Cómo mejorar la fluidez del lenguaje

En una serie de artículos anteriores abordamos el concepto de reserva cognitiva y cómo aumentarla con consejos generales.

En el post de hoy vamos a tratar de explicar de un modo sencillo cómo mejorar la fluencia lingüística (es decir, que el habla sea fluida, sin atascarse y sin que se produzca el fenómeno de la punta de la lengua que ya hemos tratado también).

Una de las principales quejas de las personas conforme envejecen es que el fenómeno de la punta de la lengua acontece con mayor frecuencia. Es decir, que al hablar no salen las palabras con facilidad, especialmente los nombres. Esta dificultad suele crear mucho malestar, frustración e incluso preocupación por si se trata del primer síntoma de un problema cognitivo. Sin embargo, en la mayor parte de los casos se trata de un síntoma benigno del paso del tiempo (es decir, que no conlleva una patología). Aun con todo, al resultar tan molesto, resulta recomendable tratar de reducir su aparición:

-Resulta recomendable evitar el uso de las palabras “comodín” (eso, cosa, él, por ejemplo) ya que luego constará más encontrar el nombre que buscamos. Es mucho mejor tratar de usar las palabras correctas y precisas. No diremos “pásame la cosa de ella que está allí”, deberíamos decir “pásame el paraguas de Andrea que está en la mesa”.

-Todos aquellos juegos que se basen en el uso del lenguaje son aconsejables, desde el clásico juego del ahorcado, pasando por el scattergories, el scrabble, hasta juegos apps como el apalabrados.

– Los clásicos pasatiempos (como crucigramas o autodefinidos) también ayudan a conservar la fluidez de nuestra habla.

– Es aconsejable tratar de aumentar y emplear nuestro vocabulario. Buscar palabras en el diccionario y después tratar de emplearlas habitualmente es una forma sencilla de lograrlo.

-Aquellas personas que conocen dos o más idiomas (aunque no sean bilingúes) tienen una potente herramienta a su favor, emplear los idiomas que conocen (tanto a nivel oral como escrito) ayudará a mantener la fluencia lingüística.

– Por supuesto, la lectura y la escritura no pueden faltar como consejos a la hora de mantener nuestro lenguaje en forma.

– Se pueden realizar sencillos ejercicios a modo de juegos; por ejemplo, formar todas las palabras que podamos con unas determinadas letras, buscar palabras que comiencen por un determinado fonema o palabras que estén relacionadas con una categoría semántica dada (cosas que hay en un autobús, por ejemplo).

Por último, en caso de que la falta de fluidez lingüística sea muy notoria y/o molesta, se recomienda realizar una valoración (con el fin de determinar si es algo que entra dentro de lo habitual o bien nos hallamos ante un problema mayor) además de una asesoría personalizada sobre cómo mejorar y mantener esta capacidad.

¿Cómo aumentar la reserva cognitiva?

Ya que en artículos anteriores hemos hablado de la reserva cognitiva en este post vamos a abordar cómo aumentarla.

Recordemos, la reserva cognitiva es la capacidad que tienen nuestro cerebro de hacer frente al daño sobrevenido, es decir, al daño que acontece bien por el propio pasar del tiempo, bien por afecciones como daños cerebrales (de origen vascular, traumático, infeccioso, etc.) o por procesos neurodegenerativos como la demencia. Esta reserva cognitiva se crea en base a aspectos neurobiológicos y por las experiencias de vida de la persona. Así, como decíamos en el artículo anterior, aspectos como nivel educativo, complejidad laboral, bilingüismo, etc. incidirán en la creación de reserva cognitiva. O, dicho de un modo más sencillo, cuanto más usemos la cabeza, cuanto más trabajemos a nivel mental, mayor será nuestra reserva cognitiva. Además, resulta enriquecedor que las actividades que realizamos no se circunscriban a una sola área, es decir, aprender un idioma es estupendo para crear reserva cognitiva, pero si además de estudiar un idioma también hacemos cuentas y juegos de lógica todavía mejor.

A continuación expondremos pequeños juegos o ejercicios que podemos realizar para aumentar nuestra reserva cognitiva.

– Como se menciona más arriba, estudiar y practicar idiomas fomenta la creación de reserva cognitiva.

