y casi siempre son para ridiculizar y mofarse de alguna actitud relacionada con la ancianidad.

Al anciano se le niega casi  toda capacidad de disfrute, no está bien visto que un anciano se enamore de otro, (eso siempre fue  tradicionalmente motivo de burla y escarnio), o también por parte de los familiares, que  temiendo que el anciano se implique emocionalmente y económicamente con una pareja reciente, suelen ejercer gran presión sobre él para que no se fíe, o bien abandone esa nueva pareja, a la que consideran una competidora emocional y posible vía de escape en sus recursos económicos sobretodo, cosa que en algunos casos si se cumple sobre todo por los que andan a la caza de fortunas y herencias de la gente mayor.  Otra cuestión es el sexo en el anciano,  es un tema tabú, al anciano se le niega la apetencia y la capacidad sexual, y si tiene algún asomo en este sentido, pronto es despreciado y tratado de “viejo Verde”, (en esta cuestión salen peor parados los hombres, pues en la mujer ya ni tan siquiera cabe esta posibilidad).

Otro de los aspectos a ridiculizar en el anciano es su interés por arreglarse e ir bien  vestido, se censura si no va vestido conforme a lo que tradicionalmente se espera de su aspecto físico, si va vestido ” juvenil” se le critica con dureza extrema, así si un joven se pone una ropa demasiado discreta enseguida se le dice: “pareces una vieja”, dando por sentado que el anciano tiene que pasar desapercibido por su discreción en el vestir, si acude a bailes también son motivo de risas, si se arregla mucho, enseguida viene el comentario: “ fíjate, a su edad y aún quiere presumir”… también se da por sentado en muchos que el anciano huele mal, no se asocia nunca un olor muy agradable y fresco con el anciano.

Pero toda esta catastrófica situación tenemos la obligación como seres humanos de revertirla, una sociedad tan avanzada en las cuestiones sociales  como la nuestra, no puede permitirse esta situación de ignominia que sufren muchos de nuestros mayores, sobretodo porque en definitiva es a ellos a quienes  debemos casi todo lo que somos.

Una sociedad que protege a los niños, a los desvalidos, a los discriminados (por alguna razón seguramente que injusta), a los animales, al medio ambiente, tiene que poner más esmero en cuidar y proteger a este colectivo, no solo en su dependencia, sino también en la prevención de situaciones como las antes descritas.

En nuestras sociedades avanzadas curiosamente es donde los ancianos son más discriminados, se entiende que “avanzar” supone novedad, romper con lo viejo o caduco, y ese concepto a veces se aplica indirectamente al ser humano, pero en sociedades más tradicionales, los ancianos por el contrario, son el activo más importante, son los más venerados y respetados socialmente, porque representan la memoria viva de la experiencia, constituyéndose en los referentes y garantes de la cultura, la ética y la sabiduría colectiva.

No se puede consentir, aunque sea por interés propio, que los ancianos se sientan “apartados” y que a menudo su sabiduría languidezca aparcada en una vía muerta y sin salida de la estación, quizá otros trenes avancen más rápidos, pero en los vagones aparcados, quizá tecnológicamente ya en desuso, y siguiendo con el símil , los ancianos tengan mucho que aportar en valores morales, en filosofía de la vida, en experiencia, y con ello puedan ayudar por una parte  a que el anciano se sienta valorado y por otra contribuya a  rectificar el rumbo de una sociedad que “descarrila” en algunos aspectos cruciales. Urgiría por tanto, darles como colectivo una mayor presencia en todas las instituciones sociales.

Harían falta filósofos, antropólogos, sociólogos, educadores, políticos etc. que diseñasen un plan para poner en valor al anciano, proponiendo  estrategias para incluirlos  en una sociedad más justa e igualitaria, ello sería beneficioso para todos y también para los jóvenes de hoy que a algún día serán ancianos como nosotros.

Esta franja de pre-jubilados y jubilados es lo suficiente amplia (unos 30 años) como para que no tenga una presencia mucho más activa en la sociedad, se le relegue a los centros socioculturales, a actividades solo para cubrir el ocio, algunos voluntariados  y poco más, y encima se hable de “envejecimiento activo” (aunque  se identifique solo vida activa con estar en posesión de una nómina laboral). Los mayores también debieran de ser ellos mismos los que decidan, y tengan opciones de dedicarse a ser verdaderamente una parte activa de la sociedad, y no que los aparquen y que sean otros los que decidan por ellos que actividades les son más convenientes.

