En un artículo anterior comenzamos a hablar de la convivencia intergeneracional, contraponiendo el modelo tradicional gallego con el modelo postindustrial. En este artículo abordaremos una serie de reflexiones sobre qué ocurre en los núcleos familiares cuando los hijos deben volver al hogar paterno.
Debido a la situación actual de crisis económica no es extraño encontrar esta situación: personas ya emancipadas (que en muchos casos ya habían formado su propio núcleo familiar) que pierden sus trabajos, rompen sus matrimonios, pierden recursos, etc. y por cualquiera de estas circunstancias (o la suma de ellas) deben volver al hogar paterno.
En la sociedad actual, donde el “fracaso personal” se suele medir solo en el campo de lo económico; donde, pese a la precariedad que está azotando a la llamada clase media, se sigue hablando de éxito especialmente en función del poder adquisitivo; donde para ser considerado adulto a todos los niveles hay que tener independencia en relación a la vivienda, es fácil imaginar que la vuelta, cuando es forzosa, al hogar paterno se suele traducir en una gran frustración, pesadumbre, tristeza y sensación de fracaso a muchos niveles.
Aunque cada familia es un mundo y cada situación necesitará sus propios medios para lograr resolver de forma satisfactoria la nueva cohabitación y los problemas que pueden surgir, hay una serie de aspectos que pueden resultar comunes en todas las familias y que pueden dar pistas sobre cómo actuar. La primera de ellas es que los padres que acogen a sus hijos adultos de nuevo en sus hogares deben dar un tiempo para que estos asuman la situación. Es importante alejarse de actitudes muy pesimistas, ya que esto puede retroalimentar el malestar. Hay que asumir que ha sido un revés que ha sufrido el hijo, pero que puede solucionarse. Por otro lado, los padres deben asumir que sus hijos ya no son menores (y en muchos casos, les acompañan sus propios hijos). Esto no implica que el hogar familiar se convierta en una pensión, en el que cada miembro hace lo que le parece. Como en cualquier convivencia, deberán fijarse una serie de normas (horarios de comidas, tareas del hogar que realizará cada miembro, etc.) que resultan básicas para evitar conflictos y molestias. Pero igual que no resulta muy lógico que un padre de familia de 40 años tenga hora de llegada a su hogar (que es, en este caso, el de los abuelos) tampoco es lógico que no se implique en absoluto en las tareas o que mantenga hábitos que molesten al resto de familiares (como no avisar en caso de faltar a una comida o no prestar ningún tipo de ayuda).
También es importante que, en caso de que la cohabitación incluya a nietos, los abuelos comprendan que, pese a ser necesario y aconsejable que se impliquen en la educación de los niños, las normas sobre cómo educarlos deben fijarlas los padres.
Por otro lado, es de vital importancia que las personas que vuelven al hogar paterno se impliquen en todos los niveles que puedan. Así, por ejemplo, si tienen algún tipo de sueldo o contraprestación es importante que traten de ayudar, en la medida de lo posible, económicamente a sus padres. Con esto puede disminuir la sensación de estar aprovechándose de los padres o el malestar por no poder ser independiente. Por otro lado, en caso de no contar con recursos, hay que tener claro que el dinero no es lo único importante: ayudar en las tareas domésticas, hacer arreglos, acompañar a los recados, etc. son formas de ayudar a los padres para sentirse más integrado en el hogar; además de ser tareas que deben estar repartidas entre las personas que conviven.
No hay que olvidar que esta situación es muy dura para quien vuelve a casa, pero también se puede hacer difícil para los padres que acogen, ya que pueden sentir que no ayudaron lo suficiente a sus hijos, no sepan cómo ayudarles ahora o de cara al futuro. Además, es muy probable que ellos tuvieran sus propias rutinas que se ven modificadas por la vuelta a casa de la prole.