Demencia y comunicación

Uno de los grandes retos del entorno (familiares y cuidadores) de los pacientes con demencia es la comunicación. En los primeros estadios de la patología el lenguaje no se verá alterado o solo ligeramente, pero conforme avance la enfermedad, se tornará más complicado comunicarse con el afectado. Por un lado, el paciente suele mostrar una baja fluencia lingüística (cada vez se le quedan más palabras en la punta de la lengua y le cuesta más encontrar la palabra que busca, haciéndose difícil entender lo que quiere expresar), por otro, su comprensión irá disminuyendo, por lo que las frases largas, los dobles sentidos, la ironía, etc. pueden no entenderse bien.

Además, poco a poco irá disminuyendo el abanico de temas que el paciente aborda, circusncribiéndose cada vez más a aspectos que le rodean. La capacidad de abstracción irá desapareciendo, para solo poder hablar de lo concreto que está delante.

Para tratar de mejorar la comunicación con personas aquejadas de demencia es bueno seguir una serie de pautas:

  • Hablar vocalizando bien y de forma clara, asegurándonos de que la persona nos oye, pero sin gritar (porque podemos asustarles). Debemos situarnos cara a cara y manteniendo el contacto visual. Si la persona es cercana a nosotros, pequeños contactos físicos (coger de la mano, acariciar el hombro, etc.) pueden ayudar a centrar su atención y relajarlo. Hay que tener cuidado con el contacto físico y retirarlo si vemos que a la persona le incomoda.
  • Tanto si la persona no tiene problemas auditivos como si lleva audífono es bueno bajar un poquito el tono de voz (intentar que nuestra voz suene más grave). Las personas mayores escuchan mejor las voces graves y mucho peor las agudas. Si hablamos muy alto, la persona puede pensar que estamos enfadados. Además, debemos hablar siempre de forma tranquila.
  • Es reomcomendable hacer gestos con las manos para resaltar lo que se dice (por ejemplo, señalar el objeto del que habla, señalar a la persona a la que se refiere, hacer gestos imitando las acciones de las que se habla, etc.). Hay que tener cuidado en que los gestos no resulten amenazantes ni que le den miedo.
  • Resulta fundamental eliminar los ruídos innecesarios que distraigan la atención de la persona. Es importante apagar la tv y la radio (esto ayudará a que la persona centre su atención en nosotros) o no tratar de obtener respuesta si hay más conversaciones en curso a nuestro alrededor.
  • Debemos utilizar frases cortas (no más de cuatro o cinco palabras) y las palabras deben de ser sencillas. Cada frase debe contener una idea; por ejemplo «¿te apetece que vayamos al parque para ver si están tus amigos y tomamos un mosto con ellos?» es un ejemplo de mala comuniación. Lo correcto sería «¿quieres ir al parque?». El resto, se lo propondremos al ver a sus amigos.
  • Es positivo utilizar el nombre del paciente al hablar con él, cuando se habla de uno mismo señálarse con la mano y no emplear pronombres (él, ella, eso) sino nombres (Juan, Rosa, pan). No diremos «pásame eso» o «ella vendrá después» sino «pásame el pan» o «Rosa vendrá después».
  • Las preguntas deben formularse de una en una. Cuando la enfermedad avanza, las preguntas no deben ser abiertas a muchas posibles respuestas (por ejemplo, no debemos preguntarle qué quiere comer, sino que le propondremos dos opciones para escoger, restringiendo así el número de posibles respuestas). Esto facilita al paciente la tarea de escoger. Tampoco debemos incluir diferentes actividades en la misma pregunta; no diremos «¿quieres ir al parque o a casa de Juan?», le preguntaremos una cosa y después la otra. Si hace falta repetir una pregunta, procuraremos emplear las mismas palabras.
  • Hay que hablar lentamente, pronunciando con claridad y esperar a que la persona conteste. Lo que puede parecer un silencio largo puede ser el tiempo que la persona necesita para comprender la pregunta y pensar la respuesta. Si en dos o tres minutos la persona no nos ha contestado, podemos repetir la pregunta (sin urgir la respuesta ni con reproches por tener que hacerlo) asegurándonos de que nos escucha bien .
  • Nunca hay que dar por sentado que la persona no nos entiende; con la demencia, las capacidades fluctúan y pueden tener breves periodos en los que parece recuperar una pequeña parte de sus capacidades.
  • Nunca debemos hablar de la persona como si no estuviera deltante, como si fuera tonta o estuviera loca. El enfermo puede darse cuenta de que hablan de él aunque no entienda qué se está diciendo. Esto puede hacer que se sienta triste, agresivo o que piense que le quieren hacer daño.

Uno de los aspectos que más suele agobiar al entorno cercano es la reiteración de preguntas y frases. Los afectados de demencia comúnmente repiten una y otra vez las mismas frases y preguntas muchas veces por lo mismo. Sobre esto, os invito a ver este sensacional corto que resume magistralmente la regla de oro: paciencia y respeto.

