Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez

En una fecha como la de hoy no podemos dejar pasar la oportunidad de volver a tocar un tema tan delicado, espinoso e incluso desconocido como el maltrato a las personas mayores.

Uno de los principales problemas que nos encontramos para abordar este serio problema es el silencio. El silencio de las víctimas, ya que muchas veces la agresión viene por parte de alguien de su entorno, y el silencio de los profesionales que puedan atender de diversa forma al anciano y que en muchos casos no están formados ni cuentan con las herramientas necesarias para dar respuesta a estas situaciones.

Es difícil dar una definición precisa del qué es el maltrato a personas mayores; podemos decir que son aspectos que se engloban en tres apartados: a) el abandono, desamparado, exclusión social o aislamiento; b) la violación de los derechos legales fundamentales y de la salud; c) la privación de la toma de decisiones, gestión económica y respeto a su autonomía como adultos.

En el primer apartado, en muchos casos entran conductas realizadas desde la negligencia, pero sin un ánimo real de dañar al mayor, más bien desde el pasotismo. En el segundo apartado sí que entrarían figuras dolosas como la agresión física o psicológica, la agresión sexual, etc. Y en el último, posiblemente los dos más comunes (y digo posiblemente porque no contamos con muchos estudios de prevalencia e incidencia del maltrato, con lo que es compliejo realizar afirmaciones categóricas): el paternalismo y el abuso económico. Este último se observa cuando familiares o cuidadores del anciano deciden por él en qué invertir su dinero, sin tener en cuenta su voluntad. En algunos casos, directamente es una apropiación de los bienes del mayor. El paternalismo es algo común, incluso entre los profesionales que nos dedicamos a la geriatría o gerontología en cualquiera de sus ramas, ya que es habitual ver como se infantiliza a adultos mayores, tratándolos como incapaces aunque su estado mental sea óptimo. Decidimos por ellos qué tratamiento deben tomar sin tener en cuenta su opinión, decidimos por ellos a qué centro de día deben acudir (incluso cuando no deseen acudir a ninguno), decidimos por ellos qué estilo de vida deben llevar… Este tipo de maltrato es muy sibilino, difícil de detectar, pues a menudo nace de la mejor de las intenciones. Por ello, todos debemos reflexionar sobre cómo es nuestro trato con los mayores que nos rodean.

Convivencia intergeneracional III: papá se viene con nosotros

En dos artículos anteriores abordamos los modelos de convivencia intergeneracional tradicionales en comparación con los actuales, así como la convivencia cuando los hijos que se han independizado tienen que volver a casa.

En el artículo de hoy queremos abordar esta temática desde otra perspectiva, cuando es la persona mayor la que va a vivir con sus hijos ya adultos e independientes. Debido al envejecimiento poblacional, resulta cada vez es más común que las personas adultas tengan que cuidar de sus padres ancianos. En general, se trata de la generación de los baby booms, personas que nacieron sobre los años 50-60. Algunos de ellos, están a punto de jubilarse o ya se han jubilado. Otros todavía cuidan de hijos estudiantes o que no han podido incorporarse al mercado laboral. A ellos a veces se les ha denominado la generación sándwich, porque se encuentran entre el cuidado de sus hijos y asumir el cuidado de sus padres ahora ancianos, que comienzan a sufrir achaques que imposibilitan que continúen viviendo solos.

En algunas ocasiones, las personas mayores tienen problemas no muy incapacitantes; pero en otras, se trata del cuidado de un gran dependiente.

Lógicamente, la cohabitación puede necesitar de periodos de adaptación y, en el peor de los casos, originar problemas de convivencia. En primer lugar, los hijos deben asumir la situación de sus padres, lo que muchas veces genera tristeza, sensación de culpabilidad por no haber previsto la situación o ayudado más a sus progenitores, sentirse injustamente tratado por la vida, rechazo de la situación, etc. Por eso, los hijos precisan de un tiempo para aceptar la nueva realidad. Por supuesto, esto también ocurre en los mayores. De ser ellos quienes cuidaban a sus hijos, pasan a necesitar asistencia, lo cual puede menoscabar su autoestima. Una forma de paliar esta situación es tratar que la persona mayor se integre en las rutinas familiares y pueda colaborar en la medida de sus posibilidades. Desde ir a la compra o poner la mesa; cualquier actividad que pueda realizar ayudará a que se sienta más cómodo en la nueva situación, demostrándole que, aunque él pueda necesitar ayuda en ciertos aspectos, puede seguir ayudando y colaborando con los otros.

