Sexualidad en la tercera edad

Hay ciertas facetas que nos acompañan desde el momento del nacimiento hasta la muerte. Una de ellas es la sexualidad. Si bien el siglo XX fue el siglo de la revolución sexual, quedan aún muchos tabúes y mitos por derribar. Uno de ellos, sin lugar a dudas, es la sexualidad durante la ancianidad.

Gran parte de la población piensa, erróneamente, que las personas mayores no tienen deseo sexual o no disfrutan por igual del sexo. Si bien la sexualidad es diferente en las distintas etapas que una persona atraviesa a lo largo de su vida, siempre está presente. Dicho de otro modo, puede que a los 80 no haya la misma elasticidad que a los 20, pero sí puede haber el mismo deseo.

El envejecimiento sano lleva parejo una serie de cambios que afectan directamente a la vida sexual de las personas. El primero que nos puede venir a la mente, por ser el más obvio, es la menopausia, ya que a partir de este momento, las mujeres no pueden quedar embarazadas. Además de los cambios puramente físicos (puede aparecer menor lubricación, menor elasticidad de las paredes vaginales, disminución del deseo sexual por motivos hormonales, etc.) hay que pensar que este proceso tiene un impacto psicológico en las mujeres que lo viven. Algunas pueden verse liberadas del miedo a un embarazo no deseado, lo que puede llevar a que tengan una actitud más relajada y positiva frente al sexo. Otras, sin embargo, pueden sentirse menos atractivas o menos a gusto con su cuerpo, lo que les puede causar una disminución del deseo sexual. En cuanto a los hombres, deberemos hablar de la andropausia, una especie de menopausia masculina debido a los cambios hormonales, entre ellos los cambios de la testosterona. Obviamente, es más difícil poder marcar su presencia, puesto que no se cuenta con indicadores tan claros como en las mujeres. Sin embargo, al aumentar la edad algunos hombres tienen dificultades para lograr y mantener la erección, problemas para alcanzar el orgasmo o puede ocurrir que lo tengan precozmente, disminución de la libido, etc.

A los factores debidos exclusivamente al envejecimiento debemos sumar el impacto que ciertas patologías (como la depresión, problemas reumatoides, problemas de movilidad, etc.) o el consumo de medicamentos tienen en las relacionas sexuales durante la vejez. Además, el factor social es importante y puede tener repercusiones negativas. Muchas personas mayores son viudas o se encuentran en situación de aislamiento. Por otro lado, la sexualidad en la tercera edad continua siendo una mezcla entre tabú y motivo de mofa en la sociedad, lo que hace que algunas personas mayores se sientan coartadas a la hora de buscar pareja, por ejemplo.

Aun con todo, debemos tener presente que la mayoría de problemas físicos y psicológicos que pueden surgir a causa del envejecimiento cuentan con algún tipo de abordaje terapéutico. Desde el uso de lubricantes a técnicas de control de la eyaculación, disponemos de un gran abanico de ayudas que se traducen en una mayor salud y disfrute sexual. Por supuesto, todo el mundo pensará también en fármacos que se han desarrollado para poder lograr y mantener la erección.

Uno de los problemas más graves en relación a la sexualidad en la tercera edad es el hecho de que las personas que en este momento son ancianas crecieron sin apenas educación sexual. Esto provoca que mantengan conductas negativas hacia el sexo o tengan creencias erróneas. Sin ir más lejos, el uso del preservativo es algo a lo que muchos mayores no están acostumbrados, ni tan siquiera familiarizados. Porque si bien el riesgo de embarazo puede no estar presente, las enfermedades de trasmisión sexual no entienden de edad. Tampoco es raro encontrarse con mujeres mayores que han tenido una vida sexual bastante reprimida e insatisfactoria, debido a la educación que recibieron, y que se muestren reacias a cualquier tipo de consideración sexual.

Por otro lado, no debemos entender la sexualidad sólo como el mero coito. El sexo puede representar mucho más que un mero intercambio de fluidos satisfactorio. Es una forma de mostrar afecto, intimidad, compromiso, ternura, etc. Muchas personas mayores que viven en pareja dicen tener encuentros sexuales plenamente satisfactorios pero que son diferentes a los que tenían en edades más tempranas. El sexo puede no girar tanto en torno a la penetración o consecución del orgasmo y estar más centrado en la ternura, las caricias, besos o abrazos.

Es importante que la sociedad en general y, especialmente, los profesionales que trabajamos con personas mayores, dejemos atrás conductas paternalistas, en las que creemos que los mayores no tienen deseo, no sienten necesidades sexuales o no disfrutan de ellas, para poder abordar el tema con naturalidad, proporcionando la información adecuada y mostrando el respeto debido.

