Navidad y soledad

Estamos a tres días del pistoletazo de salida de las fiestas navideñas. En este post me gustaría abordar un tema importante en estas fechas como es la soledad y las personas mayores.

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Uno de los principales males que sufre a la población mayor en nuestro país (y en general, en todos los países que denominados desarrollados) es la soledad y el aislamiento. Si bien es un mal común, es cierto que se dan muchas diferencias entre entornos. Es fácil darse cuenta observando lo que ocurre a nivel del medio rural y urbano, por ejemplo. Las personas mayores que viven en núcleos rurales (exceptuando aquellos en los que prácticamente no quedan vecinos, como ocurre en algunas parroquias gallegas) suelen mantener un mayor número de interacciones sociales y presentan menos sentimientos de soledad y aislamiento.

La soledad es un estado muchas veces subjetivo, porque hay quién la siente pese a estar acompañado y al contrario; puede estarse sin compañía pero no sentirse solo. Es un sentimiento que todos podemos experimentar y que, en fechas señaladas como es la navidad, puede acentuarse. Debemos diferenciar dos tipos de casos. Por un lado, está la soledad de aquellas personas que se encuentran aisladas; tienen pocas interacciones sociales que, además, no resultan gratificantes o significativas y carecen de redes (familiares y sociales) de apoyo. En este caso, es fácil darse cuenta de que en estas fechas, en las que parece que todos nos acordamos de ser buenos y visitar a los allegados, las personas que se encuentren en esta tesitura se sientan especialmente solos. Además, las personas que se encuentran en esta situación tienen más riesgo de sufrir problemas sanitarios como depresión.

Por otro lado, podemos hablar de la soledad de quien sí tiene compañía. En este caso, muchas veces es casi una nostalgia de tiempos pretéritos que se recuerdan como mejores. Muchas personas ancianas de edad avanzada (nonagenarios mayoritariamente) dicen sentirse un tanto solos aunque convivan con su familia cercana (hijos, nietos e incluso bisnietos). Muchos de ellos dicen sentir que no tienen con quién compartir anécdotas, con quién recuperar recuerdos. En psicología se le da un valor especial a lo que llamamos pares, que son aquellas personas que nos acompañan en nuestro desarrollo (por tanto, a lo largo de toda la vida) siendo de la misma edad, más o menos. Lo que ocurre en este caso es que estas personas ancianas han perdido a sus pares: amigos, hermanos, cuñados, pareja, etc. Además, han perdido también a sus ascendientes (padres, abuelos, tíos, etc.) e incluso puede que a algún descendiente.  Si lo miramos desde esta perspectiva, parece más fácil entender qué sienten las personas que se encuentran en esta tesitura.

La Navidad puede tener un regusto triste o nostálgico para muchos, puesto que al ser un momento especial del año es fácil que echemos de menos a las personas que nos faltan o que hagamos balance de nuestra vida siendo más conscientes de las cosas que no nos gustan. En personas mayores, esto es especialmente cierto. Por ello, durante estas fechas no está demás pensar que todos seremos ancianos algún día y tratemos con especial afecto a los mayores que nos rodean. El cariño nunca está de más.

El sistema nervioso y el envejecimiento: Gusto y olfato

En esta serie de artículos se está abordando cómo los cambios en el sistema nervioso afectan a la vida de las personas a medida que envejecen. Estos cambios pueden observarse en todas las esferas de la vida, a nivel físico, psicológico y social. Hasta ahora, hemos hablado del envejecimiento del sentido del oído y del equilibrio y de la vista.

