Más mitos sobre el alzheimer

Hace unos días comentábamos algunos de los mitos más comunes que giran en torno a la enfermedad de alzheimer. Hablamos de la falsa creencia de verlo como un proceso derivado inequívocamente del envejecimiento, de que personas jóvenes pueden padecerla, de los altibajos y cambios de comportamiento que pueden observarse y sobre los síntomas más comunes en un inicio. Vamos a seguir con otros mitos ampliamente extendidos sobre esta enfermedad.

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Mito 5: Los enfermos de alzheimer no entienden nada. En las fases iniciales de la enfermedad, los pacientes pueden comprender y expresarse de un modo prácticamente normal. Poco a poco, su lenguaje se tornará más simple, con menos vocabulario y aparecerán problemas para entender el lenguaje complejo (ironía, dobles sentidos, oraciones subordinadas, etc.). Puede llegar un punto, cuando la enfermedad se encuentra en estadios muy avanzados, en que la persona pierda por completo la capacidad de expresarse y de comprender el lenguaje; sin embargo, la persona aquejada puede seguir interpretando el lenguaje no verbal. Notará cuando la voz que le habla lo hace con enfado o con tranquilidad, sentirá los besos, las caricias y los abrazos y le resultarán agradables como nos resultan agradables al resto. De todas formas, aun cuando parece que la persona no comprende nada de lo que se dice, no es aconsejable en modo alguno hablar de la persona como si no estuviera delante, dando por sentado que no puede entendernos.

Mito 6: Si contamos con antecedentes familiares padeceremos inevitablemente alzheimer. Pese a que se han encontrado factores genéticos ligados a la manifestación de la enfermedad y que el hecho de tener antecedentes familiares aumenta la posibilidad de aparición, no se trata de una herencia que pase de padres a hijos en todos los casos de forma inexorable. Por tanto, contar con historia familiar de dicha patología aumentaría la probabilidad, pero no nos depararía la enfermedad sí o sí.

Mito 7: la depresión causa alzheimer. Una creencia comúnmente extendida es que la depresión a ciertas edades puede causar esta patología. Este mito nace debido a que en algunas personas los primeros signos de la enfermedad que se muestran son similares a una depresión, siendo muchas veces diagnosticada esta enfermedad; sin embargo, el cuadro que causa la apatía, fallos de memoria, cambios de humor, etc. es la demencia. Ahora bien, hemos dicho que la depresión no causa demencia, pero si puede aumentar la probabilidad de su aparición. Una persona que muestre un cuadro depresivo durante muchos años, sin mostrar mejorías notables, que lo lleve a aislarse socialmente, reduciendo sus actividades de ocio, estando de baja laboral, etc. tiene más posibilidades de padecer alzheimer debido a la inactividad (en unos días abordaremos la importancia de crear reserva cognitiva).

Mito 8: el alzheimer se puede prevenir y curar. Por desgracia, a día de hoy no se ha descubierto ningún tratamiento que cure dicha patología, si bien es cierto que existen fármacos y terapias psicológicas que ayudan a mejorar la calidad de vida del paciente y a ralentizar el avance del mismo. Lo mismo ocurre con la prevención. A día de hoy no se cuenta con ningún tratamiento que prevenga la aparición de la enfermedad, pero como ya hemos comentado en otras ocasiones, mantener un estilo de vida activo, realizar actividades que impliquen trabajo cognitivo y mantener una buena red de relaciones sociales sirven para reducir el riesgo de aparición y que, en caso de aparecer la enfermedad, seamos capaces de lidiar mejor con ella.

Mito 9: la memoria es lo único que se afecta. El alzheimer implica una pérdida gradual y global del intelecto. Esto significa que aunque las primeras manifestaciones puedan observarse en la memoria o en el lenguaje, poco a poco otras áreas como la orientación personal y temporo-espacial, la gnosia, la praxia, el razonamiento abstracto, las funciones ejecutivas, la atención, etc. van a ir comprometiéndose. Pese a que se asocie el alzheimer con problemas de memoria, no debemos perder de vista que son todas las capacidades intelectuales las que se deterioran.