Maltrato y tercera edad

El maltrato es una forma de agresión en el contexto de una relación entre dos o más personas. Maltrato y abuso son dos conceptos que van de la mano, puesto que cuando se maltrata a una persona se abusa de ella en una o varias facetas de su vida, causándole problemas tanto físicos como psicológicos. Todos podemos ser víctimas de una situación de abuso o maltrato y esta situación tendrá sus particularidades en función de quién es la víctima, aunque guarde parecido de un colectivo a otro.

Cuando hablamos de maltrato o abuso, el primero que nos viene a la mente es el físico (por ser el más obvio y fácil de identificar); en este caso, se trataría de la violencia ejercida sobre una persona a través de golpes, pellizcos, tirones de pelo, etc. Aunque sea la forma más obvia de dañar a otros, no debemos olvidar que existen otras formas de maltrato: el psicológico (aquel que se basa en la destrucción de la autoestima de la otra persona, mediante insultos, vejaciones, humillaciones, etc.), el económico (en el que una persona abusa de las posibilidades económicas de otra, por ejemplo, robándole la pensión sistemáticamente), la negligencia en el cuidado (cuando no se satisfacen necesidades básicas de una persona que depende de otra) y el sexual.

Como decía, cualquier persona puede sufrir maltrato; sin embargo, existen colectivos que, debido a su vulnerabilidad, tienen más posibilidades de verse en esta situación. Tradicionalmente, se ha prestado mucha atención en el maltrato a la infancia y, en la actualidad, las sociedades más desarrolladas han comenzado a reparar en el que sufren otros grupos, como es el caso del maltrato a la mujer. Sin embargo, existen pocos estudios acerca de esta problemática en la tercera edad; de tal modo que no se encuentran datos precisos sobre la incidencia de este fenómeno en nuestro país, aunque los expertos afirman que es más habitual de lo que se puede creer. Al igual que ocurre (y, sobre todo, ocurría) con el maltrato a mujeres, no es que la situación sea nueva, sino que hasta hace poco no se reconocía como problemática e, incluso, era negada o justificada por las víctimas y el entorno. Muchas personas ancianas que son maltratadas de diversa forma no reconocen estar en esta situación bien por vergüenza, miedo a las represalias o por negar una situación que les resulta muy dolorosa; en el peor de los casos, se encuentran en una situación de dependencia que no les permite denunciar lo ocurrido. No olvidemos que, en estos casos, en muchas ocasiones, el maltrato se sufre dentro del seno familiar y las víctimas son personas ancianas, por lo general, en estado de dependencia hacia su maltratador.

Algunos de los factores de riesgo o vulnerabilidad para sufrir maltrato en la ancianidad son tener edad avanzada, estado de salud menguado, dependencia física, deterioro cognitivo, aislamiento social, entre otros. En relación al maltratador, aunque no se ha establecido un perfil, existen una serie de factores que podrían desencadenar esta conducta, como son la sobrecarga física o emocional, padecer trastornos psiquiátricos, abuso de alcohol u otras sustancias, etc.

Como ocurría con el maltrato o abuso a mujeres, hasta hace muy poco, socialmente se justificaba de alguna forma o se minusvaloraba la importancia y el impacto de este sobre la víctima. ¿Cuántas veces no vemos en la televisión el estereotipo del anciano incapaz, del que todo el mundo se ríe, aunque lo hagan de una forma “benévola”?. ¿Cuántas veces hemos oído a alguien decir “tú cállate, abuelo, que de esto no sabes”?; es más, ¿cuántos veces se presiona a personas mayores para que tomen decisiones sobre sus propias financias con el objetivo de beneficiar a terceros?. ¿Cuántos mayores se encuentran en una situación de negligencia, recibiendo menos cuidados de los que necesitan o siendo estos cuidados de escasa calidad?

Algunas formas de maltrato son más sibilinas y difíciles de detectar que otras. Así, una bofetada nos hace evidente el abuso, pero sin embargo, actos como minusvalorar, tratar de forma paternalista, no tener en cuenta la opinión, parecen más difíciles de identificar con la palabra maltrato. Estos últimos (los abusos psicológicos y económicos) son probablemente los que más sufren el colectivo de mayores.

Solo espero que cuando el primer estudio sobre la incidencia de este problema aparezca estemos preparados para lo que nos cuente. Algo me dice que, como sociedad que se cree avanzada, los números nos van a sorprender y sonrojar por partes iguales.

Más mitos sobre el alzheimer

Hace unos días comentábamos algunos de los mitos más comunes que giran en torno a la enfermedad de alzheimer. Hablamos de la falsa creencia de verlo como un proceso derivado inequívocamente del envejecimiento, de que personas jóvenes pueden padecerla, de los altibajos y cambios de comportamiento que pueden observarse y sobre los síntomas más comunes en un inicio. Vamos a seguir con otros mitos ampliamente extendidos sobre esta enfermedad.