En este artículo vamos a abordar el envejecimiento de dos sentidos que, si bien son realmente importantes, no tenemos tan presentes como debiéramos. Se trata del sentido del olfato y del gusto. Aunque son sentidos independientes se encuentran fuertemente asociados, algo que se puede apreciar muy bien si pensamos en la comida. Nuestra boca está preparada para captar los sabores dulce, ácido, amargo y salado. Sin embargo, cuando comemos podemos percibir muchos más matices en los alimentos. Esto se debe al olfato (de ahí que cuando estamos constipados o con la nariz taponada no percibamos los sabores de la comida con normalidad y todo nos parezca insulso). El olfato y el gusto son de crucial importancia para poder disfrutar de la comida e incluso para poder alimentarnos correctamente. El acto de comer no se realiza solo para cubrir una necesidad biológica, también es un acto social en toda regla (por eso, la mayoría de las celebraciones en nuestra cultura se hacen alrededor de la mesa). Cuando las personas dejan de disfrutar con la comida (porque “no les sabe a nada”) en muchas ocasiones comen menos (disminuyendo la variedad de alimentos) y pueden dejar de participar en actos que se hagan en torno a la mesa, aislándose socialmente. Muchas personas mayores se quejan de que la comida ya no les sabe y terminan optando por alimentos muy dulces o salados ya que si bien no perciben los matices que el aroma proporciona, sí perciben estas diferencias.

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Por otro lado, el no poder percibir bien el olor y sabor de la comida puede llegar a ser peligroso, puesto que podemos ingerir alimentos en mal estado sin darnos cuenta. Centrándonos en el olfato, el no poder percibir bien los olores puede exponernos a peligros como no detectar una fuga de gas.

Hay que dejar bien claro que, aunque el envejecimiento lleva aparejado una reducción de la capacidad de estos sentidos para percibir los estímulos, ciertos hábitos de vida contribuyen a acentuar esta disminución. Así, fumar, estar expuesto a ciertas partículas dañinas, ingerir alimentos a muy altas temperaturas, algunos tratamientos farmacológicos o determinadas enfermedades pueden aumentar el grado en el que nuestros sentidos envejecen, entre otros.

Con el envejecimiento, el número de papilas gustativas (que son los receptores del sabor alojados en la lengua) disminuyen, por lo que resulta más complicado poder saborear los alimentos. Además, no solo disminuyen en número, también en funcionalidad. Las papilas que quedan sufren una atrofia, siendo menos eficientes a la hora de captar el sabor de los alimentos.  A todo esto debemos sumar el hecho de que la boca segrega menos saliva, lo que impide que la comida se humedezca correctamente, dificultando tanto la capacidad de saborear alimentos como la propia digestión.  En el caso del olfato, también debido al envejecimiento, el número de receptores olfativos tiende a disminuir con el paso de los años, además de disminuir la concentración de mucosidad (los mocos sirven para que los olores perduren en nuestros receptores, siendo así captados mejor, además de contribuir también a la “limpieza” de dichos receptores olfativos).

Cuando las personas mayores se quejan de que la comida ya no sabe igual, de que no les apetece comer porque nada sabe rico, etc. resulta interesante realizar una consulta al médico para que pueda discernir si se trata de un cambio normal debido al envejecimiento o hay otros factores (como enfermedades o medicamentos) que puedan estar afectando.

Aun con todo, hay una serie de pautas que se pueden llevar a cabo para aumentar el interés por la comida y tratar de paliar los efectos del envejecimiento de estos sentidos:

  • Presentar la comida de un modo atractivo para que nos “entre por los ojos”) ayuda a que resulte más apetitosa. Todos preferimos comer de un plato bien presentado que comer algo de color y forma indeterminado. Es especialmente tener esto en cuenta cuando las personas se alimentan especialmente con comida blanda tipo purés. Tratar de que tengan colores diferentes jugando con los ingredientes que se emplean, servirlos en diferentes recipientes (platos hondos, cuencos, tazas anchas, etc.) ayuda a que no resulte monótono.
  • Otro buen hábito es dejar que las personas huelan la comida antes de empezar a comer. En nuestra cultura, olisquear los alimentos no se considera un acto de buena educación, sin embargo, es algo que facilita la salivación y aumenta el apetito.
  • El empleo de ciertas especias o condimentos también ayuda a que la comida resulte más sabrosa. También puede resultar útil jugar con texturas (añadiendo cosas crujientes, por ejemplo).
  • Conseguir que la comida siga siendo un acto familiar y social, en el que nos relacionamos, hace que el hecho de comer resulte más agradable.