– Los juegos y pasatiempos que impliquen el uso de vocabulario (crucigramas, autodefinidos, etc.) ayudarán a aumentar la fluencia lingüística y que las palabras no se nos queden en la punta de la lengua. Además, la lectura y la escritura son fundamentales para mantener nuestras capacidades lingüísticas en un buen nivel de rendimiento.

– Es importante realizar operaciones matemáticas, aunque el cálculo cuente en general con más detractores que seguidores. Realizar cálculo mental con frecuencia nos ayuda a trabajar nuestra capacidad de concentración, así como la “agilidad” mental.

– Ciertos pasatiempos también ayudan a trabajar nuestra capacidad de concentración, así como otros aspectos de la atención. Algunos ejemplos serían la búsqueda de diferencias o las sopas de letras.

– Los juegos de cartas tradicionales (guiñote, mus, etc.) así como el dominó permiten trabajar aspectos de nuestra cognición como el pensamiento abstracto, la creación de estrategias o la capacidad de inhibición.

-Existen juegos que fomentan tanto la atención como la memoria, uno de los que más me gusta es la búsqueda de pares. Hay diferentes formatos, pero todos suelen basarse en una serie de imágenes que se repiten por pares, siendo el objetivo del juego encontrar las que son iguales, normalmente las imágenes están boca bajo y hay que ir levantando cartas, recordando qué imágenes hemos visto ya y dónde se encuentran sus iguales.

En próximas entradas seguiremos ahondando en cómo mejorar nuestra reserva cognitiva.

¿Qué es la reserva cognitiva?

En los últimos años, debido al envejecimiento poblacional así como al aumento de la esperanza de vida, ha crecido la preocupación por hallar curas y, en todo caso, prevenir la aparición de patologías que se han vinculado tradicionalmente con el envejecimiento. Esta preocupación incluye las enfermedades neurodegenerativas como las demencias.

Es habitual ver en los medios de comunicación como se van logrando pequeños avances en el campo; sin embargo, a día de hoy, no existe ningún tratamiento o intervención que sea curativa, siendo todas las herramientas con las que contamos paliativas (es decir, tratarían de paliar los daños que va causando la enfermedad así como ralentizar su avance).

Existen múltiples mitos acerca de la demencia, en concreto de la enfermedad de alzheimer (que es solo una de muchas demencias que se pueden padecer; en la próxima entrada hablaremos de ello). Desde un factor contagioso a alimentos mágicos que prevendrían su aparición y posterior desarrollo. En la actualidad, ningún alimento o componente ha mostrado científicamente que pueda curar la patología si bien una dieta sana y equilibrada es básica para mantener nuestra salud en buen funcionamiento.

Actualmente, hay tres factores que se reconocen con capacidad de prevenir o ralentizar el curso de la demencia: el ejercicio físico aeróbico, la dieta sana y la creación de la reserva cognitiva.

La reserva cognitiva ha sido definida como la adaptación que hace el cerebro ante una lesión (que puede venir por un ictus, un golpe, una infección o la aparición de una demencia, por ejemplo) empleando recursos cognitivos preexistentes (habilidades mentales que han sido desarrolladas durante toda la vida, por decirlo de algún modo) o bien recursos de compensación mediante la activación de nuevas redes neuronales. Simplificándolo un poco, podríamos decir que la reserva cognitiva es la capacidad que tiene el cerebro para hacer frente a un daño o lesión empleando los recursos que ha generado a lo largo de la vida con anterioridad a la aparición del problema. Esta reserva se desarrolla como resultado de factores neurobiológicos y los efectos de las experiencias de vida (educación, complejidad laboral, actividad física, ocio, estilo de vida, bilingüismo y actividad cognitiva).

De todos los factores citados, el nivel de educación es quizá la variable asociada a la creación de reserva más estudiada, apoyando la mayoría de estudios la idea de que un nivel educativo alto retrasa la aparición de la demencia. Además, no solo retrasaría la aparición sino que una vez que el daño se presenta, la demencia va a avanzar de forma más lenta que en caso de que el nivel educativo sea más bajo.

Aun con todo, hay que tener en cuenta las diferencias interindividuales (las diferencias que se dan de persona a persona), ya que existen muchas variables a tener en cuenta en el avance de una patología como la demencia.

