La muerte, el duelo y las personas mayores

Llamamos duelo al proceso de adaptación psicológica que se produce tras una pérdida, real o figurada. Este estado de adaptación puede ocurrir tras la pérdida de un familiar por su fallecimiento, por la pérdida de un empleo, por la ruptura de una relación de amistad, etc. Aunque generalmente, cuando hablamos del periodo del duelo lo hacemos para referirnos al periodo que transcurre tras la pérdida de un ser querido, normalmente tras su muerte. Aunque durante los periodos de duelo se suele prestar una especial atención al estado emocional o psicológico de la persona afectada, otros ámbitos de su vida, como la salud física, las relaciones sociales, la personalidad, etc. también se ven afectadas.

Tras una pérdida, especialmente cuando se trata de alguien relevante para nosotros, la mente necesita un tiempo para asumir la nueva realidad, en la que ya no está la persona que queríamos, y adaptarse a la nueva vida en su ausencia. Generalmente, hablamos de la elaboración del duelo para referirnos a la secuencia de pasos por las que todas las personas pasan ante esta situación. Son cinco etapas que no tienen por qué presentarse en este orden, no tienen por qué tener una duración similar entre ellas (ni de una persona a otra), ni tan siquiera tienen por qué aparecer todas ellas durante el proceso de duelo y, una vez que se ha pasado por una de ellas, se puede volver a revivirla. Las cinco etapas que se suelen distinguir en el duelo son: La negación o aislamiento (durante esta fase, la persona no puede aceptar que realmente esa pérdida haya ocurrido), la ira (aparece un sentimiento de rabia y enfado por la situación, que a veces puede ir dirigido incluso hacia la persona fallecida, por el hecho de que nos haya dejado), la negociación (en esta fase, la persona trata de manejar su frustración y dolor tratando de buscar alguna forma de revertir la situación), la tristeza (esta fase es la que más identificamos con el duelo propiamente; en ella, la persona acepta que ha sufrido una pérdida, que la situación anterior no volverá y siente una profunda tristeza y vacío) y, por último, la aceptación (en esta fase, poco a poco, la persona que elabora el duelo asume la nueva situación en la que se encuentra y acepta el cambio, modificando su vida conforme a la circunstancia).

Todas estas fases son normales, necesarias e incluso saludables para asumir la pérdida de un ser querido. Generalmente, se estima que el tiempo que necesitamos para elaborar un duelo es entorno a seis meses o un año. Más allá de este tiempo, resulta recomendable buscar consejo de una profesional de la salud mental, por si no se está elaborando el duelo como debiera, estando la persona atascada en alguna fase sin pasar a la siguiente.

Imagen del cementerio de Maastricht, Holanda.
Imagen del cementerio de Maastricht, Holanda.

En las personas mayores, el duelo sigue las mismas pautas aunque con ciertos matices. Para empezar, en muchas ocasiones manifiestan una mayor cantidad de síntomas de malestar físico en lugar de malestar psicológico. Además, a veces gestionar sentimientos como la ira les resulta más complicado (sintiéndose culpables por tenerlos). Otra variable a tener en cuenta es que las personas mayores suelen tener más pérdidas que los jóvenes, ya que fallecen un mayor número de amigos o familiares cercanos (como hermanos) a edades avanzadas que durante la adultez joven. Por tanto, puede ocurrir que mientras están elaborando un duelo vuelvan a tener una pérdida. Es importante estar pendientes de la resolución de estas etapas de adaptación ya que pueden cronificarse, quedando sin resolver alguna etapa, pudiendo aparecer trastornos mayores como la depresión o estados relacionados con la ansiedad, que tienen repercusión, como es obvio, en la salud mental y en la física.

Además, como el número de fallecimiento es más elevado, las personas mayores comienzan a sentirse “supervivientes”, sintiendo que ya no les quedan amigos o familia con la que compartir sus recuerdos. Hagamos un ejercicio de empatía: un anciano mayor, pongamos 90, ha enterrado a padres, tíos, abuelos, muchas veces cónyuge, hermanos, cuñados, vecinos, conocidos, amigos del alma, incluso puede que hasta descendientes. No es cuestión de que esté solo, porque muchas veces tienen familia que le cuida. Es que les falta con quién rememorar su vida, con quién volver a reírse de esas anécdotas y hazañas del pasado. Y eso no te lo dan los hijos o los nietos, por más que nos esforcemos. Porque no es lo mismo estar entre amigos o personas con las que se ha realizado parte del viaje de la vida compartiendo recuerdos, que contárselo a alguien con quien puedes tener una relación estupenda, pero no deja de ser otro tipo de relación. Por eso es importante fomentar que las personas mayores hagan todo tipo de actividades, ya que eso les permitirá conocer gente nueva, evitando que se aislen y se sientan solas. Además, es importante fomentar las relaciones intergeneracionales dentro de la familia; porque si bien no es lo mismo, sí ayuda a disminuir la sensación de vacío y soledad.