Por otro lado, hay que procurar que la persona anciana continúe manteniendo una dieta saludable, equilibrada, siguiendo las pautas marcadas por los médicos.

Inclusión de los mayores en los espacios públicos

Desde hace casi cuatro años soy la encargada del desarrollo de los talleres de estimulación cognitiva que se realizan en el Concello de Teo. Empezamos con dos clases, en Vilariño y Recesende, contando en la actualidad con tres más (en Luou, Calo y Cacheiras).

Personalmente, esta actividad me resulta sumamente enriquecedora ya que me da la oportunidad de trabajar con personas ancianas (y no tan ancianas) activas, funcionales y con motivación de mantenerse sanas.  Estos talleres tienen un objetivo principal y varios secundarios. En primer lugar, como su nombre indica, se trata de realizar actividades de estimulación cognitiva encaminadas a mantener un buen nivel de rendimiento cognitivo y ralentizar cualquier declive en este ámbito que pueda aparecer. Por otro lado, estas actividades persiguen evitar el aislamiento de las personas mayores (fomentando la creación de redes sociales vecinales), fomentar un envejecimiento activo, dotar a los asistentes de diferentes herramientas que puedan incidir positivamente sobre su salud, entre otros.

Hace un par de semanas propuse a los asistentes del grupo de Cacheiras que debatiesen entre ellos un tema que me parece tan interesante como ignorado: la adaptación de los espacios públicos y comunitarios para su uso y disfrute por parte de las personas mayores. Les pedí que no solo se centrasen en las barreras arquitectónicas (que quizá son las más fáciles de detectar) sino que también pensaran en otras barreras que las personas mayores pueden encontrarse en su día a día. El resultado de sus conversaciones queda resumido brevemente así:

  • Las barreras arquitectónicas que se señalaron como más molestas fueron aquellas que impiden el tránsito por las aceras (por ejemplo, cuando en un paso no muy ancho coinciden una farola y una papelera o contenedor, dejando poco espacio para caminar holgadamente). Otro tipo de barreras, como escalones, también se señalaron como fuentes de problemas.
  • Algunas señales o indicadores (como los cuadros de los nombres de las calles) tienen una letra y un contraste figura fondo que dificulta su lectura (sobre este tema hablamos en un post dedicado al envejecimiento del sentido de la vista).
  • En espacios privados pero de uso público (como los supermercados) señalaron que los estantes más altos así como los más bajos no resultan cómodos ni muy accesibles para las personas mayores.
  • Las letras de los productos de alimentación (tanto ingredientes como información nutricional o la fecha de caducidad) suelen tener un tamaño de fuente reducido así como poco contraste con el fondo, lo que dificulta su lectura.
  • En muchos semáforos, el tiempo en que los peatones pueden cruzar es muy corto, dificultando que las personas con movilidad reducida puedan completar el recorrido en el tiempo estipulado.

Me parece muy interesante dar voz a los propios afectados por estas barreras, ya que son quienes pueden señalar aspectos que pueden pasar desapercibidos.

¿Qué os parece lo que han señalado los asistentes al taller?

Sistema nervioso y envejecimiento: vista

En un artículo anterior empezamos a abordar los diferentes cambios que se producen en nuestro sistema nervioso a causa del envejecimiento y qué impacto tienen estos cambios no solo a nivel físico, también a nivel psicológico y social en la vida de las personas mayores. En el artículo anterior hablábamos del envejecimiento sensorial y, en concreto, de cómo los cambios en el oído tienen repercusiones tanto en la audición como en el equilibrio de las personas mayores.

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En este artículo abordaremos el envejecimiento de otro de nuestros sentidos: la vista. Es importante tener en cuenta que algunos de los primeros signos de envejecimiento de este sentido se pueden observar a partir de los 50 años. Y es lógico pensar que dependiendo de ciertos hábitos (como leer, usar monitores electrónicos a corta distancia, etc.) se acelera este proceso. Algunos de estos cambios son comunes en personas de determinada edad, además de ser fruto del mero hecho de envejecer, por lo que no se los considera patológicos.