En general, la mejor forma de crear reserva cognitiva es “usar la cabeza”: aprender idiomas nuevos, hacer cálculo mental (y no emplear tanto la calculadora), tratar de memorizar cosas importantes (números de teléfono, direcciones, etc.) aunque contemos con una agenda de soporte, escribir, hacer juegos de lógica, realizar pasatiempos (sopas de letras, buscar las diferencias, crucigramas, sudokus, etc.), jugar al ajedrez, juegos de cartas, leer, etc. La idea es realizar la mayor cantidad de actividades estimulantes posibles, siendo también importante la variedad (es decir, hacer crucigramas es positivo pero solo trabaja ciertas habilidades, por tanto, habría que realizar otras actividades complementarias).

La creación de reserva cognitiva es algo que hacemos durante toda la vida. Cuanta más creemos en nuestra juventud y edad adulta, mejor soportará nuestro cerebro anciano las patologías que puedan aparecer.

Os dejo este divertido vídeo de Carmen Sarabia en la final del FameLab España 2017 (un concurso de monólogos con toques humorísticos que pretende divulgar de una forma diferente) donde habla de la reserva cognitiva de un modo muy divertido:

Día Mundial de la Enfermedad de Alzheimer

Hoy, 21 de septiembre, es el Día Mundial del Alzheimer (este evento cuenta con el soporte de la Organización Mundial de la Salud). Se realizan múltiples actos desde el nivel más cercano a los ciudadanos, el local, hasta los gestos institucionales por medio de organizaciones que a veces son internacionales, como es el caso de la OMS. Con ello se pretende concienciar a la sociedad de la necesidad de promover hábitos saludables que traten de prevenir la aparición de la patología, sensibilizar a la ciudadanía sobre las necesidades de los enfermos y sus cuidadores y tratar de desarrollar más investigación que permita por fin hallar una cura.

En este blog he dedicado algunas entradas a hablar sobre los mitos más frecuentes que giran en torno a esta enfermedad (podéis veros aquí y aquí), así como a la comunicación con personas con deterioro cognitivo y a explicar qué es la valoración cognitiva.

Hoy me gustaría centrarme en otros aspectos sobre la enfermedad de alzheimer, en concreto, sobre cómo tratar de prevenirlo (o ralentizar el momento de aparición).

A día de hoy no existe un tratamiento curativo para esta enfermedad, aunque sí existen fármacos que tienen un efecto paliativo (los inhibidores de la acetilcolinesterasa). Es relativamente habitual ver en los medios generales noticias sobre alimentos o rutinas que podrían evitar la aparición de la patología. En realidad, ningún alimento, rutina o ejercicio ha mostrado de forma certera prevenir la aparición de la patología, señalándose actualmente únicamente tres factores que podrían reducir la posibilidad de aparición (o posponerla):

* Ejercicio físico: a día de hoy se considera que la realización de ejercicio físico de tipo aeróbico de forma habitual es positivo en la prevención de la aparición. Esto se debe a que mejora el sistema cardiovascular así como libera factor de crecimiento que se ha mostrado como neuroprotector.

* Dieta equilibrada: una dieta sana y equilibrada nos ayudará a evitar ciertas patologías que también causan deterioro cognitivo y además asegurará que no nos falten nutrientes necesarios para un correcto funcionamiento neurológico.

* Creación de reserva cognitiva: la reserva cognitiva es la capacidad que tiene el cerebro de hacer frente a un daño adquirido (es decir, un daño que se produce tras finalizar el desarrollo). En el próximo artículo hablaremos más sobre qué es y cómo potenciarla (podéis leer sobre ella aquí).

Algo importante que debemos tener en consideración cuando se diagnostica esta enfermedad es que, contrariamente a lo que se cree comúnmente, sí se pueden hacer cosas para que la enfermedad avance de la forma más lenta posible: desde los tratamientos farmacológicos que mencionábamos antes, la estimulación cognitiva hasta intervenciones realizadas desde la terapia ocupacional o la nutrición se pueden emprender estrategias que traten de mantener la calidad de vida del afectado el mayor tiempo posible.

Por último, una mención a los cuidadores de personas dependientes, familiares o profesionales, pues en ellos recae la difícil tarea de mantener la calidad de vida y la dignidad de la persona afectada.

