¿Cómo aumentar la reserva cognitiva?

Ya que en artículos anteriores hemos hablado de la reserva cognitiva en este post vamos a abordar cómo aumentarla.

Recordemos, la reserva cognitiva es la capacidad que tienen nuestro cerebro de hacer frente al daño sobrevenido, es decir, al daño que acontece bien por el propio pasar del tiempo, bien por afecciones como daños cerebrales (de origen vascular, traumático, infeccioso, etc.) o por procesos neurodegenerativos como la demencia. Esta reserva cognitiva se crea en base a aspectos neurobiológicos y por las experiencias de vida de la persona. Así, como decíamos en el artículo anterior, aspectos como nivel educativo, complejidad laboral, bilingüismo, etc. incidirán en la creación de reserva cognitiva. O, dicho de un modo más sencillo, cuanto más usemos la cabeza, cuanto más trabajemos a nivel mental, mayor será nuestra reserva cognitiva. Además, resulta enriquecedor que las actividades que realizamos no se circunscriban a una sola área, es decir, aprender un idioma es estupendo para crear reserva cognitiva, pero si además de estudiar un idioma también hacemos cuentas y juegos de lógica todavía mejor.

A continuación expondremos pequeños juegos o ejercicios que podemos realizar para aumentar nuestra reserva cognitiva.

– Como se menciona más arriba, estudiar y practicar idiomas fomenta la creación de reserva cognitiva.

– Los juegos y pasatiempos que impliquen el uso de vocabulario (crucigramas, autodefinidos, etc.) ayudarán a aumentar la fluencia lingüística y que las palabras no se nos queden en la punta de la lengua. Además, la lectura y la escritura son fundamentales para mantener nuestras capacidades lingüísticas en un buen nivel de rendimiento.

– Es importante realizar operaciones matemáticas, aunque el cálculo cuente en general con más detractores que seguidores. Realizar cálculo mental con frecuencia nos ayuda a trabajar nuestra capacidad de concentración, así como la “agilidad” mental.

– Ciertos pasatiempos también ayudan a trabajar nuestra capacidad de concentración, así como otros aspectos de la atención. Algunos ejemplos serían la búsqueda de diferencias o las sopas de letras.

– Los juegos de cartas tradicionales (guiñote, mus, etc.) así como el dominó permiten trabajar aspectos de nuestra cognición como el pensamiento abstracto, la creación de estrategias o la capacidad de inhibición.

-Existen juegos que fomentan tanto la atención como la memoria, uno de los que más me gusta es la búsqueda de pares. Hay diferentes formatos, pero todos suelen basarse en una serie de imágenes que se repiten por pares, siendo el objetivo del juego encontrar las que son iguales, normalmente las imágenes están boca bajo y hay que ir levantando cartas, recordando qué imágenes hemos visto ya y dónde se encuentran sus iguales.

En próximas entradas seguiremos ahondando en cómo mejorar nuestra reserva cognitiva.

¿Qué es la reserva cognitiva?

En los últimos años, debido al envejecimiento poblacional así como al aumento de la esperanza de vida, ha crecido la preocupación por hallar curas y, en todo caso, prevenir la aparición de patologías que se han vinculado tradicionalmente con el envejecimiento. Esta preocupación incluye las enfermedades neurodegenerativas como las demencias.

Es habitual ver en los medios de comunicación como se van logrando pequeños avances en el campo; sin embargo, a día de hoy, no existe ningún tratamiento o intervención que sea curativa, siendo todas las herramientas con las que contamos paliativas (es decir, tratarían de paliar los daños que va causando la enfermedad así como ralentizar su avance).

Existen múltiples mitos acerca de la demencia, en concreto de la enfermedad de alzheimer (que es solo una de muchas demencias que se pueden padecer; en la próxima entrada hablaremos de ello). Desde un factor contagioso a alimentos mágicos que prevendrían su aparición y posterior desarrollo. En la actualidad, ningún alimento o componente ha mostrado científicamente que pueda curar la patología si bien una dieta sana y equilibrada es básica para mantener nuestra salud en buen funcionamiento.