 

Ayudas a la marcha

Como hemos señalado en otras ocasiones, el envejecimiento tiene un impacto sobre la movilidad de las personas (podéis encontrar más información aquí, aquí, aquí o aquí). En general, se señala que los cambios en el equilibrio, la agilidad, la capacidad de corregir movimientos y el enlentecimiento pueden estar detrás de muchos tropezones y caídas que sufren las personas mayores.

Es importante señalar que no todos los mayores sufren estos cambios con la edad, ya que el envejecimiento se manifiesta de forma diferente en cada persona. Aun con todo, es común que alguno de los cambios mencionados haga su presencia conforme avanza la edad. Es importante consultar siempre al médico quien podrá decirnos si estamos ante cambios benignos (es decir, esperables y que no implican ninguna enfermedad) o bien si estos cambios parecen indicar la aparición de una patología (por ejemplo, de tipo parkinsoniano). Es el médico quien podrá pautar medicación en caso de que estemos ante una enfermedad.

Ahora bien, aun cuando este enlentecimiento, cambios en el equilibrio, falta de agilidad, etc. vienen por un envejecimiento normal, no hay que pensar que la situación es irremediable. Siempre se puede trabajar para mejorar la marcha (es decir, para mejorar la capacidad de andar). Cada vez más centros (tanto públicos como de iniciativa privada) ofrecen cursos de gimnasia para mayores. Lógicamente el realizar ejercicio físico es recomendable a cualquier edad, y en el caso que nos ocupa puede ayudar a mejorar la situación previniendo así los posibles accidentes.

Además, otras medidas como los instrumentos que se emplean para ayudar a la marcha (bastones, muletas, andadores, etc.) pueden ser adecuados en ciertas ocasiones (siempre que los recomiende un especialista). Estos sistemas ayudarán a que la personas tenga un mayor equilibrio y estabilidad, ayudándole a caminar con mayor seguridad y con menor riesgo de caída. El principal problema que solemos encontrar con estas medidas es el rechazo que muestras muchas personas a usarlas. En muchos casos es porque les hace sentir mayores y evidencian el problema que tienen, lo que les lleva a sentirse mal. Es lógico que aparezcan estas emociones pero hay que tener en cuenta que peor es una caída que implique un golpetazo (con todo lo que puede conllevar a ciertas edades). Para trampear un poco la situación algunos mayores usan lo que a su entender son soluciones de compromiso: paraguas, varas, etc. Esto es totalmente desaconsejable por varios motivos. En primer lugar, estos utensilios no tienen como función ayudar a la marcha, lo que implica que su forma, su empuñadura y la zona de apoyo no están preparados para este fin. Un paraguas está pensado para resguardarnos de la lluvia no para que apoyemos todo nuestro peso en él al subir una cuesta, por ejemplo. La forma del mango no es ergonómica, su longitud no está adecuada a la altura de la persona y la zona donde apoya en el suelo no se realiza en un material antideslizante. Emplear este tipo de utensilios en lugar de unos específicos a tal fin es comprar boletos para una caída.

Por todo esto, es absolutamente imprescindible emplear material apropiado, resistente, ergonómico, que se ajuste a las medidas y necesidades de la persona que lo va a usar.

Curiosamente en otros países, como Holanda, es muy habitual ver a personas mayores que mantienen un muy buen estado físico ayudándose de andadores con cestillo y banco (muy útiles ya que permiten guardar objetos como le bolso o la compra en el cesto y al contar con un asiento la persona siempre podrá descansar aun cuando no haya bancos en la calle), muletas, bastones, etc. Se entienden como medidas que ayudan a la vida diaria (como unas gafas o un audífono). Es hora de que poco a poco vayamos incorporando estas medidas de ayuda en la vida de nuestros mayores ya que les ayudará a ganar independencia y seguridad.

Recomendación septiembre 2018

Terminando el mes de septiembre os traigo la recomendación pertinente. Se trata de este artículo de Bored Panda, que recoge las fotos del proyecto “TattooAge. Never too old.” Son fotografías de personas mayores mostrando sus tatuajes, además de unos vídeos donde explican qué significado tienen estos dibujos y qué representan para ellos. Pinchad aquí para ir al artículo.