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Mito 5: Los enfermos de alzheimer no entienden nada. En las fases iniciales de la enfermedad, los pacientes pueden comprender y expresarse de un modo prácticamente normal. Poco a poco, su lenguaje se tornará más simple, con menos vocabulario y aparecerán problemas para entender el lenguaje complejo (ironía, dobles sentidos, oraciones subordinadas, etc.). Puede llegar un punto, cuando la enfermedad se encuentra en estadios muy avanzados, en que la persona pierda por completo la capacidad de expresarse y de comprender el lenguaje; sin embargo, la persona aquejada puede seguir interpretando el lenguaje no verbal. Notará cuando la voz que le habla lo hace con enfado o con tranquilidad, sentirá los besos, las caricias y los abrazos y le resultarán agradables como nos resultan agradables al resto. De todas formas, aun cuando parece que la persona no comprende nada de lo que se dice, no es aconsejable en modo alguno hablar de la persona como si no estuviera delante, dando por sentado que no puede entendernos.

Mito 6: Si contamos con antecedentes familiares padeceremos inevitablemente alzheimer. Pese a que se han encontrado factores genéticos ligados a la manifestación de la enfermedad y que el hecho de tener antecedentes familiares aumenta la posibilidad de aparición, no se trata de una herencia que pase de padres a hijos en todos los casos de forma inexorable. Por tanto, contar con historia familiar de dicha patología aumentaría la probabilidad, pero no nos depararía la enfermedad sí o sí.

Mito 7: la depresión causa alzheimer. Una creencia comúnmente extendida es que la depresión a ciertas edades puede causar esta patología. Este mito nace debido a que en algunas personas los primeros signos de la enfermedad que se muestran son similares a una depresión, siendo muchas veces diagnosticada esta enfermedad; sin embargo, el cuadro que causa la apatía, fallos de memoria, cambios de humor, etc. es la demencia. Ahora bien, hemos dicho que la depresión no causa demencia, pero si puede aumentar la probabilidad de su aparición. Una persona que muestre un cuadro depresivo durante muchos años, sin mostrar mejorías notables, que lo lleve a aislarse socialmente, reduciendo sus actividades de ocio, estando de baja laboral, etc. tiene más posibilidades de padecer alzheimer debido a la inactividad (en unos días abordaremos la importancia de crear reserva cognitiva).

Mito 8: el alzheimer se puede prevenir y curar. Por desgracia, a día de hoy no se ha descubierto ningún tratamiento que cure dicha patología, si bien es cierto que existen fármacos y terapias psicológicas que ayudan a mejorar la calidad de vida del paciente y a ralentizar el avance del mismo. Lo mismo ocurre con la prevención. A día de hoy no se cuenta con ningún tratamiento que prevenga la aparición de la enfermedad, pero como ya hemos comentado en otras ocasiones, mantener un estilo de vida activo, realizar actividades que impliquen trabajo cognitivo y mantener una buena red de relaciones sociales sirven para reducir el riesgo de aparición y que, en caso de aparecer la enfermedad, seamos capaces de lidiar mejor con ella.

Mito 9: la memoria es lo único que se afecta. El alzheimer implica una pérdida gradual y global del intelecto. Esto significa que aunque las primeras manifestaciones puedan observarse en la memoria o en el lenguaje, poco a poco otras áreas como la orientación personal y temporo-espacial, la gnosia, la praxia, el razonamiento abstracto, las funciones ejecutivas, la atención, etc. van a ir comprometiéndose. Pese a que se asocie el alzheimer con problemas de memoria, no debemos perder de vista que son todas las capacidades intelectuales las que se deterioran.

Mito 10: El primer signo siempre de aparición de la enfermedad son cambios en la memoria. Si bien es cierto que la memoria es una de las funciones que primero se ve afectada por la patología, no siempre es la función en la que aparecen los primeros signos notorios o que primero perciben los afectados. Algunos pacientes refieren problemas con la fluidez del lenguaje (sienten que las palabras se les quedan en la punta de la lengua con mucha frecuencia), en la capacidad de orientación o en la capacidad de concentración y de razonamiento.

Podcast Convivir en Igualdade 2 de Junio de 2016: Profesionales socio-sanitarios

Semanalmente, Pilar Ónega, representante de Personas WIP, participa en el programa de Radio Galega «Convivir en Igualdade». Este verano me invitaron a colaraborar en uno de los programas hablando sobre productos que se emplean en la estimulación cognitiva, aquí os dejo el podcast:

 


 

 

 

El proceso de diferenciación

En contra de lo que se puede pensar, en el momento en que nacemos es en el que más nos parecemos unos a otros. Todos los bebés realizan las mismas actividades, aunque ya se puedan observar pequeñas diferencias entre ellos. Algunos son mejores comedores, otros lloran más, algunos duermen del tirón, pero en general, el abanico de conductas que presentan son escasas, limitadas y similares: comer, dormir, llorar y poco más.

Según vamos creciendo, vamos desarrollando nuestra propia identidad, nuestra propia forma de ser, nuestra personalidad. Todo lo que aprendemos, vemos, experimentamos, en definitiva, todo lo que vivimos nos moldea y cambia. Nos hace diferentes unos de otros. A este proceso, que se da durante todo el ciclo vital, desde el momento del nacimiento hasta la muerte, se le conoce como el proceso de diferenciación. Cuánto más vivimos y cuántas más experiencias distintas tenemos, más nos diferenciamos unos de otros. Y al llegar a la ancianidad es cuando este proceso de diferenciación se hace más evidente. Cuando llevamos 70, 80 o 90 años practicando a ser nosotros mismos es cuando menos nos parecemos unos a otros, cuando nuestra forma de ser, nuestro modo de pensar, de entender el mundo, es más único.

