Vejez y pobreza

Hoy os traigo una colaboración de Carmen Albores Maceiras que ha escrito una magnífica reflexión acerca de la anciandad en la sociedad actual. Carmen es una mujer de 67 años, con una enorme maestría escribiendo (como podréis comprobar a continuación) y las ideas muy claras. Estoy segura de que este texto os invitará a la reflexión:

La juventud,  (divino tesoro) en general,  es “riqueza”, vigor,  belleza física, salud, ilusión, alegría, entusiasmo, perspectiva de futuro, fuerza moral,  plena capacidad cognitiva y de aprendizaje, todos los bienes, en suma,  que son de una gran riqueza para los humanos.

En cambio la vejez es  decrepitud, “pobreza”, falta de fuerzas, deterioro sensorial y físico, falta de vigor , de ilusión, poca perspectiva de futuro, y a veces también deterioro intelectual,  depresión, falta de memoria, confusión en las ideas etc.

Todo esto lleva a que la gente mayor tenga  que sufrir determinadas humillaciones, así, si se olvidan las cosas, ello supone un descrédito social, “repíteselo porque seguro que no se acuerda”, o lo que es peor, “no se entera”, “no confíes que total no se va a acordar”, o cuando le ponen de manifiesto: “tu seguro que no te acuerdas, pero el otro día”… Si se está tratando de una cuestión novedosa, como  los nuevos comportamientos sociales,  modas  o tecnologías recientes, ya dan por sentado de que no lo vamos a entender o comprender… y que ello en todo caso nos va a ocasionar un rechazo, una repulsa y una crítica destructiva por nuestra parte.

Si el deterioro, es físico, ello conlleva, a que ya por sistema te griten suponiendo que estás medio sordo,  y en el caso de estarlo, ello provoca un aislamiento social y personal  y obliga  a retraerse sobre uno mismo en una escapada hacia la introspección. También es frecuente  que hablen por ti los más rápidos, o que los impacientes por tu lentitud  te digan “déjalo, ya voy yo, o “ya lo hago yo”, un acto que te convierte en inválido.

También por sistema estas condicionado a  que te proporcionen una dieta más blanda, (controlada en grasas y calorías),  suponiendo que ya no tienes una dentadura “apropiada”.  La lentitud propia de la edad es algo que exaspera  a muchos, así cuando subes al autobús, el conductor impaciente consigues que te vocee: ¡“a ver  señoraaaa, suuuba¡” (cosa que no dicen a los hombres…) ¡ Y para que hablar si vas de viaje con un grupo de gente mayor ,  la mayoría de los organizadores o guías, suelen “infantilizar” a la gente mayor,  tratarla de un modo paternalista, diciendo por ejemplo: “que ninguno se pierda, cuidado con los coches,  cuidado con las escaleras,  agárrate a la barandilla, allí están los lavabos”… y si se trata de una visita cultural suelen contarte simplezas, anécdotas o chascarrillos dando por supuesto que al fin y al cabo, somos como niños todavía con escasos conocimientos.

Y si ya llegamos a una situación de dependencia, la cosa se agrava, “ponte aquí, no te muevas, mastica con cuidado, bebe despacio, todo son infinitas órdenes a cumplir.  La discapacidad y dependencia se ve agravada por la pobreza, pues al no contar con recursos propios, se está a merced de la “buena voluntad” de los demás.  En cambio los que poseen un nivel económico alto,  eso  les permite  “contratar “servicios, que en  definitiva,  al depender económicamente de uno, siempre se doblegan a las necesidades y apetencias del contratante.

Algunas veces, en cambio, la riqueza favorece el expolio económico del anciano, ya sea por parte de familiares, instituciones, cuidadores y amigos,  fruto de la decadencia cognitiva y la falta de control sobre la riqueza que poseen. Hay  además empresas que parece que estén especializadas a captar el dinero de los ancianos, sobretodo de los que tienen el nivel  cultural más bajo, me refiero por ejemplo a los que le ofrecen excursiones casi regaladas y luego les hacen “demostraciones”, (así  las llaman), que no son otra cosa que ventas con una gran carga de coacción tanto por  la exaltación exagerada del producto como en el chantaje emocional.