Mito 10: El primer signo siempre de aparición de la enfermedad son cambios en la memoria. Si bien es cierto que la memoria es una de las funciones que primero se ve afectada por la patología, no siempre es la función en la que aparecen los primeros signos notorios o que primero perciben los afectados. Algunos pacientes refieren problemas con la fluidez del lenguaje (sienten que las palabras se les quedan en la punta de la lengua con mucha frecuencia), en la capacidad de orientación o en la capacidad de concentración y de razonamiento.

El proceso de diferenciación

En contra de lo que se puede pensar, en el momento en que nacemos es en el que más nos parecemos unos a otros. Todos los bebés realizan las mismas actividades, aunque ya se puedan observar pequeñas diferencias entre ellos. Algunos son mejores comedores, otros lloran más, algunos duermen del tirón, pero en general, el abanico de conductas que presentan son escasas, limitadas y similares: comer, dormir, llorar y poco más.

Según vamos creciendo, vamos desarrollando nuestra propia identidad, nuestra propia forma de ser, nuestra personalidad. Todo lo que aprendemos, vemos, experimentamos, en definitiva, todo lo que vivimos nos moldea y cambia. Nos hace diferentes unos de otros. A este proceso, que se da durante todo el ciclo vital, desde el momento del nacimiento hasta la muerte, se le conoce como el proceso de diferenciación. Cuánto más vivimos y cuántas más experiencias distintas tenemos, más nos diferenciamos unos de otros. Y al llegar a la ancianidad es cuando este proceso de diferenciación se hace más evidente. Cuando llevamos 70, 80 o 90 años practicando a ser nosotros mismos es cuando menos nos parecemos unos a otros, cuando nuestra forma de ser, nuestro modo de pensar, de entender el mundo, es más único.

Sin embargo, desde la sociedad se da un curioso proceso de homogeneización de los ancianos. Damos por sentado que por el hecho de tener una determinada edad todos van a comportarse de un mismo modo, tener los mismos gustos y expectativas, la misma ideología, las mismas rutinas y costumbres, etc. Denominamos cohorte a los miembros de una misma generación. Parece bastante lógico pensar que las personas de una determinada cohorte tendrán más en común entre sí que con otras, puesto que han vivido fenómenos históricos comunes, estilos educacionales similares, experiencias vitales parecidas, etc. Y esto es cierto. Pero solo en parte. No se nos ocurriría pensar que todas las personas de 50 años sean idénticas unas a otras, pese a que todas vivieron el final de la dictadura y la transición, por ejemplo. Es probable que tengan referencias culturales parejas, pero no por ello van a tener un comportamiento, gustos o expectativas idénticas.

Sin embargo, asumimos que las personas mayores, por el simple hecho de serlo, se parecen mucho unas a otras, tienen las mismas aficiones, los mismos proyectos vitales, etc. Y, como ya hemos señalado en diferentes ocasiones en este blog, eso no deja de ser un prejuicio, ya que reduce a todos los ancianos a una caricatura en base al mero hecho de tener una determinada edad.

Las personas mayores dicen que es común escuchar sugerencias, nacidas desde la mejor de las intenciones, como “¿por qué no vas a tal sitio? Hay mucha gente de tu edad”, pero que suelen caer en saco roto. No todas las personas mayores quieren hacer gimnasia, tocar la pandereta, aprender bolillos, bailar, pertenecer a una coral o ir a clases de memoria. No todas las personas mayores tienen el mismo bagaje cultural, las mismas expectativas, las mismas experiencias. Y, si bien pueden compartir experiencias vitales o referentes culturales, eso no hace que su proyecto de vida actual deba ser el mismo. Porque aunque muchos parecen olvidarse, los mayores también tienen su propio plan de vida en marcha, sus propios proyectos y su propia visión de cómo será su futuro. Es habitual que ante la idea de “ve allí, hay mucha gente de tu edad”, la respuesta es “no quiero, eso está lleno de viejos”. Normalmente, es una forma de decir que la actividad que le proponemos no le interesa, ya que es probable que muchas de las amistades del anciano sean de su misma edad.