Los problemas de comunicación también pueden aparecer. Hay que entender que las personas mayores están acostumbradas a vivir en sus domicilios, con sus propias rutinas, sus propias normas que no tienen por qué casar con el hogar de sus hijos. Esto puede causar tensión si no se habla de una forma clara, tranquila y buscando puntos de encuentro en los que ambas partes se sientan conformes.

Si la persona mayor precisa de un gran cuidado y un nivel de asistencia elevado (por ejemplo, por tener una enfermedad neurodegenerativa tipo demencia) es importante que toda la familia se implique en el cuidado. Si en el domicilio conviven hijos y nietos del anciano es positivo que todos ayuden en la medida de lo posible en su asistencia. Aunque exista la figura de un cuidador principal, es necesario que otros ayuden para evitar la sobrecarga de la persona que tiene sobre sus hombros un trabajo tan delicado. En estos casos, el cuidador debe cuidarse también a sí mismo, como hemos señalado en otras muchas ocasiones.

En el caso de que las personas mayores que acuden al domicilio de los hijos pero que gocen de un nivel de independencia mayor, es importante que no se consideren una carga (este tema lo abordaremos con mayor profundidad en un próximo artículo), que no se esté disculpando continuamente por las supuestas molestas y que entienda que la casa del hijo que le acoge ahora es la suya. También es importante asumir que al vivir en un núcleo familiar nuevo, puede tener que modificar ciertos hábitos (como por ejemplo, levantarse mucho antes que el resto de la familia si los ruidos molestan al resto) pero puede continuar perfectamente con otros (como sus actividades sociales, salidas a la calle, cursillos, etc.). En este sentido, el hijo que acoge también debe entender que la persona mayor tiene sus propias rutinas, gustos, puntos de vista que se deben tratar de respetar en la medida de lo posible. Como decíamos más arriba, la comunicación es muy importante en este tipo de situaciones.

Es importante que todas las partes que conviven tengan claro que la ayuda intergeneracional es lo que, en última instancia, define a una familia y que es la base de las sociedades mediterráneas. Primero fueron los padres los que cuidaron de los hijos y, en algunas ocasiones, la situación se invierte. Y no hay nada malo en ello, más bien todo lo contrario.

 

 

Recomendación Mayo

Terminando ya este mes os traemos las reconemdaciones prometidas. La primera es cinematrográfica y, dada su antigüedad, ya lo podríamos considerar un clásico. Se trata de la película «Cocoon» del año 1985. En esta cinta se cuenta la historia de un grupo de ancianos que viven en una residencia de mayores y del extraño proceso que viven tras entrar en contacto con vida extraterrestre. Aunque el argumento pueda sonar estrambótico, esta película aborda temas realmente interesantes vinculados con la ancianidad y el envejecimiento de una forma amable y con humor.

 

Por otro lado, me gustaría recomendaros esta guía de la Xunta de Galicia sobre formación para cuidados en el entorno familiar de personas con enfermedades crónicas. La guía contiene mucha información útil para el día a día de las familias que se encuentran en esta situación. Aquí podéis descargarla.

Espero que ambas recomendaciones sean de vuestro interés.

Convivencia intergeneracional II: La vuelta a casa

En un artículo anterior comenzamos a hablar de la convivencia intergeneracional, contraponiendo el modelo tradicional gallego con el modelo postindustrial. En este artículo abordaremos una serie de reflexiones sobre qué ocurre en los núcleos familiares cuando los hijos deben volver al hogar paterno.

Debido a la situación actual de crisis económica no es extraño encontrar esta situación: personas ya emancipadas (que en muchos casos ya habían formado su propio núcleo familiar) que pierden sus trabajos, rompen sus matrimonios, pierden recursos, etc. y por cualquiera de estas circunstancias (o la suma de ellas) deben volver al hogar paterno.