¿Qué es una valoración cognitiva?

Una de las causas por las que las personas mayores acuden a un psicólogo es para realizar una valoración cognitiva. Sin embargo, es común que las personas lleguen a consulta sin saber muy bien en qué consiste, por qué es interesante realizar una con cierta periodicidad o qué información aportan sobre el estado mental de la persona.

Cuando hablamos de una valoración cognitiva hablamos de una evaluación, un examen, de las diferentes habilidades mentales y su funcionamiento. Por tanto, una valoración de este tipo puede centrarse solo en una capacidad concreta (porque ejemplo, si se sospecha que tras un ictus alguna capacidad se ha visto afectada) o puede ser global, evaluando todas las funciones, lo que nos permitiría tener una idea de la capacidad general de rendimiento cognitivo de ese paciente.

En función de si se pretende una evaluación de algo puntual o, por el contrario, tener una imagen global de la situación, la evaluación será de mayor o menor duración. Por lo general, se suele hacer en varios días diferentes (para así evitar que el paciente se fatigue o se ponga nervioso), en sesiones que no sean excesivamente prolongadas pues ello causará cansancio al paciente y reducirá su rendimiento.

Generalmente, las habilidades que se suelen evaluar de forma más común son la orientación (espacial, temporal y personal), la atención (en sus diferentes modalidades, sostenida, alternada, concentración, etc.), lenguaje (producción y comprensión oral y escrita), memoria (también en sus diferentes modalidades, memoria de trabajo, memoria a corto plazo, a largo plazo, declarativa semántica, procedimiental, etc.), gnosias (la capacidad de reconocer adecuadamente los diferentes estímulos que percibimos por los diferentes canales sensoriales), praxias (la habilidad motora adquirida) y función ejecutiva (capacidad de inhibición, pensamiento abstracto, planificación y secuenciación, etc.).

Para realizar estas valoraciones se deben emplear test y pruebas que hayan sido baremados para la población española. Es decir, se crean preguntas y retos que el paciente debe resolver. En función de las respuestas que la persona de se obtiene una puntuación que nos permite compararlo con las puntuaciones personas de su edad y nivel cultural (a esto se le llama baremación de la prueba, es decir, saber qué puntuación suelen obtener de forma típica una persona de determinada edad y nivel educacional). Si la persona obtiene una puntuación mayor a su grupo de referencia, podemos pensar que esa habilidad no presenta afectación. Si, por el contrario, el paciente obtiene una puntuación más baja de lo esperable, podemos sospechar de algún problema en la habilidad (aunque no podríamos afirmarlo, ya que puede deberse a falta de interés, cansancio, nervios, etc.) por lo que se deberían realizar pruebas complementarias que lo confirmen o desmientan.

La torre de Hanoi es una prueba habitual para el estudio de la función ejecutiva.

Estas puntuaciones son lo que llamamos información cuantitativa, ya que muchas veces podemos darle una especie de nota, “cuanto” de bien ha hecho esa persona la prueba que le hemos pasado, por decirlo coloquialmente. Sin embargo, en una valoración cognitiva también obtenemos información cualitativa que es de gran relevancia. Por ejemplo, si la persona continúa haciendo la tarea anterior cuando le presentamos una nueva y necesita muchos intentos para cambiar lo que estaba haciendo debido a las nuevas demandas, podemos pensar en que hay un problema de perseveración (y pasar pruebas objetivas específicas de este problema) o si durante la valoración la persona nos repite 3 veces la misma anécdota como si fuera la primera vez podemos pensar que hay un problema de memoria, por ejemplo. Así pues, tanto la información cuantitativa como cualitativa son importantes a la hora de conocer el estado cognitivo de una persona.

Por otro lado, hay aspectos concomitantes que deben tenerse en cuenta: el estado de ánimo del paciente (sabemos sobradamente que las personas anímicamente deprimidas tienden a obtener peores puntuaciones en estas pruebas debido al desánimo y a la falta de motivación que sienten), el nivel de descanso, la motivación por realizarlas correctamente, algunos medicamentos y condiciones médicas, etc.

