Convivencia intergeneracional III: papá se viene con nosotros

En dos artículos anteriores abordamos los modelos de convivencia intergeneracional tradicionales en comparación con los actuales, así como la convivencia cuando los hijos que se han independizado tienen que volver a casa.

En el artículo de hoy queremos abordar esta temática desde otra perspectiva, cuando es la persona mayor la que va a vivir con sus hijos ya adultos e independientes. Debido al envejecimiento poblacional, resulta cada vez es más común que las personas adultas tengan que cuidar de sus padres ancianos. En general, se trata de la generación de los baby booms, personas que nacieron sobre los años 50-60. Algunos de ellos, están a punto de jubilarse o ya se han jubilado. Otros todavía cuidan de hijos estudiantes o que no han podido incorporarse al mercado laboral. A ellos a veces se les ha denominado la generación sándwich, porque se encuentran entre el cuidado de sus hijos y asumir el cuidado de sus padres ahora ancianos, que comienzan a sufrir achaques que imposibilitan que continúen viviendo solos.

En algunas ocasiones, las personas mayores tienen problemas no muy incapacitantes; pero en otras, se trata del cuidado de un gran dependiente.

Lógicamente, la cohabitación puede necesitar de periodos de adaptación y, en el peor de los casos, originar problemas de convivencia. En primer lugar, los hijos deben asumir la situación de sus padres, lo que muchas veces genera tristeza, sensación de culpabilidad por no haber previsto la situación o ayudado más a sus progenitores, sentirse injustamente tratado por la vida, rechazo de la situación, etc. Por eso, los hijos precisan de un tiempo para aceptar la nueva realidad. Por supuesto, esto también ocurre en los mayores. De ser ellos quienes cuidaban a sus hijos, pasan a necesitar asistencia, lo cual puede menoscabar su autoestima. Una forma de paliar esta situación es tratar que la persona mayor se integre en las rutinas familiares y pueda colaborar en la medida de sus posibilidades. Desde ir a la compra o poner la mesa; cualquier actividad que pueda realizar ayudará a que se sienta más cómodo en la nueva situación, demostrándole que, aunque él pueda necesitar ayuda en ciertos aspectos, puede seguir ayudando y colaborando con los otros.

Los problemas de comunicación también pueden aparecer. Hay que entender que las personas mayores están acostumbradas a vivir en sus domicilios, con sus propias rutinas, sus propias normas que no tienen por qué casar con el hogar de sus hijos. Esto puede causar tensión si no se habla de una forma clara, tranquila y buscando puntos de encuentro en los que ambas partes se sientan conformes.

Si la persona mayor precisa de un gran cuidado y un nivel de asistencia elevado (por ejemplo, por tener una enfermedad neurodegenerativa tipo demencia) es importante que toda la familia se implique en el cuidado. Si en el domicilio conviven hijos y nietos del anciano es positivo que todos ayuden en la medida de lo posible en su asistencia. Aunque exista la figura de un cuidador principal, es necesario que otros ayuden para evitar la sobrecarga de la persona que tiene sobre sus hombros un trabajo tan delicado. En estos casos, el cuidador debe cuidarse también a sí mismo, como hemos señalado en otras muchas ocasiones.

En el caso de que las personas mayores que acuden al domicilio de los hijos pero que gocen de un nivel de independencia mayor, es importante que no se consideren una carga (este tema lo abordaremos con mayor profundidad en un próximo artículo), que no se esté disculpando continuamente por las supuestas molestas y que entienda que la casa del hijo que le acoge ahora es la suya. También es importante asumir que al vivir en un núcleo familiar nuevo, puede tener que modificar ciertos hábitos (como por ejemplo, levantarse mucho antes que el resto de la familia si los ruidos molestan al resto) pero puede continuar perfectamente con otros (como sus actividades sociales, salidas a la calle, cursillos, etc.). En este sentido, el hijo que acoge también debe entender que la persona mayor tiene sus propias rutinas, gustos, puntos de vista que se deben tratar de respetar en la medida de lo posible. Como decíamos más arriba, la comunicación es muy importante en este tipo de situaciones.