Gozar de una buena salud visual es de suma importancia para poder interactuar de una forma enriquecedora con el medio que nos rodea. Las personas mayores con problemas de visión que no han sido corregidos (bien porque no se pueden corregir, bien por falta de acceso a los tratamientos o prótesis) suelen dejar de hacer actividades de las que disfrutan (como leer, hacer manualidades, cocinar, por poner algunos ejemplos comunes) e incluso tienen problemas en su vida diaria, ya que tareas como leer una carta del ayuntamiento o una receta médica pueden llegar a ser imposibles. Si la persona anciana termina perdiendo buena parte de su agudeza visual pasa a encontrarse en una situación de elevada dependencia, puesto que mientras no se acostumbre a la nueva situación, no podrá realizar actividades sencillas y cotidianas por sí misma (por ejemplo, hacer la comida o elegir la ropa para vestirse por las mañanas).

Es importante realizar los exámenes de visión necesarios, además de adoptar las medidas que nos indiquen los profesionales, a fin de evitar todos los problemas derivados de no poder emplear el sentido más importante del ser humano. En los casos menos graves, los problemas derivados de una mala visión pueden ser desde dolores de cabeza (muy habituales cuando no vemos bien) hasta el aislamiento de la persona (el cual tiene repercusiones muy graves en el estado de salud general).

A medida que envejecemos, la agudeza visual (la nitidez con la que vemos los objetos) tiende a disminuir poco a poco, causando problemas para ver con claridad algo cercano (como leer letras pequeñas). Esta disminución de la agudeza visual ligada a la edad se denomina presbicia. Aunque este problema se corrige con gafas, en personas que nunca las han necesitado pueden aparecer reticencias a empezar a usarlas; sin embargo, es recomendable hacerlo lo antes posible, a fin de evitar problemas derivados como dolores de cabeza, dificultades en la lectura o en la conducción, etc.

Además de problemas para enfocar objetos que están a una distancia cercana, con la edad, nuestra capacidad para ver con nitidez los objetos que se encuentran en la periferia del campo visual también disminuye. Esto se traduce, por ejemplo, en que tendremos mayores problemas para ver con claridad a alguien que se siente a nuestro lado, en comparación con la persona que se sienta enfrente. Esto es más notorio en personas muy ancianas. Por eso, es importante que cuando queramos hablar con una persona mayor con problemas de audición y/o visión nos situemos siempre cara a cara, evitando ponernos a los laterales.

La edad tiene aparejada otros problemas comunes como la menor tolerancia a luces brillantes y tardar más tiempo en adaptarse a los cambios bruscos de iluminación (por ejemplo, si entramos a una habitación oscura desde un lugar soleado). Este problema se muestra especialmente molesto (e incluso en ocasiones peligroso) en personas de edad elevada que se deslumbran con facilidad y conducen de noche, siendo aconsejable en estos casos evitar este tipo de desplazamientos, por su propia seguridad y la del resto de conductores. Además, la percepción de los colores también se va alterando, llegando un punto en que distinguir colores similares (anaranjado y rojo, por ejemplo) se vuelve dificultoso.

Las personas mayores, además, precisan de una mayor cantidad de iluminación para poder percibir adecuadamente. Y el contraste entre la figura y el fondo debe de ser mayor para poder percibirlo correctamente.

Hasta ahora analizamos algunos de los cambios que, si bien no se dan en todas las personas ni con la misma intensidad, son comunes y se asocian a los cambios esperables producidos por el envejecimiento. En muchos casos, las repercusiones que tienen estos cambios se pueden mitigar de diferentes formas (por ejemplo, usando gafas).

