Convivencia intergeneracional II: La vuelta a casa

En un artículo anterior comenzamos a hablar de la convivencia intergeneracional, contraponiendo el modelo tradicional gallego con el modelo postindustrial. En este artículo abordaremos una serie de reflexiones sobre qué ocurre en los núcleos familiares cuando los hijos deben volver al hogar paterno.

Debido a la situación actual de crisis económica no es extraño encontrar esta situación: personas ya emancipadas (que en muchos casos ya habían formado su propio núcleo familiar) que pierden sus trabajos, rompen sus matrimonios, pierden recursos, etc. y por cualquiera de estas circunstancias (o la suma de ellas) deben volver al hogar paterno.

En la sociedad actual, donde el “fracaso personal” se suele medir solo en el campo de lo económico; donde, pese a la precariedad que está azotando a la llamada clase media, se sigue hablando de éxito especialmente en función del poder adquisitivo; donde para ser considerado adulto a todos los niveles hay que tener independencia en relación a la vivienda, es fácil imaginar que la vuelta, cuando es forzosa, al hogar paterno se suele traducir en una gran frustración, pesadumbre, tristeza y sensación de fracaso a muchos niveles.

Aunque cada familia es un mundo y cada situación necesitará sus propios medios para lograr resolver de forma satisfactoria la nueva cohabitación y los problemas que pueden surgir, hay una serie de aspectos que pueden resultar comunes en todas las familias y que pueden dar pistas sobre cómo actuar. La primera de ellas es que los padres que acogen a sus hijos adultos de nuevo en sus hogares deben dar un tiempo para que estos asuman la situación. Es importante alejarse de actitudes muy pesimistas, ya que esto puede retroalimentar el malestar. Hay que asumir que ha sido un revés que ha sufrido el hijo, pero que puede solucionarse. Por otro lado, los padres deben asumir que sus hijos ya no son menores (y en muchos casos, les acompañan sus propios hijos). Esto no implica que el hogar familiar se convierta en una pensión, en el que cada miembro hace lo que le parece. Como en cualquier convivencia, deberán fijarse una serie de normas (horarios de comidas, tareas del hogar que realizará cada miembro, etc.) que resultan básicas para evitar conflictos y molestias. Pero igual que no resulta muy lógico que un padre de familia de 40 años tenga hora de llegada a su hogar (que es, en este caso, el de los abuelos) tampoco es lógico que no se implique en absoluto en las tareas o que mantenga hábitos que molesten al resto de familiares (como no avisar en caso de faltar a una comida o no prestar ningún tipo de ayuda).

También es importante que, en caso de que la cohabitación incluya a nietos, los abuelos comprendan que, pese a ser necesario y aconsejable que se impliquen en la educación de los niños, las normas sobre cómo educarlos deben fijarlas los padres.

Por otro lado, es de vital importancia que las personas que vuelven al hogar paterno se impliquen en todos los niveles que puedan. Así, por ejemplo, si tienen algún tipo de sueldo o contraprestación es importante que traten de ayudar, en la medida de lo posible, económicamente a sus padres. Con esto puede disminuir la sensación de estar aprovechándose de los padres o el malestar por no poder ser independiente. Por otro lado, en caso de no contar con recursos, hay que tener claro que el dinero no es lo único importante: ayudar en las tareas domésticas, hacer arreglos, acompañar a los recados, etc. son formas de ayudar a los padres para sentirse más integrado en el hogar; además de ser tareas que deben estar repartidas entre las personas que conviven.

No hay que olvidar que esta situación es muy dura para quien vuelve a casa, pero también se puede hacer difícil para los padres que acogen, ya que pueden sentir que no ayudaron lo suficiente a sus hijos, no sepan cómo ayudarles ahora o de cara al futuro. Además, es muy probable que ellos tuvieran sus propias rutinas que se ven modificadas por la vuelta a casa de la prole.

Convivencia intergeneracional

La convivencia intergeneracional es aquella en la que diferentes generaciones (normalmente de la misma familia) cohabitan en el mismo hogar. Tradicionalmente en Galicia, la convivencia intergeneracional solía incluir tres generaciones: los abuelos, los hijos que se quedaban en la casa (y al cuidado de sus mayores) y los nietos.