Lo más importante que una persona debe tener presente cuando va a realizar una de estas valoraciones es estar tranquilo, manifestarle al examinador los cambios que note en su memoria (o en cualquier otra habilidad mental), tratar de hacerlo lo mejor que pueda y no sentirse asustado, muchas de estas pruebas se asemejan a juegos de mesa.

Realizar una valoración cognitiva a partir de los 70 años de forma más o menos frecuente permite monitorizar cómo es la evolución no solo de nuestra memoria, también de otras capacidades mentales. Junto con un trabajo activo para aumentar la reserva cognitiva , son estrategias para la prevención de problemas como las demencias.

La «vuelta al cole» de las personas mayores

Este lunes es el primero de septiembre, quizá el mes al que más manía se le tiene. Es el mes de volver a la rutina tras el asueto veraniego. Esta vuelta a la normalidad también puede servirnos para replantearnos la rutina que estamos siguiendo y, quizá modificarla si no estamos plenamente satisfechos. Al igual que realizamos los propósitos de año nuevo, no es raro que mucha gente se tome unos minutos para reflexionar sobre cómo es su día a día en estas fechas y decida si continúa con los mismos hábitos o, por la contra, cambia alguno que no le satisface totalmente.

Pese a que las personas mayores son vistas en muchas ocasiones como poco activas o poco implicadas, la verdad no podía ser más distinta. Desde la ayuda que brindan en muchas ocasiones a hijos y nietos (ahora que empieza el cole, la estampa de aguerridos abuelos y abuelas esperando a la salida a sus niños con el bocadillo de la merienda en la mano volverá a repetirse) hasta las ofertas que desde Ayuntamientos y centros vecinales se realizan (clases de memoria, de gimnasia, de manualidades, etc.) vemos como el día a día de los ancianos suele estar lleno de quehaceres y actividades. En pocos años, hemos visto como los ancianos se volvían más asociacionistas, reclamando espacios y actividades que les permitan continuar activos y aprender nuevas cosas.

Es importante que a cualquier edad de vez en cuando nos tomemos unos minutos para reflexionar sobre cuestiones del tipo “¿las actividades que realizo cumplen con mis expectativas?”, “¿hay algo que esté en a mi alcance realizar, me apetezca y no esté haciendo?”, “¿me apetece probar cosas nuevas o estoy satisfecho con las que estoy realizando en este momento?”. En función de las respuestas que demos podremos continuar con nuestro día a día o bien realizar algún cambio.

Este es un buen momento para plantearnos estas cuestiones ya que muchas matrículas de diversas actividades se realizan durante el mes de septiembre. En Valora creemos en un modelo de ancianidad activa y que permita el autodesarrollo de las personas, por eso animamos a toda la gente mayor a que busque qué actividades les gustaría realizar y se animen a probar. El beneficio no solo está en lo obtenido en esas clases (mejorar nuestro estado físico gracias a la gimnasia, trabajar nuestra memoria, aprender nuevas manualidades, etc.) también en las dinámicas positivas que se generan al llevarlas a cabo: salir de casa con regularidad, contar con una obligación que resulte agradable, establecer y mantener nuevas relaciones sociales, etc.

 

Así que nos gustaría aprovechar que empieza septiembre, que empieza el cole para todos, para animar a todos los mayores a que busquen actividades que les apetezca probar. Desde inglés a tango, pasando por gimnasia, informática, memoria o manualidades, nunca es tarde para probar cosas nuevas y para practicar las que ya sabemos.

Los cuidadores y las vacaciones

Este espacio está dedicado a las personas mayores y, si bien es cierto que muchas de ellas gozan de plena autonomía, también es cierto que hay ancianos que precisan de cuidados de diverso grado. Según el IMSERSO por encima de los 65 años el porcentaje de mayores que precisa algún tipo de ayuda (puede variar en grado) se calcula por debajo del 20%, aumentando este porcentaje hasta el 67% en mayores de 80 años. En general, el perfil del cuidador familiar de un mayor es el de una mujer (esposa, hija, nuera) de mediana edad. El tiempo empleado dependerá del grado de ayuda que precise la persona ya que esta puede ser puntual para determinadas acciones (por ejemplo, ayuda para el aseo o supervisión de los tratamientos) o puede extenderse a todas las facetas del día a día. Esta labor, que la mayoría de las cuidadoras realiza por cariño, respeto o sensación de deber (entre otros factores que se señalan en los estudios), pese a que se realice de forma altruista y motivada por sentimientos nobles, puede llegar a agotar.