En la sociedad actual, donde el “fracaso personal” se suele medir solo en el campo de lo económico; donde, pese a la precariedad que está azotando a la llamada clase media, se sigue hablando de éxito especialmente en función del poder adquisitivo; donde para ser considerado adulto a todos los niveles hay que tener independencia en relación a la vivienda, es fácil imaginar que la vuelta, cuando es forzosa, al hogar paterno se suele traducir en una gran frustración, pesadumbre, tristeza y sensación de fracaso a muchos niveles.

Aunque cada familia es un mundo y cada situación necesitará sus propios medios para lograr resolver de forma satisfactoria la nueva cohabitación y los problemas que pueden surgir, hay una serie de aspectos que pueden resultar comunes en todas las familias y que pueden dar pistas sobre cómo actuar. La primera de ellas es que los padres que acogen a sus hijos adultos de nuevo en sus hogares deben dar un tiempo para que estos asuman la situación. Es importante alejarse de actitudes muy pesimistas, ya que esto puede retroalimentar el malestar. Hay que asumir que ha sido un revés que ha sufrido el hijo, pero que puede solucionarse. Por otro lado, los padres deben asumir que sus hijos ya no son menores (y en muchos casos, les acompañan sus propios hijos). Esto no implica que el hogar familiar se convierta en una pensión, en el que cada miembro hace lo que le parece. Como en cualquier convivencia, deberán fijarse una serie de normas (horarios de comidas, tareas del hogar que realizará cada miembro, etc.) que resultan básicas para evitar conflictos y molestias. Pero igual que no resulta muy lógico que un padre de familia de 40 años tenga hora de llegada a su hogar (que es, en este caso, el de los abuelos) tampoco es lógico que no se implique en absoluto en las tareas o que mantenga hábitos que molesten al resto de familiares (como no avisar en caso de faltar a una comida o no prestar ningún tipo de ayuda).

También es importante que, en caso de que la cohabitación incluya a nietos, los abuelos comprendan que, pese a ser necesario y aconsejable que se impliquen en la educación de los niños, las normas sobre cómo educarlos deben fijarlas los padres.

Por otro lado, es de vital importancia que las personas que vuelven al hogar paterno se impliquen en todos los niveles que puedan. Así, por ejemplo, si tienen algún tipo de sueldo o contraprestación es importante que traten de ayudar, en la medida de lo posible, económicamente a sus padres. Con esto puede disminuir la sensación de estar aprovechándose de los padres o el malestar por no poder ser independiente. Por otro lado, en caso de no contar con recursos, hay que tener claro que el dinero no es lo único importante: ayudar en las tareas domésticas, hacer arreglos, acompañar a los recados, etc. son formas de ayudar a los padres para sentirse más integrado en el hogar; además de ser tareas que deben estar repartidas entre las personas que conviven.

No hay que olvidar que esta situación es muy dura para quien vuelve a casa, pero también se puede hacer difícil para los padres que acogen, ya que pueden sentir que no ayudaron lo suficiente a sus hijos, no sepan cómo ayudarles ahora o de cara al futuro. Además, es muy probable que ellos tuvieran sus propias rutinas que se ven modificadas por la vuelta a casa de la prole.

Convivencia intergeneracional

La convivencia intergeneracional es aquella en la que diferentes generaciones (normalmente de la misma familia) cohabitan en el mismo hogar. Tradicionalmente en Galicia, la convivencia intergeneracional solía incluir tres generaciones: los abuelos, los hijos que se quedaban en la casa (y al cuidado de sus mayores) y los nietos.

La migración desde el rural a la ciudad dio como resultado un cambio de mentalidad, que podemos resumir en “casado, casa quiere”. Esto llevó a que cada vez, más gente mayor viviera sola, sin cohabitar con sus hijos y nietos.

Empieza aquí una serie de artículos en los que se abordan ciertos aspectos de la convivencia intergeneracional; desde los aspectos positivos y negativos que tienen el modelo tradicional y actual, a los cambios que estamos viendo en los últimos años como consecuencia de la crisis y el envejecimiento poblacional: hijos (que en muchos casos ya tienen su propia familia formada) que tienen que volver a casa de sus padres por falta de medios o mayores que tienen que ir a vivir con sus hijos debido a problemas de salud.