La migración desde el rural a la ciudad dio como resultado un cambio de mentalidad, que podemos resumir en “casado, casa quiere”. Esto llevó a que cada vez, más gente mayor viviera sola, sin cohabitar con sus hijos y nietos.

Empieza aquí una serie de artículos en los que se abordan ciertos aspectos de la convivencia intergeneracional; desde los aspectos positivos y negativos que tienen el modelo tradicional y actual, a los cambios que estamos viendo en los últimos años como consecuencia de la crisis y el envejecimiento poblacional: hijos (que en muchos casos ya tienen su propia familia formada) que tienen que volver a casa de sus padres por falta de medios o mayores que tienen que ir a vivir con sus hijos debido a problemas de salud.

El modelo tradicional, en el que diferentes generaciones de la misma familia cohabitaban en la misma casa, tiene algunos aspectos muy positivos para todos. Es un modelo solidario, en el que unos apoyan y cuidan a los otros; es decir, en caso de que uno enfermase, por ejemplo, había más personas en la misma casa que podrían ayudar a su cuidado.

Por otra parte, se forman núcleos familiares más extensos (el modelo actual pasa por ser la pareja y sus descendientes, siendo cada vez menos los niños que nacen). Sin embargo, en el modelo tradicional se contaba con una red formada por abuelos, padres, hijos y, en muchas ocasiones, otros familiares como tíos o tíos-abuelos que, bien por enfermedad o soltería, permanecían en el hogar familiar. Los núcleos familiares extensos ayudan al desarrollo de los niños, por ejemplo, ya que hay más personas velando por su bienestar y educación; ayudándoles a tener una mayor socialización desde la edad más temprana. Además, al sustentarse la familia en las labores agrícolas y ganaderas, cuantas más personas contribuyeran al trabajo, mayores eran los beneficios obtenidos.

Aunque, tampoco es difícil de imaginar algunos aspectos negativos de esta cohabitación. La lucha de poder era algo que, pese a que en la mayoría de los casos era callada, se encontraba de fondo en algunas de las relaciones. Cuando la figura del pater familias quedaba en entredicho (por ejemplo, debido a la edad del anciano) no era extraño que varios de los sucesores “luchasen” por hacerse con el tutelaje de la familia. Además, en muchas ocasiones, las generaciones más jóvenes (especialmente las que no eran familia sanguínea, como nueras y yernos, que entraban al hogar) se sentían de alguna forma supeditados al mandato del anciano, lo que con frecuencia acarreaba tensión y problemas familiares.

El modelo post-industrial, en el que los hijos abandonaban la casa de los padres en la primera juventud (bien para estudiar, bien para trabajar) también tiene ciertas ventajas e inconvenientes. Por un lado, los individuos puedes desarrollarse sin verse sometidos a un tutelaje por parte de sus padres ya llegada la vida adulta (lo que no implica que puedan seguir gozando de consejo y protección paterna). Además, esto dota a las parejas jóvenes de una mayor intimidad, en la que tomar las decisiones que les atañen y que atañen a sus hijos, por ejemplo. Sin embargo, cuando la red de cohabitación familiar es menor, existen otros inconvenientes; por ejemplo, puede que no se viva en la misma ciudad, por lo que los abuelos ven menos a sus nietos e influyen menos en su desarrollo. En posteriores artículos continuaremos abordando este tema desde diferentes perspectivas.

Astenia primaveral

La primavera se asocia con la llegada del buen tiempo o, al menos, una tregua con respecto al invierno. Esta mejora de la climatología suele animarnos a realizar más actividades, incluidas aquellas al aire libre que las inclemencias invernales vuelven casi imposibles. Poder salir a dar paseos, hacer recados por la calle sin tener que pelearse con el paraguas, pequeños viajes, etc. son actividades más habituales con la llegada del buen tiempo. Sin embargo, para algunas personas, la primavera es sinónimo de cansancio y desmotivación. En los últimos años, se habla cada vez más de la astenia primaveral y son comunes las noticias y artículos desde los medios de comunicación sobre el tema. Las personas mayores, como cualquier otro grupo poblacional también pueden notar los efectos del cambio estacional y, debido a que a veces su estado de salud es más frágil, sentirlo de una forma más marcada.