Sin embargo, desde la sociedad se da un curioso proceso de homogeneización de los ancianos. Damos por sentado que por el hecho de tener una determinada edad todos van a comportarse de un mismo modo, tener los mismos gustos y expectativas, la misma ideología, las mismas rutinas y costumbres, etc. Denominamos cohorte a los miembros de una misma generación. Parece bastante lógico pensar que las personas de una determinada cohorte tendrán más en común entre sí que con otras, puesto que han vivido fenómenos históricos comunes, estilos educacionales similares, experiencias vitales parecidas, etc. Y esto es cierto. Pero solo en parte. No se nos ocurriría pensar que todas las personas de 50 años sean idénticas unas a otras, pese a que todas vivieron el final de la dictadura y la transición, por ejemplo. Es probable que tengan referencias culturales parejas, pero no por ello van a tener un comportamiento, gustos o expectativas idénticas.

Sin embargo, asumimos que las personas mayores, por el simple hecho de serlo, se parecen mucho unas a otras, tienen las mismas aficiones, los mismos proyectos vitales, etc. Y, como ya hemos señalado en diferentes ocasiones en este blog, eso no deja de ser un prejuicio, ya que reduce a todos los ancianos a una caricatura en base al mero hecho de tener una determinada edad.

Las personas mayores dicen que es común escuchar sugerencias, nacidas desde la mejor de las intenciones, como “¿por qué no vas a tal sitio? Hay mucha gente de tu edad”, pero que suelen caer en saco roto. No todas las personas mayores quieren hacer gimnasia, tocar la pandereta, aprender bolillos, bailar, pertenecer a una coral o ir a clases de memoria. No todas las personas mayores tienen el mismo bagaje cultural, las mismas expectativas, las mismas experiencias. Y, si bien pueden compartir experiencias vitales o referentes culturales, eso no hace que su proyecto de vida actual deba ser el mismo. Porque aunque muchos parecen olvidarse, los mayores también tienen su propio plan de vida en marcha, sus propios proyectos y su propia visión de cómo será su futuro. Es habitual que ante la idea de “ve allí, hay mucha gente de tu edad”, la respuesta es “no quiero, eso está lleno de viejos”. Normalmente, es una forma de decir que la actividad que le proponemos no le interesa, ya que es probable que muchas de las amistades del anciano sean de su misma edad.

Es necesario que  las personas mayores se mantengan activas dentro de la comunidad y es aconsejable que realicen actividades que les resulten placenteras y estimulantes. Y también es aconsejable que su entorno cercano (principalmente las familias) traten de animarlos a desarrollar esas actividades, pero siempre teniendo presente cómo es la persona que tenemos delante. Si nunca ha ido a bailar, puede que sea porque no le gusta y a los 80 años no le apetezca aprender bailes de salón pero sí le interese un curso de tratamiento de imágenes con ordenador.

Para poder apoyar y entender a los ancianos lo más importante es dejar de ver un grupo homogéneo y empezar a fijarnos en cada persona que tenemos delante, con sus particularidades y complejidades.

 

Una jubilación realista

Uno de los aspectos más relevantes de la tercera edad es la jubilación. Es más, este hito tiene tanta importancia que en muchas ocasiones asimilamos la entrada en la tercera edad con el hecho de cesar el trabajo remunerado: el hecho de pasar de trabajador en activo a jubilado es el marco que tomamos para marcar la edad en la que consideramos que una persona ha alcanzado la vejez.

Existen muchos mitos a cerca de este acontecimiento y, en general, se podría decir que la mayoría de las personas la aborda de una forma poco realista. Para empezar, suele existir la falsa idea de que trabajar a cambio de un salario es la única forma de ser activo y productivo. Realmente, mucha gente en su día a día permanece activa y resulta productiva a nivel social sin recibir un salario por ello. Pensemos por un momento en la labor de los voluntarios, por ejemplo. Gracias a su actividad muchos proyectos de gran calado social salen a delante y, sin embargo, lo hacen de forma altruista, sin recibir nada a cambio. O las amas de casa, que realizan un gran trabajo diario sin que sea reconocida su labor como tal. Así pues, confundir actividad y productividad con trabajo remunerado parece un grave error.

Por otro lado, la jubilación muchas veces se equipara a inactividad, incapacidad, malestar, etc. Es cierto que la jubilación supone un cambio drástico en la vida de las personas, pero este cambio no tiene por qué ser negativo. Es más, la jubilación puede ser un periodo de gran satisfacción si las personas la abordan de una forma realista, positiva y activa. Es una etapa que puede servir para el autodesarrollo, para retomar proyectos que se abandonaron por falta de tiempo.

Es importante anticipar lo que será esta etapa de nuestra vida en muchos aspectos y, al igual que nos preocupamos de cómo serán nuestras finanzas, deberíamos preocuparnos de cómo va a cambiar el resto de aspectos de nuestra vida.

