La convivencia intergeneracional es aquella en la que diferentes generaciones (normalmente de la misma familia) cohabitan en el mismo hogar. Tradicionalmente en Galicia, la convivencia intergeneracional solía incluir tres generaciones: los abuelos, los hijos que se quedaban en la casa (y al cuidado de sus mayores) y los nietos.
La migración desde el rural a la ciudad dio como resultado un cambio de mentalidad, que podemos resumir en “casado, casa quiere”. Esto llevó a que cada vez, más gente mayor viviera sola, sin cohabitar con sus hijos y nietos.
Empieza aquí una serie de artículos en los que se abordan ciertos aspectos de la convivencia intergeneracional; desde los aspectos positivos y negativos que tienen el modelo tradicional y actual, a los cambios que estamos viendo en los últimos años como consecuencia de la crisis y el envejecimiento poblacional: hijos (que en muchos casos ya tienen su propia familia formada) que tienen que volver a casa de sus padres por falta de medios o mayores que tienen que ir a vivir con sus hijos debido a problemas de salud.
El modelo tradicional, en el que diferentes generaciones de la misma familia cohabitaban en la misma casa, tiene algunos aspectos muy positivos para todos. Es un modelo solidario, en el que unos apoyan y cuidan a los otros; es decir, en caso de que uno enfermase, por ejemplo, había más personas en la misma casa que podrían ayudar a su cuidado.
Por otra parte, se forman núcleos familiares más extensos (el modelo actual pasa por ser la pareja y sus descendientes, siendo cada vez menos los niños que nacen). Sin embargo, en el modelo tradicional se contaba con una red formada por abuelos, padres, hijos y, en muchas ocasiones, otros familiares como tíos o tíos-abuelos que, bien por enfermedad o soltería, permanecían en el hogar familiar. Los núcleos familiares extensos ayudan al desarrollo de los niños, por ejemplo, ya que hay más personas velando por su bienestar y educación; ayudándoles a tener una mayor socialización desde la edad más temprana. Además, al sustentarse la familia en las labores agrícolas y ganaderas, cuantas más personas contribuyeran al trabajo, mayores eran los beneficios obtenidos.
Aunque, tampoco es difícil de imaginar algunos aspectos negativos de esta cohabitación. La lucha de poder era algo que, pese a que en la mayoría de los casos era callada, se encontraba de fondo en algunas de las relaciones. Cuando la figura del pater familias quedaba en entredicho (por ejemplo, debido a la edad del anciano) no era extraño que varios de los sucesores “luchasen” por hacerse con el tutelaje de la familia. Además, en muchas ocasiones, las generaciones más jóvenes (especialmente las que no eran familia sanguínea, como nueras y yernos, que entraban al hogar) se sentían de alguna forma supeditados al mandato del anciano, lo que con frecuencia acarreaba tensión y problemas familiares.
El modelo post-industrial, en el que los hijos abandonaban la casa de los padres en la primera juventud (bien para estudiar, bien para trabajar) también tiene ciertas ventajas e inconvenientes. Por un lado, los individuos puedes desarrollarse sin verse sometidos a un tutelaje por parte de sus padres ya llegada la vida adulta (lo que no implica que puedan seguir gozando de consejo y protección paterna). Además, esto dota a las parejas jóvenes de una mayor intimidad, en la que tomar las decisiones que les atañen y que atañen a sus hijos, por ejemplo. Sin embargo, cuando la red de cohabitación familiar es menor, existen otros inconvenientes; por ejemplo, puede que no se viva en la misma ciudad, por lo que los abuelos ven menos a sus nietos e influyen menos en su desarrollo. En posteriores artículos continuaremos abordando este tema desde diferentes perspectivas.