Algunas instituciones eclesiásticas también suelen beneficiarse de los bienes de los ancianos aprovechando sus creencias religiosas, los animan a dejar sus bienes y bastante dinero en oficios religiosos confiando en que el anciano por su mentalidad, crea que gracias a ello, sea más efectiva la promesa de alcanzar una mayor gloria ante Dios después de su muerte. Por otra  parte los familiares se afanan también en  presionar, ya sea directamente o con más o menos sutileza a los ancianos para que digan a quien le van a dejar sus bienes cuando mueran, (cosa que les somete muchas veces a un estrés innecesario y tal vez demasiado prematuro), o también traten de camelarlos y ganárselos con falsas muestras de afecto , o bien desprestigiando a los competidores, a fin de hacerse con el botín económico y patrimonial del anciano,  cosa que también es habitual por parte de algunas residencias de ancianos.

Otro aspecto a tener en cuenta es el lenguaje empleado con los mayores, así como hacia los niños suele ser ya por norma utilizar un tono cariñoso, simpático, amable, a los viejos a menudo se les falta al respeto, llamándoles “carcamales”, diciendo que están “chochos”, “gagás”, y muchos  se refieren a ellos como unos “vejestorios”, “abueletes”, etc. .Pero  así como la sociedad tomó conciencia de la necesidad de eliminar los lenguajes sexistas, machistas, racistas, xenófobos, no ocurre así con los mayores, se tolera el lenguaje “viejista”, e incluso se utiliza en sentido jocoso como para hacer “gracia”, abundan en este sentido los chistes como: “van dos ancianos y… y casi siempre son para ridiculizar y mofarse de alguna actitud relacionada con la ancianidad.

Al anciano se le niega casi  toda capacidad de disfrute, no está bien visto que un anciano se enamore de otro, (eso siempre fue  tradicionalmente motivo de burla y escarnio), o también por parte de los familiares, que  temiendo que el anciano se implique emocionalmente y económicamente con una pareja reciente, suelen ejercer gran presión sobre él para que no se fíe, o bien abandone esa nueva pareja, a la que consideran una competidora emocional y posible vía de escape en sus recursos económicos sobretodo, cosa que en algunos casos si se cumple sobre todo por los que andan a la caza de fortunas y herencias de la gente mayor.  Otra cuestión es el sexo en el anciano,  es un tema tabú, al anciano se le niega la apetencia y la capacidad sexual, y si tiene algún asomo en este sentido, pronto es despreciado y tratado de “viejo Verde”, (en esta cuestión salen peor parados los hombres, pues en la mujer ya ni tan siquiera cabe esta posibilidad).

Otro de los aspectos a ridiculizar en el anciano es su interés por arreglarse e ir bien  vestido, se censura si no va vestido conforme a lo que tradicionalmente se espera de su aspecto físico, si va vestido ” juvenil” se le critica con dureza extrema, así si un joven se pone una ropa demasiado discreta enseguida se le dice: “pareces una vieja”, dando por sentado que el anciano tiene que pasar desapercibido por su discreción en el vestir, si acude a bailes también son motivo de risas, si se arregla mucho, enseguida viene el comentario: “ fíjate, a su edad y aún quiere presumir”… también se da por sentado en muchos que el anciano huele mal, no se asocia nunca un olor muy agradable y fresco con el anciano.

Pero toda esta catastrófica situación tenemos la obligación como seres humanos de revertirla, una sociedad tan avanzada en las cuestiones sociales  como la nuestra, no puede permitirse esta situación de ignominia que sufren muchos de nuestros mayores, sobretodo porque en definitiva es a ellos a quienes  debemos casi todo lo que somos.

Una sociedad que protege a los niños, a los desvalidos, a los discriminados (por alguna razón seguramente que injusta), a los animales, al medio ambiente, tiene que poner más esmero en cuidar y proteger a este colectivo, no solo en su dependencia, sino también en la prevención de situaciones como las antes descritas.

En nuestras sociedades avanzadas curiosamente es donde los ancianos son más discriminados, se entiende que “avanzar” supone novedad, romper con lo viejo o caduco, y ese concepto a veces se aplica indirectamente al ser humano, pero en sociedades más tradicionales, los ancianos por el contrario, son el activo más importante, son los más venerados y respetados socialmente, porque representan la memoria viva de la experiencia, constituyéndose en los referentes y garantes de la cultura, la ética y la sabiduría colectiva.