El modelo tradicional, en el que diferentes generaciones de la misma familia cohabitaban en la misma casa, tiene algunos aspectos muy positivos para todos. Es un modelo solidario, en el que unos apoyan y cuidan a los otros; es decir, en caso de que uno enfermase, por ejemplo, había más personas en la misma casa que podrían ayudar a su cuidado.

Por otra parte, se forman núcleos familiares más extensos (el modelo actual pasa por ser la pareja y sus descendientes, siendo cada vez menos los niños que nacen). Sin embargo, en el modelo tradicional se contaba con una red formada por abuelos, padres, hijos y, en muchas ocasiones, otros familiares como tíos o tíos-abuelos que, bien por enfermedad o soltería, permanecían en el hogar familiar. Los núcleos familiares extensos ayudan al desarrollo de los niños, por ejemplo, ya que hay más personas velando por su bienestar y educación; ayudándoles a tener una mayor socialización desde la edad más temprana. Además, al sustentarse la familia en las labores agrícolas y ganaderas, cuantas más personas contribuyeran al trabajo, mayores eran los beneficios obtenidos.

Aunque, tampoco es difícil de imaginar algunos aspectos negativos de esta cohabitación. La lucha de poder era algo que, pese a que en la mayoría de los casos era callada, se encontraba de fondo en algunas de las relaciones. Cuando la figura del pater familias quedaba en entredicho (por ejemplo, debido a la edad del anciano) no era extraño que varios de los sucesores “luchasen” por hacerse con el tutelaje de la familia. Además, en muchas ocasiones, las generaciones más jóvenes (especialmente las que no eran familia sanguínea, como nueras y yernos, que entraban al hogar) se sentían de alguna forma supeditados al mandato del anciano, lo que con frecuencia acarreaba tensión y problemas familiares.

El modelo post-industrial, en el que los hijos abandonaban la casa de los padres en la primera juventud (bien para estudiar, bien para trabajar) también tiene ciertas ventajas e inconvenientes. Por un lado, los individuos puedes desarrollarse sin verse sometidos a un tutelaje por parte de sus padres ya llegada la vida adulta (lo que no implica que puedan seguir gozando de consejo y protección paterna). Además, esto dota a las parejas jóvenes de una mayor intimidad, en la que tomar las decisiones que les atañen y que atañen a sus hijos, por ejemplo. Sin embargo, cuando la red de cohabitación familiar es menor, existen otros inconvenientes; por ejemplo, puede que no se viva en la misma ciudad, por lo que los abuelos ven menos a sus nietos e influyen menos en su desarrollo. En posteriores artículos continuaremos abordando este tema desde diferentes perspectivas.

Recomendación Abril

Hola a todos, ahora que ha terminado el mes de abril os traemos algunas recomendaciones. La primera de ellas se trata del programa «Muerte a la muerte» de La Sexta Columna (este es el enlace). En este reportaje se abordan temas muy en boga actualmente, ¿es el envejecimiento una enfermedad o simplemente otra etapa de la vida?, ¿podremos aumentar drásticamente la esperanza de vida en los próximos años?, ¿conseguiremos que enfermedades vinculadas al envejecimiento, como las demencias, sean erradicadas?, ¿qué tiene la medicina genética que aportar a todo esto?. En este debate hay diversas posturas enfrentadas y posiblemente haya más preguntas que respuestas; sin embargo, la inmortalidad y la eterna juventud son dos anhelos del hombre desde el inicio de los tiempos. Sin lugar a dudas, nos plantea cuestiones muy interesantes para reflexionar y debatir.

La segunda recomendación que me gustaría haceros es un vídeo muy breve pero que ilustra magistralmente un aspecto muy cruel de la falta de memoria: cuando no sabemos responder a las preguntas o no reconocemos a quien tenemos delante este vídeo, realizado por la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer (AFAL) nos muestra lo que muchas veces, con nuestra mejor intención, hacemos mal al comunicarnos con personas que tienen algún grado de deterioro cognitivo (os animamos a que echeis un ojo a nuestro post sobre demencia y comunicación).