El término astenia significa cansancio y se considera un síntoma, no una enfermedad en sí. Se puede sufrir astenia por múltiples motivos (por ejemplo, asociada a una infección). Sin embargo, en el caso que nos ocupa, este cansancio se asocia con la llegada de la primavera. La astenia primaveral es pasajera y el malestar que provoca limitado por lo que no hay que confundirla con patologías, que resultan mucho más severas, como el trastorno anímico estacional (englobado dentro de los trastornos del ánimo y que suele mostrar síntomas mucho más incapacitantes y prolongados).

El origen de la astenia primaveral no está identificado totalmente. Se ha vinculado a desregulaciones en el hipotálamo (núcleo cerebral que, entre otras funciones, regula la temperatura corporal, los ciclos de sueño y vigilia, la sensación se hambre y sed) debido a los cambios en las horas de luz, entre otros factores. El hecho de que afecte a unas personas sí mientras otras apenas notan que ha cambiado la estación, parece indicar fuertes diferencias interpersonales.

La astenia primaveral incluye una serie de síntomas que pueden ser vagos o poco precisos. Los principales son la sensación de cansancio que antes se mencionaba, sensación de falta de energía, malestar general difuso, cambios en el estado de ánimo que pueden incluir la irritabilidad, sensación de falta de concentración, falta de apetito, etc.

Para prevenir o “tratar” estos síntomas molestos no hay una fórmula concreta, sino seguir pautas típicas de un estilo de vida saludable: cuidar de que la dieta sea sana y variada (no olvidar el equilibrio necesario entre los diferentes nutrientes para que nuestro cuerpo no sufra carencias), lo que incluye también una correcta hidratación; tratar de mantener una correcta higiene del sueño, esto es, dormir las horas necesarias para sentirnos bien, ni más ni menos, además de cuidar los horarios; realizar ejercicio físico dentro de nuestras posibilidades de forma regular y no descuidar aquellas rutinas que nos hacen sentir bien (disfrutar de la vida social, las aficiones, etc.). Por contra, hay una serie de hábitos que se deben evitar: el consumo de tóxicos (alcohol, tabaco y otras drogas), auto-medicarse (si la sensación es muy incapacitante o molesta es recomendable acudir al médico y no tomar fármacos por nuestra cuenta) o abusar de las horas de sueño (contrariamente a lo que se piensa, dormir mucho no hace que uno se sienta más descansado).

En todo caso, si el malestar se prolonga más allá de unos días o resulta difícil de sobrellevar, es bueno consultar con un profesional que nos indique si hay alguna pauta concreta que se pueda adoptar para mejorar la situación.

 

 

El psicólogo y las personas mayores

A día de hoy acudir al psicólogo sigue siendo un tema relativamente tabú y del que es raro hablar fuera de los círculos de confianza. No tenemos problemas en decir que la semana pasada tuvimos visita con el cardiólogo, pero sí con decir que estuvimos en el psicólogo. Esto se debe en parte al desconocimiento sobre el trabajo que se lleva a cabo ya que no se ha realizado una buena labor de pedagogía social para acercar la disciplina a la población genera. Además, la visión distorsionada que nos proporciona el cine y la televisión y al poso que han dejado corrientes desfasadas no ayudan a que en la mente colectiva se tenga una idea clara de las  intervenciones que se realizan desde la Psicología, que sigue viéndose en muchos casos como “algo para locos”.

El trabajo que realiza un psicólogo es variado y dependerá del contexto ya que se pueden llevar a cabo diferentes y variadas actuaciones: desde la intervención en el contexto escolar, pasando por penitenciarias, psicología clínica, psicología del trabajo o del deporte hasta los psicólogos que investigan cómo funcionar el cerebro. Centrándonos en el ámbito sanitario, la labor del psicólogo se puede resumir en evaluar, diagnosticar y realizar intervenciones que modifiquen aspectos perjudiciales en el comportamiento (dentro de comportamiento incluimos la cognición, es decir, las ideas y el procesamiento de la información) del individuo.

Las personas mayores, como cualquier otro grupo poblacional, pueden presentar patologías psiquiátricas, si bien la mayoría de consultas suelen centrarse en dos ámbitos: estados de ánimo alterados y/o “problemas de memoria”.

