Incontinencia urinaria

En algún momento de nuestra vida todos hemos pasado por situaciones incómodas: que se nos vea la ropa interior, estornudar con tan mala suerte de expulsar mucosidad, eructar sin pretenderlo, etc. No es necesario ahondar mucho porque, como digo, todos tenemos al menos un momento incómodo que podríamos contar.

Los estudios varían, pero señalan que entre el 30 y el 50% de la población  mayor de 65 años presenta un problema de incontinencia urinaria (siendo coincidentes en señalar que este problema afecta más a mujeres que a hombres). Las causas son variadas, desde problemas fisiológicos a efectos secundarios de diversas medicaciones. En todos los casos es importante abordar el problema con el médico, quién podrá establecer qué patrón terapéutico es más apropiado (existen diferentes intervenciones para este problema).

Además de ser un problema médico, es un tema espinoso del que apenas se habla y que causa un gran malestar entre las personas que lo padecen, llegando a ocasiones problemas psicológicos como retraimiento social, aislamiento, ansiedad, etc. Por ello es importante que los profesionales sanitarios conciencien y sensibilicen sobre el problema a la población general. Como decíamos antes, existen múltiples tratamientos, además de sistemas que pueden ayudar a manejar el problema (como ropa adaptada que absorve las pérdidas y cuyo aspecto es discreto y cómodo). Pero mientras se produce la mejoría, la situación es muy violenta para quién la padece. Uno de los principales motivos por los que las personas mayores acortan o reducen el número de salidas al exterior del domicilio es el miedo a sufrir una pérdida de orina. Esto les limita a la hora de realizar sus actividades cotidianas y en el desarrollo normal de las relaciones sociales. Para una persona adulta, que hace años que domina su cuerpo, sufrir una situación así puede resultar vergonzoso, humillante, agobiante, frustrante…

Existen una serie de pautas que pueden ayudar a manejar este problema fuera del domicilio. Por ejemplo, acordarse siempre de ir al baño antes de salir de casa (que algo tan básico, a veces con las prisas, puede no realizarse), llevar ropa que facilite el desvestirse rápido (no llevar botones pequeños, ni cierres de difícil manejo, sustituir los pantis por medias, usar cintura elástica en lugar de cinturón, etc.), cuando se vaya a un lugar nuevo localizar los lavabos antes de necesitarlos o llevar una muda en el bolso son cosas que ayudan a ganar tiempo y a hacer frente al problema fuera del hogar.

Otro peligro asociado a la incontinencia urinaria es que la persona afectada decida beber menos cantidad de líquido, a fin de no tener ganas de orinar. Esto puede resultar peligroso ya que, en muchas ocasiones, las personas mayores tienen la sensación de sed atenuada, lo que les lleva a beber menos. Si a esto añadimos que conscientemente se prive de beber, se puede dar como resultado la deshidratación.

Por último, es importante que desde la sociedad nos mostremos respetuosos y comprensivos con esta situación (que no sólo afecta a personas mayores). Los chistes, las miradas reprobatorias, las recriminaciones no solo no ayudan a mejorar la situación; todo lo contrario, la empeoran. Hay que acordarse de que situaciones incómodas las hemos vivido y las viviremos todos y un poco de empatía nunca está de más.

Trajes que simulan la ancianidad

“Ponte en sus zapatos”

Esa frase la dice mucho mi padre cuando quiere proponer  un ejercicio de empatía. Piensa cómo se sentirá esa persona, cómo podrá reaccionar, qué capacidad de cambio tiene…

Este tipo de ejercicios de empatía no solemos hacerlos a no ser que nos veamos un poquito forzados a ello. Así que hoy os propongo que nos pongamos en los zapatos de una persona octogenaria. Desde este blog hemos repetido muchas veces que no se pueden hacer generalizaciones sobre las personas mayores, puesto que cada una es un mundo y todas tienen sus propias circunstancias y realidades. Aun así, hay ciertos factores que podríamos entender como comunes: problemas sensoriales (peor visión, audición y equilibrio), limitaciones de movilidad (que pueden ir desde un simple enlentecimiento motor a ser usuario de silla de ruedas, limitaciones articulares, etc.), cambios en la forma corporal (aumento de la curvatura de la espalda, menor elasticidad, menor fuerza, peor equilibrio, entre otros), entre otros. Aun sabiendo que existen muchos matices y excepciones, podemos hacernos una idea general de cómo es un anciano promedio.

Esta semana conocíamos la noticia de que el hospital de Getafe ha adquirido 2 trajes simuladores de la vejez. Existen diferentes modelos de estos trajes, todos ellos tienen en común el tratar de simular las condiciones psicofísicas de las personas ancianas. Por ejemplo, en todos ellos la visión se altera mediante el uso de lentes (que imitan los problemas de visión más comunes en este grupo poblacional), la movilidad se reduce, se aumenta el peso, se limita la elasticidad articular, etc.

Este tipo de trajes tienen dos utilidades fundamentales. Por una parte, sirven para probar si distintos productos o localizaciones son adecuados para este grupo poblacional (si un producto es fácil de asir y manipular, si pesa en exceso; si el lugar permite un tránsito fácil, etc.). Por otro lado, sirven para forzarnos a ponernos en la piel de una persona anciana. Para entender que si tarda más en subir al bus no es por gusto, es que posiblemente su cuerpo no pueda moverse con la misma agilidad que la de un adulto de mediana edad. O que si tardan en pagar en la cola del supermercado puede deberse a que es difícil diferenciar las monedas y cogerlas adecuadamente y no por ánimo de fastidiar al que va detrás.

Este es un video de un traje simulador desarrollado en Hong Kong dentro de un programa que busca la sensibilización de la población general con los problemas de los mayores:

 

Sería maravilloso que, al menos durante un día, todos llevásemos ese traje. Estoy segura de que nuestra actitud hacia los mayores cambiaría drásticamente.