No se puede consentir, aunque sea por interés propio, que los ancianos se sientan “apartados” y que a menudo su sabiduría languidezca aparcada en una vía muerta y sin salida de la estación, quizá otros trenes avancen más rápidos, pero en los vagones aparcados, quizá tecnológicamente ya en desuso, y siguiendo con el símil , los ancianos tengan mucho que aportar en valores morales, en filosofía de la vida, en experiencia, y con ello puedan ayudar por una parte  a que el anciano se sienta valorado y por otra contribuya a  rectificar el rumbo de una sociedad que “descarrila” en algunos aspectos cruciales. Urgiría por tanto, darles como colectivo una mayor presencia en todas las instituciones sociales.

Harían falta filósofos, antropólogos, sociólogos, educadores, políticos etc. que diseñasen un plan para poner en valor al anciano, proponiendo  estrategias para incluirlos  en una sociedad más justa e igualitaria, ello sería beneficioso para todos y también para los jóvenes de hoy que a algún día serán ancianos como nosotros.

Esta franja de pre-jubilados y jubilados es lo suficiente amplia (unos 30 años) como para que no tenga una presencia mucho más activa en la sociedad, se le relegue a los centros socioculturales, a actividades solo para cubrir el ocio, algunos voluntariados  y poco más, y encima se hable de “envejecimiento activo” (aunque  se identifique solo vida activa con estar en posesión de una nómina laboral). Los mayores también debieran de ser ellos mismos los que decidan, y tengan opciones de dedicarse a ser verdaderamente una parte activa de la sociedad, y no que los aparquen y que sean otros los que decidan por ellos que actividades les son más convenientes.

 

Leche y productos lácteos (II)

Continuamos en esta entrada con un acercamiento a la leche y los productos lácteos. La semana pasada el Dr. Jacinto Ramos Echániz nos clarificaba conceptos sobre estos productos. Hoy abordaremos las formas comunes de preservación de la leche.

De todos es sabido que la leche es un producto muy perecedero. Si mantenemos leche tras el ordeño a temperatura ambiente se acidifica en pocas horas, y si la mantenemos en la nevera a los 3-4 días.  Esto es debido a la proliferación de gérmenes. Para alargar la vida útil de la leche la industria alimentaria ha ideado varios métodos. En general se basan en evitar el crecimiento de los gérmenes.

Una forma es mediante el frío. A temperaturas bajas (4-6 grados centígrados, temperatura de una nevera doméstica) la multiplicación y el desarrollo de los gérmenes se disminuye, pero no se eliminan, con lo que a la leche se le aumenta en unos días su vida útil.

La forma mundialmente generalizada de aumentar la vida útil de la leche es aplicándole calor, con lo que se eliminan los gérmenes presentes en la leche, y su posterior envasado aséptico, con lo que evitamos que se vuelva a contaminar.

Hay varios tipos de leche dependiendo de este calor aplicado:

 Leche cruda: Es la leche que no ha recibido ningún tratamiento térmico, es decir no se ha calentado. Tras el ordeño, se envía a una industria que solamente la enfría y la envasa, por lo que la leche contiene los gérmenes procedentes del ordeño, y los posibles microorganismos trasmitidos por los animales productores. Algunos de estos gérmenes pueden ser patógenos, es decir que pueden transmitir enfermedades como brucelosis, tuberculosis, salmonelosis, estafilococias, etc. Debido a esta posible presencia de gérmenes patógenos, el consumo de leche cruda es un riesgo sanitario. Legalmente se tiene que consumir en un plazo de 24 tras el envasado, manteniéndose a 4ºC. Antes de su consumo es aconsejable el hervirla (prestando especial atención a este proceso, ya que debemos asegurarnos que el total del líquido ha alcanzado la ebullición), para eliminar los gérmenes y, por supuesto, mantenerla en el frigorífico.

Leche pasterizada: Es la leche a la que la industria somete a temperaturas inferiores a la de ebullición, pero suficientes para eliminar toda la flora patógena de la leche (brucelosis, tuberculosis, etc.). Por tanto, es una leche segura desde el punto de vista sanitario, por lo que no hace falta hervirla. En la industria, una vez calentada, se envasa o bien en botellas de cristal, plástico o en envases de cartón, pero de forma aséptica, evitando que se contamine. A pesar de que con este tratamiento térmico (unos 75º C) se eliminan los gérmenes que pueden producir enfermedades, en la leche pasterizada permanecen otros gérmenes resistentes al calor, pero banales (que no producen enfermedades) pero que sí que pueden alterar la leche, por la que la leche pasterizada, aún con el envase cerrado hay que mantenerla refrigerada, y su vida útil es de unos 15 días. Al recibir un tratamiento térmico suave, las propiedades nutricionales de esta leche pasterizada son equivalentes a las de la leche cruda, es decir no se pierden vitaminas y las proteínas no se degradan.