Es necesario que  las personas mayores se mantengan activas dentro de la comunidad y es aconsejable que realicen actividades que les resulten placenteras y estimulantes. Y también es aconsejable que su entorno cercano (principalmente las familias) traten de animarlos a desarrollar esas actividades, pero siempre teniendo presente cómo es la persona que tenemos delante. Si nunca ha ido a bailar, puede que sea porque no le gusta y a los 80 años no le apetezca aprender bailes de salón pero sí le interese un curso de tratamiento de imágenes con ordenador.

Para poder apoyar y entender a los ancianos lo más importante es dejar de ver un grupo homogéneo y empezar a fijarnos en cada persona que tenemos delante, con sus particularidades y complejidades.

 

Una jubilación realista

Uno de los aspectos más relevantes de la tercera edad es la jubilación. Es más, este hito tiene tanta importancia que en muchas ocasiones asimilamos la entrada en la tercera edad con el hecho de cesar el trabajo remunerado: el hecho de pasar de trabajador en activo a jubilado es el marco que tomamos para marcar la edad en la que consideramos que una persona ha alcanzado la vejez.

Existen muchos mitos a cerca de este acontecimiento y, en general, se podría decir que la mayoría de las personas la aborda de una forma poco realista. Para empezar, suele existir la falsa idea de que trabajar a cambio de un salario es la única forma de ser activo y productivo. Realmente, mucha gente en su día a día permanece activa y resulta productiva a nivel social sin recibir un salario por ello. Pensemos por un momento en la labor de los voluntarios, por ejemplo. Gracias a su actividad muchos proyectos de gran calado social salen a delante y, sin embargo, lo hacen de forma altruista, sin recibir nada a cambio. O las amas de casa, que realizan un gran trabajo diario sin que sea reconocida su labor como tal. Así pues, confundir actividad y productividad con trabajo remunerado parece un grave error.

Por otro lado, la jubilación muchas veces se equipara a inactividad, incapacidad, malestar, etc. Es cierto que la jubilación supone un cambio drástico en la vida de las personas, pero este cambio no tiene por qué ser negativo. Es más, la jubilación puede ser un periodo de gran satisfacción si las personas la abordan de una forma realista, positiva y activa. Es una etapa que puede servir para el autodesarrollo, para retomar proyectos que se abandonaron por falta de tiempo.

Es importante anticipar lo que será esta etapa de nuestra vida en muchos aspectos y, al igual que nos preocupamos de cómo serán nuestras finanzas, deberíamos preocuparnos de cómo va a cambiar el resto de aspectos de nuestra vida.

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Para empezar, es importante pensar, de una forma realista, en qué se va a emplear todo el tiempo libre. Mucha gente hace grandes planes para esta época que, finalmente no lleva a cabo. Otras, cogen “unas vacaciones” antes de comenzar con todo lo que tenían pensado, que terminan por alargarse indefinidamente pero sin proporcionarles una satisfacción acorde. Si bien la jubilación está pensada para descansar, pasarse todo el día mano sobre mano no resulta estimulante. Y para una persona acostumbrada a una dinámica laboral puede resultar realmente desmotivador y aburrido. Por eso puede resultar muy provechoso pensar en qué cosas se han ido posponiendo por falta de tiempo (aprender a manejar internet, volver a estudiar, aprender a pintar, hacer gimnasia, ir a nadar, salir más con los amigos, etc.) y hacer un plan para llevarlas a cabo. No es necesario hacerlas todas a la vez ni sobrecargarnos de actividades. Simplemente se trata de ir marcando una serie de actividades que se realicen de forma cotidiana para terminar teniendo una rutina de actividades que nos beneficie.

Es muy importante tener presente que en muchas ocasiones el trabajo es fuente de autoestima y reconocimiento. Cualquier persona que disfrute de su trabajo, que tenga una buena relación con sus compañeros, que sienta que hace algo que le satisface va a notar un cambio al jubilarse. En estos casos es importante que se afronte el cambio buscando fuentes de satisfacción alternativas. Existen muchas formas de sentirse satisfecho y cada persona deberá buscar la suya, pero actividades como el voluntariado, volver a estudiar o retomar antiguas aficiones son señaladas como fuente de alta satisfacción por las personas que las llevan a cabo, siendo la primera la que más se valora. Las personas que dedican un tiempo semanal al voluntariado suelen señalar que esta actividad les aporta más a ellos que al contrario, dándole importancia a aspectos como sentirse bien con uno mismo o sentir que se ayuda a otros. Por tanto, esto ayudaría a mantener una autoestima sana.