En este blog ya hemos hablado en otras ocasiones de como el duelo cronificado que algunas personas mayores sufren puede desencadenar en una patología severa como es la depresión. En general, los estados de ánimo alterados que padecen los mayores se centran en esta patología y en los trastornos de ansiedad (especialmente, ansiedad generalizada). Existen múltiples factores detrás de estas alteraciones, desde la propia biología a los cambios socio-económicos derivados de la jubilación, pasando por el padecimiento de enfermedades crónicas o la sensación de soledad, entre otros. En situaciones como las descritas, un psicólogo puede ayudar a buscar desencadenantes de estos estados alterados, facilitar el uso de estrategias que ayuden a controlar el malestar, cambiar las rutinas y los hábitos que puedan ser perjudiciales y servir como un lugar donde la persona puede desahogarse (cosa que no siempre hacemos en nuestro entorno inmediato por no “cargar” o preocupar a nuestros seres queridos).

Cuando hablamos de “problemas de memoria” relacionados con el envejecimiento normalmente estamos hablando de un declive cognitivo (por lo general, cuando las personas son conscientes de estos fallos mnésicos y acuden a consulta, suelen presentar ya deterioro en otras áreas mentales). En estos casos la labor del psicólogo se basará en realizar una valoración del estado cognitivo global de la persona, detectar qué áreas se encuentran afectadas y cuales preservadas, realizando una labor de estimulación cognitiva para tratar de paliar y ralentizar el avance de este deterioro. Además, en muchas ocasiones también se trabaja con el entorno cercano del paciente con el fin de ayudarlos a asumir la nueva situación.

Espero que esta entrada haya servido para clarificar algunas de las muchas dudas comunes que se plantean en torno al trabajo de los psicólogos en relación con las personas mayores.

Trajes que simulan la ancianidad

“Ponte en sus zapatos”

Esa frase la dice mucho mi padre cuando quiere proponer  un ejercicio de empatía. Piensa cómo se sentirá esa persona, cómo podrá reaccionar, qué capacidad de cambio tiene…

Este tipo de ejercicios de empatía no solemos hacerlos a no ser que nos veamos un poquito forzados a ello. Así que hoy os propongo que nos pongamos en los zapatos de una persona octogenaria. Desde este blog hemos repetido muchas veces que no se pueden hacer generalizaciones sobre las personas mayores, puesto que cada una es un mundo y todas tienen sus propias circunstancias y realidades. Aun así, hay ciertos factores que podríamos entender como comunes: problemas sensoriales (peor visión, audición y equilibrio), limitaciones de movilidad (que pueden ir desde un simple enlentecimiento motor a ser usuario de silla de ruedas, limitaciones articulares, etc.), cambios en la forma corporal (aumento de la curvatura de la espalda, menor elasticidad, menor fuerza, peor equilibrio, entre otros), entre otros. Aun sabiendo que existen muchos matices y excepciones, podemos hacernos una idea general de cómo es un anciano promedio.

Esta semana conocíamos la noticia de que el hospital de Getafe ha adquirido 2 trajes simuladores de la vejez. Existen diferentes modelos de estos trajes, todos ellos tienen en común el tratar de simular las condiciones psicofísicas de las personas ancianas. Por ejemplo, en todos ellos la visión se altera mediante el uso de lentes (que imitan los problemas de visión más comunes en este grupo poblacional), la movilidad se reduce, se aumenta el peso, se limita la elasticidad articular, etc.

Este tipo de trajes tienen dos utilidades fundamentales. Por una parte, sirven para probar si distintos productos o localizaciones son adecuados para este grupo poblacional (si un producto es fácil de asir y manipular, si pesa en exceso; si el lugar permite un tránsito fácil, etc.). Por otro lado, sirven para forzarnos a ponernos en la piel de una persona anciana. Para entender que si tarda más en subir al bus no es por gusto, es que posiblemente su cuerpo no pueda moverse con la misma agilidad que la de un adulto de mediana edad. O que si tardan en pagar en la cola del supermercado puede deberse a que es difícil diferenciar las monedas y cogerlas adecuadamente y no por ánimo de fastidiar al que va detrás.

Este es un video de un traje simulador desarrollado en Hong Kong dentro de un programa que busca la sensibilización de la población general con los problemas de los mayores:

 

Sería maravilloso que, al menos durante un día, todos llevásemos ese traje. Estoy segura de que nuestra actitud hacia los mayores cambiaría drásticamente.