Actualmente, hay tres factores que se reconocen con capacidad de prevenir o ralentizar el curso de la demencia: el ejercicio físico aeróbico, la dieta sana y la creación de la reserva cognitiva.

La reserva cognitiva ha sido definida como la adaptación que hace el cerebro ante una lesión (que puede venir por un ictus, un golpe, una infección o la aparición de una demencia, por ejemplo) empleando recursos cognitivos preexistentes (habilidades mentales que han sido desarrolladas durante toda la vida, por decirlo de algún modo) o bien recursos de compensación mediante la activación de nuevas redes neuronales. Simplificándolo un poco, podríamos decir que la reserva cognitiva es la capacidad que tiene el cerebro para hacer frente a un daño o lesión empleando los recursos que ha generado a lo largo de la vida con anterioridad a la aparición del problema. Esta reserva se desarrolla como resultado de factores neurobiológicos y los efectos de las experiencias de vida (educación, complejidad laboral, actividad física, ocio, estilo de vida, bilingüismo y actividad cognitiva).

De todos los factores citados, el nivel de educación es quizá la variable asociada a la creación de reserva más estudiada, apoyando la mayoría de estudios la idea de que un nivel educativo alto retrasa la aparición de la demencia. Además, no solo retrasaría la aparición sino que una vez que el daño se presenta, la demencia va a avanzar de forma más lenta que en caso de que el nivel educativo sea más bajo.

Aun con todo, hay que tener en cuenta las diferencias interindividuales (las diferencias que se dan de persona a persona), ya que existen muchas variables a tener en cuenta en el avance de una patología como la demencia.

En general, la mejor forma de crear reserva cognitiva es “usar la cabeza”: aprender idiomas nuevos, hacer cálculo mental (y no emplear tanto la calculadora), tratar de memorizar cosas importantes (números de teléfono, direcciones, etc.) aunque contemos con una agenda de soporte, escribir, hacer juegos de lógica, realizar pasatiempos (sopas de letras, buscar las diferencias, crucigramas, sudokus, etc.), jugar al ajedrez, juegos de cartas, leer, etc. La idea es realizar la mayor cantidad de actividades estimulantes posibles, siendo también importante la variedad (es decir, hacer crucigramas es positivo pero solo trabaja ciertas habilidades, por tanto, habría que realizar otras actividades complementarias).

La creación de reserva cognitiva es algo que hacemos durante toda la vida. Cuanta más creemos en nuestra juventud y edad adulta, mejor soportará nuestro cerebro anciano las patologías que puedan aparecer.

Os dejo este divertido vídeo de Carmen Sarabia en la final del FameLab España 2017 (un concurso de monólogos con toques humorísticos que pretende divulgar de una forma diferente) donde habla de la reserva cognitiva de un modo muy divertido:

Día Mundial de la Enfermedad de Alzheimer

Hoy, 21 de septiembre, es el Día Mundial del Alzheimer (este evento cuenta con el soporte de la Organización Mundial de la Salud). Se realizan múltiples actos desde el nivel más cercano a los ciudadanos, el local, hasta los gestos institucionales por medio de organizaciones que a veces son internacionales, como es el caso de la OMS. Con ello se pretende concienciar a la sociedad de la necesidad de promover hábitos saludables que traten de prevenir la aparición de la patología, sensibilizar a la ciudadanía sobre las necesidades de los enfermos y sus cuidadores y tratar de desarrollar más investigación que permita por fin hallar una cura.

En este blog he dedicado algunas entradas a hablar sobre los mitos más frecuentes que giran en torno a esta enfermedad (podéis veros aquí y aquí), así como a la comunicación con personas con deterioro cognitivo y a explicar qué es la valoración cognitiva.

Hoy me gustaría centrarme en otros aspectos sobre la enfermedad de alzheimer, en concreto, sobre cómo tratar de prevenirlo (o ralentizar el momento de aparición).