Además de la belleza de los retratos en sí, creo que nos permite reflexionar acerca de la homogeneidad de los mayores. Quizá en el imaginario colectivo tengamos a los mayores como un grupo homogéneo, donde todos piensan de forma similar, tienen costumbres parecidas o comparten creencias. Sin embargo, esa visión no podía ser más errada. Tenemos que dejar de tratar a los ancianos como si fueran todos iguales, personas intercambiables sin identidad propia. Debemos ganar conciencia de que lo único que tienen en común son los años y que el número de años que una persona haya vivido dice poco de ella, no nos habla de sus gustos, sus miedos, sus logros, su ideología, sus creencias, etc.

Por todo ello, me parece que este tipo de iniciativas son muy necesarias además de muy bonitas. No sólo a nivel artístico, sino que nos permiten una reflexión a nivel social. Espero que os gusten tanto como a mí.

La importancia de los controles médicos

La medicina moderna ya no sólo se basa en curar las enfermedades que podemos desarrollar. Actualmente, se destinan muchos medios a la prevención y al diagnóstico precoz. La prevención parece inspirarse en ese viejo dicho “más vale prevenir que curar” y su objetivo es procurar que los ciudadanos cuenten con buenos hábitos que eviten el desarrollo de patologías relacionadas. Por ejemplo, si la gente no fuma reduce significativamente la posibilidad de desarrollar cáncer de pulmón (por desgracia, nunca se podrá prevenir al 100%).

No siempre es viable la prevención de la aparición de diferentes patologías ya que, en muchas de ellas si bien influyen nuestros hábitos, también hay que tener en cuenta el peso de la genética. Por ello, se habla del diagnóstico precoz. Este término hace referencia a procurar detectar enfermedades que ya tenemos incluso antes de que presenten síntomas, disminuyendo de esta forma la posibilidad de que sean mortales o altamente incapacitantes.

Uno de los hábitos que debemos incluir en nuestra rutina para cuidar nuestra salud son los controles médicos periódicos (esta periodicidad nos la indicará nuestro médico). La idea es que cada X tiempo nos hagan un chequeo para comprobar que no tenemos ningún problema de salud.

No es raro que se acuse a las personas mayores de ser muy asiduas al médico, de gustarles mucho ir a que los miren. Sin embargo, esa apreciación es errónea. Sí que podemos encontrar una gran afluencia de público mayor en las consultas médicas, pero no hay que olvidar que la ancianidad es una edad frágil en la que ciertas patologías tienen mayor incidencia. Además, al haber sufrido las pirámides poblacionales cambios (habiendo más gente anciana) el resultado es el que observamos. Sin embargo, no es raro encontrar ancianos que nunca han acudido al médico. Y nunca es nunca. Desde mujeres mayores que dieron a luz en sus casas y que nunca han realizado consulta a alguna, a señores que han tenido una salud de hierro y, por tanto, no sintieron la necesidad de acudir al médico ni tan siquiera a realizarse una revisión. Y al no tener ese hábito ahora les cuesta adquirirlo. Lo mismo ocurre con aquellas personas que han gozado de una gran salud y que en la ancianidad precisan algún tipo de medicación, no es raro observar reticencias en su toma, protestas por ello, etc.  Es importante que todos los profesionales sanitarios tratemos de inculcar buenos hábitos en la sociedad y los que trabajamos con mayores tenemos una mayor responsabilidad ya que estamos tratando de cambios relativamente recientes y que ellos no conocieron en su juventud (es más, la sanidad no era ni gratuita ni universal en su juventud).

Explicarles a las personas mayores el por qué es necesario hacer esos reconocimientos y explicar cómo pueden ayudar a su salud, suele ser la mejor manera de convencerlos para que los realicen, igual que explicar pormenorizadamente, pero empleando un lenguaje sencillo, para qué sirven las medicinas que tienen prescritas, así como qué ocurriría si no las tomaran, ayuda a aumentar a adherencia al tratamiento.

Dado que la ancianidad es un periodo frágil de la vida, el realizar los controles y las visitas médicas pautadas se torna de especial importancia. Con ello podremos conseguir prevenir ciertos problemas así como aumentar las posibilidades de éxito terapéutico si ya están presentes determinadas enfermedades.