El mal tiempo y las personas mayores

Ahora que parece que por fin el temporal que nos ha acompañado las últimas dos semanas amaina, me gustaría que reflexionásemos un poco sobre cómo afecta la climatología, en este caso invernal y adversa, a los mayores.

Es sabido que el tiempo afecta a nuestro estado de ánimo, así como condiciona en gran medida las actividades que realizamos. Días como estos pasados, salir de casa para cualquier actividad es casi una aventura de riesgo. Si a la población general el clima le afecta, hay que pensar que este factor es aún más condicionante en ancianos.

Para empezar, salir de casa para realizar ejercicio físico (por ejemplo, caminar) se antoja prácticamente imposible; incluso, peligroso. Estos días, entre las fuertes lluvias y, sobre todo, las rachas de viento, algunas personas mayores (especialmente aquellas con movilidad reducida o con problemas de equilibrio) no pudieron salir de sus hogares o lo hacían “jugándose el tipo”. Esto supone un problema, puesto que el ejercicio físico es necesario para una buena salud (física y mental) a cualquier edad. En días como estos, se aconseja a los mayores que traten de realizar ejercicios en casa; si bien suele resultar más desmotivante que salir a la calle. Aprovecho aquí para hacer un pequeño inciso, en nuestro país, el uso de andadores no está muy extendido; sin embargo, son mucho más aconsejables que el bastón. En próximos post abordaremos esta cuestión en profundidad.

La baja luminosidad, por otro lado, también afecta a nuestro estado de ánimo. Cuando nos encontramos con un clima como el gallego, en que muchos días la nubosidad nos deja un ambiente oscuro, el estado de ánimo suele verse alterado, mostrándonos más apáticos, algo melancólicos y faltos de energía. Es cierto que hay personas más sensibles que otras (así, algunas prácticamente no notan la diferencia mientras que otros llegan a padecer cuadros de depresión estacional, por ejemplo), pero en general, todos nos vemos afectados. Las personas mayores no son una excepción.

El frío es otra importante limitación a la hora de realizar actividades fuera de casa. Por miedo a constiparnos o coger la temida gripe, muchas veces aplazamos recados, visitas o salidas, esperando que cese el frío y que la temperatura se vuelva más cálida. Además, el frío y la humedad suelen acrecentar las molestias derivadas de patologías óseas, lo que aumenta la limitación que algunos mayores pueden sentir. No perdamos de vista que los mayores suelen sentir más frío de forma general, además.

Foto cortersía de Dudi López que nos muestra lo bonitas que están algunas calles de Santiago los días de fuertes lluvias.

Con esta fotografía es fácil darse cuenta de que el clima gallego no es el mejor para las personas mayores. ¿Qué pueden hacer para tratar de contrarrestarlo? Pues quizá hay que hacer nuestro el dicho de que al mal tiempo, buena cara. Para empezar, si es viable hay que tratar de hacer ejercicio en casa los días que salir fuera es una odisea. Caminar por el pasillo, hacer bicicleta estática o sencillos ejercicios como los que nos proponen desde Cruz Roja pueden ayudar a mantenernos en forma.

 

Aunque parezca una obviedad, vestir de forma adecuada es fundamental para hacer frente a las inclemencias meteorológicas. Un buen calzado, que no deje pasar el agua y no resbale sobre superficies mojadas, es un gran aliado. Además, si usamos chubasquero o capa de agua en lugar de paraguas evitaremos el efecto del viento sobre el mismo (que puede llegar a hacernos tropezar) y nos dejará las manos libres. Abrigarse correctamente (además del cuerpo, todo aquello que pueda quedar al aire como la cabeza, las orejas, el cuello o las manos) ayudará a disminuir la sensación de frío. Si la persona mayor emplea un bastón, es bueno colocar un apoyo extra en la base para que aumente la sujeción al suelo, disminuyendo el riesgo de resbalones.