Esperamos que ambas recomendaciones sean de vuestro interés.

Astenia primaveral

La primavera se asocia con la llegada del buen tiempo o, al menos, una tregua con respecto al invierno. Esta mejora de la climatología suele animarnos a realizar más actividades, incluidas aquellas al aire libre que las inclemencias invernales vuelven casi imposibles. Poder salir a dar paseos, hacer recados por la calle sin tener que pelearse con el paraguas, pequeños viajes, etc. son actividades más habituales con la llegada del buen tiempo. Sin embargo, para algunas personas, la primavera es sinónimo de cansancio y desmotivación. En los últimos años, se habla cada vez más de la astenia primaveral y son comunes las noticias y artículos desde los medios de comunicación sobre el tema. Las personas mayores, como cualquier otro grupo poblacional también pueden notar los efectos del cambio estacional y, debido a que a veces su estado de salud es más frágil, sentirlo de una forma más marcada.

El término astenia significa cansancio y se considera un síntoma, no una enfermedad en sí. Se puede sufrir astenia por múltiples motivos (por ejemplo, asociada a una infección). Sin embargo, en el caso que nos ocupa, este cansancio se asocia con la llegada de la primavera. La astenia primaveral es pasajera y el malestar que provoca limitado por lo que no hay que confundirla con patologías, que resultan mucho más severas, como el trastorno anímico estacional (englobado dentro de los trastornos del ánimo y que suele mostrar síntomas mucho más incapacitantes y prolongados).

El origen de la astenia primaveral no está identificado totalmente. Se ha vinculado a desregulaciones en el hipotálamo (núcleo cerebral que, entre otras funciones, regula la temperatura corporal, los ciclos de sueño y vigilia, la sensación se hambre y sed) debido a los cambios en las horas de luz, entre otros factores. El hecho de que afecte a unas personas sí mientras otras apenas notan que ha cambiado la estación, parece indicar fuertes diferencias interpersonales.

La astenia primaveral incluye una serie de síntomas que pueden ser vagos o poco precisos. Los principales son la sensación de cansancio que antes se mencionaba, sensación de falta de energía, malestar general difuso, cambios en el estado de ánimo que pueden incluir la irritabilidad, sensación de falta de concentración, falta de apetito, etc.

Para prevenir o “tratar” estos síntomas molestos no hay una fórmula concreta, sino seguir pautas típicas de un estilo de vida saludable: cuidar de que la dieta sea sana y variada (no olvidar el equilibrio necesario entre los diferentes nutrientes para que nuestro cuerpo no sufra carencias), lo que incluye también una correcta hidratación; tratar de mantener una correcta higiene del sueño, esto es, dormir las horas necesarias para sentirnos bien, ni más ni menos, además de cuidar los horarios; realizar ejercicio físico dentro de nuestras posibilidades de forma regular y no descuidar aquellas rutinas que nos hacen sentir bien (disfrutar de la vida social, las aficiones, etc.). Por contra, hay una serie de hábitos que se deben evitar: el consumo de tóxicos (alcohol, tabaco y otras drogas), auto-medicarse (si la sensación es muy incapacitante o molesta es recomendable acudir al médico y no tomar fármacos por nuestra cuenta) o abusar de las horas de sueño (contrariamente a lo que se piensa, dormir mucho no hace que uno se sienta más descansado).

En todo caso, si el malestar se prolonga más allá de unos días o resulta difícil de sobrellevar, es bueno consultar con un profesional que nos indique si hay alguna pauta concreta que se pueda adoptar para mejorar la situación.

 

 

Alimentación: información al consumidor

En nuestro blog nos gustaría contar con diferentes profesionales que nos hablen de temas importantes para todos, incluídos los mayores. Hoy estrenamos una nueva sección, se trata de estas colaboraciones.

La inauguración corre a cargo de Jacinto Ramos Echániz, doctor en Veterinaria, licenciado en Tecnología de los Alimentos y Nutrición, que en una serie de artículos sobre alimentación y los alimentos nos va a explicar diferentes aspectos que resultan relevantes en nuestra faceta de consumidores. Esperamos que sea de vuestro interés.