Leche UHT: UHT son las siglas en ingles de ultra alta temperatura. A la leche se la somete a temperaturas superiores a 135ºC, con lo que se eliminan todos los gérmenes existentes en la leche, por lo que se podría decir que es una leche estéril. Una vez calentada, y de forma aséptica para evitar que se vuelva a contaminar, se envasa. Tiene una duración de entre 6 meses y un año. Con el tratamiento térmico se eliminan la mayor parte de las vitaminas y las proteínas y la lactosa pueden sufrir alguna degradación, pero que no afectan al valor nutritivo de esta leche UHT.

 

Alimentos IV: el alcohol

Continuamos con la serie dedicada a los alimentos y la seguridad alimentaria de la mano del Dr. Jacinto Ramos Echániz. En la entrada de hoy nos hablará del alcohol:

La ley contempla que el grado alcohólico de los alimentos debe indicarse en forma de tanto por ciento; es decir, en 100 gramos del alimento cuántos gramos corresponden a la presencia del alcohol. Si nos fijamos en la etiqueta de una cerveza vemos que indica su grado alcohólico en tanto por ciento (por ejemplo: alc. 6’6%.) Esto significa que en 100 centímetros cúbicos esta cerveza contiene 6’6 gramos de alcohol.

Dentro de los apartados obligatorios en el etiquetado de los alimentos se encuentra la indicación del grado de alcohol, lógicamente sólo necesario en los alimentos que lo contengan; sin embargo esto que parece tan lógico y sencillo no lo es tanto.

La legislación no obliga a que las bebidas que tengan menos del 1’2% de alcohol indiquen su presencia en el etiquetado. Este 1’2%, en principio, puede parecer muy escaso y sin importancia, pero hay parte de la población que tienen totalmente contraindicado su consumo: niños, embarazadas, enfermos con patologías hepáticas, etc.; y que pueden estar consumiendo ciertas bebidas que, como no lo indican en la etiqueta,  parece que no contengan alcohol cuando este si es parte de su composición (alguna sangría, bebidas refrescantes, etc.).

Esto se agrava si en el etiquetado nos hacen indicaciones imprecisas, que podemos interpretar como que ese producto no tiene alcohol, sin ser esto verdad. La cerveza “sin” puede tener hasta 1’2% de alcohol y el elaborador no tiene obligación de informar a los consumidores. Por esto hay en el mercado bebidas que en su denominación de venta incluyen  la expresión “0’0”, en este caso no pueden tener nada de alcohol.

En las bebidas alcohólicas que contienen más de 1’2 % de alcohol tampoco es obligatorio la lista de ingredientes que componen la bebida. En caso de que contenga alguna sustancia que pueda producir alergias o intolerancias (este apartado del etiquetado se explicará en el siguiente post de la serie), la denominación de venta del producto deberá indicar la presencia de esta sustancia (por ejemplo, el licor Fray Angélico debe indicar que contiene avellanas).

Los alimentos, en el proceso de la digestión, cubren nuestras necesidades de aporte de energía y de otros componentes (proteínas, grasas, vitaminas, etc.). A través del metabolismo, estos principios los transformamos en nuestros propios tejidos (piel, músculo, etc.). El alimento que no se utiliza en este proceso de elaborar nuestro tejido, el organismo lo almacena en forma de grasa, por eso si consumimos más alimentos que los que necesitamos, engordamos.

Un gramo de alcohol aporta 7 Kcalorías. Pongamos un ejemplo práctico: un tercio de cerveza (333 centímetros cúbicos) que tenga un 7 % de alcohol tendría aproximadamente 25 gr de alcohol, que son cerca de 170 Kcalorias (aproximadamente la décima parte de las necesidades energéticas de un adulto). Una copa de aguardiente (unos 100 centímetros cúbicos) con el 45% de alcohol, aporta unas 315 Kcalorías (la sexta parte de las necesidades energéticas diarias). El problema del alcohol es que sólo aporta energía (se llaman “calorías vacías”) no aporta ningún tipo de nutriente necesario para la regeneración o formación de tejidos; exclusivamente aportan energía que o bien se quema realizando ejercicio físico o se almacenan en forma de grasa.

