El psicólogo y las personas mayores

A día de hoy acudir al psicólogo sigue siendo un tema relativamente tabú y del que es raro hablar fuera de los círculos de confianza. No tenemos problemas en decir que la semana pasada tuvimos visita con el cardiólogo, pero sí con decir que estuvimos en el psicólogo. Esto se debe en parte al desconocimiento sobre el trabajo que se lleva a cabo ya que no se ha realizado una buena labor de pedagogía social para acercar la disciplina a la población genera. Además, la visión distorsionada que nos proporciona el cine y la televisión y al poso que han dejado corrientes desfasadas no ayudan a que en la mente colectiva se tenga una idea clara de las  intervenciones que se realizan desde la Psicología, que sigue viéndose en muchos casos como “algo para locos”.

El trabajo que realiza un psicólogo es variado y dependerá del contexto ya que se pueden llevar a cabo diferentes y variadas actuaciones: desde la intervención en el contexto escolar, pasando por penitenciarias, psicología clínica, psicología del trabajo o del deporte hasta los psicólogos que investigan cómo funcionar el cerebro. Centrándonos en el ámbito sanitario, la labor del psicólogo se puede resumir en evaluar, diagnosticar y realizar intervenciones que modifiquen aspectos perjudiciales en el comportamiento (dentro de comportamiento incluimos la cognición, es decir, las ideas y el procesamiento de la información) del individuo.

Las personas mayores, como cualquier otro grupo poblacional, pueden presentar patologías psiquiátricas, si bien la mayoría de consultas suelen centrarse en dos ámbitos: estados de ánimo alterados y/o “problemas de memoria”.

En este blog ya hemos hablado en otras ocasiones de como el duelo cronificado que algunas personas mayores sufren puede desencadenar en una patología severa como es la depresión. En general, los estados de ánimo alterados que padecen los mayores se centran en esta patología y en los trastornos de ansiedad (especialmente, ansiedad generalizada). Existen múltiples factores detrás de estas alteraciones, desde la propia biología a los cambios socio-económicos derivados de la jubilación, pasando por el padecimiento de enfermedades crónicas o la sensación de soledad, entre otros. En situaciones como las descritas, un psicólogo puede ayudar a buscar desencadenantes de estos estados alterados, facilitar el uso de estrategias que ayuden a controlar el malestar, cambiar las rutinas y los hábitos que puedan ser perjudiciales y servir como un lugar donde la persona puede desahogarse (cosa que no siempre hacemos en nuestro entorno inmediato por no “cargar” o preocupar a nuestros seres queridos).

Cuando hablamos de “problemas de memoria” relacionados con el envejecimiento normalmente estamos hablando de un declive cognitivo (por lo general, cuando las personas son conscientes de estos fallos mnésicos y acuden a consulta, suelen presentar ya deterioro en otras áreas mentales). En estos casos la labor del psicólogo se basará en realizar una valoración del estado cognitivo global de la persona, detectar qué áreas se encuentran afectadas y cuales preservadas, realizando una labor de estimulación cognitiva para tratar de paliar y ralentizar el avance de este deterioro. Además, en muchas ocasiones también se trabaja con el entorno cercano del paciente con el fin de ayudarlos a asumir la nueva situación.

Espero que esta entrada haya servido para clarificar algunas de las muchas dudas comunes que se plantean en torno al trabajo de los psicólogos en relación con las personas mayores.

Sistema nervioso y envejecimiento: el fenómeno de la punta de la lengua

¿Cuántas veces hemos intentado decir el nombre de un objeto o de una persona y no hemos sido capaces? En esos momentos es muy posible que podamos dar una descripción precisa de lo que queremos nombrar, sabemos que conocemos ese nombre, incluso podemos tener la “intuición” de que empieza por un determinado sonido. Sin embargo, nos quedamos con la mente en blanco y la palabra que deseamos nombrar parece quedar atrapada en la punta de la lengua.

Curiosamente, este fenómeno recibe precisamente ese nombre (fenómeno de la punta de la lengua), y es algo que ocurre a todas las edades. Sin embargo, se hace más notorio a medida que aumenta la edad. Además, cuanto mayor es la persona que lo sufre normalmente más preocupación suele causarle ya que solemos asociarlo con un problema de memoria. Sin embargo, este fenómeno es común entre las personas mayores de 60 años.

Hay que tener en cuenta que las personas adultas disponemos de muchas palabras en nuestro vocabulario. Existen diversos estudios que tratan de cifrar el número de palabras que conocemos (distinto al número de palabras que usamos con cierta cotidianeidad), sin perder de vista diferentes variables como el nivel cultural, la profesión, los años de escolarización, etc. En general, se puede decir que una persona adulta con una educación media conoce más de diez mil palabras. Teniendo presente ese gran número de palabras almacenadas en nuestra cabeza, lo que parece más extraño es que seamos capaces de encontrar la palabra que buscamos en cada situación de forma rápida y exacta. Además, hay que pensar que el vocabulario que poseemos suele aumentar conforme nos vamos haciendo mayores, puesto que más habremos leído, escuchado, escrito y, en definitiva, usado el lenguaje.