Además, la jubilación es una época en la que se puede aumentar las relaciones intergeneracionales dentro de la familia (aumentar el contacto con hijos, nietos, sobrinos, etc.) así como estrechar las relaciones sociales con nuestro círculo social; incluso crear círculos nuevos.

Un envejecimiento saludable pasa por un envejecimiento activo. Puesto que la jubilación está libre de las cargas laborales es el momento ideal para volver a pensar en qué nos gusta y a qué queremos dedicar nuestro tiempo. Pero siempre de una forma realista y serena.

Alzheimer: los mitos más comunes

Alzheimer: los mitos más comunes

La OMS define la demencia como un síndrome que implica el deterioro de la memoria, el intelecto, el comportamiento y la capacidad para realizar las actividades de la vida diaria. Este síndrome tiene un impacto físico, psicológico, social y económico en la vida del enfermo, de su familia y cuidadores. La más común de todas es la enfermedad de alzheimer, siendo diagnosticada entre un 60-70% de las ocasiones. Sin embargo, en la actualidad se acepta que hay más de setenta causas y enfermedades diversas que pueden hacer que una persona curse con demencia.

Debido al aumento de la esperanza de vida, la demencia, en concreto el alzheimer, comienza a ser una enfermedad tristemente común, especialmente en los países más desarrollados, pues son también los más envejecidos. Pese a estar ya relativamente acostumbrados a convivir con esta patología, siguen perdurando una serie de mitos y falsas creencias que no ayudan a la comprensión de la enfermedad ni de la persona que la padece. A continuación vamos a realizar un repaso sobre los principales mitos entorno al alzheimer para intentar clarificarlos.

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Mito 1: el alzheimer es el producto natural o normal del proceso de envejecimiento.

Si bien la mayoría de las personas que sufren demencia son mayores, no todas las personas mayores están aquejadas de esta enfermedad. Muchas personas mayores están perfectamente sanas y no padecen esta patología. El alzheimer, además, va mucho más allá de los cambios normales esperables por el paso del tiempo (como enlentecimiento o pequeños cambios en la memoria), afectando a todas las esferas de la vida del enfermo y de su familia. Por otro lado, hay personas de mediana edad (entre 45 y 60 años) que son diagnosticadas de esta patología, con lo cual, si bien es más común durante la ancianidad, no es exclusiva de esta etapa de la vida.

Mito 2: el alzheimer es una enfermedad de origen vírico.

En un primer momento, se postuló que el alzheimer podría tener su origen en diferentes procesos infecciosos de origen vírico. Esta hipótesis quedó desechada hace años, si bien recientemente se ha señalado que el virus del herpes común podría estar relacionado; aunque aún es preciso realizar investigaciones para poder vincular ambas patologías, así como descubrir los mecanismos implicados.

Mito 3: los enfermos de alzheimer pueden controlar su comportamiento, pero muchas veces no lo hacen para fastidiar.

No es raro escuchar este tipo de afirmaciones por parte de familiares o cuidadores de enfermos de alzheimer; piensan que a veces el enfermo pretende llamar la atención con cierto comportamiento, ya que en otras ocasiones es capaz de controlarse. En estos casos, lo que ocurre es que no se dispone de información sobre el modo de cursar de esta demencia. Es algo lento, gradual, con un comienzo insidioso que hace muy difícil realizar una diagnosis temprana. Una vez que la enfermedad se ha hecho patente, el paciente no permanece en una situación estable, es un proceso en el que, gradualmente, se van perdiendo diversas facultades. Sin embargo, en ciertas ocasiones los pacientes parecen recobrar parte de sus capacidades mentales; aunque de forma temporal. Estos altibajos son normales en el proceso, por lo que no es un capricho del enfermo el comportarse de un modo u otro.

Mito 4: Cualquier cambio en la memoria a partir de los 65 años es signo inequívoco de alzheimer.