Amas de casa y jubilación

Como todos sabemos, las amas de casa no cotizan por la labor (ardua, cansina, ingrata y nunca pagada) que realizan por la familia. Este hecho implica que, al llegar a la edad de jubilación (los 67 en nuestro país), no tengan derecho al cobro de una pensión contributiva por las labores desarrolladas. En todo caso, optan a la prestación no contributiva. Más allá de los problemas de dependencia económica y de baja renta (que no son moco de pavo) hoy me gustaría centrarme en otro aspecto: el cese real del trabajo realizado.

A nadie se le ocurriría pedirle a un carpintero de 90 años que siga trabajando. Nadie vería lógico que un cirujano opere pasados los 80. Trataríamos de cruel, tirano a quien dijese que hay que seguir trabajando hasta el día de la muerte. Sin embargo, aceptamos de bastante buen grado que una mujer mayor continúe al frente de la casa inlcuso en la ancianidad avanzada. Y, ojo, no confundamos el autocuidado, el estar activo, el realizar pequeñas tareas que nos mantienen ocupados, distraídos y a pleno rendimiento con limpiar los azulejos de la cocina o continuar cuidando de otros que presenten una dependencia (aun en situaciones en los que la mujer claramente comienza a necesitar ayuda); en definitiva, cargar con todo el peso de las tareas domésticas y del cuidado del núcleo familiar. Que una cosa es hacer una comida especial para toda la familia en una fecha señalada y otra dar de comer a diario a toda la familia (con el trabajo que ello conlleva de avituallamiento, limpieza, preparación, etc.).

Aceptamos de un modo bastante sibilino que las mujeres mayores sigan a pleno rendimiento. Aun cuando es a costa de su salud y cuando realmente no las hace felices ni las satisface. Hay mujeres que disfrutan mucho de ello, que seguir al frente de su casa aun en la edad mayor les demuestra lo estupendas que están y en esos casos, poco hay que decir, salvo desear que continúe por muchos años. El problema está en aquellas mujeres que están hartas. Que llevan más años de los que pueden contar realizando labores que realmente no les agradan solo porque se presuponía que eran ellas quienes debían hacerlas. Criadas para ser las asistentas domésticas de la familia, para anteponer las necesidades de todos a las suyas, para sacrificarse por los demás. Porque ellas importaban en tanto en cuanto eran la fuerza de trabajo dentro del hogar. Y algunas llegan a la ancianidad y están muy hartas, muy aburridas. Les cuesta decirlo tal cual, pero en consulta, después de indagar un poco, es fácil ver cómo realizar las tareas domésticas les quita tiempo (porque con la edad, además, cada vez cuesta más tiempo realizar la misma tarea) para otras cosas que sí las hace felices (desde pasear con las amigas a apuntarse a actividades que las complacen).

Dado el cambio social que hemos vivido en los últimos 50 años, esta situación debería ir revirtiendo ya que las mujeres se incorporaron al mercado laboral, cotizaron y tienen derecho a su pensión. ¿Cuál es el problema? Que la mujer empezó a trabajar el doble, dentro y fuera del hogar. Está asumido que, aunque una mujer que hoy tenga 70 años trabajase fuera de su casa, el grueso de las tareas domésticas seguía recayendo en ella. Y una vez se jubila, ¿por qué iba eso a cambiar?

En resumen, me gustaría lanzar una pregunta final, ¿cuándo se jubilan las amas de casa?.

Recomendación agosto 2018

Con un poquito de retraso os traemos la recomendación del mes de agosto. Se trata de una película que casi cuenta con 20 años, del polémico director David Lynch “Una historia verdadera” (The straight story en su título original). Esta compleja película, como no podía ser de otro modo dado su autor, narra las peripecias de un anciano que, al tener conocimiento de que su hermano (con el que no se habla desde hace años) está enfermo decide ir a visitarlo. El problema es que les separa una distancia de 500 km y nuestro protagonista no puede conducir ni cuenta con medios económicos para desplazarse, por lo que de decide llevar a cabo el viaje en su segadora. Desde el tempo de la película hasta los diferentes personajes que aparecen en ella, se nos presentan realidades que la vejez nos depara, así como lo complejo de las relaciones humanas. Como curiosidad decir que la película está inspirada en hechos reales, lo cual la hace aun más conmovedora.

Espero que la disfrutéis.