Las personas mayores deben sentirse libres de explorar y disfrutar de su sexualidad beneficiándose del derecho a la libertad y a la educación que cualquier ciudadano posee.

 

Maltrato y tercera edad

El maltrato es una forma de agresión en el contexto de una relación entre dos o más personas. Maltrato y abuso son dos conceptos que van de la mano, puesto que cuando se maltrata a una persona se abusa de ella en una o varias facetas de su vida, causándole problemas tanto físicos como psicológicos. Todos podemos ser víctimas de una situación de abuso o maltrato y esta situación tendrá sus particularidades en función de quién es la víctima, aunque guarde parecido de un colectivo a otro.

Cuando hablamos de maltrato o abuso, el primero que nos viene a la mente es el físico (por ser el más obvio y fácil de identificar); en este caso, se trataría de la violencia ejercida sobre una persona a través de golpes, pellizcos, tirones de pelo, etc. Aunque sea la forma más obvia de dañar a otros, no debemos olvidar que existen otras formas de maltrato: el psicológico (aquel que se basa en la destrucción de la autoestima de la otra persona, mediante insultos, vejaciones, humillaciones, etc.), el económico (en el que una persona abusa de las posibilidades económicas de otra, por ejemplo, robándole la pensión sistemáticamente), la negligencia en el cuidado (cuando no se satisfacen necesidades básicas de una persona que depende de otra) y el sexual.

Como decía, cualquier persona puede sufrir maltrato; sin embargo, existen colectivos que, debido a su vulnerabilidad, tienen más posibilidades de verse en esta situación. Tradicionalmente, se ha prestado mucha atención en el maltrato a la infancia y, en la actualidad, las sociedades más desarrolladas han comenzado a reparar en el que sufren otros grupos, como es el caso del maltrato a la mujer. Sin embargo, existen pocos estudios acerca de esta problemática en la tercera edad; de tal modo que no se encuentran datos precisos sobre la incidencia de este fenómeno en nuestro país, aunque los expertos afirman que es más habitual de lo que se puede creer. Al igual que ocurre (y, sobre todo, ocurría) con el maltrato a mujeres, no es que la situación sea nueva, sino que hasta hace poco no se reconocía como problemática e, incluso, era negada o justificada por las víctimas y el entorno. Muchas personas ancianas que son maltratadas de diversa forma no reconocen estar en esta situación bien por vergüenza, miedo a las represalias o por negar una situación que les resulta muy dolorosa; en el peor de los casos, se encuentran en una situación de dependencia que no les permite denunciar lo ocurrido. No olvidemos que, en estos casos, en muchas ocasiones, el maltrato se sufre dentro del seno familiar y las víctimas son personas ancianas, por lo general, en estado de dependencia hacia su maltratador.

Algunos de los factores de riesgo o vulnerabilidad para sufrir maltrato en la ancianidad son tener edad avanzada, estado de salud menguado, dependencia física, deterioro cognitivo, aislamiento social, entre otros. En relación al maltratador, aunque no se ha establecido un perfil, existen una serie de factores que podrían desencadenar esta conducta, como son la sobrecarga física o emocional, padecer trastornos psiquiátricos, abuso de alcohol u otras sustancias, etc.

Como ocurría con el maltrato o abuso a mujeres, hasta hace muy poco, socialmente se justificaba de alguna forma o se minusvaloraba la importancia y el impacto de este sobre la víctima. ¿Cuántas veces no vemos en la televisión el estereotipo del anciano incapaz, del que todo el mundo se ríe, aunque lo hagan de una forma “benévola”?. ¿Cuántas veces hemos oído a alguien decir “tú cállate, abuelo, que de esto no sabes”?; es más, ¿cuántos veces se presiona a personas mayores para que tomen decisiones sobre sus propias financias con el objetivo de beneficiar a terceros?. ¿Cuántos mayores se encuentran en una situación de negligencia, recibiendo menos cuidados de los que necesitan o siendo estos cuidados de escasa calidad?

Algunas formas de maltrato son más sibilinas y difíciles de detectar que otras. Así, una bofetada nos hace evidente el abuso, pero sin embargo, actos como minusvalorar, tratar de forma paternalista, no tener en cuenta la opinión, parecen más difíciles de identificar con la palabra maltrato. Estos últimos (los abusos psicológicos y económicos) son probablemente los que más sufren el colectivo de mayores.

Solo espero que cuando el primer estudio sobre la incidencia de este problema aparezca estemos preparados para lo que nos cuente. Algo me dice que, como sociedad que se cree avanzada, los números nos van a sorprender y sonrojar por partes iguales.