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Para empezar, es importante pensar, de una forma realista, en qué se va a emplear todo el tiempo libre. Mucha gente hace grandes planes para esta época que, finalmente no lleva a cabo. Otras, cogen “unas vacaciones” antes de comenzar con todo lo que tenían pensado, que terminan por alargarse indefinidamente pero sin proporcionarles una satisfacción acorde. Si bien la jubilación está pensada para descansar, pasarse todo el día mano sobre mano no resulta estimulante. Y para una persona acostumbrada a una dinámica laboral puede resultar realmente desmotivador y aburrido. Por eso puede resultar muy provechoso pensar en qué cosas se han ido posponiendo por falta de tiempo (aprender a manejar internet, volver a estudiar, aprender a pintar, hacer gimnasia, ir a nadar, salir más con los amigos, etc.) y hacer un plan para llevarlas a cabo. No es necesario hacerlas todas a la vez ni sobrecargarnos de actividades. Simplemente se trata de ir marcando una serie de actividades que se realicen de forma cotidiana para terminar teniendo una rutina de actividades que nos beneficie.

Es muy importante tener presente que en muchas ocasiones el trabajo es fuente de autoestima y reconocimiento. Cualquier persona que disfrute de su trabajo, que tenga una buena relación con sus compañeros, que sienta que hace algo que le satisface va a notar un cambio al jubilarse. En estos casos es importante que se afronte el cambio buscando fuentes de satisfacción alternativas. Existen muchas formas de sentirse satisfecho y cada persona deberá buscar la suya, pero actividades como el voluntariado, volver a estudiar o retomar antiguas aficiones son señaladas como fuente de alta satisfacción por las personas que las llevan a cabo, siendo la primera la que más se valora. Las personas que dedican un tiempo semanal al voluntariado suelen señalar que esta actividad les aporta más a ellos que al contrario, dándole importancia a aspectos como sentirse bien con uno mismo o sentir que se ayuda a otros. Por tanto, esto ayudaría a mantener una autoestima sana.

Además, la jubilación es una época en la que se puede aumentar las relaciones intergeneracionales dentro de la familia (aumentar el contacto con hijos, nietos, sobrinos, etc.) así como estrechar las relaciones sociales con nuestro círculo social; incluso crear círculos nuevos.

Un envejecimiento saludable pasa por un envejecimiento activo. Puesto que la jubilación está libre de las cargas laborales es el momento ideal para volver a pensar en qué nos gusta y a qué queremos dedicar nuestro tiempo. Pero siempre de una forma realista y serena.

¿Cómo serán los ancianos del siglo XXI?

Uno de los principales papeles y retos de cualquier estado moderno es prever cómo será la situación social en los próximos años en aras de realizar una planificación de los recursos en base a las nuevas necesidades de la población.

Es un hecho que la ancianidad, entendida como el último periodo de vida (habitualmente en situación laboral de jubilación o inactividad), está cambiando. Las diferencias más evidentes son en cuanto a número; es indudable que el auge de la Medicina y los avances sociales de los últimos años (acceso a alimentos, educación, medidas higiénicas, etc.) han aumentado la esperanza de vida de forma notable (situándola por encima de los 80 años en la mayoría de países desarrollados), lo que implica que cada vez hay más personas que sobreviven hasta la ancianidad y, además, que este periodo de la vida se ha alargado. Todos los países europeos, igual que todos los estados desarrollados, están observando cambios drásticos en sus pirámides poblacionales. Al aumento de la esperanza de vida tenemos que sumar el control de la natalidad que, si bien ha conseguido cambios sociables impensables hace años (planificación familiar, inclusión de la mujer en el mundo laboral, etc.), ha transformado las pirámides poblacionales clásicas. Así, el número de nacimientos por mujer disminuye mientras que aumenta el número de personas mayores y la edad a la que fallecen se alarga.

Este enlace http://www.ine.es/prensa/np870.pdf lleva a un documento del INE del año 2014 donde realiza una previsión para la población española en el año 2064, la pirámide poblacional que muestra es muy reveladora:

Pirámide poblacional proyectada por el INE para la población española en 2064
Pirámide poblacional proyectada por el INE para la población española en 2064

Es una obviedad resaltar la necesidad de estudiar esta situación con gran esmero y minuciosidad, ya que el coste sanitario y social se está disparando, sin asegurarnos un relevo generacional que haga frente económicamente en un futuro cercano a esta previsible situación de un mayor número de personas inactivas que activas (situación que además se ve agudizada por el efecto de la crisis, en las que un número nada desdeñable de jóvenes no ven posible independizarse y formar una familia). Pero más allá de las implicaciones económicas o políticas, me gustaría que recapacitásemos sobre cómo van a ser estos mayores del siglo XXI. Van a ser muchos, como hemos dicho, pero también muy diferentes al perfil actual del mayor. A los hijos del “baby boom” les queda poco para el retiro (y entrar así oficialmente en este grupo poblacional). Esta generación es cualitativamente diferente a la de sus padres (los actuales ancianos): vivieron la incorporación de la mujer al mundo laboral (lo que implica que veremos ancianas con pensiones contributivas, no viviendo de la “caridad” que suponen las actuales prestaciones no contributivas, difícilmente compatibles con la subsistencia digna); una generación con menos hijos (es decir, una red familiar de soporte menor) o un mayor acceso a la educación reglada (lo que implica mayor conocimiento sobre la articulación social, así como un aumento de hábitos saludables) son algunos de los aspectos que los diferencian. Esta generación está acostumbrada a ser ciudadana; es decir, a ser sujetos con derechos y deberes. ¿Se conformarán con las migajas que actualmente destinamos a los mayores?, ¿se resignarán a espacios no adaptados, a una organización social que les excluye?, ¿estarán de acuerdo con vivir como si no fuesen actores sociales de gran importancia? (quién dude de esto último que piense cuántas parejas pueden tener hijos gracias al soporte de los abuelos), ¿se mostrarán pasivos ante la sociedad en la que viven pero les ignora?