La legislación europea establece que todos los alimentos envasados tienen que tener una etiqueta, rótulo o collarín con unas indicaciones obligatorias, con el fin de que el consumidor tenga una información correcta, y que esta no induzca a error. Además, el fabricante puede incluir información voluntaria, (dibujos, anagramas, promociones de venta, etc.). La correcta información al consumidor afecta tanto al etiquetado obligatorio del alimento como a la información complementaria que el industrial proporcione al consumidor (anuncios en revistas, televisión, etc.).

En general, la única forma de relación entre el fabricante y el consumidor es a través de la etiqueta, por lo que estas suelen tener dibujos y colores atrayentes, pero a veces la información que contiene no es suficientemente clara o se insinúan características que el alimento no posee, con el fin de incrementar las ventas. Por ejemplo un agua mineral-natural se publicitaba como «el agua que no engorda»; por definición el agua no puede engordar ya que no la transformamos en  grasa, por lo que este etiquetado induce a error. El industrial tuvo que eliminar del etiquetado esta indicación finalmente.

Últimamente está de moda la «alimentación sana, natural, sin aditivos, etc.». Es frecuente ver alimentos que se etiquetan indicando que no poseen un determinado componente, cuando este no tiene por qué estar en el alimento. Por ejemplo, sabemos que la leche es el producto natural obtenido del ordeño de las hembras domésticas. Esta leche de forma natural no contiene harina de trigo (por tanto, no contiene gluten); sin embargo se comercializan leches  con la indicación «sin gluten», lo que podría generar cierta confusión sobre si las otras marcas sí contienen este elemento.

Aunque hay excepciones, la información del etiquetado de un alimento debe contener:

Denominación de venta del alimento: el consumidor debe saber qué está comprando.

Lista de ingredientes completa y en un idioma comprensible para la mayoría de la población donde se va a comercializar.

Sustancias alergénicas (por eso ahora es común encontrar en los envases indicaciones como “puede contener trazas de cacahuetes”)

Fechas de caducidad o de consumo preferente (en otro artículo abordaremos la diferencia entre ambas)

Peso o volumen

Razón social del elaborador o del distribuidor

Lote

Sistema de conservación

País de origen

Sistema de elaboración

Grado alcohólico

Información nutricional

La legislación que regula el etiquetado (Reglamento CEE 1169/2003) tiene ciertas lagunas que pueden ser aprovechadas por el industrial, que sin poner en riesgo la salud del consumidor, sí le pueden inducir a error, por ejemplo no estar claro el país de origen de un alimento, información con una letra casi ilegible, etc.

Es conveniente saber leer una etiqueta para poder realizar la elección del alimento que más nos interese, especialmente en aquellos casos en los que la persona tiene necesidades especiales que cubrir o deba seguir dietas concretas (bajas en grasas, sin alcohol, etc.)

En sucesivas entradas iremos abordando diferentes aspectos sobre el etiquetado de los alimentos y diferentes aspectos a tener en cuenta en nuestra alimentación.

Recomendación de marzo

Aunque con unos días de retraso, no podíamos olvidar las correspondientes recomendaciones de marzo. En este caso, me gustaría compartir con vosotros dos recursos que pueden resultar de gran utilidad. En primer lugar, me gustaría recomendaros el artículo “¿Previene la actividad intelectual el deterioro cognitivo? Relaciones entre reserva cognitiva y deterioro cognitivo ligero” firmado por Cristina Lojo-Seoane, David Facal y Onésimo Juncos-Rabadán, publicado en la Revista Española de Geriatría y Gerontología (esta es la cita completa: Lojo-Seoane, C., Facal, D., & Juncos-Rabadán, O. (2012). ¿Previene la actividad intelectual el deterioro cognitivo? Relaciones entre reserva cognitiva y deterioro cognitivo ligero. Revista Española de Geriatría y Gerontología, 47(6), 270-278. https://doi.org/10.1016/j.regg.2012.02.006)

Pese a tratarse de un artículo científico su lectura es sencilla y aborda dos temas que solemos tratar en este blog: la reserva cognitiva y su relación con el deterioro cognitivo. Este artículo puede resultar de especial interés para profesionales sanitarios (médicos, personal de enfermería y fisioterapia, terapeutas ocupacionales, logopedas, psicólogos, etc.) que quieran introducirse en ambos conceptos.