Otro de los problemas derivados del consumo de alcohol es el daño que genera en diferentes órganos (por ello se asocia el consumo de esta sustancia a cánceres, problemas degenerativos de hígado o demencias, entre otros). En una próxima entrega hablaremos en profundidad de qué le sucede al cerebro cuando se consume alcohol de forma regular.

Alimentos III: lista de ingredientes

Continuamos hoy con la colaboración del Dr. Jacinto Ramos Echániz quien nos habla sobre los alimentos y la seguridad alimentaria. Podéis acceder a los dos primeros artículos de la serie aquí y aquí.

En la entrada anterior, centramos el post en qué es la denominación de venta del producto y cómo debe figurar en el alimento. Hoy nos centraremos en otro de los apartados obligatorios que debe figurar en el etiquetado de un alimento envasado, la lista de ingredientes (con la excepción que comentaremos al final del artículo)

¿Qué se considera ingrediente? cualquier sustancia o producto, incluidos los aromas, los aditivos alimentarios y las enzimas alimentarias y cualquier componente de un ingrediente compuesto que se utilice en la fabricación o la elaboración de un alimento y siga estando presente en el producto acabado, aunque sea en una forma modificada (los residuos no se considerarán ingredientes). Es decir consideramos ingrediente a todos los componentes del alimento que vamos a consumir.

Están detallados una serie de requisitos generales de cómo el fabricante nos debe de informar de estos componentes. Esta lista debe estar precedida por la palabra «ingredientes», o bien una frase que contenga la palabra ingredientes ( por ejemplo: “este alimento está compuesto de los siguientes ingredientes”)

El orden es decreciente en peso o volumen. Es decir, el primer ingrediente que aparece en la lista es el que tiene una mayor presencia en el producto, en peso en los alimentos sólidos y en volumen en los alimentos líquidos. El último ingrediente es el que tiene menor presencia.

Como ya hemos visto en el apartado dedicado a la denominación de un alimento, en la lista de ingredientes, estos  se tienen que indicar con su nombre reconocido, no se pueden nombrar con la denominación que se le ocurra al fabricante.

Se  considera «ingrediente primario» a un ingrediente o ingredientes de un alimento que representen más del 50% del mismo o que el consumidor asocia generalmente con su denominación. Sin embargo, esto nos lleva a contradicciones. Por ejemplo  la horchata es una bebida de agua, azúcar y extracto de chufa. El ingrediente mayoritario es el agua, pero el ingrediente con el que se asocia esta bebida es la chufa. Otro ejemplo son los cacaos solubles. El ingrediente con el que se asocia es el cacao, pero el ingrediente mayoritario (hasta el 75%) es azúcar, por lo que no se deberían llamar «cacaos solubles» sino «azúcar con cacao».

Hasta el año 2011, los componentes grasos de un alimento se englobaban en la denominación genérica de grasas animales o vegetales, por lo que el consumidor desconocía la composición de estas grasas. Actualmente es obligatorio que en la lista de ingredientes se denominen las grasas como vegetales o animales  seguida de su composición. Así en una magdalena, en el apartado de grasas, pondrá «grasas vegetales (girasol, palma y coco)» o cualesquiera que contenga. Esta novedad permite al consumidor elegir entre los distintos productos . Debido a esta novedad, hay productos, elaboradores o líneas de distribución que lo utilizan como reclamo . Hay productos que en su etiquetado figura «libre de aceite de», normalmente aceites con grasas saturadas  (palma, coco, etc.), con efectos perjudiciales para la salud; además, su cultivo intensivo también produce daños medioambientales.

En la lista, los ingredientes figuran de mayor a menor, pero hay ocasiones en que hay que cuantificarlos, es decir indicar la cantidad en que están presentes. Si en la denominación de venta de un alimento figura uno de los ingredientes (tarta de almendra, palitos de merluza) entonces hay que indicar en qué cantidad está presente en ese alimento. En el caso de la tarta de almendra, cuando en la lista de ingredientes aparece la almendra hay que decir en la proporción en que está presente (por ejemplo: almendra: 23´5%)

También hay que indicarlo si aparece una imagen o dibujo del ingrediente en el etiquetado. Imaginémonos una tarta cuyo nombre sea tarta primavera, y que figura una fotografía en la que  está adornada con fresas y rodajas de kiwi, pues en la lista de ingredientes, cuando figure la fresa y el kiwi, se debe indicar la proporción de estas frutas  (fresa 12%, kiwi  3%, por ejemplo)

Hay ocasiones en que varios componentes de la misma categoría se pueden incluir en la lista con la denominación general, sin especificar cada uno de sus componentes. Por ejemplo, si un alimento llave una mezcla de quesos, en la lista de ingredientes se pondrá «queso» sin especificar cada uno. El surimi, que es una pasta hecha a base de mezcla de distintos pescados, en su lista de ingredientes puede poner «pescado», sin especificar las distintas especies que lo componen.