Por último, el climas como el nuestro, donde cada año nos enfrentamos con borrascas, ciclogénesis y, en general, un tiempo duro, es importante buscar ocio que se pueda realizar en el interior. Desde apuntarse a un gimnasio (que permitiría realizar ejercicio a cubierto y calentito), a clase de manualidades, actividades de la Universidad o canto y pandereta. Sabemos que tenemos un invierno largo y duro, pues debemos acostumbrarnos a él y adaptarnos para seguir realizando actividades.

Fórmulas de cortesía en el trato con ancianos

Quizá el título de esta entrada sea un poco extraño, pero hoy me gustaría centrarme en un aspecto sutil del trato que damos desde la sociedad a las personas mayores, en este caso, las formas de cortesía. Esta entrada está pensada para aquellos que tratan en su vida profesional con la tercera edad (desde los médicos geriatras a los gerocultores) aunque espero que sea de interés general.

Algo que siempre me ha llamado la atención es que se empleen términos como «abuelo» referidos a personas que no son de nuestra familia. No, ese señor anciano, por el mero hecho de tener cierta edad no tiene por qué ser abuelo y, desde luego, de serlo lo es de sus nietos, no del primero que pase. Emplear ese término no deja de ser similiar a emplear «tío» o «tía» para referirnos a otra persona ajena a nuestra familia. O sea, una falta de respeto y de educación.

El tuteo tampoco es aconsejable, a no ser que la persona mayor explícitamente nos haya dicho que esa va a ser la fórmula de trato. Hay que tener presente que muchas de las personas que hoy son octogenarias, por ejemplo, trataron a sus propios padres de usted. Y no era porque no les quisieran o porque tuvieran una mala relación, sino porque era el modismo adecuado en sus tiempos. Por tanto, parece un poco extraño que inicialmente se escoja el tuteo para dirigirse a miembros de estas generaciones. Además, emplear el usted no está reñido con mostrar cariño, cercanía, familiaridad, etc. Simplemente es un signo del respeto que deberíamos mostrar a nuestros mayores.

Debemos tener presente que las generaciones que hoy son ancianas fueron educadas de otra manera. En general, dan mucho valor a las formas cotidianas de respeto (ceder el paso en una puerta, ceder el asiento, emplear el gracias y por favor, etc.) En nuestro trato con ellos deberíamos ser especialmente cuidadosos con estos aspectos ya que les hace sentir que son tratados con respeto. No es cuestión de mostrarse servil, sino de ser servicial (algo especialmente importante si estamos en el contexto laboral).

El hecho de que una persona presente un cuadro de demencia, por ejemplo, no implica que podamos o debamos tutearlo o mostrarle menos respeto. La persona sigue siendo anciana, sigue mereciendo un trato respetuoso y agradable. Es importante que adaptemos nuestra forma de comunicarnos con ellos (como ya señalamos en esta entrada), pero manteniendo siempre las formas. Si llamamos abuelo a una persona diagnosticada de alzheimer, por ejemplo, le estamos haciendo un flaco favor ya que podemos llegar a confundirla.

Pese a que lo dicho aquí son casi perogrulladas, creo que todos hemos sido testigos en un momento u otro de un trato excesivamente familiar a algún anciano. Sirvan estas líneas para que reflexionemos sobre ello y para tratar de corregirlo.

Paternalismo y ancianidad

En esta sección ya hemos abordado  el tema de la discriminación, abuso y maltrato a ancianos. Estas conductas, aunque todavía no cuentan con toda la visibilidad que merecen, son reprobadas socialmente, por ser percibidas como lesivas para la persona (tanto a nivel físico como psicológico). Sin embargo, está extendida la costumbre de tratar con paternalismo a las personas mayores, sin apreciarse el menoscabo a la autoestima del anciano que resulta de esta actitud. En muchas ocasiones, esta conducta nace comparando a las personas mayores con niños; algo totalmente falso y perverso. Los ancianos no son como niños; mientras que estos últimos están empezando a desarrollarse, no han conseguido alcanzar hitos evolutivos y todavía ensayan lo que será su futura personalidad, inteligencia y conducta adulta, las personas mayores se encuentran en el punto más alto del desarrollo y la diferenciación. Las personas mayores muestran una mayor inteligencia verbal que los adultos jóvenes, mayor capacidad para imaginar hipotéticos y resolver verdades encontradas, una mayor capacidad para resolver dilemas sociales, etc.