Desde hace un tiempo se habla del síndrome del cuidador quemado que ocurre cuando la situación de cuidado sobrepasa al cuidador y se extiende un largo periodo en el tiempo, siendo la forma más acusada de manifestación de síntomas de estrés y sobrecarga relacionados al cuidado. Podéis consultar aquí una entrada sobre el cuidado del cuidador.

En muchas ocasiones, los cuidadores familiares no dedican un periodo de tiempo a descansar y desconectar, a fin de disminuir sus niveles de estrés. Pensemos que ser cuidador implica en algunos casos tener un trabajo de 24 horas al día sin fines de semana libres ni vacaciones de ningún tipo. Esto puede ocurrir por diversos motivos: en algunas ocasiones no cuentan con el compromiso de alguien que se haga cargo de la labor ni de los recursos necesarios para contratar asistencia; pero también puede ocurrir que la persona sienta que es su obligación y que tomarse unos días de descanso (pese a tener la oportunidad garantizando el bienestar del mayor) es desatender a la persona, obrando descuidadamente. En algunas ocasiones, los cuidadores son reticentes a dejar a otros familiares hacerse cargo del cuidado (bien porque crean que es una responsabilidad que solo ellos deben tener, bien porque no confíen plenamente en que las rutinas y horarios se cumplan a su modo, etc.). Las razones son diversas pero el resultado es siempre el mismo: el cuidador no se está cuidando. En muchas ocasiones, cuando los cuidadores (especialmente aquellos que dedican todo el día a cuidado de personas en estado de dependencia elevado) no descansan de estas obligaciones, dedicándose tiempo para sí y sus necesidades, aparecen cuadros de estrés, llegando a problemas severos del estado del ánimo que afectan a su salud general.

Todos necesitamos vacaciones y desconectar

En la actualidad existen ayudas (aunque muy escasas) en forma de programas de respiro del cuidador en casos de dependencias severas (donde la persona mayor es ingresada en una residencia durante el periodo vacacional del cuidador). Sin embargo, estas ayudas son insuficientes tanto por la elevada demanda que existe que queda sin cubrir como por las características requeridas para que el cuidador pueda acceder a ellas.

Por tanto, es importante que el resto de la familia trate de ayudar al cuidador principal en este asunto, por ejemplo, planeando días de sus vacaciones para poder desarrollar la labor de cuidado y así darle tiempo libre al cuidador principal. Además, el cuidador debe mentalizarse de la necesidad de su descanso, puesto que si enferma no podrá continuar realizando esta labor.

Cuidados especiales ante el calor

Con la llegada del buen tiempo es común que desde los centros de salud se lancen campañas de información para prevenir los golpes de calor, haciendo hincapié en las personas mayores. Los golpes de calor acontecen especialmente en personas que están sometidas a altas temperaturas que además realizan un esfuerzo físico considerable (por ejemplo, los operarios que alquitranan carreteras en verano), pero no solo este colectivo está en riesgo. Las personas mayores, dada la idiosincrasia propia de esta etapa de la vida, también pueden padecerlos.

El golpe de calor ocurre cuando la temperatura del cuerpo se eleva por encima de los 40 grados. Esto origina que los sistemas de regulación de la temperatura, como la sudoración, dejen de ser efectivos. Los principales síntomas del golpe de calor son mareo, sensación intensa de sed, confusión y desorientación, sudoración excesiva que cesa después, calambres, mareos, estados de confusión. Los síntomas pueden agravarse hasta originar el coma y la muerte.

En el caso de las personas mayores, los golpes de calor ocurren por diversos motivos. En primer lugar, en algunas ocasiones están presentes enfermedades y tratamientos que puedan afectar a la termorregulación, así como a la sudoración o a la sensación de sed. Esta última, como ya se ha comentado en otros artículos anteriores, se ve disminuida con la edad, ya que ciertos cambios en el hipotálamo provocan que las personas mayores tengan paliada la sed. Esto puede resultar peligroso en verano, pues resulta más fácil que aparezca un cuadro de deshidratación. Junto con la sensación de sed, la sensación de frío/calor también se ve afectada por el envejecimiento. No es extraño ver a personas mayores que aun con altas temperaturas visten jerséis, medias, chaquetas, etc. porque dicen no tener calor. Sin embargo, su temperatura corporal es normal, por lo que al abrigarse estando expuestos al calor ambiental corren el riesgo de aumentar en exceso su temperatura.