Sin embargo, existen patologías que, si bien se pueden observar más entre la gente mayor, no se consideran fruto del envejecimiento sano. Las cataratas, la degeneración macular, el glaucoma o diversas retinopatías son patologías que muestran mayor incidencia en las personas mayores, aunque no solamente las personas ancianas las padecen. Debemos pensar que, aunque algunas cuentan con tratamiento (o con intervenciones paliativas) cualquier problema que afecte a la calidad de la visión, causando daños más o menos permanentes, debe ser tratada lo antes posible. Perder el sentido de la vista, el más importante para el ser humano, a una edad avanzada es un grave problema. La pérdida de este sentido, sumado al envejecimiento del resto de los sentidos, hace que la persona tenga muchos más problemas a la hora de adaptarse, quedando aislada del medio en una situación de indefensión; lo que puede ser devastador tanto a nivel físico como psicológico y social.

Estereotipos y publicidad

Hacemos un pequeño parón en la serie de artículos que habíamos iniciado sobre el envejecimiento del sistema nervioso, para reflexionar brevemente sobre los estereotipos de la ancianidad que nos llegan desde los medios de comunicación.

Hace unos días nos presentaban el anuncio del sorteo especial de Navidad de Lotería Nacional que este año basa su historia en el despiste de una anciana para lanzarnos el mensaje de que lo importante no es el premio, sino compartirlo. El anuncio, personalmente, no me ha gustado por como recoge ciertos tópicos sobre la ancianidad. Así nos presenta a una mujer mayor funcional (nada hace imaginar que sufra algún problema cognitivo que le impida entender la realidad) que comete un error ya que confunde una reposición de imágenes del sorteo del año anterior y cree que ha ganado el primer premio. Su familia, en lugar de explicarle la verdad, monta una especie de complot alrededor de la mujer para así evitar sacarla de su error. Por muy emotivo que pretenda ser el anuncio, el mensaje que lanza me resulta negativo: paternalismo, visión de la ancianidad como falta de capacidades, condescendencia, etc. Aquí os dejo el vídeo:

Por otro lado, desde Polonia, nos llega este otro anuncio que simplemente me parece  maravilloso. Todo empieza con un señor mayor que compra un libro de inglés para principiantes con el que va aprendiendo vocabulario, frases sencillas, etc. En este anuncio se nos muestra a un anciano con motivación y capacidad por aprender cosas nuevas, manejando las nuevas tecnologías, viviendo de forma independiente y plácida, viajando, con vínculos familiares. Este es el anuncio de Allegro:

Juzgad vosotros mismos las diferencias de enfoque entre ambos anuncios. La visión positiva y negativa de la ancianidad plasmada a la perfección en estos dos anuncios.

Sistema nervioso y envejecimiento: oído

En esta serie de entradas abordaremos como el envejecimiento del sistema nervioso produce modificaciones no solo a nivel físico, también a nivel psicológico y social. Desde los cambios en los sentidos, a los relacionados con la ingesta de alimentos o la termorregulación, la capacidad de inhibición de respuesta o la atención, existen una serie de cambios debido al envejecimiento de los órganos que componen el sistema nervioso que tienen un fuerte impacto a nivel psicológico y social.

Algunos de los cambios en nuestro cuerpo son obvios, como las canas o  las arrugas. Otros, sin embargo, son menos superficiales y más difíciles de identificar. Al igual que envejece nuestra piel, el resto de órganos que conforman nuestro cuerpo también se modifican. Naturalmente, no todas las personas mayores sufren los mismos cambios ni se tienen que presentar con la misma intensidad. Además, estos cambios son paulatinos, se inician antes de lo que se creen (se sitúa los 30 años como el inicio del envejecimiento del sistema nervioso) y se ven mediados por los hábitos de vida. Sin embargo, una serie de ellos se consideran comunes y habituales siendo relativamente universales.

En primer lugar hablaremos de los cambios en los sentidos y de cómo este proceso tiene fuertes repercusiones para el individuo. Tradicionalmente, se ha hablado de los cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Actualmente, se habla a mayores de, al menos, nocicepción (el sentido del dolor), propiocepción (sentido de nuestro propio cuerpo y de la situación de las diferentes partes del mismo) y del sentido del equilibrio. Los sentidos reciben información del ambiente que traducen en una señal que llega a nuestro cerebro. Esa señal, dependiendo de su naturaleza, será traducida como olor a vainilla, suavidad, frío, salado o color verde, por ejemplo. Para que esta señal ambiental llegue a traducirse en una nerviosa, necesita presentar cierta intensidad, a fin de poder ser percibida por los sentidos. Esa intensidad mínima se denomina umbral. El envejecimiento aumenta el umbral en el que percibimos las cosas (eso significa que la señal deberá ser de mayor intensidad para ser captada).

