La medicina moderna ya no sólo se basa en curar las enfermedades que podemos desarrollar. Actualmente, se destinan muchos medios a la prevención y al diagnóstico precoz. La prevención parece inspirarse en ese viejo dicho “más vale prevenir que curar” y su objetivo es procurar que los ciudadanos cuenten con buenos hábitos que eviten el desarrollo de patologías relacionadas. Por ejemplo, si la gente no fuma reduce significativamente la posibilidad de desarrollar cáncer de pulmón (por desgracia, nunca se podrá prevenir al 100%).
No siempre es viable la prevención de la aparición de diferentes patologías ya que, en muchas de ellas si bien influyen nuestros hábitos, también hay que tener en cuenta el peso de la genética. Por ello, se habla del diagnóstico precoz. Este término hace referencia a procurar detectar enfermedades que ya tenemos incluso antes de que presenten síntomas, disminuyendo de esta forma la posibilidad de que sean mortales o altamente incapacitantes.
Uno de los hábitos que debemos incluir en nuestra rutina para cuidar nuestra salud son los controles médicos periódicos (esta periodicidad nos la indicará nuestro médico). La idea es que cada X tiempo nos hagan un chequeo para comprobar que no tenemos ningún problema de salud.
No es raro que se acuse a las personas mayores de ser muy asiduas al médico, de gustarles mucho ir a que los miren. Sin embargo, esa apreciación es errónea. Sí que podemos encontrar una gran afluencia de público mayor en las consultas médicas, pero no hay que olvidar que la ancianidad es una edad frágil en la que ciertas patologías tienen mayor incidencia. Además, al haber sufrido las pirámides poblacionales cambios (habiendo más gente anciana) el resultado es el que observamos. Sin embargo, no es raro encontrar ancianos que nunca han acudido al médico. Y nunca es nunca. Desde mujeres mayores que dieron a luz en sus casas y que nunca han realizado consulta a alguna, a señores que han tenido una salud de hierro y, por tanto, no sintieron la necesidad de acudir al médico ni tan siquiera a realizarse una revisión. Y al no tener ese hábito ahora les cuesta adquirirlo. Lo mismo ocurre con aquellas personas que han gozado de una gran salud y que en la ancianidad precisan algún tipo de medicación, no es raro observar reticencias en su toma, protestas por ello, etc. Es importante que todos los profesionales sanitarios tratemos de inculcar buenos hábitos en la sociedad y los que trabajamos con mayores tenemos una mayor responsabilidad ya que estamos tratando de cambios relativamente recientes y que ellos no conocieron en su juventud (es más, la sanidad no era ni gratuita ni universal en su juventud).
Explicarles a las personas mayores el por qué es necesario hacer esos reconocimientos y explicar cómo pueden ayudar a su salud, suele ser la mejor manera de convencerlos para que los realicen, igual que explicar pormenorizadamente, pero empleando un lenguaje sencillo, para qué sirven las medicinas que tienen prescritas, así como qué ocurriría si no las tomaran, ayuda a aumentar a adherencia al tratamiento.
Dado que la ancianidad es un periodo frágil de la vida, el realizar los controles y las visitas médicas pautadas se torna de especial importancia. Con ello podremos conseguir prevenir ciertos problemas así como aumentar las posibilidades de éxito terapéutico si ya están presentes determinadas enfermedades.