Los aditivos también son ingredientes, por lo que tienen que figurar en la lista. La forma de indicar su contenido es especificando su acción (espesante, acidulantes, potenciador del sabor, emulgente, etc.) y a continuación o bien su nombre (aspatamo, ácido cítrico, polifosfato sódico, etc.) o bien el número que internacionalmente se le otorga ( E331, E 412, etc.)

Por último nos referiremos a los ingredientes compuestos, que son los que a su vez están formados por varios ingredientes. Imaginémonos ahora una ensaladilla rusa en que uno de sus ingredientes sea mayonesa. La mayonesa a su vez está elaborada  a base de huevo, aceite, sal y jugo de limón, por lo que lo podemos considerar un ingrediente compuesto (elaborado por varios ingredientes). Entonces en la ensaladilla rusa, cuando en la lista figure la mayonesa  de deberá indicar «mayonesa (huevo, aceite, sal, jugo de limón)».

Hay alimentos en el mercado en que no es obligatorio indicar  los ingredientes que lo componen, pudiendo omitirse la lista de ingredientes. Por ejemplo, aquellos alimentos de un solo ingrediente (azúcar, harina, agua mineral-natural, fruta, etc.) ya que con la denominación de venta sabemos lo que contiene. Existen más excepciones a la norma que regula la identificación de los ingredientes, pero son excepciones demasiado técnicas, y que, en general,  no afectan al consumidor final, por lo que obviamos su detalle.

La lista de ingredientes es especialmente importante para aquellas personas que tienen restricciones dietéticas (por ejemplo, dietas bajas en sal o en hidratos de carbono) por lo que resulta muy positivo acostumbrarse a consultarla.

 

 

 

 

 

Alimentos II: denominación de venta del producto.

Continuamos la colaboración del Dr. Jacinto Ramos sobre alimentación, alimentos y seguridad alimentaria. Podéis acceder al primer artículo de la serie aquí.

El principio básico de la legislación que regula el etiquetado de los alimentos es el de informar correctamente al consumidor y no inducirle a error. Uno de los apartados de esta información obligatoria es la denominación de venta del producto. Esta denominación de venta es el nombre con que legalmente está registrado.

Existe un listado de todos los alimentos que están a disposición del consumidor (este listado se conoce como Codex Alimentarius, en el que también se establecen normas técnicas para su elaboración). Esta denominación de venta consiste en el nombre con el que se reconoce el alimento, por ejemplo, «fabada asturiana», » chocolate con leche y almendras», » leche UHT», «sardinas en escabeche», etc.

Existen alimentos que no están incluidos en este Codex, como son los alimentos de nueva creación, mezclas de otros alimentos, alimentos importados, etc. En este caso la denominación de venta se realiza mediante una descripción detallada de lo que el envase contiene, de tal forma que sea suficientemente clara y que no induzca a error al consumidor medio. Por ejemplo «bizcocho  empapado en almíbar, relleno de crema de avellanas y con cobertura de chocolate». El sushi, de reciente comercialización en España, se podría denominar como » arroz hervido, con pescado crudo y envuelto en hojas de alga», o una pizza  «masa plana de pan horneado recubierto de salsa de tomate y con distintos ingredientes de origen vegetal y/o animal».

La denominación de un alimento no puede ser el nombre comercial de la industria, así por ejemplo la denominación de venta del «cacao en polvo soluble» no se puede cambiar por Cola-cao o por Nesquik, que son los nombres comerciales más conocidos de este producto. En el envase tiene que figurar obligatoriamente “cacao en polvo soluble”, y además la empresa también puede añadir su nombre comercial.

En la denominación de venta del alimento se debe indicar el estado físico en que se encuentra al alimento (en polvo, granulado, migas de bonito, etc.). También se tiene que indicar los tratamientos específicos a los que ha sido sometido el producto (salado, irradiado, ahumado, ultracongelado, pasterizado, etc)

En el caso de los alimentos que estaban congelados y que se presentan al consumidor descongelados debe indicarse en la denominación de venta del producto este proceso. Por ejemplo en las pescaderías vemos que en los rótulos indica «anillas descongeladas de calamar».