En relación al oído, con la edad es relativamente común que aparezcan deficiencias auditivas y problemas en el equilibrio (el equilibrio está controlado por el oído interno).

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La presbiacusia es la pérdida de audición asociada a la edad, disminuyendo la audición por ambos oídos, especialmente a las frecuencias más altas. Esto se traduce en la dificultad para diferenciar sonidos o escuchar con nitidez conversaciones cuando hay ruido de fondo. Cuando aparece esta disminución en la capacidad de audición es conveniente consultar al médico, a fin de realizar un examen y evaluar la necesidad de emplear audífonos. En muchas ocasiones, la gente resta importancia a esta disminución en la capacidad de audición. Sin embargo, puede dar lugar a situaciones molestas e incluso peligrosas. Además, el hecho de no escuchar bien lo que nos rodea, nos aísla del medio, lo cual nunca es beneficioso para las personas y puede tener un fuerte impacto negativo en la vida social y en el estado emocional de quien lo sufre. En personas que ya usan audífonos, es importante realizar las revisiones con la asiduidad que marquen los profesionales.

Otro sentido importante que se ve afectado por el envejecimiento del oído es el del equilibrio. Con la edad, las personas ven mermado su equilibrio, así como la capacidad para notar la vibración en los miembros inferiores. Además, se dan una serie de cambios en la postura y la coordinación que pueden aumentar el efecto de la pérdida de este sentido, pudiendo tener graves consecuencias, como son las caídas. Debido a la aparición de otras patologías (como la osteoporosis) las caídas cobran una gran relevancia en la tercera edad. Cuando una persona mayor tiene problemas de estabilidad y equilibrio es necesario tener una serie de pautas en cuenta. La primera, es acudir al médico para que realice una evaluación. Además, se pueden llevar a cabo otras intervenciones como la adaptación de la vivienda. Dependiendo del estado de la persona afectada podrá bastar con pequeños cambios (retirando alfombras, objetos que obstaculicen el paso, etc.) o se necesitará un mayor cambio en la vivienda (como la instalación duchas adaptadas, pasamanos en los pasillos, etc.). La afectación de la marcha y del equilibrio puede llevar a que la persona apenas camine (con la consecuente repercusión en su salud física), no salga de casa, necesite ayuda para actividades como el aseo, etc. Realizar ejercicio físico, especialmente aquel ideado pensando en la ancianidad, puede ayudar a que las personas mayores mantengan mejor el equilibrio, estén más ágiles y así eviten caídas.

En cualquier caso, es importante aceptar estos cambios como parte del proceso natural de envejecimiento. Por otro lado, es importante saber que ciertos hábitos (como no estar expuesto a ruido intenso de forma prolongada, una buena higiene, alimentación equilibrada o ejercicio regular, entre otros) pueden ayudar a conservar mejor nuestro sentido del oído y el equilibrio. En próximas entradas seguiremos hablando del envejecimiento de los sentidos y del sistema nervioso.

 

El cuidado del cuidador

Debido al avance de la edad y a la aparición de ciertas patologías, algunos mayores necesitan de cuidado y supervisión en esta etapa de la vida. Esta ayuda varía tanto en la forma como en la intensidad. Así, hay personas mayores que simplemente necesitan cierta asistencia en aspectos muy puntuales y relativamente complejos (pago de impuestos, instalación y uso de nuevas tecnologías, apoyo para seguir tratamientos, etc.), mientras que otros se pueden encontrar en una situación de dependencia acusada, que precisa de un apoyo constante y en casi todos los ámbitos de la vida diaria. Esto puede verse claramente con la aparición de enfermedades tipo demencia, en las que, en un primer lugar, la persona precisará ayuda sólo para situaciones muy concretas, yendo en aumento paulatinamente el número de áreas que precisen supervisión y el grado de apoyo precisado.