Cualquier opinión al respecto no es más que un futurible, una posibilidad, más que una afirmación o una predicción. Pero, ya en la actualidad, tenemos pistas de los cambios que se avecinan. Y, sino, pensemos en los yayoflautas.

Alzheimer: los mitos más comunes

Alzheimer: los mitos más comunes

La OMS define la demencia como un síndrome que implica el deterioro de la memoria, el intelecto, el comportamiento y la capacidad para realizar las actividades de la vida diaria. Este síndrome tiene un impacto físico, psicológico, social y económico en la vida del enfermo, de su familia y cuidadores. La más común de todas es la enfermedad de alzheimer, siendo diagnosticada entre un 60-70% de las ocasiones. Sin embargo, en la actualidad se acepta que hay más de setenta causas y enfermedades diversas que pueden hacer que una persona curse con demencia.

Debido al aumento de la esperanza de vida, la demencia, en concreto el alzheimer, comienza a ser una enfermedad tristemente común, especialmente en los países más desarrollados, pues son también los más envejecidos. Pese a estar ya relativamente acostumbrados a convivir con esta patología, siguen perdurando una serie de mitos y falsas creencias que no ayudan a la comprensión de la enfermedad ni de la persona que la padece. A continuación vamos a realizar un repaso sobre los principales mitos entorno al alzheimer para intentar clarificarlos.

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Mito 1: el alzheimer es el producto natural o normal del proceso de envejecimiento.

Si bien la mayoría de las personas que sufren demencia son mayores, no todas las personas mayores están aquejadas de esta enfermedad. Muchas personas mayores están perfectamente sanas y no padecen esta patología. El alzheimer, además, va mucho más allá de los cambios normales esperables por el paso del tiempo (como enlentecimiento o pequeños cambios en la memoria), afectando a todas las esferas de la vida del enfermo y de su familia. Por otro lado, hay personas de mediana edad (entre 45 y 60 años) que son diagnosticadas de esta patología, con lo cual, si bien es más común durante la ancianidad, no es exclusiva de esta etapa de la vida.

Mito 2: el alzheimer es una enfermedad de origen vírico.

En un primer momento, se postuló que el alzheimer podría tener su origen en diferentes procesos infecciosos de origen vírico. Esta hipótesis quedó desechada hace años, si bien recientemente se ha señalado que el virus del herpes común podría estar relacionado; aunque aún es preciso realizar investigaciones para poder vincular ambas patologías, así como descubrir los mecanismos implicados.

Mito 3: los enfermos de alzheimer pueden controlar su comportamiento, pero muchas veces no lo hacen para fastidiar.

No es raro escuchar este tipo de afirmaciones por parte de familiares o cuidadores de enfermos de alzheimer; piensan que a veces el enfermo pretende llamar la atención con cierto comportamiento, ya que en otras ocasiones es capaz de controlarse. En estos casos, lo que ocurre es que no se dispone de información sobre el modo de cursar de esta demencia. Es algo lento, gradual, con un comienzo insidioso que hace muy difícil realizar una diagnosis temprana. Una vez que la enfermedad se ha hecho patente, el paciente no permanece en una situación estable, es un proceso en el que, gradualmente, se van perdiendo diversas facultades. Sin embargo, en ciertas ocasiones los pacientes parecen recobrar parte de sus capacidades mentales; aunque de forma temporal. Estos altibajos son normales en el proceso, por lo que no es un capricho del enfermo el comportarse de un modo u otro.

Mito 4: Cualquier cambio en la memoria a partir de los 65 años es signo inequívoco de alzheimer.

Muchas personas, especialmente cuando pasan de los 60 años, suelen preocuparse cuando tienen despistes u olvidos. Con la edad es normal que aparezcan pequeños cambios de memoria (o en la capacidad de atención y concentración). Si bien los problemas de memoria pueden ser un primer indicador de la aparición de la enfermedad, esto suele ir ligado a otros síntomas, como cambios de personalidad, disminución de la fluencia lingüística (a la persona se le quedan muchas palabras en la punta de la lengua), disminución de la capacidad de concentración, problemas con la orientación, cambios bruscos de carácter, etc. Aun así, si una persona está preocupada por el estado de su memoria (pues cree tener muchos olvidos y despistes), tenga la edad que tenga, puede consultarlo con su médico de cabecera.

