En esta serie de entradas abordaremos como el envejecimiento del sistema nervioso produce modificaciones no solo a nivel físico, también a nivel psicológico y social. Desde los cambios en los sentidos, a los relacionados con la ingesta de alimentos o la termorregulación, la capacidad de inhibición de respuesta o la atención, existen una serie de cambios debido al envejecimiento de los órganos que componen el sistema nervioso que tienen un fuerte impacto a nivel psicológico y social.
Algunos de los cambios en nuestro cuerpo son obvios, como las canas o las arrugas. Otros, sin embargo, son menos superficiales y más difíciles de identificar. Al igual que envejece nuestra piel, el resto de órganos que conforman nuestro cuerpo también se modifican. Naturalmente, no todas las personas mayores sufren los mismos cambios ni se tienen que presentar con la misma intensidad. Además, estos cambios son paulatinos, se inician antes de lo que se creen (se sitúa los 30 años como el inicio del envejecimiento del sistema nervioso) y se ven mediados por los hábitos de vida. Sin embargo, una serie de ellos se consideran comunes y habituales siendo relativamente universales.
En primer lugar hablaremos de los cambios en los sentidos y de cómo este proceso tiene fuertes repercusiones para el individuo. Tradicionalmente, se ha hablado de los cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Actualmente, se habla a mayores de, al menos, nocicepción (el sentido del dolor), propiocepción (sentido de nuestro propio cuerpo y de la situación de las diferentes partes del mismo) y del sentido del equilibrio. Los sentidos reciben información del ambiente que traducen en una señal que llega a nuestro cerebro. Esa señal, dependiendo de su naturaleza, será traducida como olor a vainilla, suavidad, frío, salado o color verde, por ejemplo. Para que esta señal ambiental llegue a traducirse en una nerviosa, necesita presentar cierta intensidad, a fin de poder ser percibida por los sentidos. Esa intensidad mínima se denomina umbral. El envejecimiento aumenta el umbral en el que percibimos las cosas (eso significa que la señal deberá ser de mayor intensidad para ser captada).
En relación al oído, con la edad es relativamente común que aparezcan deficiencias auditivas y problemas en el equilibrio (el equilibrio está controlado por el oído interno).
La presbiacusia es la pérdida de audición asociada a la edad, disminuyendo la audición por ambos oídos, especialmente a las frecuencias más altas. Esto se traduce en la dificultad para diferenciar sonidos o escuchar con nitidez conversaciones cuando hay ruido de fondo. Cuando aparece esta disminución en la capacidad de audición es conveniente consultar al médico, a fin de realizar un examen y evaluar la necesidad de emplear audífonos. En muchas ocasiones, la gente resta importancia a esta disminución en la capacidad de audición. Sin embargo, puede dar lugar a situaciones molestas e incluso peligrosas. Además, el hecho de no escuchar bien lo que nos rodea, nos aísla del medio, lo cual nunca es beneficioso para las personas y puede tener un fuerte impacto negativo en la vida social y en el estado emocional de quien lo sufre. En personas que ya usan audífonos, es importante realizar las revisiones con la asiduidad que marquen los profesionales.
Otro sentido importante que se ve afectado por el envejecimiento del oído es el del equilibrio. Con la edad, las personas ven mermado su equilibrio, así como la capacidad para notar la vibración en los miembros inferiores. Además, se dan una serie de cambios en la postura y la coordinación que pueden aumentar el efecto de la pérdida de este sentido, pudiendo tener graves consecuencias, como son las caídas. Debido a la aparición de otras patologías (como la osteoporosis) las caídas cobran una gran relevancia en la tercera edad. Cuando una persona mayor tiene problemas de estabilidad y equilibrio es necesario tener una serie de pautas en cuenta. La primera, es acudir al médico para que realice una evaluación. Además, se pueden llevar a cabo otras intervenciones como la adaptación de la vivienda. Dependiendo del estado de la persona afectada podrá bastar con pequeños cambios (retirando alfombras, objetos que obstaculicen el paso, etc.) o se necesitará un mayor cambio en la vivienda (como la instalación duchas adaptadas, pasamanos en los pasillos, etc.). La afectación de la marcha y del equilibrio puede llevar a que la persona apenas camine (con la consecuente repercusión en su salud física), no salga de casa, necesite ayuda para actividades como el aseo, etc. Realizar ejercicio físico, especialmente aquel ideado pensando en la ancianidad, puede ayudar a que las personas mayores mantengan mejor el equilibrio, estén más ágiles y así eviten caídas.
En cualquier caso, es importante aceptar estos cambios como parte del proceso natural de envejecimiento. Por otro lado, es importante saber que ciertos hábitos (como no estar expuesto a ruido intenso de forma prolongada, una buena higiene, alimentación equilibrada o ejercicio regular, entre otros) pueden ayudar a conservar mejor nuestro sentido del oído y el equilibrio. En próximas entradas seguiremos hablando del envejecimiento de los sentidos y del sistema nervioso.