Muchas personas, especialmente cuando pasan de los 60 años, suelen preocuparse cuando tienen despistes u olvidos. Con la edad es normal que aparezcan pequeños cambios de memoria (o en la capacidad de atención y concentración). Si bien los problemas de memoria pueden ser un primer indicador de la aparición de la enfermedad, esto suele ir ligado a otros síntomas, como cambios de personalidad, disminución de la fluencia lingüística (a la persona se le quedan muchas palabras en la punta de la lengua), disminución de la capacidad de concentración, problemas con la orientación, cambios bruscos de carácter, etc. Aun así, si una persona está preocupada por el estado de su memoria (pues cree tener muchos olvidos y despistes), tenga la edad que tenga, puede consultarlo con su médico de cabecera.

Mito 5: una vez que aparece la enfermedad, no hay nada que hacer.

Es cierto que a día de hoy no contamos un tratamiento curativo para esta patología, pero sí existen tratamientos e intervenciones que ralentizan el curso de la enfermedad, aumentando así el tiempo en que la persona es funcional y su calidad de vida.

Reivindicando la vejez

El mundo que nos rodea es muy complejo. Si nuestro cerebro tuviese que procesar toda la información que percibe, se vería colapsado. Pensemos que mientras leemos este texto, nuestro cerebro realiza muchas operaciones a la vez: por un lado, procesar lo que está leyendo de forma consciente, además, somos capaces de escuchar qué sucede a nuestro alrededor, procesar ideas que cruzan nuestra mente (y que no tienen por qué estar relacionadas); por otro lado, de forma automática, mantiene la postura corporal, la temperatura, la respiración, el latido del corazón, libera hormonas y neurotransmisores y hasta es capaz de avisarnos de que en breve tendremos mucha hambre, entre otras muchas cosas. Por ello, desarrollamos “trucos” o “atajos” mentales que nos sirven para simplificar la realidad que nos rodea y poder procesar la información de una forma más efectiva. Uno de estos atajos son los estereotipos. Los estereotipos son simplificaciones que hacemos en relación a los individuos. Los categorizamos, juzgamos y etiquetamos en función de unas pocas características (su raza, credo, orientación política, país de procedencia, etc.); atribuyéndoles rasgos que creemos comunes a ese grupo. Todos, en mayor o menor medida, empleamos estereotipos (aunque es cierto que podemos intentar ser críticos e procurar ser más justos con las personas que tenemos delante).

Los estereotipos sobre las personas mayores son curiosos. Me gusta simplificarlos en “o son dependientes o juegan al golf”. Sobre la ancianidad existen muchísimos mitos y prejuicios, pero quizá los más extendidos se puedan agrupar bajo estos dos. Vemos a las personas mayores como dependientes, enfermas, inválidas e incapaces de tomar decisiones por sí mismas o personas despreocupadas, sin ningún tipo de atadura o problema, que pasa lo que son los años dorados de su vida en largas partidas de golf. Basta pasarse por la puerta de un colegio para ver que estos estereotipos no parecen adaptar a los cientos de abuelos (casi se merecen el título de superabuelos) que siguen dando el callo por su familia; ayudando a sus hijos con la crianza de la siguiente generación o siendo el sustento económico familiar en estos momentos de dura crisis. Si algo tengo claro de mi trabajo con mayores es que no existen dos personas iguales. Cuando se ha estado toda su vida practicando cómo ser uno mismo es difícil parecernos a otro. Por todo esto, estaría bien que empezásemos a abrir un poco la mente sobre nuestra visión de las personas mayores, la ancianidad y el proceso de envejecimiento. Quizá la diversidad que encontramos nos asombre. Quizá empecemos a entender y aprehender que llegar a anciano significa no morir antes de tiempo, ser testigo de primera mano de todos los cambios que un ser humano puede experimentar; que la edad nos da sabiduría, perspectiva y, sobre todo, la capacidad de relativizar. El día que entendamos y asumamos estas ideas básicas empezaremos a tratar con más respeto a nuestros mayores y a ver la ancianidad como otra etapa más de la vida, una etapa que merece la pena conocer.

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Por eso, este blog pretende ser una pequeña ventana para que todos podamos asomarnos al mundo de la ancianidad, desde los profesionales que cada día trabajamos en el sector a los familiares, pasando por supuesto por los propios protagonistas: los mayores.