A día de hoy no existe un tratamiento curativo para esta enfermedad, aunque sí existen fármacos que tienen un efecto paliativo (los inhibidores de la acetilcolinesterasa). Es relativamente habitual ver en los medios generales noticias sobre alimentos o rutinas que podrían evitar la aparición de la patología. En realidad, ningún alimento, rutina o ejercicio ha mostrado de forma certera prevenir la aparición de la patología, señalándose actualmente únicamente tres factores que podrían reducir la posibilidad de aparición (o posponerla):

* Ejercicio físico: a día de hoy se considera que la realización de ejercicio físico de tipo aeróbico de forma habitual es positivo en la prevención de la aparición. Esto se debe a que mejora el sistema cardiovascular así como libera factor de crecimiento que se ha mostrado como neuroprotector.

* Dieta equilibrada: una dieta sana y equilibrada nos ayudará a evitar ciertas patologías que también causan deterioro cognitivo y además asegurará que no nos falten nutrientes necesarios para un correcto funcionamiento neurológico.

* Creación de reserva cognitiva: la reserva cognitiva es la capacidad que tiene el cerebro de hacer frente a un daño adquirido (es decir, un daño que se produce tras finalizar el desarrollo). En el próximo artículo hablaremos más sobre qué es y cómo potenciarla (podéis leer sobre ella aquí).

Algo importante que debemos tener en consideración cuando se diagnostica esta enfermedad es que, contrariamente a lo que se cree comúnmente, sí se pueden hacer cosas para que la enfermedad avance de la forma más lenta posible: desde los tratamientos farmacológicos que mencionábamos antes, la estimulación cognitiva hasta intervenciones realizadas desde la terapia ocupacional o la nutrición se pueden emprender estrategias que traten de mantener la calidad de vida del afectado el mayor tiempo posible.

Por último, una mención a los cuidadores de personas dependientes, familiares o profesionales, pues en ellos recae la difícil tarea de mantener la calidad de vida y la dignidad de la persona afectada.

¿Qué es una valoración cognitiva?

Una de las causas por las que las personas mayores acuden a un psicólogo es para realizar una valoración cognitiva. Sin embargo, es común que las personas lleguen a consulta sin saber muy bien en qué consiste, por qué es interesante realizar una con cierta periodicidad o qué información aportan sobre el estado mental de la persona.

Cuando hablamos de una valoración cognitiva hablamos de una evaluación, un examen, de las diferentes habilidades mentales y su funcionamiento. Por tanto, una valoración de este tipo puede centrarse solo en una capacidad concreta (porque ejemplo, si se sospecha que tras un ictus alguna capacidad se ha visto afectada) o puede ser global, evaluando todas las funciones, lo que nos permitiría tener una idea de la capacidad general de rendimiento cognitivo de ese paciente.

En función de si se pretende una evaluación de algo puntual o, por el contrario, tener una imagen global de la situación, la evaluación será de mayor o menor duración. Por lo general, se suele hacer en varios días diferentes (para así evitar que el paciente se fatigue o se ponga nervioso), en sesiones que no sean excesivamente prolongadas pues ello causará cansancio al paciente y reducirá su rendimiento.

Generalmente, las habilidades que se suelen evaluar de forma más común son la orientación (espacial, temporal y personal), la atención (en sus diferentes modalidades, sostenida, alternada, concentración, etc.), lenguaje (producción y comprensión oral y escrita), memoria (también en sus diferentes modalidades, memoria de trabajo, memoria a corto plazo, a largo plazo, declarativa semántica, procedimiental, etc.), gnosias (la capacidad de reconocer adecuadamente los diferentes estímulos que percibimos por los diferentes canales sensoriales), praxias (la habilidad motora adquirida) y función ejecutiva (capacidad de inhibición, pensamiento abstracto, planificación y secuenciación, etc.).

Para realizar estas valoraciones se deben emplear test y pruebas que hayan sido baremados para la población española. Es decir, se crean preguntas y retos que el paciente debe resolver. En función de las respuestas que la persona de se obtiene una puntuación que nos permite compararlo con las puntuaciones personas de su edad y nivel cultural (a esto se le llama baremación de la prueba, es decir, saber qué puntuación suelen obtener de forma típica una persona de determinada edad y nivel educacional). Si la persona obtiene una puntuación mayor a su grupo de referencia, podemos pensar que esa habilidad no presenta afectación. Si, por el contrario, el paciente obtiene una puntuación más baja de lo esperable, podemos sospechar de algún problema en la habilidad (aunque no podríamos afirmarlo, ya que puede deberse a falta de interés, cansancio, nervios, etc.) por lo que se deberían realizar pruebas complementarias que lo confirmen o desmientan.