Es importante que todas las partes que conviven tengan claro que la ayuda intergeneracional es lo que, en última instancia, define a una familia y que es la base de las sociedades mediterráneas. Primero fueron los padres los que cuidaron de los hijos y, en algunas ocasiones, la situación se invierte. Y no hay nada malo en ello, más bien todo lo contrario.

 

 

Convivencia intergeneracional II: La vuelta a casa

En un artículo anterior comenzamos a hablar de la convivencia intergeneracional, contraponiendo el modelo tradicional gallego con el modelo postindustrial. En este artículo abordaremos una serie de reflexiones sobre qué ocurre en los núcleos familiares cuando los hijos deben volver al hogar paterno.

Debido a la situación actual de crisis económica no es extraño encontrar esta situación: personas ya emancipadas (que en muchos casos ya habían formado su propio núcleo familiar) que pierden sus trabajos, rompen sus matrimonios, pierden recursos, etc. y por cualquiera de estas circunstancias (o la suma de ellas) deben volver al hogar paterno.

En la sociedad actual, donde el “fracaso personal” se suele medir solo en el campo de lo económico; donde, pese a la precariedad que está azotando a la llamada clase media, se sigue hablando de éxito especialmente en función del poder adquisitivo; donde para ser considerado adulto a todos los niveles hay que tener independencia en relación a la vivienda, es fácil imaginar que la vuelta, cuando es forzosa, al hogar paterno se suele traducir en una gran frustración, pesadumbre, tristeza y sensación de fracaso a muchos niveles.

Aunque cada familia es un mundo y cada situación necesitará sus propios medios para lograr resolver de forma satisfactoria la nueva cohabitación y los problemas que pueden surgir, hay una serie de aspectos que pueden resultar comunes en todas las familias y que pueden dar pistas sobre cómo actuar. La primera de ellas es que los padres que acogen a sus hijos adultos de nuevo en sus hogares deben dar un tiempo para que estos asuman la situación. Es importante alejarse de actitudes muy pesimistas, ya que esto puede retroalimentar el malestar. Hay que asumir que ha sido un revés que ha sufrido el hijo, pero que puede solucionarse. Por otro lado, los padres deben asumir que sus hijos ya no son menores (y en muchos casos, les acompañan sus propios hijos). Esto no implica que el hogar familiar se convierta en una pensión, en el que cada miembro hace lo que le parece. Como en cualquier convivencia, deberán fijarse una serie de normas (horarios de comidas, tareas del hogar que realizará cada miembro, etc.) que resultan básicas para evitar conflictos y molestias. Pero igual que no resulta muy lógico que un padre de familia de 40 años tenga hora de llegada a su hogar (que es, en este caso, el de los abuelos) tampoco es lógico que no se implique en absoluto en las tareas o que mantenga hábitos que molesten al resto de familiares (como no avisar en caso de faltar a una comida o no prestar ningún tipo de ayuda).

También es importante que, en caso de que la cohabitación incluya a nietos, los abuelos comprendan que, pese a ser necesario y aconsejable que se impliquen en la educación de los niños, las normas sobre cómo educarlos deben fijarlas los padres.

Por otro lado, es de vital importancia que las personas que vuelven al hogar paterno se impliquen en todos los niveles que puedan. Así, por ejemplo, si tienen algún tipo de sueldo o contraprestación es importante que traten de ayudar, en la medida de lo posible, económicamente a sus padres. Con esto puede disminuir la sensación de estar aprovechándose de los padres o el malestar por no poder ser independiente. Por otro lado, en caso de no contar con recursos, hay que tener claro que el dinero no es lo único importante: ayudar en las tareas domésticas, hacer arreglos, acompañar a los recados, etc. son formas de ayudar a los padres para sentirse más integrado en el hogar; además de ser tareas que deben estar repartidas entre las personas que conviven.