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Cuando aparece una situación de alta dependencia en una persona mayor, suele establecerse una reorganización dentro de la familia asumiendo un miembro de la misma, de forma implícita o explícita, el cuidado del anciano. Debemos tener presente que la labor del cuidador es muy compleja, exigente y que requiere un trabajo constante. El hecho de cuidar de otra persona, siendo responsable de cosas tan dispares como el aseo, la alimentación, el vestido, el seguimiento del tratamiento, el manejo de las finanzas, etc. conlleva una alta responsabilidad y dedicación que pueden llevar a que el cuidador presente diversos problemas tanto físicos como psicológicos (cansancio, estrés, depresión, ansiedad, insomnio, abuso de sustancias, problemas con la alimentación, etc.). Es importante que el cuidador principal entienda lo necesario que es su propio cuidado, ya que, en caso contrario, puede terminar presentando problemas incompatibles con el desarrollo de su labor.

El cuidado de otra  persona es algo que requiere de mucho tiempo. Por ello, es importante tener presente la importancia de delegar y pedir ayuda (en ocasiones los cuidadores sienten que es algo que deben hacer solo ellos; que los demás no pueden o saben hacerlo; tienen miedo a molestar, etc.). Es importante que el cuidador principal cuente con apoyo pero también que sepa pedirlo. Indicarle a otras personas qué pueden hacer (ayudar con la compra, quedarse con la persona mayor una tarde, acompañar al médico, etc.) facilita que los demás sepan cómo pueden sernos de utilidad.

También es importante instaurar rutinas que ayuden a planificar las actividades cotidianas, diferenciando las cosas que son urgentes de las que pueden esperar. Es importante que los cuidadores conozcan las medidas de apoyo y soporte que existen y pueden facilitar el cuidado. Por ejemplo, existe ropa adaptada para facilitar el vestido, menaje adaptado, etc. que en muchas ocasiones posibilitan que la persona mayor realice la actividad de forma autónoma o, en todo caso, la facilita.

Es importante tener presente que en muchas ocasiones los cuidadores principales terminan en una situación de aislamiento, ya que disminuyen el número de relaciones sociales, la interacción con otros miembros de la familia, etc. En las situaciones de cuidado a tiempo completo de otra persona es importante con contar con cierto tiempo libre todos los días. En los casos en los que nadie puede sustituir al cuidador principal, puede buscar formas de relajarse sin salir de casa dedicando un rato a hacer cosas placenteras (leer, ver una película, echar la siesta, etc.). Aun con todo, es importante que el número de interacciones sociales no disminuya, procurando mantener las relaciones sociales.

Aunque exista una reorganización familiar, implícita o explícita, que implique que uno de los miembros va a asumir el papel de cuidador principal, el resto de la familia debería apoyar y dar soporte en la medida de sus posibilidades. Sustituir al cuidador principal para que pueda tener tiempo libre o vacaciones, ayudar con quehaceres cotidianos que puedan suponer un trabajo o esfuerzo extra, ayudar económicamente, etc. En muchas ocasiones la situación termina siendo insostenible porque parte de la familia delega sus obligaciones para con el mayor en una sola persona y no prestan la ayuda que debieran; es más, puede que incluso molesten más que ayuden. El resultado suele ser que el cuidador principal acabe precisando asistencia médica y psicológica y, en los casos más graves, no pueda continuar su labor de cuidado.

Por todo ello, es importante tener presente que si estamos cuidando de otra persona deberíamos:

  • Solicitar ayuda a nuestro entorno siempre que la necesitemos.
  • Delegar en otros aspectos del cuidado o del día a día que nos sobrecarguen.
  • Saber decir no cuando las peticiones que nos hacen son inviables o van en contra de nuestra salud o de la salud del mayor.
  • Organizar turnos, repartir tareas y obligaciones para evitar la sobrecarga del cuidador principal.
  • Disponer de un tiempo a diario y semanal para desconectar y descansar del trabajo del cuidado.