La torre de Hanoi es una prueba habitual para el estudio de la función ejecutiva.

Estas puntuaciones son lo que llamamos información cuantitativa, ya que muchas veces podemos darle una especie de nota, “cuanto” de bien ha hecho esa persona la prueba que le hemos pasado, por decirlo coloquialmente. Sin embargo, en una valoración cognitiva también obtenemos información cualitativa que es de gran relevancia. Por ejemplo, si la persona continúa haciendo la tarea anterior cuando le presentamos una nueva y necesita muchos intentos para cambiar lo que estaba haciendo debido a las nuevas demandas, podemos pensar en que hay un problema de perseveración (y pasar pruebas objetivas específicas de este problema) o si durante la valoración la persona nos repite 3 veces la misma anécdota como si fuera la primera vez podemos pensar que hay un problema de memoria, por ejemplo. Así pues, tanto la información cuantitativa como cualitativa son importantes a la hora de conocer el estado cognitivo de una persona.

Por otro lado, hay aspectos concomitantes que deben tenerse en cuenta: el estado de ánimo del paciente (sabemos sobradamente que las personas anímicamente deprimidas tienden a obtener peores puntuaciones en estas pruebas debido al desánimo y a la falta de motivación que sienten), el nivel de descanso, la motivación por realizarlas correctamente, algunos medicamentos y condiciones médicas, etc.

Lo más importante que una persona debe tener presente cuando va a realizar una de estas valoraciones es estar tranquilo, manifestarle al examinador los cambios que note en su memoria (o en cualquier otra habilidad mental), tratar de hacerlo lo mejor que pueda y no sentirse asustado, muchas de estas pruebas se asemejan a juegos de mesa.

Realizar una valoración cognitiva a partir de los 70 años de forma más o menos frecuente permite monitorizar cómo es la evolución no solo de nuestra memoria, también de otras capacidades mentales. Junto con un trabajo activo para aumentar la reserva cognitiva , son estrategias para la prevención de problemas como las demencias.

Demencia y comunicación

Uno de los grandes retos del entorno (familiares y cuidadores) de los pacientes con demencia es la comunicación. En los primeros estadios de la patología el lenguaje no se verá alterado o solo ligeramente, pero conforme avance la enfermedad, se tornará más complicado comunicarse con el afectado. Por un lado, el paciente suele mostrar una baja fluencia lingüística (cada vez se le quedan más palabras en la punta de la lengua y le cuesta más encontrar la palabra que busca, haciéndose difícil entender lo que quiere expresar), por otro, su comprensión irá disminuyendo, por lo que las frases largas, los dobles sentidos, la ironía, etc. pueden no entenderse bien.

Además, poco a poco irá disminuyendo el abanico de temas que el paciente aborda, circusncribiéndose cada vez más a aspectos que le rodean. La capacidad de abstracción irá desapareciendo, para solo poder hablar de lo concreto que está delante.

Para tratar de mejorar la comunicación con personas aquejadas de demencia es bueno seguir una serie de pautas:

  • Hablar vocalizando bien y de forma clara, asegurándonos de que la persona nos oye, pero sin gritar (porque podemos asustarles). Debemos situarnos cara a cara y manteniendo el contacto visual. Si la persona es cercana a nosotros, pequeños contactos físicos (coger de la mano, acariciar el hombro, etc.) pueden ayudar a centrar su atención y relajarlo. Hay que tener cuidado con el contacto físico y retirarlo si vemos que a la persona le incomoda.
  • Tanto si la persona no tiene problemas auditivos como si lleva audífono es bueno bajar un poquito el tono de voz (intentar que nuestra voz suene más grave). Las personas mayores escuchan mejor las voces graves y mucho peor las agudas. Si hablamos muy alto, la persona puede pensar que estamos enfadados. Además, debemos hablar siempre de forma tranquila.
  • Es reomcomendable hacer gestos con las manos para resaltar lo que se dice (por ejemplo, señalar el objeto del que habla, señalar a la persona a la que se refiere, hacer gestos imitando las acciones de las que se habla, etc.). Hay que tener cuidado en que los gestos no resulten amenazantes ni que le den miedo.
  • Resulta fundamental eliminar los ruídos innecesarios que distraigan la atención de la persona. Es importante apagar la tv y la radio (esto ayudará a que la persona centre su atención en nosotros) o no tratar de obtener respuesta si hay más conversaciones en curso a nuestro alrededor.
  • Debemos utilizar frases cortas (no más de cuatro o cinco palabras) y las palabras deben de ser sencillas. Cada frase debe contener una idea; por ejemplo «¿te apetece que vayamos al parque para ver si están tus amigos y tomamos un mosto con ellos?» es un ejemplo de mala comuniación. Lo correcto sería «¿quieres ir al parque?». El resto, se lo propondremos al ver a sus amigos.
  • Es positivo utilizar el nombre del paciente al hablar con él, cuando se habla de uno mismo señálarse con la mano y no emplear pronombres (él, ella, eso) sino nombres (Juan, Rosa, pan). No diremos «pásame eso» o «ella vendrá después» sino «pásame el pan» o «Rosa vendrá después».
  • Las preguntas deben formularse de una en una. Cuando la enfermedad avanza, las preguntas no deben ser abiertas a muchas posibles respuestas (por ejemplo, no debemos preguntarle qué quiere comer, sino que le propondremos dos opciones para escoger, restringiendo así el número de posibles respuestas). Esto facilita al paciente la tarea de escoger. Tampoco debemos incluir diferentes actividades en la misma pregunta; no diremos «¿quieres ir al parque o a casa de Juan?», le preguntaremos una cosa y después la otra. Si hace falta repetir una pregunta, procuraremos emplear las mismas palabras.
  • Hay que hablar lentamente, pronunciando con claridad y esperar a que la persona conteste. Lo que puede parecer un silencio largo puede ser el tiempo que la persona necesita para comprender la pregunta y pensar la respuesta. Si en dos o tres minutos la persona no nos ha contestado, podemos repetir la pregunta (sin urgir la respuesta ni con reproches por tener que hacerlo) asegurándonos de que nos escucha bien .
  • Nunca hay que dar por sentado que la persona no nos entiende; con la demencia, las capacidades fluctúan y pueden tener breves periodos en los que parece recuperar una pequeña parte de sus capacidades.
  • Nunca debemos hablar de la persona como si no estuviera deltante, como si fuera tonta o estuviera loca. El enfermo puede darse cuenta de que hablan de él aunque no entienda qué se está diciendo. Esto puede hacer que se sienta triste, agresivo o que piense que le quieren hacer daño.

Uno de los aspectos que más suele agobiar al entorno cercano es la reiteración de preguntas y frases. Los afectados de demencia comúnmente repiten una y otra vez las mismas frases y preguntas muchas veces por lo mismo. Sobre esto, os invito a ver este sensacional corto que resume magistralmente la regla de oro: paciencia y respeto.

Más mitos sobre el alzheimer

Hace unos días comentábamos algunos de los mitos más comunes que giran en torno a la enfermedad de alzheimer. Hablamos de la falsa creencia de verlo como un proceso derivado inequívocamente del envejecimiento, de que personas jóvenes pueden padecerla, de los altibajos y cambios de comportamiento que pueden observarse y sobre los síntomas más comunes en un inicio. Vamos a seguir con otros mitos ampliamente extendidos sobre esta enfermedad.