Mito 5: una vez que aparece la enfermedad, no hay nada que hacer.

Es cierto que a día de hoy no contamos un tratamiento curativo para esta patología, pero sí existen tratamientos e intervenciones que ralentizan el curso de la enfermedad, aumentando así el tiempo en que la persona es funcional y su calidad de vida.

La muerte, el duelo y las personas mayores

Llamamos duelo al proceso de adaptación psicológica que se produce tras una pérdida, real o figurada. Este estado de adaptación puede ocurrir tras la pérdida de un familiar por su fallecimiento, por la pérdida de un empleo, por la ruptura de una relación de amistad, etc. Aunque generalmente, cuando hablamos del periodo del duelo lo hacemos para referirnos al periodo que transcurre tras la pérdida de un ser querido, normalmente tras su muerte. Aunque durante los periodos de duelo se suele prestar una especial atención al estado emocional o psicológico de la persona afectada, otros ámbitos de su vida, como la salud física, las relaciones sociales, la personalidad, etc. también se ven afectadas.

Tras una pérdida, especialmente cuando se trata de alguien relevante para nosotros, la mente necesita un tiempo para asumir la nueva realidad, en la que ya no está la persona que queríamos, y adaptarse a la nueva vida en su ausencia. Generalmente, hablamos de la elaboración del duelo para referirnos a la secuencia de pasos por las que todas las personas pasan ante esta situación. Son cinco etapas que no tienen por qué presentarse en este orden, no tienen por qué tener una duración similar entre ellas (ni de una persona a otra), ni tan siquiera tienen por qué aparecer todas ellas durante el proceso de duelo y, una vez que se ha pasado por una de ellas, se puede volver a revivirla. Las cinco etapas que se suelen distinguir en el duelo son: La negación o aislamiento (durante esta fase, la persona no puede aceptar que realmente esa pérdida haya ocurrido), la ira (aparece un sentimiento de rabia y enfado por la situación, que a veces puede ir dirigido incluso hacia la persona fallecida, por el hecho de que nos haya dejado), la negociación (en esta fase, la persona trata de manejar su frustración y dolor tratando de buscar alguna forma de revertir la situación), la tristeza (esta fase es la que más identificamos con el duelo propiamente; en ella, la persona acepta que ha sufrido una pérdida, que la situación anterior no volverá y siente una profunda tristeza y vacío) y, por último, la aceptación (en esta fase, poco a poco, la persona que elabora el duelo asume la nueva situación en la que se encuentra y acepta el cambio, modificando su vida conforme a la circunstancia).

Todas estas fases son normales, necesarias e incluso saludables para asumir la pérdida de un ser querido. Generalmente, se estima que el tiempo que necesitamos para elaborar un duelo es entorno a seis meses o un año. Más allá de este tiempo, resulta recomendable buscar consejo de una profesional de la salud mental, por si no se está elaborando el duelo como debiera, estando la persona atascada en alguna fase sin pasar a la siguiente.

Imagen del cementerio de Maastricht, Holanda.
Imagen del cementerio de Maastricht, Holanda.

En las personas mayores, el duelo sigue las mismas pautas aunque con ciertos matices. Para empezar, en muchas ocasiones manifiestan una mayor cantidad de síntomas de malestar físico en lugar de malestar psicológico. Además, a veces gestionar sentimientos como la ira les resulta más complicado (sintiéndose culpables por tenerlos). Otra variable a tener en cuenta es que las personas mayores suelen tener más pérdidas que los jóvenes, ya que fallecen un mayor número de amigos o familiares cercanos (como hermanos) a edades avanzadas que durante la adultez joven. Por tanto, puede ocurrir que mientras están elaborando un duelo vuelvan a tener una pérdida. Es importante estar pendientes de la resolución de estas etapas de adaptación ya que pueden cronificarse, quedando sin resolver alguna etapa, pudiendo aparecer trastornos mayores como la depresión o estados relacionados con la ansiedad, que tienen repercusión, como es obvio, en la salud mental y en la física.

Además, como el número de fallecimiento es más elevado, las personas mayores comienzan a sentirse “supervivientes”, sintiendo que ya no les quedan amigos o familia con la que compartir sus recuerdos. Hagamos un ejercicio de empatía: un anciano mayor, pongamos 90, ha enterrado a padres, tíos, abuelos, muchas veces cónyuge, hermanos, cuñados, vecinos, conocidos, amigos del alma, incluso puede que hasta descendientes. No es cuestión de que esté solo, porque muchas veces tienen familia que le cuida. Es que les falta con quién rememorar su vida, con quién volver a reírse de esas anécdotas y hazañas del pasado. Y eso no te lo dan los hijos o los nietos, por más que nos esforcemos. Porque no es lo mismo estar entre amigos o personas con las que se ha realizado parte del viaje de la vida compartiendo recuerdos, que contárselo a alguien con quien puedes tener una relación estupenda, pero no deja de ser otro tipo de relación. Por eso es importante fomentar que las personas mayores hagan todo tipo de actividades, ya que eso les permitirá conocer gente nueva, evitando que se aislen y se sientan solas. Además, es importante fomentar las relaciones intergeneracionales dentro de la familia; porque si bien no es lo mismo, sí ayuda a disminuir la sensación de vacío y soledad.