Además, hay que pensar que las costumbres de muchos mayores difieren de las de otros grupos poblacionales. Por ejemplo, aunque no muy común en nuestros días, hay personas mayores que guardan luto, lo que implica vestir de negro incluso en verano. Otro factor importante es que a esa edad es más común vestir con ropa cerrada, dejando poca piel expuesta (esto resulta positivo en cuanto a protección contra el sol, pero puede provocar un excesivo calor).

Para evitar que este cuadro aparezca hay ciertas pautas que podemos seguir como vestir ropa ligera y fresca; beber de forma constante pequeñas cantidades de líquido (lo mejor es beber agua); no estar expuesto al sol en las horas de más calor; emplear métodos tradicionales como cerrar las persianas cuando vaya a dar el sol, fregar el suelo con agua fría, emplear abanicos o ventiladores; en situaciones especialmente delicadas puede llegar a ser recomendable el uso de aire acondicionado que garantice una estabilidad térmica (no es bueno abusar del frío, siendo recomendable no bajar de los 22-24 grados, para evitar los cambios bruscos de temperatura con el exterior) o evitar esfuerzos físicos en la hora de más calor (por ejemplo, no ir a la compra a las 4 de la tarde).

Por último, recordar que es importante acudir rápidamente al médico si hay la más mínima sospecha de que pueda darse un golpe de calor.

Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez

En una fecha como la de hoy no podemos dejar pasar la oportunidad de volver a tocar un tema tan delicado, espinoso e incluso desconocido como el maltrato a las personas mayores.

Uno de los principales problemas que nos encontramos para abordar este serio problema es el silencio. El silencio de las víctimas, ya que muchas veces la agresión viene por parte de alguien de su entorno, y el silencio de los profesionales que puedan atender de diversa forma al anciano y que en muchos casos no están formados ni cuentan con las herramientas necesarias para dar respuesta a estas situaciones.

Es difícil dar una definición precisa del qué es el maltrato a personas mayores; podemos decir que son aspectos que se engloban en tres apartados: a) el abandono, desamparado, exclusión social o aislamiento; b) la violación de los derechos legales fundamentales y de la salud; c) la privación de la toma de decisiones, gestión económica y respeto a su autonomía como adultos.

En el primer apartado, en muchos casos entran conductas realizadas desde la negligencia, pero sin un ánimo real de dañar al mayor, más bien desde el pasotismo. En el segundo apartado sí que entrarían figuras dolosas como la agresión física o psicológica, la agresión sexual, etc. Y en el último, posiblemente los dos más comunes (y digo posiblemente porque no contamos con muchos estudios de prevalencia e incidencia del maltrato, con lo que es compliejo realizar afirmaciones categóricas): el paternalismo y el abuso económico. Este último se observa cuando familiares o cuidadores del anciano deciden por él en qué invertir su dinero, sin tener en cuenta su voluntad. En algunos casos, directamente es una apropiación de los bienes del mayor. El paternalismo es algo común, incluso entre los profesionales que nos dedicamos a la geriatría o gerontología en cualquiera de sus ramas, ya que es habitual ver como se infantiliza a adultos mayores, tratándolos como incapaces aunque su estado mental sea óptimo. Decidimos por ellos qué tratamiento deben tomar sin tener en cuenta su opinión, decidimos por ellos a qué centro de día deben acudir (incluso cuando no deseen acudir a ninguno), decidimos por ellos qué estilo de vida deben llevar… Este tipo de maltrato es muy sibilino, difícil de detectar, pues a menudo nace de la mejor de las intenciones. Por ello, todos debemos reflexionar sobre cómo es nuestro trato con los mayores que nos rodean.

Convivencia intergeneracional III: papá se viene con nosotros

En dos artículos anteriores abordamos los modelos de convivencia intergeneracional tradicionales en comparación con los actuales, así como la convivencia cuando los hijos que se han independizado tienen que volver a casa.