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Mito 5: Los enfermos de alzheimer no entienden nada. En las fases iniciales de la enfermedad, los pacientes pueden comprender y expresarse de un modo prácticamente normal. Poco a poco, su lenguaje se tornará más simple, con menos vocabulario y aparecerán problemas para entender el lenguaje complejo (ironía, dobles sentidos, oraciones subordinadas, etc.). Puede llegar un punto, cuando la enfermedad se encuentra en estadios muy avanzados, en que la persona pierda por completo la capacidad de expresarse y de comprender el lenguaje; sin embargo, la persona aquejada puede seguir interpretando el lenguaje no verbal. Notará cuando la voz que le habla lo hace con enfado o con tranquilidad, sentirá los besos, las caricias y los abrazos y le resultarán agradables como nos resultan agradables al resto. De todas formas, aun cuando parece que la persona no comprende nada de lo que se dice, no es aconsejable en modo alguno hablar de la persona como si no estuviera delante, dando por sentado que no puede entendernos.

Mito 6: Si contamos con antecedentes familiares padeceremos inevitablemente alzheimer. Pese a que se han encontrado factores genéticos ligados a la manifestación de la enfermedad y que el hecho de tener antecedentes familiares aumenta la posibilidad de aparición, no se trata de una herencia que pase de padres a hijos en todos los casos de forma inexorable. Por tanto, contar con historia familiar de dicha patología aumentaría la probabilidad, pero no nos depararía la enfermedad sí o sí.

Mito 7: la depresión causa alzheimer. Una creencia comúnmente extendida es que la depresión a ciertas edades puede causar esta patología. Este mito nace debido a que en algunas personas los primeros signos de la enfermedad que se muestran son similares a una depresión, siendo muchas veces diagnosticada esta enfermedad; sin embargo, el cuadro que causa la apatía, fallos de memoria, cambios de humor, etc. es la demencia. Ahora bien, hemos dicho que la depresión no causa demencia, pero si puede aumentar la probabilidad de su aparición. Una persona que muestre un cuadro depresivo durante muchos años, sin mostrar mejorías notables, que lo lleve a aislarse socialmente, reduciendo sus actividades de ocio, estando de baja laboral, etc. tiene más posibilidades de padecer alzheimer debido a la inactividad (en unos días abordaremos la importancia de crear reserva cognitiva).

Mito 8: el alzheimer se puede prevenir y curar. Por desgracia, a día de hoy no se ha descubierto ningún tratamiento que cure dicha patología, si bien es cierto que existen fármacos y terapias psicológicas que ayudan a mejorar la calidad de vida del paciente y a ralentizar el avance del mismo. Lo mismo ocurre con la prevención. A día de hoy no se cuenta con ningún tratamiento que prevenga la aparición de la enfermedad, pero como ya hemos comentado en otras ocasiones, mantener un estilo de vida activo, realizar actividades que impliquen trabajo cognitivo y mantener una buena red de relaciones sociales sirven para reducir el riesgo de aparición y que, en caso de aparecer la enfermedad, seamos capaces de lidiar mejor con ella.

Mito 9: la memoria es lo único que se afecta. El alzheimer implica una pérdida gradual y global del intelecto. Esto significa que aunque las primeras manifestaciones puedan observarse en la memoria o en el lenguaje, poco a poco otras áreas como la orientación personal y temporo-espacial, la gnosia, la praxia, el razonamiento abstracto, las funciones ejecutivas, la atención, etc. van a ir comprometiéndose. Pese a que se asocie el alzheimer con problemas de memoria, no debemos perder de vista que son todas las capacidades intelectuales las que se deterioran.

Mito 10: El primer signo siempre de aparición de la enfermedad son cambios en la memoria. Si bien es cierto que la memoria es una de las funciones que primero se ve afectada por la patología, no siempre es la función en la que aparecen los primeros signos notorios o que primero perciben los afectados. Algunos pacientes refieren problemas con la fluidez del lenguaje (sienten que las palabras se les quedan en la punta de la lengua con mucha frecuencia), en la capacidad de orientación o en la capacidad de concentración y de razonamiento.

Alzheimer: los mitos más comunes

Alzheimer: los mitos más comunes

La OMS define la demencia como un síndrome que implica el deterioro de la memoria, el intelecto, el comportamiento y la capacidad para realizar las actividades de la vida diaria. Este síndrome tiene un impacto físico, psicológico, social y económico en la vida del enfermo, de su familia y cuidadores. La más común de todas es la enfermedad de alzheimer, siendo diagnosticada entre un 60-70% de las ocasiones. Sin embargo, en la actualidad se acepta que hay más de setenta causas y enfermedades diversas que pueden hacer que una persona curse con demencia.

