En el artículo de hoy se aborda cómo hablar con niños pequeños sobre los problemas cognitivos que puedan sufrir miembros de la familia, normalmente los abuelos. Es una cuestión que debemos tratar siempre que se presente una situación de demencia y haya un menor en la familia, ya que el niño puede no entender muy bien qué está ocurriendo, frustrarse, tener miedo, etc. y esto va a repercutir negativamente en la persona que está sufriendo la enfermedad.
Creo que es importante que nos pongamos en la piel del niño por un momento para tratar de comprender qué dudas o qué situaciones le pueden resultar extrañas. Por ejemplo, cuando los niños son pequeños y les estamos enseñando a comer adecuadamente, solemos insistir en que no se puede hablar con la boca llena o coger la comida con las manos. Sin embargo, puede ocurrir que la persona afectada de demencia comience a necesitar comer con las manos (como modo de mantener su autonomía) o no recuerde algunas de las normas básicas en la mesa. Para el niño puede resultar difícil entender por qué el no puede llevar a cabo estas conductas mientras que el adulto sí. Además, puede que la persona aquejada de demencia comience a mostrar comportamientos extraños o desorganizados (desde vestirse de forma incorrecta a alucinar o delirar, hablar solo, verbalizar cosas extrañas, etc.) lo que puede asustar al niño y hacer que termine sintiendo miedo de esa persona al no entender lo que sucede.
También deberíamos ponernos en la piel del paciente de demencia para entender por qué en algunas ocasiones comienzan a sentirse inquietos o molestos en la presencia de niños, aun cuando antes tuvieran una relación magnífica con ellos. Los niños, dada su naturaliza, suelen ser más ruidosos y movidos que los adultos, lo que puede molestar y alterar mucho a un paciente de demencia. Además, pueden repetir insistentemente preguntas para las que el paciente no tiene respuesta o incluso hacer correcciones de un modo brusco que pueda enfurecer o entristecer al enfermo.
Teniendo estas dos consideraciones presentes, se hace más obvia la necesidad de abordar este problema con los niños para que puedan entender lo que ocurre e, incluso, ayudar al mayor a que su día a día resulte más agradable.
Para abordar este tema con el niño, en primer lugar, deberemos tener en cuenta el nivel de comprensión que presenta. No es lo mismo un niño de 5 años que uno de 12. La información debe de ser dada de un modo que sea comprensible y asequible para el menor, pero sin dar por supuesto que es demasiado compleja para que la llegue a entender o creer que le protegemos si no le decimos la verdad. Por otro lado, es mejor explicar la situación poniendo ejemplos que de modo abstracto. En lugar de decirle al niño que el abuelo comienza a tener fallos de memoria es mejor ponerle ejemplos “¿te das cuenta de que el abuelo a veces no se acuerda muy bien de nuestros nombres?”, así la situación es más fácil de asimilar para el menor. Es importante que le demos alternativas a su conducta; es decir, si queremos que el niño deje de hacer preguntas insistentemente al anciano, es mejor que le digamos que él le cuente cosas “explícale a la abuela qué has hecho hoy en el cole”. Es importante que le expliquemos al menor por qué no debe realizar preguntas al paciente cuando no sabe responder y por qué no debe quejarse si el anciano repite mucho ciertas historias. Resulta muy positivo encontrar actividades que tanto el anciano como el niño puedan desarrollar conjuntamente (como manualidades, lectura, tareas sencillas del hogar, etc.). Esto ayudará a fortalecer el vínculo entre ambos y que el tiempo que pasen juntos sea de carácter más lúdico.
Obviamente, no existe una fórmula universal e infalible para abordar esta problemática, pero es importante hacerlo cuando el problema surge para evitar que tanto el paciente como el menor pasen malos ratos.