Por último, en la denominación de venta del alimento también tiene que figurar si está conservado en atmósfera modificada (que son mezcla de gases que retrasan el crecimiento de bacterias, por lo que al alimento tiene una vida útil más larga). Estos gases suelen ser mezclas de distintas concentraciones de nitrógeno, oxígeno y dióxido de carbono).

Toda esta información es relevante para el consumidor pues evita que le den “gato por liebre”, ya que podría comprar un producto que realmente no se adecue al imaginario colectivo (todos tenemos más o menos el mismo concepto de “fabada”; si en lugar de un guiso de alubias con carne nos encontramos con merluza a la plancha nos sentiríamos engañados).

 

 

Alimentación: información al consumidor

En nuestro blog nos gustaría contar con diferentes profesionales que nos hablen de temas importantes para todos, incluídos los mayores. Hoy estrenamos una nueva sección, se trata de estas colaboraciones.

La inauguración corre a cargo de Jacinto Ramos Echániz, doctor en Veterinaria, licenciado en Tecnología de los Alimentos y Nutrición, que en una serie de artículos sobre alimentación y los alimentos nos va a explicar diferentes aspectos que resultan relevantes en nuestra faceta de consumidores. Esperamos que sea de vuestro interés.

La legislación europea establece que todos los alimentos envasados tienen que tener una etiqueta, rótulo o collarín con unas indicaciones obligatorias, con el fin de que el consumidor tenga una información correcta, y que esta no induzca a error. Además, el fabricante puede incluir información voluntaria, (dibujos, anagramas, promociones de venta, etc.). La correcta información al consumidor afecta tanto al etiquetado obligatorio del alimento como a la información complementaria que el industrial proporcione al consumidor (anuncios en revistas, televisión, etc.).

En general, la única forma de relación entre el fabricante y el consumidor es a través de la etiqueta, por lo que estas suelen tener dibujos y colores atrayentes, pero a veces la información que contiene no es suficientemente clara o se insinúan características que el alimento no posee, con el fin de incrementar las ventas. Por ejemplo un agua mineral-natural se publicitaba como «el agua que no engorda»; por definición el agua no puede engordar ya que no la transformamos en  grasa, por lo que este etiquetado induce a error. El industrial tuvo que eliminar del etiquetado esta indicación finalmente.

Últimamente está de moda la «alimentación sana, natural, sin aditivos, etc.». Es frecuente ver alimentos que se etiquetan indicando que no poseen un determinado componente, cuando este no tiene por qué estar en el alimento. Por ejemplo, sabemos que la leche es el producto natural obtenido del ordeño de las hembras domésticas. Esta leche de forma natural no contiene harina de trigo (por tanto, no contiene gluten); sin embargo se comercializan leches  con la indicación «sin gluten», lo que podría generar cierta confusión sobre si las otras marcas sí contienen este elemento.

Aunque hay excepciones, la información del etiquetado de un alimento debe contener:

Denominación de venta del alimento: el consumidor debe saber qué está comprando.

Lista de ingredientes completa y en un idioma comprensible para la mayoría de la población donde se va a comercializar.

Sustancias alergénicas (por eso ahora es común encontrar en los envases indicaciones como “puede contener trazas de cacahuetes”)

Fechas de caducidad o de consumo preferente (en otro artículo abordaremos la diferencia entre ambas)

Peso o volumen

Razón social del elaborador o del distribuidor

Lote

Sistema de conservación

País de origen

Sistema de elaboración

Grado alcohólico

Información nutricional

La legislación que regula el etiquetado (Reglamento CEE 1169/2003) tiene ciertas lagunas que pueden ser aprovechadas por el industrial, que sin poner en riesgo la salud del consumidor, sí le pueden inducir a error, por ejemplo no estar claro el país de origen de un alimento, información con una letra casi ilegible, etc.

Es conveniente saber leer una etiqueta para poder realizar la elección del alimento que más nos interese, especialmente en aquellos casos en los que la persona tiene necesidades especiales que cubrir o deba seguir dietas concretas (bajas en grasas, sin alcohol, etc.)

En sucesivas entradas iremos abordando diferentes aspectos sobre el etiquetado de los alimentos y diferentes aspectos a tener en cuenta en nuestra alimentación.