Debido al aumento de la esperanza de vida, la demencia, en concreto el alzheimer, comienza a ser una enfermedad tristemente común, especialmente en los países más desarrollados, pues son también los más envejecidos. Pese a estar ya relativamente acostumbrados a convivir con esta patología, siguen perdurando una serie de mitos y falsas creencias que no ayudan a la comprensión de la enfermedad ni de la persona que la padece. A continuación vamos a realizar un repaso sobre los principales mitos entorno al alzheimer para intentar clarificarlos.

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Mito 1: el alzheimer es el producto natural o normal del proceso de envejecimiento.

Si bien la mayoría de las personas que sufren demencia son mayores, no todas las personas mayores están aquejadas de esta enfermedad. Muchas personas mayores están perfectamente sanas y no padecen esta patología. El alzheimer, además, va mucho más allá de los cambios normales esperables por el paso del tiempo (como enlentecimiento o pequeños cambios en la memoria), afectando a todas las esferas de la vida del enfermo y de su familia. Por otro lado, hay personas de mediana edad (entre 45 y 60 años) que son diagnosticadas de esta patología, con lo cual, si bien es más común durante la ancianidad, no es exclusiva de esta etapa de la vida.

Mito 2: el alzheimer es una enfermedad de origen vírico.

En un primer momento, se postuló que el alzheimer podría tener su origen en diferentes procesos infecciosos de origen vírico. Esta hipótesis quedó desechada hace años, si bien recientemente se ha señalado que el virus del herpes común podría estar relacionado; aunque aún es preciso realizar investigaciones para poder vincular ambas patologías, así como descubrir los mecanismos implicados.

Mito 3: los enfermos de alzheimer pueden controlar su comportamiento, pero muchas veces no lo hacen para fastidiar.

No es raro escuchar este tipo de afirmaciones por parte de familiares o cuidadores de enfermos de alzheimer; piensan que a veces el enfermo pretende llamar la atención con cierto comportamiento, ya que en otras ocasiones es capaz de controlarse. En estos casos, lo que ocurre es que no se dispone de información sobre el modo de cursar de esta demencia. Es algo lento, gradual, con un comienzo insidioso que hace muy difícil realizar una diagnosis temprana. Una vez que la enfermedad se ha hecho patente, el paciente no permanece en una situación estable, es un proceso en el que, gradualmente, se van perdiendo diversas facultades. Sin embargo, en ciertas ocasiones los pacientes parecen recobrar parte de sus capacidades mentales; aunque de forma temporal. Estos altibajos son normales en el proceso, por lo que no es un capricho del enfermo el comportarse de un modo u otro.

Mito 4: Cualquier cambio en la memoria a partir de los 65 años es signo inequívoco de alzheimer.

Muchas personas, especialmente cuando pasan de los 60 años, suelen preocuparse cuando tienen despistes u olvidos. Con la edad es normal que aparezcan pequeños cambios de memoria (o en la capacidad de atención y concentración). Si bien los problemas de memoria pueden ser un primer indicador de la aparición de la enfermedad, esto suele ir ligado a otros síntomas, como cambios de personalidad, disminución de la fluencia lingüística (a la persona se le quedan muchas palabras en la punta de la lengua), disminución de la capacidad de concentración, problemas con la orientación, cambios bruscos de carácter, etc. Aun así, si una persona está preocupada por el estado de su memoria (pues cree tener muchos olvidos y despistes), tenga la edad que tenga, puede consultarlo con su médico de cabecera.

Mito 5: una vez que aparece la enfermedad, no hay nada que hacer.

Es cierto que a día de hoy no contamos un tratamiento curativo para esta patología, pero sí existen tratamientos e intervenciones que ralentizan el curso de la enfermedad, aumentando así el tiempo en que la persona es funcional y su calidad de vida.