La toma de medicamentos

Muchas personas mayores conviven con afecciones crónicas que precisan de tratamiento farmacológico. Algunas de las patologías más comunes entre la población anciana son la hipertensión, diferentes problemas cardiovasculares, diabetes, niveles altos de colesterol o problemas óseos.

Cuando se trata de la toma de medicamentos hay que tener en cuenta que la forma en que los consumimos es de fundamental importancia a la hora de que sean efectivos. Por eso, hay una serie de recomendaciones que son válidas para cualquier edad. La primera de ellas es no automedicarse. Es importante que los tratamientos que se consuman sean recetados por el médico, además de seguir las pautas que nos marque (es decir, tomar el tratamiento el tiempo indicado y de la forma prescrita). Esto implica que no se debería alargar su toma o cesar el consumo sin consultar al facultativo, ya que se puede poner en riesgo la salud.

Por tanto, no se deben tomar tratamientos por recomendación de personas que no sean médicos. No deben tomarse medicamentos caducados o almacenados de una forma contraria a la que indique el fabricante. Además, las medicaciones caducadas o las sobrantes deben ser llevadas a los puntos SIGRE donde pueden ser tratadas de forma adecuada para el medio ambiente (en prácticamente todas las farmacias se puede encontrar un punto SIGRE para el desechado de medicamentos).

Algunas personas mayores se encuentran polimedicadas, es decir, están consumiendo varios tratamientos a la vez. En ocasiones este consumo responde al tratamiento de enfermedades crónicas y pueden añadirse fármacos de forma puntual para problemas concretos. En estos casos, es fundamental seguir un sistema para evitar que la medicación se desorganice y no se tome como es debido.  Un listado claro, que incluya el nombre de la medicación y el principio activo, así como su dosis y número de tomas, ayudará a la hora de planificar los tratamientos. Hay que recordar que las tomas suelen indicarse en las recetas mediante tres dígitos, siendo 1 toma y 0 no toma (uno cada ocho horas o indicando las comidas principales), separados por un guion. Por ejemplo, si en la receta aparece 0-1-0 se indicaría que la persona debe tomar una dosis del tratamiento al mediodía.

La importancia de seguir un orden

En caso de ser varios tratamientos diferentes o precisar diferentes tomas, se aconseja el empleo de dispositivos como pastilleros, que permiten organizar la medicación (resultan especialmente útiles aquellos que no solo permiten organizar las pastillas por días de la semana, también por momentos a lo largo del día, por ejemplo, mañana, mediodía, tarde y noche). Esto evitará confusiones sobre si ya se ha tomado o no un tratamiento, evitando que no se tome o se tome dos veces el mismo por error. Cuando se organizan los pastilleros es fundamental prestar mucha atención, siguiendo algún sistema para evitar duplicidades. Evidentemente, en caso de que la persona mayor tenga cualquier problema que le incapacite para realizar esta tarea, deberá ser supervisada o llevada a cabo por otra persona para evitar que se cometan errores en la disposición.

Algunas recomendaciones a la hora de preparar el pastillero son las siguientes:

-Evitar que haya ruidos que nos distraigan, ya que es una actividad a la que debemos prestar toda nuestra atención.

-Seguir un listado de los fármacos que se van a preparar e ir por orden.

-Si una medicación se toma a diario, es mejor sacar las pastillas necesarias de la caja y luego distribuirlas que hacerlo de una en una, puesto que da lugar a más equívocos.

-Revisar que las pastillas se han repartido correctamente.

pastillero

En algunas ocasiones, las personas mayores que consumen mucha medicación se quejan de ello. En parte, es fácil comprender que resulta pesado, siendo un aspecto al que hay que prestar mucha atención (por ejemplo, si se hace un viaje o una comida fuera de casa). Además, puede ocurrir que el hecho de tomar un tratamiento haga que la persona se sienta enferma o tome conciencia de su enfermedad en ese momento. En casos extremos, las personas se niegan a tomar la medicación, aun cuando son conscientes de la necesidad de la misma. Aunque es comprensible que sea un aspecto pesado, hay que tener claro que los medicamentos y su correcto uso nos permiten gozar de una mayor salud y una mejor calidad de vida. Por eso, es importante saber para qué sirve cada una de las medicaciones que tomamos y qué ocurriría si no lo hiciésemos correctamente.

En personas mayores que presentan algún tipo de patología, especialmente cuando esta afecta a la cognición (como son las demencias) la toma de medicación recae en los cuidadores. Es fundamental que el cuidador preste una gran atención no solo a los tratamientos, también a los posibles efectos indeseados que puedan aparecer, ya que será con toda probabilidad quien deba manifestárselos al médico. En caso de que una persona afectada de demencia no quiera tomar la medicación, se puede preguntar al médico o al farmacéutico sistemas que se puedan emplear (por ejemplo, si determinado medicamento puede ser mezclado con zumo) para facilitar su ingesta.