No hay que olvidar que esta situación es muy dura para quien vuelve a casa, pero también se puede hacer difícil para los padres que acogen, ya que pueden sentir que no ayudaron lo suficiente a sus hijos, no sepan cómo ayudarles ahora o de cara al futuro. Además, es muy probable que ellos tuvieran sus propias rutinas que se ven modificadas por la vuelta a casa de la prole.

Convivencia intergeneracional

La convivencia intergeneracional es aquella en la que diferentes generaciones (normalmente de la misma familia) cohabitan en el mismo hogar. Tradicionalmente en Galicia, la convivencia intergeneracional solía incluir tres generaciones: los abuelos, los hijos que se quedaban en la casa (y al cuidado de sus mayores) y los nietos.

La migración desde el rural a la ciudad dio como resultado un cambio de mentalidad, que podemos resumir en “casado, casa quiere”. Esto llevó a que cada vez, más gente mayor viviera sola, sin cohabitar con sus hijos y nietos.

Empieza aquí una serie de artículos en los que se abordan ciertos aspectos de la convivencia intergeneracional; desde los aspectos positivos y negativos que tienen el modelo tradicional y actual, a los cambios que estamos viendo en los últimos años como consecuencia de la crisis y el envejecimiento poblacional: hijos (que en muchos casos ya tienen su propia familia formada) que tienen que volver a casa de sus padres por falta de medios o mayores que tienen que ir a vivir con sus hijos debido a problemas de salud.

El modelo tradicional, en el que diferentes generaciones de la misma familia cohabitaban en la misma casa, tiene algunos aspectos muy positivos para todos. Es un modelo solidario, en el que unos apoyan y cuidan a los otros; es decir, en caso de que uno enfermase, por ejemplo, había más personas en la misma casa que podrían ayudar a su cuidado.

Por otra parte, se forman núcleos familiares más extensos (el modelo actual pasa por ser la pareja y sus descendientes, siendo cada vez menos los niños que nacen). Sin embargo, en el modelo tradicional se contaba con una red formada por abuelos, padres, hijos y, en muchas ocasiones, otros familiares como tíos o tíos-abuelos que, bien por enfermedad o soltería, permanecían en el hogar familiar. Los núcleos familiares extensos ayudan al desarrollo de los niños, por ejemplo, ya que hay más personas velando por su bienestar y educación; ayudándoles a tener una mayor socialización desde la edad más temprana. Además, al sustentarse la familia en las labores agrícolas y ganaderas, cuantas más personas contribuyeran al trabajo, mayores eran los beneficios obtenidos.

Aunque, tampoco es difícil de imaginar algunos aspectos negativos de esta cohabitación. La lucha de poder era algo que, pese a que en la mayoría de los casos era callada, se encontraba de fondo en algunas de las relaciones. Cuando la figura del pater familias quedaba en entredicho (por ejemplo, debido a la edad del anciano) no era extraño que varios de los sucesores “luchasen” por hacerse con el tutelaje de la familia. Además, en muchas ocasiones, las generaciones más jóvenes (especialmente las que no eran familia sanguínea, como nueras y yernos, que entraban al hogar) se sentían de alguna forma supeditados al mandato del anciano, lo que con frecuencia acarreaba tensión y problemas familiares.

El modelo post-industrial, en el que los hijos abandonaban la casa de los padres en la primera juventud (bien para estudiar, bien para trabajar) también tiene ciertas ventajas e inconvenientes. Por un lado, los individuos puedes desarrollarse sin verse sometidos a un tutelaje por parte de sus padres ya llegada la vida adulta (lo que no implica que puedan seguir gozando de consejo y protección paterna). Además, esto dota a las parejas jóvenes de una mayor intimidad, en la que tomar las decisiones que les atañen y que atañen a sus hijos, por ejemplo. Sin embargo, cuando la red de cohabitación familiar es menor, existen otros inconvenientes; por ejemplo, puede que no se viva en la misma ciudad, por lo que los abuelos ven menos a sus nietos e influyen menos en su desarrollo. En posteriores artículos continuaremos abordando este tema desde diferentes perspectivas.