En dos artículos anteriores abordamos los modelos de convivencia intergeneracional tradicionales en comparación con los actuales, así como la convivencia cuando los hijos que se han independizado tienen que volver a casa.
En el artículo de hoy queremos abordar esta temática desde otra perspectiva, cuando es la persona mayor la que va a vivir con sus hijos ya adultos e independientes. Debido al envejecimiento poblacional, resulta cada vez es más común que las personas adultas tengan que cuidar de sus padres ancianos. En general, se trata de la generación de los baby booms, personas que nacieron sobre los años 50-60. Algunos de ellos, están a punto de jubilarse o ya se han jubilado. Otros todavía cuidan de hijos estudiantes o que no han podido incorporarse al mercado laboral. A ellos a veces se les ha denominado la generación sándwich, porque se encuentran entre el cuidado de sus hijos y asumir el cuidado de sus padres ahora ancianos, que comienzan a sufrir achaques que imposibilitan que continúen viviendo solos.
En algunas ocasiones, las personas mayores tienen problemas no muy incapacitantes; pero en otras, se trata del cuidado de un gran dependiente.
Lógicamente, la cohabitación puede necesitar de periodos de adaptación y, en el peor de los casos, originar problemas de convivencia. En primer lugar, los hijos deben asumir la situación de sus padres, lo que muchas veces genera tristeza, sensación de culpabilidad por no haber previsto la situación o ayudado más a sus progenitores, sentirse injustamente tratado por la vida, rechazo de la situación, etc. Por eso, los hijos precisan de un tiempo para aceptar la nueva realidad. Por supuesto, esto también ocurre en los mayores. De ser ellos quienes cuidaban a sus hijos, pasan a necesitar asistencia, lo cual puede menoscabar su autoestima. Una forma de paliar esta situación es tratar que la persona mayor se integre en las rutinas familiares y pueda colaborar en la medida de sus posibilidades. Desde ir a la compra o poner la mesa; cualquier actividad que pueda realizar ayudará a que se sienta más cómodo en la nueva situación, demostrándole que, aunque él pueda necesitar ayuda en ciertos aspectos, puede seguir ayudando y colaborando con los otros.
Los problemas de comunicación también pueden aparecer. Hay que entender que las personas mayores están acostumbradas a vivir en sus domicilios, con sus propias rutinas, sus propias normas que no tienen por qué casar con el hogar de sus hijos. Esto puede causar tensión si no se habla de una forma clara, tranquila y buscando puntos de encuentro en los que ambas partes se sientan conformes.
Si la persona mayor precisa de un gran cuidado y un nivel de asistencia elevado (por ejemplo, por tener una enfermedad neurodegenerativa tipo demencia) es importante que toda la familia se implique en el cuidado. Si en el domicilio conviven hijos y nietos del anciano es positivo que todos ayuden en la medida de lo posible en su asistencia. Aunque exista la figura de un cuidador principal, es necesario que otros ayuden para evitar la sobrecarga de la persona que tiene sobre sus hombros un trabajo tan delicado. En estos casos, el cuidador debe cuidarse también a sí mismo, como hemos señalado en otras muchas ocasiones.
En el caso de que las personas mayores que acuden al domicilio de los hijos pero que gocen de un nivel de independencia mayor, es importante que no se consideren una carga (este tema lo abordaremos con mayor profundidad en un próximo artículo), que no se esté disculpando continuamente por las supuestas molestas y que entienda que la casa del hijo que le acoge ahora es la suya. También es importante asumir que al vivir en un núcleo familiar nuevo, puede tener que modificar ciertos hábitos (como por ejemplo, levantarse mucho antes que el resto de la familia si los ruidos molestan al resto) pero puede continuar perfectamente con otros (como sus actividades sociales, salidas a la calle, cursillos, etc.). En este sentido, el hijo que acoge también debe entender que la persona mayor tiene sus propias rutinas, gustos, puntos de vista que se deben tratar de respetar en la medida de lo posible. Como decíamos más arriba, la comunicación es muy importante en este tipo de situaciones.
Es importante que todas las partes que conviven tengan claro que la ayuda intergeneracional es lo que, en última instancia, define a una familia y que es la base de las sociedades mediterráneas. Primero fueron los padres los que cuidaron de los hijos y, en algunas ocasiones, la situación se invierte. Y no hay nada malo en ello, más bien todo lo contrario.