Como decíamos al principio, el fenómeno de la punta de la lengua puede observarse a cualquier edad, aunque se da con mayor frecuencia entre las personas mayores, puesto que el envejecimiento del sistema nervioso hace más común que se presente. Conforme nos hacemos ancianos en más ocasiones nos quedamos con la palabra a medias. Se ha vinculado un aumento del efecto punta de la lengua con atrofia de la sustancia gris en la ínsula izquierda (un área que está vinculada a la producción fonológica). No hay que confundir el fenómeno de la punta de la lengua (algo común entre toda la población, aunque se pueda observar más en las personas mayores) con otros problemas del lenguaje como la anomia o las afasias (que pueden ser fruto de diversas patologías, como ictus).

Para evitar que este proceso del envejecimiento tenga un impacto mayor en nuestra ancianidad es bueno tratar de prevenirlo. Igual que hacemos ejercicio o comemos sano con el ánimo de que nuestro cuerpo también lo esté, es importante cuidar nuestra mente para que envejezca de una forma saludable. Así, trabajar desde edades tempranas (como es la mediana edad) para mantener nuestro lenguaje y memoria en un buen nivel de desempeño es algo recomendable. Hay múltiples actividades relacionadas con el lenguaje que son positivas: leer (no solo en voz baja, también en voz alta) y escribir (tanto empleando un ordenador como a mano) serían dos buenos ejemplo, ya que la lectura y la escritura mantienen nuestro vocabulario activo (además de podernos ayudar a adquirir nuevo). También es recomendable evitar muletillas, frases hechas y palabras “comodín” (eso, ella, aquel, cosa, etc.) cuando hablamos. Frases como “pásame la cosa esa” no ayudan a que nuestro lenguaje se mantenga en forma. Por eso, es bueno tratar de ser precisos y usar las palabras exactas, para evitar acostumbrarnos al uso limitado del lenguaje (sino cuando queramos encontrar una palabra concreta lo tendremos más difícil).

Otras  actividades como las sopa de letras, los crucigramas, las definiciones o adivinanzas ayudarán a mantener nuestro lenguaje activo. Además, cada vez se ofertan más cursos y clases de estimulación cognitiva (muchas veces conocidos como “clases de memoria”) que pueden ayudar a prevenir este problema o, en caso de que sea muy habitual y resulte molesto, a tratar de disminuir el impacto que causa en el día a día.

Es aconsejable que si la persona nota un impacto muy molesto sobre su vida o nota que de un tiempo a esta parte le ocurre con mucha asiduidad consulte con el médico; en ocasiones hay factores concomitantes (como problemas de sueño, estados de ánimo alterados, ciertas patologías o medicaciones) que puede agravar el hecho. Por otro lado, el facultativo podrá examinar al paciente y descartar problemas mayores.

En cualquier caso, es recomendable que desde antes de llegar a una edad avanzada, nos preparemos para poder disfrutar de una ancianidad lo más sana, activa e independiente posible. Esto incluye trabajar todo lo posible para que nuestra mente se mantenga en plena forma.

Trajes que simulan la ancianidad

“Ponte en sus zapatos”

Esa frase la dice mucho mi padre cuando quiere proponer  un ejercicio de empatía. Piensa cómo se sentirá esa persona, cómo podrá reaccionar, qué capacidad de cambio tiene…

Este tipo de ejercicios de empatía no solemos hacerlos a no ser que nos veamos un poquito forzados a ello. Así que hoy os propongo que nos pongamos en los zapatos de una persona octogenaria. Desde este blog hemos repetido muchas veces que no se pueden hacer generalizaciones sobre las personas mayores, puesto que cada una es un mundo y todas tienen sus propias circunstancias y realidades. Aun así, hay ciertos factores que podríamos entender como comunes: problemas sensoriales (peor visión, audición y equilibrio), limitaciones de movilidad (que pueden ir desde un simple enlentecimiento motor a ser usuario de silla de ruedas, limitaciones articulares, etc.), cambios en la forma corporal (aumento de la curvatura de la espalda, menor elasticidad, menor fuerza, peor equilibrio, entre otros), entre otros. Aun sabiendo que existen muchos matices y excepciones, podemos hacernos una idea general de cómo es un anciano promedio.

Esta semana conocíamos la noticia de que el hospital de Getafe ha adquirido 2 trajes simuladores de la vejez. Existen diferentes modelos de estos trajes, todos ellos tienen en común el tratar de simular las condiciones psicofísicas de las personas ancianas. Por ejemplo, en todos ellos la visión se altera mediante el uso de lentes (que imitan los problemas de visión más comunes en este grupo poblacional), la movilidad se reduce, se aumenta el peso, se limita la elasticidad articular, etc.

Este tipo de trajes tienen dos utilidades fundamentales. Por una parte, sirven para probar si distintos productos o localizaciones son adecuados para este grupo poblacional (si un producto es fácil de asir y manipular, si pesa en exceso; si el lugar permite un tránsito fácil, etc.). Por otro lado, sirven para forzarnos a ponernos en la piel de una persona anciana. Para entender que si tarda más en subir al bus no es por gusto, es que posiblemente su cuerpo no pueda moverse con la misma agilidad que la de un adulto de mediana edad. O que si tardan en pagar en la cola del supermercado puede deberse a que es difícil diferenciar las monedas y cogerlas adecuadamente y no por ánimo de fastidiar al que va detrás.

Este es un video de un traje simulador desarrollado en Hong Kong dentro de un programa que busca la sensibilización de la población general con los problemas de los mayores:

 

Sería maravilloso que, al menos durante un día, todos llevásemos ese traje. Estoy segura de que nuestra actitud hacia los mayores cambiaría drásticamente.