Pasar muchas horas en la cama

Algunas personas mayores que tienen un buen estado de salud pasan demasiadas horas en la cama. En ciertos casos puede ser por motivos como el cansancio o pequeños achaques, siendo situaciones puntuales. Otros ancianos tienen por costumbre acostarse temprano, levantarse más de 10 horas después e incluso volver a acortarse (o tumbarse en el sofá) durante el día. Siempre que esto ocurra hay que descartar que exista algún problema o alteración que esté causando un estado marcado de fatiga en el anciano. Ciertas patologías o medicaciones pueden producir que la persona mayor se encuentre cansada y somnolienta durante el día, por lo que resulta importante comentar los cambios en el patrón de sueño con el médico.

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Sin embargo, cuando este comportamiento no nace de alteraciones de la salud hay que tener claro que es contraproducente por diversos motivos. Por un lado, las personas mayores que pasan muchas horas en la cama tienden a aislarse de su entorno. Desde pasar menos tiempo con las personas con las que viven o salir menos a la calle, merman las interacciones sociales, pudiendo llegar a aislarse. Esto es del todo desaconsejable ya que mantener contactos frecuentes con familiares y amigos ayuda al bienestar general.

También hay que tener en cuenta que mientras una persona está en la cama, no se encuentra activa, ni a nivel mental ni a nivel físico. En el primer caso esto es importante porque las personas mayores que no permanecen activas mentalmente pueden mostrar deterioro cognitivo, notando un descenso de rendimiento en áreas como el lenguaje, la memoria, la capacidad de concentración, etc. Además, muchos ancianos reconocen que mientras están acostados dedican buena parte del tiempo a pensamientos negativos sobre diversos temas (recuerdos que no son agradables, problemas de salud, preocupaciones diversas, etc.). Esto puede llevar a que el estado de ánimo de la persona mayor se vea afectado, pudiendo hacer aparecer o agudizar sentimientos ya presentes de tristeza o nerviosismo. Por otro lado, la falta de actividad física acarrea un impacto directo sobre la salud de la persona mayor. La falta de ejercicio conlleva alteraciones que pueden ser importantes como una disminución de la masa muscular, aumento de la osteoporosis, problemas posturales, problemas en la circulación de retorno e incluso, en casos muy graves, las llamadas úlceras de decúbito, entre otros problemas.

Tener unos patrones de higiene del sueño correctos ayuda a que dormir resulte más reparador, consiguiendo que la persona se sienta descansada al despertar. Entre esos hábitos, uno de los más importantes tiene relación con el uso de la cama: es recomendable que la cama solo se emplee para dormir. Hay muchas personas que disfrutan leyendo o viendo la televisión desde la cama. Sin embargo, esto no suele ser aconsejable, ya que son dos actividades que aumentan el nivel de activación de la persona, interfiriendo en la conciliación del sueño.

Los motivos que llevan a personas mayores sanas a pasar tanto tiempo en la cama son variados. El frío, las molestias articulares y óseas, el aburrimiento, el aislamiento social previo, un estado de ánimo decaído o el cansancio son algunas de las razones que ofrecen los mayores para explicar este hecho. En todos estos casos, es fundamental que la persona tome conciencia sobre la importancia de sus hábitos sobre su estado de salud. Todos debemos ser conscientes de que determinados comportamientos nos perjudican en muchos ámbitos de nuestra vida, debiendo modificarlos.

Una posible forma de cambiar el hábito de pasar mucho tiempo en la cama es mediante un plan en el que se vaya haciendo gradualmente. Para empezar, se debe tener claras cuántas horas pasa en la cama la persona mayor y cuál va a ser el nuevo horario que quiere adoptar (incluyendo en él las siestas durante el día). Después, es bueno ir poniendo objetivos pequeños que se puedan cumplir sin causar malestar hasta que se logre alcanzar el objetivo. Algunos ejemplos serían acostarse cada día cinco minutos más tarde si se va a la cama muy temprano, cada semana reducir 10 minutos el tiempo de siesta al mediodía o levantarse cada día cinco minutos antes si se hace muy tarde.