En el artículo de hoy queremos abordar esta temática desde otra perspectiva, cuando es la persona mayor la que va a vivir con sus hijos ya adultos e independientes. Debido al envejecimiento poblacional, resulta cada vez es más común que las personas adultas tengan que cuidar de sus padres ancianos. En general, se trata de la generación de los baby booms, personas que nacieron sobre los años 50-60. Algunos de ellos, están a punto de jubilarse o ya se han jubilado. Otros todavía cuidan de hijos estudiantes o que no han podido incorporarse al mercado laboral. A ellos a veces se les ha denominado la generación sándwich, porque se encuentran entre el cuidado de sus hijos y asumir el cuidado de sus padres ahora ancianos, que comienzan a sufrir achaques que imposibilitan que continúen viviendo solos.

En algunas ocasiones, las personas mayores tienen problemas no muy incapacitantes; pero en otras, se trata del cuidado de un gran dependiente.

Lógicamente, la cohabitación puede necesitar de periodos de adaptación y, en el peor de los casos, originar problemas de convivencia. En primer lugar, los hijos deben asumir la situación de sus padres, lo que muchas veces genera tristeza, sensación de culpabilidad por no haber previsto la situación o ayudado más a sus progenitores, sentirse injustamente tratado por la vida, rechazo de la situación, etc. Por eso, los hijos precisan de un tiempo para aceptar la nueva realidad. Por supuesto, esto también ocurre en los mayores. De ser ellos quienes cuidaban a sus hijos, pasan a necesitar asistencia, lo cual puede menoscabar su autoestima. Una forma de paliar esta situación es tratar que la persona mayor se integre en las rutinas familiares y pueda colaborar en la medida de sus posibilidades. Desde ir a la compra o poner la mesa; cualquier actividad que pueda realizar ayudará a que se sienta más cómodo en la nueva situación, demostrándole que, aunque él pueda necesitar ayuda en ciertos aspectos, puede seguir ayudando y colaborando con los otros.

Los problemas de comunicación también pueden aparecer. Hay que entender que las personas mayores están acostumbradas a vivir en sus domicilios, con sus propias rutinas, sus propias normas que no tienen por qué casar con el hogar de sus hijos. Esto puede causar tensión si no se habla de una forma clara, tranquila y buscando puntos de encuentro en los que ambas partes se sientan conformes.

Si la persona mayor precisa de un gran cuidado y un nivel de asistencia elevado (por ejemplo, por tener una enfermedad neurodegenerativa tipo demencia) es importante que toda la familia se implique en el cuidado. Si en el domicilio conviven hijos y nietos del anciano es positivo que todos ayuden en la medida de lo posible en su asistencia. Aunque exista la figura de un cuidador principal, es necesario que otros ayuden para evitar la sobrecarga de la persona que tiene sobre sus hombros un trabajo tan delicado. En estos casos, el cuidador debe cuidarse también a sí mismo, como hemos señalado en otras muchas ocasiones.

En el caso de que las personas mayores que acuden al domicilio de los hijos pero que gocen de un nivel de independencia mayor, es importante que no se consideren una carga (este tema lo abordaremos con mayor profundidad en un próximo artículo), que no se esté disculpando continuamente por las supuestas molestas y que entienda que la casa del hijo que le acoge ahora es la suya. También es importante asumir que al vivir en un núcleo familiar nuevo, puede tener que modificar ciertos hábitos (como por ejemplo, levantarse mucho antes que el resto de la familia si los ruidos molestan al resto) pero puede continuar perfectamente con otros (como sus actividades sociales, salidas a la calle, cursillos, etc.). En este sentido, el hijo que acoge también debe entender que la persona mayor tiene sus propias rutinas, gustos, puntos de vista que se deben tratar de respetar en la medida de lo posible. Como decíamos más arriba, la comunicación es muy importante en este tipo de situaciones.

Es importante que todas las partes que conviven tengan claro que la ayuda intergeneracional es lo que, en última instancia, define a una familia y que es la base de las sociedades mediterráneas. Primero fueron los padres los que cuidaron de los hijos y, en algunas ocasiones, la situación se invierte. Y no hay nada malo en ello, más bien todo lo contrario.