La segunda recomendación que os quiero hacer llegar son los vídeos de gimnasia para mayores publicados por Cruz Roja. Los ejercicios están pensados para fortalecer a las personas mayores en aquellos aspectos que más se deterioran con el paso de los años: postura, equilibrio, marcha, etc. Estos ejercicios pueden resultar especialmente útiles en un clima como el nuestro, que nos obligar a pasar tantos días encerrados en casa.

Espero que ambas recomendaciones sean de vuestro interés y de utilidad.

El psicólogo y las personas mayores

A día de hoy acudir al psicólogo sigue siendo un tema relativamente tabú y del que es raro hablar fuera de los círculos de confianza. No tenemos problemas en decir que la semana pasada tuvimos visita con el cardiólogo, pero sí con decir que estuvimos en el psicólogo. Esto se debe en parte al desconocimiento sobre el trabajo que se lleva a cabo ya que no se ha realizado una buena labor de pedagogía social para acercar la disciplina a la población genera. Además, la visión distorsionada que nos proporciona el cine y la televisión y al poso que han dejado corrientes desfasadas no ayudan a que en la mente colectiva se tenga una idea clara de las  intervenciones que se realizan desde la Psicología, que sigue viéndose en muchos casos como “algo para locos”.

El trabajo que realiza un psicólogo es variado y dependerá del contexto ya que se pueden llevar a cabo diferentes y variadas actuaciones: desde la intervención en el contexto escolar, pasando por penitenciarias, psicología clínica, psicología del trabajo o del deporte hasta los psicólogos que investigan cómo funcionar el cerebro. Centrándonos en el ámbito sanitario, la labor del psicólogo se puede resumir en evaluar, diagnosticar y realizar intervenciones que modifiquen aspectos perjudiciales en el comportamiento (dentro de comportamiento incluimos la cognición, es decir, las ideas y el procesamiento de la información) del individuo.

Las personas mayores, como cualquier otro grupo poblacional, pueden presentar patologías psiquiátricas, si bien la mayoría de consultas suelen centrarse en dos ámbitos: estados de ánimo alterados y/o “problemas de memoria”.

En este blog ya hemos hablado en otras ocasiones de como el duelo cronificado que algunas personas mayores sufren puede desencadenar en una patología severa como es la depresión. En general, los estados de ánimo alterados que padecen los mayores se centran en esta patología y en los trastornos de ansiedad (especialmente, ansiedad generalizada). Existen múltiples factores detrás de estas alteraciones, desde la propia biología a los cambios socio-económicos derivados de la jubilación, pasando por el padecimiento de enfermedades crónicas o la sensación de soledad, entre otros. En situaciones como las descritas, un psicólogo puede ayudar a buscar desencadenantes de estos estados alterados, facilitar el uso de estrategias que ayuden a controlar el malestar, cambiar las rutinas y los hábitos que puedan ser perjudiciales y servir como un lugar donde la persona puede desahogarse (cosa que no siempre hacemos en nuestro entorno inmediato por no “cargar” o preocupar a nuestros seres queridos).

Cuando hablamos de “problemas de memoria” relacionados con el envejecimiento normalmente estamos hablando de un declive cognitivo (por lo general, cuando las personas son conscientes de estos fallos mnésicos y acuden a consulta, suelen presentar ya deterioro en otras áreas mentales). En estos casos la labor del psicólogo se basará en realizar una valoración del estado cognitivo global de la persona, detectar qué áreas se encuentran afectadas y cuales preservadas, realizando una labor de estimulación cognitiva para tratar de paliar y ralentizar el avance de este deterioro. Además, en muchas ocasiones también se trabaja con el entorno cercano del paciente con el fin de ayudarlos a asumir la nueva situación.

Espero que esta entrada haya servido para clarificar algunas de las muchas dudas comunes que se plantean en torno al trabajo de los psicólogos en relación con las personas mayores.