Cuando comparamos a un anciano con un niño negamos su capacidad de decisión, su libertad, negamos que sea adulto y que pueda tomar sus propias decisiones. En estos casos, solemos adoptar posturas paternalistas, en las que tomamos decisiones por las personas ancianas como si ellas no fueran capaces de hacerlo, no supieran o, incluso, no debieran.

Este paternalismo puede afectar a muchos ámbitos de la vida. Es frecuente observar como personas mayores sufren abusos económicos por parte de su propia familia; por ejemplo, no dejándoles disponer libremente de sus bienes y dinero, presionándoles para beneficio de terceros, muchas veces en contra de sus deseos. En estos casos, la familia decide por la persona mayor sobre la venta de pisos, vivir en una residencia o en el domicilio, cómo se invierten ahorros, etc.

Este trato paternalista nace de asumir, explícita o tácitamente, que la vejez está asociada inamoviblemente a un deterior cognitivo severo; asumir que todas las personas mayores, por el mero hecho de tener una edad, son menos capaces intelectualmente y que, por ello, necesitan una especie de tutelaje. Por tanto, esta conducta resulta sibilinamente maliciosa, ya que en la mayoría de las ocasiones, las personas que las muestran piensan que “están haciendo lo mejor”, velando por los intereses del anciano, aunque no concuerde con sus deseos. El obvio problema es que la mayoría de las personas mayores no están incapacitadas intelectualmente ni tan siquiera sufren deterioro. Habrá quién precise ayuda en aspectos concretos (como puede ser el uso de nuevas tecnologías) pero al igual que otros colectivos. El hecho de dar por supuesto que por tener una determinada edad una persona necesita un tutelaje absoluto, que no puede disponer de sus bienes y tiempo a su antojo, que no saben qué les conviene, es un menoscabo a su libertad, es mostrar ideas preconcebidas y erróneas sobre la vejez y las personas mayores y supone un grave menoscabo de la integridad psicológica del otro; al fin y al cabo, se infantiliza a todo un colectivo.

Las personas mayores no son como niños. Deben decidir por sí mismos qué es lo que quieren hacer con su dinero, su tiempo, sus relaciones sociales y sexuales (el sexo en la tercera edad, un gran tabú), como cualquier otro adulto. Por supuesto, podrán equivocarse, eligiendo algo que no les conviene o errando en sus actuaciones, al igual que nos pasa al resto de adultos, pero no por cometer errores deberán ser privados de su libertad para organizar su vida como les plazca.

Navidad y soledad

Estamos a tres días del pistoletazo de salida de las fiestas navideñas. En este post me gustaría abordar un tema importante en estas fechas como es la soledad y las personas mayores.

navidad

Uno de los principales males que sufre a la población mayor en nuestro país (y en general, en todos los países que denominados desarrollados) es la soledad y el aislamiento. Si bien es un mal común, es cierto que se dan muchas diferencias entre entornos. Es fácil darse cuenta observando lo que ocurre a nivel del medio rural y urbano, por ejemplo. Las personas mayores que viven en núcleos rurales (exceptuando aquellos en los que prácticamente no quedan vecinos, como ocurre en algunas parroquias gallegas) suelen mantener un mayor número de interacciones sociales y presentan menos sentimientos de soledad y aislamiento.

La soledad es un estado muchas veces subjetivo, porque hay quién la siente pese a estar acompañado y al contrario; puede estarse sin compañía pero no sentirse solo. Es un sentimiento que todos podemos experimentar y que, en fechas señaladas como es la navidad, puede acentuarse. Debemos diferenciar dos tipos de casos. Por un lado, está la soledad de aquellas personas que se encuentran aisladas; tienen pocas interacciones sociales que, además, no resultan gratificantes o significativas y carecen de redes (familiares y sociales) de apoyo. En este caso, es fácil darse cuenta de que en estas fechas, en las que parece que todos nos acordamos de ser buenos y visitar a los allegados, las personas que se encuentren en esta tesitura se sientan especialmente solos. Además, las personas que se encuentran en esta situación tienen más riesgo de sufrir problemas sanitarios como depresión.

