El mundo que nos rodea es muy complejo. Si nuestro cerebro tuviese que procesar toda la información que percibe, se vería colapsado. Pensemos que mientras leemos este texto, nuestro cerebro realiza muchas operaciones a la vez: por un lado, procesar lo que está leyendo de forma consciente, además, somos capaces de escuchar qué sucede a nuestro alrededor, procesar ideas que cruzan nuestra mente (y que no tienen por qué estar relacionadas); por otro lado, de forma automática, mantiene la postura corporal, la temperatura, la respiración, el latido del corazón, libera hormonas y neurotransmisores y hasta es capaz de avisarnos de que en breve tendremos mucha hambre, entre otras muchas cosas. Por ello, desarrollamos “trucos” o “atajos” mentales que nos sirven para simplificar la realidad que nos rodea y poder procesar la información de una forma más efectiva. Uno de estos atajos son los estereotipos. Los estereotipos son simplificaciones que hacemos en relación a los individuos. Los categorizamos, juzgamos y etiquetamos en función de unas pocas características (su raza, credo, orientación política, país de procedencia, etc.); atribuyéndoles rasgos que creemos comunes a ese grupo. Todos, en mayor o menor medida, empleamos estereotipos (aunque es cierto que podemos intentar ser críticos e procurar ser más justos con las personas que tenemos delante).
Los estereotipos sobre las personas mayores son curiosos. Me gusta simplificarlos en “o son dependientes o juegan al golf”. Sobre la ancianidad existen muchísimos mitos y prejuicios, pero quizá los más extendidos se puedan agrupar bajo estos dos. Vemos a las personas mayores como dependientes, enfermas, inválidas e incapaces de tomar decisiones por sí mismas o personas despreocupadas, sin ningún tipo de atadura o problema, que pasa lo que son los años dorados de su vida en largas partidas de golf. Basta pasarse por la puerta de un colegio para ver que estos estereotipos no parecen adaptar a los cientos de abuelos (casi se merecen el título de superabuelos) que siguen dando el callo por su familia; ayudando a sus hijos con la crianza de la siguiente generación o siendo el sustento económico familiar en estos momentos de dura crisis. Si algo tengo claro de mi trabajo con mayores es que no existen dos personas iguales. Cuando se ha estado toda su vida practicando cómo ser uno mismo es difícil parecernos a otro. Por todo esto, estaría bien que empezásemos a abrir un poco la mente sobre nuestra visión de las personas mayores, la ancianidad y el proceso de envejecimiento. Quizá la diversidad que encontramos nos asombre. Quizá empecemos a entender y aprehender que llegar a anciano significa no morir antes de tiempo, ser testigo de primera mano de todos los cambios que un ser humano puede experimentar; que la edad nos da sabiduría, perspectiva y, sobre todo, la capacidad de relativizar. El día que entendamos y asumamos estas ideas básicas empezaremos a tratar con más respeto a nuestros mayores y a ver la ancianidad como otra etapa más de la vida, una etapa que merece la pena conocer.
Por eso, este blog pretende ser una pequeña ventana para que todos podamos asomarnos al mundo de la ancianidad, desde los profesionales que cada día trabajamos en el sector a los familiares, pasando por supuesto por los propios protagonistas: los mayores.