Por otro lado, podemos hablar de la soledad de quien sí tiene compañía. En este caso, muchas veces es casi una nostalgia de tiempos pretéritos que se recuerdan como mejores. Muchas personas ancianas de edad avanzada (nonagenarios mayoritariamente) dicen sentirse un tanto solos aunque convivan con su familia cercana (hijos, nietos e incluso bisnietos). Muchos de ellos dicen sentir que no tienen con quién compartir anécdotas, con quién recuperar recuerdos. En psicología se le da un valor especial a lo que llamamos pares, que son aquellas personas que nos acompañan en nuestro desarrollo (por tanto, a lo largo de toda la vida) siendo de la misma edad, más o menos. Lo que ocurre en este caso es que estas personas ancianas han perdido a sus pares: amigos, hermanos, cuñados, pareja, etc. Además, han perdido también a sus ascendientes (padres, abuelos, tíos, etc.) e incluso puede que a algún descendiente.  Si lo miramos desde esta perspectiva, parece más fácil entender qué sienten las personas que se encuentran en esta tesitura.

La Navidad puede tener un regusto triste o nostálgico para muchos, puesto que al ser un momento especial del año es fácil que echemos de menos a las personas que nos faltan o que hagamos balance de nuestra vida siendo más conscientes de las cosas que no nos gustan. En personas mayores, esto es especialmente cierto. Por ello, durante estas fechas no está demás pensar que todos seremos ancianos algún día y tratemos con especial afecto a los mayores que nos rodean. El cariño nunca está de más.

Inclusión de los mayores en los espacios públicos

Desde hace casi cuatro años soy la encargada del desarrollo de los talleres de estimulación cognitiva que se realizan en el Concello de Teo. Empezamos con dos clases, en Vilariño y Recesende, contando en la actualidad con tres más (en Luou, Calo y Cacheiras).

Personalmente, esta actividad me resulta sumamente enriquecedora ya que me da la oportunidad de trabajar con personas ancianas (y no tan ancianas) activas, funcionales y con motivación de mantenerse sanas.  Estos talleres tienen un objetivo principal y varios secundarios. En primer lugar, como su nombre indica, se trata de realizar actividades de estimulación cognitiva encaminadas a mantener un buen nivel de rendimiento cognitivo y ralentizar cualquier declive en este ámbito que pueda aparecer. Por otro lado, estas actividades persiguen evitar el aislamiento de las personas mayores (fomentando la creación de redes sociales vecinales), fomentar un envejecimiento activo, dotar a los asistentes de diferentes herramientas que puedan incidir positivamente sobre su salud, entre otros.

Hace un par de semanas propuse a los asistentes del grupo de Cacheiras que debatiesen entre ellos un tema que me parece tan interesante como ignorado: la adaptación de los espacios públicos y comunitarios para su uso y disfrute por parte de las personas mayores. Les pedí que no solo se centrasen en las barreras arquitectónicas (que quizá son las más fáciles de detectar) sino que también pensaran en otras barreras que las personas mayores pueden encontrarse en su día a día. El resultado de sus conversaciones queda resumido brevemente así:

  • Las barreras arquitectónicas que se señalaron como más molestas fueron aquellas que impiden el tránsito por las aceras (por ejemplo, cuando en un paso no muy ancho coinciden una farola y una papelera o contenedor, dejando poco espacio para caminar holgadamente). Otro tipo de barreras, como escalones, también se señalaron como fuentes de problemas.
  • Algunas señales o indicadores (como los cuadros de los nombres de las calles) tienen una letra y un contraste figura fondo que dificulta su lectura (sobre este tema hablamos en un post dedicado al envejecimiento del sentido de la vista).
  • En espacios privados pero de uso público (como los supermercados) señalaron que los estantes más altos así como los más bajos no resultan cómodos ni muy accesibles para las personas mayores.
  • Las letras de los productos de alimentación (tanto ingredientes como información nutricional o la fecha de caducidad) suelen tener un tamaño de fuente reducido así como poco contraste con el fondo, lo que dificulta su lectura.
  • En muchos semáforos, el tiempo en que los peatones pueden cruzar es muy corto, dificultando que las personas con movilidad reducida puedan completar el recorrido en el tiempo estipulado.

Me parece muy interesante dar voz a los propios afectados por estas barreras, ya que son quienes pueden señalar aspectos que pueden pasar desapercibidos.

¿Qué os parece lo que han señalado los asistentes al taller?